Читать книгу Vagos y maleantes - Ismael Lozano Latorre - Страница 25

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DIECINUEVE

La primera cita fue un infierno. Acoydan estaba tan nervioso que no podía articular palabra y Antía, vivaracha, monopolizaba la conversación. Hablaron sobre cine, libros y música mientras se tomaban un refresco en una de las cafeterías de la plaza Mayor.

—¿Siempre eres tan tímido o solo te pasa conmigo? —le preguntó Antía al cabo de media hora, y Acoydan, ruborizándose de arriba abajo, le contestó: —prefiero escucharte, que hablar de mí mismo.

La chica, que no parecía dispuesta a darse por vencida, puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

—No estoy de acuerdo… Cuéntame algo de ti.

El hielo, derritiéndose en la coca cola, y las manos del joven cogiendo una servilleta para secarse el sudor…

—¿Qué quieres saber? —se ofreció nervioso.

Los ojos azules de la chica escrutaron su rostro.

—No sé… Cuéntame qué haces aquí, tan lejos de Canarias.

El chico, con la mirada perdida, dejó la servilleta mojada en el cenicero.

—Vine a estudiar aquí. Un tío mío tenía un apartamento vacío en el centro y aproveché. Aunque me gusta mi isla, necesitaba salir fuera para poder verla desde otra perspectiva…

Antía, que cada vez se sentía más atraída por él, se encogió de hombros.

—¿Y por qué entraste en el Grado Medio de Técnico Auxiliar de Geriatría y Dependencia? ¿Siempre te gustaron las personas mayores?

El canario, que se avergonzaba un poco de lo que iba a decirle, le dio un pequeño trago a su refresco y continuó.

—Yo quería estudiar Medicina y la nota me dio, pero por desgracia, mi familia no podía permitirse pagarme la carrera y por eso elegí un módulo.

La carrera… Los padres de Antía le habían dicho que, llegado el momento, podría elegir la Universidad que prefiriese del mundo, que no se limitara a pensar en Madrid, que fuese más ambiciosa.

—Mi intención es acabar el módulo, empezar a trabajar y con el dinero que gane ir matriculándome en unas cuantas asignaturas cada año.

Valiente. Serio. Decidido. Una actitud como la suya le hacía darse cuenta de la suerte que tenía.

—¿Y tú? ¿Qué vas a estudiar cuando termines?

Antía, que estaba sorbiendo su refresco con una pajita, puso los ojos en blanco y frunció el ceño.

—Periodismo —contestó como si fuese muy evidente.

Sus manos buscándose encima de la mesa y el sol de Madrid llenándolos de luz…

—Te pega —bromeó el chico—. Te gusta hacer muchas preguntas.

La joven, coqueta, le sacó la lengua.

—¿Y te puedo preguntar algo más? —perseveró la joven picaruela, y él, divertido, asintió—. ¿En qué momento de la cita tienes pensando besarme?

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