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Cinco

Era mediados de julio cuando Brodel se mudó a la nueva casa. Pasó las primeras noches durmiendo como un perro en el piso desnudo, pero después se compró una hamaca y más adelante trajo la cama. Se la mandó a hacer a un carpintero que le recomendó la doméstica del hotel en donde se había hospedado por casi ocho meses. El hombre vivía muy lejos —incluso llegar hasta su casa en el jeep demandaba tiempo— y era un anciano alto y delgado que parecía que él mismo había sido esculpido durante años por un ebanista sabio y capaz. Sus ojos —cómo no— eran del color de la madera seca.

Le habló a Brodel de todos los tipos de cama que se podían concebir, de los árboles posibles que derribaría en un bosque mágico apartado de todo, del modo en que grabaría las figuras que le fueran solicitadas, de los barnices, de las colchas, de las sábanas y las almohadas. Hablaba con tal felicidad de su oficio que en algún momento Brodel creyó ver salir sus palabras convertidas en nubes de muebles magníficos que revoloteaban por los aires saturados de aserrín y se desvanecían lentamente sobre las virutas tibias en las mesas de labor.

El anciano sacó de su bolsillo una libreta con hojas amarillas de tan vieja, e invitó a Brodel a dar sus ideas. Brodel le describió su deseo lo mejor que pudo, con su laconismo habitual, y aguardó hasta que la traducción en el dibujo estuvo terminada. Se sorprendió de que la hoja expresara mejor que él lo que estaba en su mente, y le pagó al anciano por adelantado. Una semana después volvió en su jeep y se llevó la cama desarmada con las partes envueltas en gruesos cartones que no quiso quitar, a pesar de la insistencia del anciano que casi le suplicó que le echara un ojo antes de llevársela.

—Confío en usted —fue el consuelo que Brodel le dejó al viejo.

Cuando estuvo en casa, en la soledad de la habitación, arrancó los cartones y revisó detenidamente cada pieza. Eran en verdad una maravilla. Esculpida con la delicadeza de un maestro, la cama armada daba la impresión de ser una obra de exhibición y no un simple mueble de reposo. Brodel decidió de inmediato que le encargaría al anciano todas las labores de carpintería que requiriera para la casa, lo que incluiría las camas de las habitaciones de alquiler, las mesas, las sillas, los estantes y los pasamanos de la escalera. Cuando fue a visitarlo, se acordó de encomendarle, además, una pieza extra: un letrero.

—¿Qué quiere que diga? —preguntó el carpintero.

—Se alquilan habitaciones para artistas decepcionados.

—¿Solo para artistas?

—Sí.

—¿Decepcionados?

—Sí.

—Piénselo bien; quizá nadie lo visite. Personas decepcionadas puede que consiga, pero artistas nunca he visto por estos lares.

Una obra de arte

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