Читать книгу Una obra de arte - Iván Dario Fontalvo - Страница 11

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Tres

El terreno era una cosa rojiza y pelada. Lo primero que hizo Brodel después de recibir los papeles fue contratar una cuadrilla de obreros para que excavaran un pozo subterráneo. Siete hombres con picas y palas removieron la yesca dura y buscaron las entrañas aguadas de la tierra en jornadas arduas bajo un sol de cobre. Pasaron casi dos semanas rompiendo fuente tras fuente en busca del agua más dulce de las profundidades. Fueron días duros, pero cumplieron su misión. Brodel les pagó sin regateos por la bendición que definiría el futuro de sus planes y los despidió de sus tierras sabiendo que jamás los despediría de su corazón. La guerra le había enseñado que en la vida importa menos el honor que el agua; que los hombres sedientos son bestias embravecidas. Había aprendido una cosa, en definitiva: que la diferencia entre un manicomio y un oasis es esa poción tornasolada que los siete sujetos lograron hacer brotar de la tierra marchita.

Aquellos obreros sudorosos eran algo menos que magos. O quizás algo más.

Brodel había alquilado una habitación en el pueblo, en un hotelucho desvencijado en donde la madera chirriaba y los zancudos daban vueltas todo el día sobre las macetas de helechos. Ahí esperó a que los obreros excavaran su pozo y ahí diseñó los planos de la construcción futura. La doméstica le proveyó papel y lápiz a cambio de nada, pero él no se sentía cómodo con las deudas y le pagó cada centavo. Le dejaba billetes entre las sábanas y sobre las encimeras de la cocina, y siempre que ella trataba de devolverle el dinero él la detenía con una tos de desagrado.

Un día la mujer alcanzó a ver el dibujo del plano y soltó una risilla. Era la primera risa que Brodel veía en años, así que sonrió también y los huesos de su quijada de acero tronaron como un viejo mecanismo oxidado.

Una obra de arte

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