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César llega a Cesena ( Curva Caes Arena )
ОглавлениеCésar y el comandante Hortensio, después de recorrer la Via Decimana llegan a Curva Caes Arena,27 donde les esperaban muchos hombres siempre fieles a los populares28 de su tío Cayo Mario.
Unos diez años antes en la Romaña, los populares, encabezados por el tío de César, Cayo Mario, habían sufrido una severa derrota militar por parte de los optimates de Sila entre Forlí y Faenza, que había despoblado los campos.
César estaba reconstruyendo y reorganizando muchas cosas.
En esas tierras había prometido y entregado muchos terrenos y cargos públicos a sus veteranos y con los impuestos sobre las tierras y sus productos estaba embelleciendo y romanizando muchas cosas en la Romaña.
Edificios públicos, teatros, escuelas de gladiadores, lugares y calles, crecían para asegurarse fidelidad política, estabilidad militar y logística sobre el territorio.
Cesena fue llamada Curva Caes Arena, que significaba Arena Circular de César y con ese nombre aparecía entonces en un antiguo mapa romano.29
La Curva Caes Arena era una pequeña copia del Circo Máximo para las carreras de caballos que Cesar casi había terminado de construir, pero que, debido a su muerte producida pocos años después, la acabó de completar su sobrino, el emperador Augusto.
Una vez llegado a Cesena, César reunió a sus mejores oficiales, Labieno, Quinto Hortensio, Curión, Marco Antonio, Casio y Asinio Polión, para revisar la situación militar de Pompeyo al otro lado del Rubicón.
—Te saludo César. Para la fiesta de tu llegada hemos organizado espectáculos ecuestres dentro de tu arena, que está casi terminada —dijo Curión.30
—Gracias, ya sabéis que me gustan las carreras de caballos, pero antes hablemos de la situación estratégica de Pompeyo —respondió César.
—Pompeyo sospecha que quieres atacar Roma, ha salido de la frontera del Rubicón y ha avanzado con las dos legiones hasta apropiarse del Prissatellum,31 justo enfrente del Caes solum32 y las tierras donadas por ti a los galos. En este momento están enfrente de nuestras tropas a pocas millas de nosotros —dijo Marco Antonio.
—Sí, lo he sabido por los correos. Pompeyo ha hecho más o menos lo que hizo Flaminio cuando se puso a esperar la llegada de Aníbal —respondió sonriendo César.
—Exacto, mi César; solo tiene dos legiones y las ha dispuesto en formación de defensa sobre el Rubicón —dijo Marco Antonio.
—¿Y qué más está haciendo para defenderse? —añadió César.
—Pompeyo está amenazando a través de algunos sacerdotes con maldiciones y pérdida de la ciudadanía contra aquellos que osemos atravesar el Rubicón, pero solo lo hace para ganar tiempo y asentar una tercera legión de refuerzo en retaguardia y cubrir mejor la línea defensiva —respondió Marco Antonio.
—¡Mortatibus sui!33 —exclamó César con fuerza—. ¿Tal vez pretende usar el miedo a los dioses y la fidelidad a Roma de nuestros legionarios como arma de disuasión?
—Parece que sí, César. Y ha anunciado el envío de flamines y vaticanos34 aquí, a Caes Arena, para encontrarse contigo, pero veremos si tienen valor para atravesar el Rubicón y venir a hablar contigo —respondió Marco Antonio.
—Sin duda lo veremos. Como representantes de los dioses de Roma tienen acceso a cualquier lugar ocupado por legiones y legionarios romanos —respondió Labieno, el mejor general romano de César.
—¿Y si vinieran, que creéis que harían? —preguntó César.
—Normalmente hacen dos cosas. Negociar una paz en nombre del senado y disuadir a quien quiera atacar Roma o maldecir a todos contra los Dioses y nuestros antepasados guerreros —explicó Labieno.
—Somos mis antepasados y yo los que ya les hemos maldecido y les hemos declarado la guerra mucho antes que ellos —respondió César, sin poder seguir manteniendo la calma.
—¿Es que has hecho oficiar maldiciones y contrasacrificios mágicos a los sacerdotes druidas35 de nuestras legiones para tratar de protegernos? —preguntó Labieno.
—He hecho todo lo que es necesario para vencerlos y derrotarlos, general Labieno, y esto puede incluir tener buenos legionarios, como vosotros, y bastantes otras cosas —respondió César.
—Es una cosa malvada y prohibida atormentar con sacerdotes a un ciudadano romano o un amigo por intervención divina. Solo a los enemigos de Roma se los puede matar legítimamente por medio de sacerdotes y de los dioses del Hades, sin incurrir en la venganza de los dioses de Roma —respondió Labieno, que, como muchos legionarios romanos, respetaba los preceptos de la religión de Roma.
—Esta vez te equivocas, general Labieno. Soy también Pontefix Massimum36 y sé muy bien qué hacen en secreto nuestros sacerdotes no muy lejos de aquí, en el Mons Jovis,37 inmediatamente después del Rubicón y te puedo decir que también allí ordenan matar a los enemigos del estado, primero con rituales divinos y luego, si esto no basta, con otras cosas —respondió César.
—¿Y entonces por qué, en lugar de ponernos en contra las maldiciones de nuestros sacerdotes y antepasados, no llegamos a un acuerdo de paz con ellos? —dijo el general Labieno, que no quería guerrear contra Roma.
—Porque ellos se han convertido en enemigos del estado, debido a sus crímenes cometidos contra los ciudadanos y contra nuestros representantes populares y no tendrán de su lado, ni a los dioses, ni a nuestros antepasados. Pero no es con rituales mágicos como pretendo derrotarlos —concluyó César.
—Pues parece que ellos pretenden hacerlo de ese modo, César —respondió Curión.
—Explícate mejor.
—Por lo que he oído decir, tienen la intención de trazar otra raya roja sobre la segunda línea defensiva y hacerla sagrada e inviolable —añadió Curión.
—¿Quieren trazar otra raya roja? ¿No les basta ya con la del Rubicón…? —César empezó a reírse y luego añadió—: ¿… y dónde querrían dibujar esa otra raya roja?
—Inmediatamente después de la primera línea del Prissatellum.
—Claro. Así, en caso de ceder, les bastaría con retirarse detrás de esa línea y piensan que ningún soldado romano osaría atravesarla armado. Pero eso significa también que no tienen muchos legionarios desplegados sobre el Rubicón y tratan de detenernos con el miedo a los dioses —Luego añadió—: Ordenad inmediatamente anular los miedos de nuestros legionarios, con contrasacrificios de druidas y sacerdotes celtas de nuestras legiones galas —ordenó César.
—Eso puede funcionar con los legionarios galos, pues ellos creen más a sus druidas que en los dioses de Roma, pero nuestros legionarios romanos creen en los flamines y nosotros, como sabes, no tenemos sacerdotes flamines que nos sigan —le respondió Curión.
—Lo sé, los sacerdotes flamines están al servicio del senado y no pueden ponerse al servicio de una legión sin autorización de Roma. Sin embargo, pretendo hacer que nuestros legionarios no tengan medio de subgestitis et superstitis38 inculcadas por los enemigos —respondió César.
—Pero habría también otro problema, además de los flamines —dijo Curión a César.
—Explícate.
—Pretenden detener también a nuestras legiones galas sobre la primera línea del Prissatellum.
—¿De qué modo?
—Hay una bruja gorgona39 muy poderosa y creída por el vulgo que vive en el manantial del Urgon,40 precisamente en los montes que nos rodean, que los hombres de Pompeyo pretenden usar aprovechando las creencias y los miedos de nuestros legionarios galos —respondió Curión, atrayendo por un momento la atención de todos los presentes.
—¡Mortatibus sibi!41 Explícame de inmediato lo que acabas de decir —exclamó César.