Читать книгу Vagos y maleantes - Ismael Lozano Latorre - Страница 22

Оглавление

DIECISÉIS

Envejecer no es fácil, porque el cuerpo lo hace antes que el alma. Te miras al espejo y no entiendes lo que ves, ya que tus ojos te muestran una persona que no reconoces: tu rostro está cubierto de arrugas y tú no.

Admitir que estás llegando a la última etapa de la vida es complicado. Por mucho que te hayas concienciado, cuando te ves postrado en una cama sin poder moverte te planteas muchas cosas.

—¿Cómo se encuentra hoy, don Manuel? —le preguntó Acoydan al entrar en la habitación, y él no supo qué contestarle.

Dolor de cabeza, contractura en la espalda, migraña, hinchazón en las piernas… Ese era su estado actual y, a todo eso, había que sumarle que no tenía buen humor. Don Manuel estaba irritado, le molestaba la sonda y sabía que si lo notificaba iban a quitársela y ponérsela otra vez, y no odiaba nada más en el mundo que la enfermera cogiera su miembro herido y le metiera, tras aplicar un poco de lubricante, ese tubo rasposo por la uretra.

—Que no se salga… —solía mascullar él, pero a veces era imposible y tenían que empezar de nuevo.

Cortinas cerradas y olor a sudor en la habitación. El octogenario disgustado y Acoydan entrando lentamente en la estancia intentando no molestarlo.

—Le traigo un regalo —le informó el gerocultor esperando que la noticia lo animara.

Don Manuel, que hasta ese momento había estado en silencio, se giró y sonrió como si supiera de antemano lo que iba a ofrecerle.

—¿Es mi cartón de Krüger? —preguntó ilusionado, y el gerocultor, asustado, palideció porque había hablado más alto de la cuenta—. Me estaba quedando sin tabaco y llevaba dos días racionando los cigarrillos. ¡Mételo en mi caja fuerte, por favor!

Acoydan, temeroso, lo miró sabiendo que al seguir sus indicaciones incumplía otra de las normas que le había dado la jefa de gerocultores.

«Nunca, bajo ningún concepto, estáis autorizados a abrir las cajas fuertes de los usuarios. Ahí guardan sus pertenencias privadas y las más caras. Si las tocáis y se pierde algo, será responsabilidad vuestra».Responsabilidad vuestra.

—La clave es 1975, el año que murió el Caudillo.

Don Manuel le había dado la contraseña y cualquier cosa que hubiese dentro a partir de ese momento sería su responsabilidad.

Un dígito, otro, tres, cuatro… La caja de seguridad emitió un chasquido y la puerta se abrió lentamente.

Una carpeta azul con papeles y una caja misteriosa, ese era todo el contenido. Una cajita forrada con papel de estraza y atada con un cordón. ¿Qué habría dentro? Acoydan intentó meter el cartón de tabaco dentro, pero no cabía.

—¿Puedo sacar la caja? —le preguntó el gerocultor. Y el anciano, que no podía moverse, pegó un brinco en la cama e intentó detenerlo.

—¡No toques eso! —le advirtió como si le fuese la vida en ello.

Acoydan, extrañado por su reacción, se quedó en silencio mirando el objeto. ¿Por qué se había alterado tanto al insinuar que la iba a sacar? ¿Qué tenía dentro?

—Rompe el cartón de tabaco y mete los paquetes sueltos, así cabrá entero.

Incumplir normas… Saltárselas… Transgredirlas… Eso estaba consiguiendo don Manuel de él.

—Oye, chaval…

Acoydan, que estaba cerrando el armario, lo miró sin imaginar lo que iba a decirle.

—Gracias —pronunció.

Y tras pronunciar esa palabra, ambos esbozaron una sonrisa que prometía ser el inicio de una bonita amistad.

Vagos y maleantes

Подняться наверх