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La bruja del Urgon
ОглавлениеSobre los Apeninos Romañolos todavía existe el nacimiento de un río que aún hoy se lo llama Urgon.
Muchos consideran que el Rubicón nace en ese lugar, porque en el dialecto de la Romaña esa palabra podría significar Rubicón, pero a decir verdad no ay ninguna seguridad sobre esto, porque en dialecto de la Romaña se debería decir Rubgon o, en todo caso, Urbgon, si se habla un romañolo muy cerrado.
Por el contrario, nadie ha advertido que la palabra Urgon significaba en etrusco antiguo gorgona, es decir, una especie de bruja horrible y aterradora similar a la legendaria Medusa y que donde nace el Urgon se encontraba un lugar llamado todavía hoy Strigara.42
Además, un poco más adelante de esa fuente hay otro lugar, todavía hoy considerado como muy misterioso, llamado Gorgoscuro.43
Pero volvamos a Curión mientras se pone a explicar a todos quién es la bruja del Urgon.
—Esta bruja vive y trabaja sin descanso en los montes junto al nacimiento del río.
»También se dice que tiene acceso a los infiernos, ve el pasado, presente y futuro y resucita los cuerpos de los muertos, obligando a sus almas a volver para crear encantamientos y hechizos mágicos.
—¿Y qué? Aunque fuera verdad, no es una diosa, sino solo una intermedium44 entre los hombres, los infiernos y los dioses. ¿Qué podría hacer contra nosotros? —respondió el comandante Marco Antonio.
—Si es por eso, tampoco los sacerdotes flamines son divinidades, sino solo intermedia entre los hombres y los dioses de Roma —respondió Curión.
—No es verdad, eso es una blasfemia. Los flamines y nuestros otros sacerdotes romanos hablan por boca de los dioses de Roma y son sus vicarios en la tierra —replicó el general Labieno.
—Si es por eso, también se dice que la brujas hablan por boca de los infiernos y de la ultratumba —respondió Curión.
—Sí, pero son inferiores a los flamines. Flaminis super stitiius striges, sed sub stantias Deis45 —respondió Labieno, que era un fiel cumplidor de la religión romana de la época.
—No se trata de esto. Están buscando condicionarnos para que no combatamos. Hemos visto muchas cosas similares usadas contra nosotros durante las campañas en la Galia y los legionarios romanos temen poco a las divinidades bárbaras, pero los galos podrían verse frenados y asustados por estas coas. Cuéntanos, Curión, que más sabes de esta bruja gorgona —intervino César para cerrar la discusión.
—Poco antes de llegar a la fuente, hay una presa que ha formado una laguna artificial que sirve para regular el flujo de las aguas del río Prissatellum, que nos separa de las legiones de Pompeyo.
»Además, he oído decir por informadores que pretenden usar a la gorgona para hacer malditas esas aguas y liberarlas en el río en cuanto vean que nos preparamos para atacarlos.
»Naturalmente, harán correr la historia de que quien pasa esas aguas muere en breve, para tratar de impedirnos atravesarlas.
»Luego llenarán las orillas del Prissatellum con cabezas y máscaras de gorgona colocadas sobre estacas que hincarán en el suelo como límite y frontera que traerá desgracias superar. Así nuestros legionarios se sentirán impresionados y temerosos al cruzar ese río46 —concluyó Curión su exposición.
—También yo soy un poco supersticioso, pero, si ese es el único problema, dejemos que algunos druidas de nuestras legiones galas adopten todas las contramedidas y protecciones oportunas. Algunos de ellos son muy eficaces —respondió un comandante galo presente.
—¿Qué podría hacer un druida para proteger a nuestras tropas? —intervino César de inmediato.
—Los druidas no cuentan mucho de lo que hacen, pero pueden librar de encantamientos y maldiciones, bosques y lugares de las forestas, dejando hadas y duendes de guardia en su lugar, pueden sanar con hierbas todos los males y hechizos de las brujas, hacer milagrosos y mágicos las fuentes y los ríos, lanzar hechizos y maldiciones sobre los enemigos tan poderosos que incluso los pueden paralizar.
»Pero se cuidan de no maldecir directamente a los dioses de los enemigos, solo para derrotarlos en la batalla. Los druidas maldicen lugares y personas, pero no dioses —respondió con convicción el comandante de los galos mientras explicaba todo esto.
—¿Cómo estás seguro de ello? —le preguntó Hortensio.
— En un bosque del norte he acompañado una noche bajo un roble a un druida que nos ha mostrado, a mí y a otros, muchas cosas y lo que acabo de decir.
—¿Y no podía ser un truco o una ilusión?
—No lo creo, pero, aunque lo fuera, los soldados galos creen en los druidas. Y esto supone una diferencia —respondió el comandante de los galos.
—Bueno, entonces se podría usar a los druidas para asegurar las orillas y los bosques de la frontera contra la bruja y para proteger a los galos contra las maldiciones a quien atraviese esa frontera —explicó el comandante Hortensio.
—Estoy de acuerdo contigo, Hortensio —intervino César—. Pompeyo, al no tener fuerzas suficientes, está tratando de impedirnos actuar por medio del miedo. Mañana trata de descubrir que pretenden hacer en ese río y dispón que los druidas estén listos para proteger esos lugares y a nuestros hombres —le ordenó César.
—Así se hará, César —respondió Hortensio.
—Ahora ya basta de dioses y brujas. Pasemos a las fuerzas militares sobre el terreno. Mostradme mejor nuestras líneas y las de Pompeyo —dijo César para tratar de quitarse de encima sin que se apreciara un poco el temor que también él tenía de atravesar el Rubicón.