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1) La épica del campo encendido

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La eclosión del mundo andino, después de las experiencias precursoras de la Escuela del Cuzco y de Kukuli, ha estado representada por la vertiente de las adaptaciones literarias –Los perros hambrientos y Yawar fiesta, de Luis Figueroa– y por la recreación de hechos reales – Kuntur Wachana (Donde nacen los cóndores) y El caso Huayanay– y legendarias – Laulico–, estas tres últimas dirigidas por Federico García. Excepcionalmente, se ha trabajado con el documental que combina reportaje y material de archivo –el mediometraje Runan Caycu, de Nora de Izcue– o con la metáfora surrealista como en Expropiación, de Mario Robles, estas dos últimas, al igual que Yawar fiesta, nunca exhibidas comercialmente en el país. Un aporte más reciente a esta vertiente lo constituye Un clarín en la noche, acercamiento medio bressoniano en negativo a la Reforma Agraria en la sierra norteña, dirigido por José Luis Rouillón, la más opaca, anémica y antitelúrica aproximación a una experiencia no épica del campo, con personajes y situaciones más próximos a un laboratorio que a las faenas de la tierra.

Aunque desigual y contradictorio en el manejo de sus procedimientos narrativos, Federico García consigue potenciar la gesta del sacudimiento campesino ante la opresión secular sufrida, especialmente en Kuntur Wachana (Donde nacen los cóndores) y, en menor medida, El caso Huayanay, donde se pueden destacar destellos aislados. Pero la tónica entre panfletaria y didáctica tiende a restarle genuina contundencia a una épica que deviene a veces en manifiesto programático abruptamente narrado y, por ende, ajeno a la capacidad persuasiva que en principio debía tener. Más modestas, las adaptaciones de Figueroa se resienten de debilidad narrativa, de un lastre literario que impide una mayor soltura y de un leve énfasis estetizante que revela lazos no superados con la estilización indigenista de Kukuli, pero ofrecen una cierta ilustración visual y escenográfica del universo literario recreado. En el caso de Yawar fiesta, por ejemplo, el mundo de Arguedas está, al menos, insinuado, lo que no ocurre, en cambio, en la serie de cortos que, sobre el propio Arguedas, realizó José Luis Rouillón.

De todas formas, las películas que recogen la visión de la problemática campesina han sido, en conjunto, las que peor fortuna han tenido, descontando al público de las provincias más arraigadas en la región andina. O no se han estrenado –las menos– o, si se han estrenado, han recibido un trato muy desfavorable del público de las salas comerciales. Solo Kuntur Wachana (Donde nacen los cóndores), tal vez por su mayor fuerza expresiva y por el momento político en que se estrenó, obtuvo una mayor acogida. En esta reacción negativa ha primado el ausentismo, producto de la convergencia del boicot sistemático de los exhibidores, más intolerantes con estos filmes que con cualesquiera otros, y la desconfianza de un público reacio a ver lo que, en apariencia, se les ofrecía en dosis diversas como una mezcla de periodismo, antropología, proclama política y folclor andino. Pero han contribuido a esa reacción adversa las incertidumbres y las tosquedades de estilos dificultosamente plasmados y una actitud de catequesis política o social desconocedora de las expectativas de los espectadores ubicados en una estructura de distribución comercial obviamente favorecedora del estímulo más directo de la fruición y el espectáculo. Hoy, esta vertiente es la que mayores obstáculos encuentra con miras a un desarrollo futuro.

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