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Lo que me contaron de un balón Primer lugar

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Violeta Galeano Flórez

No hace mucho tiempo que conocí a un niño, que ya no era tan niño y del que no recuerdo su nombre porque podría ser cualquiera. Supe, porque él mismo me lo dijo, que, más pequeño, pero mucho más pequeñito, le encantaba jugar al fútbol y no solo le encantaba, ¡le fascinaba!, así me lo contó. Pero, lo hacía con muy pocos compañeritos o jugaba con algunas niñas y eso porque eran sus primas, entonces le tocaba pasarles el balón a las sillas de la casa, a los palos del parque y los gaticos de la calle. Sobre todo, lamentaba no jugar con su papá, que también moría por el fútbol, pero que tenía poco tiempo. Era un niño algo tímido y un poquitico triste, me dijo.

Un día cualquiera, botó todas sus figuritas de los álbumes del Mundial y ya no quiso jugar a la pelota, ni con sus compañeritos, ni con sus primas, ni con las sillas, ni con los palos, tampoco con los gaticos, ni con su padre, que sorpresivamente había muerto.

Años después, aunque seguía pareciendo un niño, ya estaba en la universidad, estudiaba Ingeniería industrial, era el mejor de su clase y, aunque quería ser oficinista, sentía que adentro algo no estaba bien y, aunque se preguntaba qué podría ser, ni por milagro se enteraba.

Un día su madre le dijo que, mientras sacaba cosas viejas, había encontrado algo de su papá para él: un balón de fútbol y una nota que decía: “él te llevará a la montaña más alta, al llano más plano y al lugar más profundo”. El niño sintió rabia y le dio una patada a la pelota y ella simplemente desapareció en el cielo. Un tiempo después, y por sus estudios, tuvo que viajar a un cerro para una investigación, con tal sorpresa que en la cima encontró el balón. Entonces lo volvió a patear furioso. Tiempo después hizo otro viaje a los Llanos orientales y adivinen: estaba allí la pelota, entonces con la misma ira volvió a patearla. Y un día, en su casa, descansando de tanto viajar pudo ver que algo se movía tras una cortina... Era la pelota. Al verla se quedó asustado.

El niño volvió a la universidad y todos, como siempre hablaban del fútbol, lo invitaron a un torneo y entonces él aceptó, jugó con todos y fue muy divertido, lo mejor es que desde afuera de la cancha, el balón lo miraba, se dio cuenta de que en él estaba la compañía de sus primas, de las sillas, de los palos, de los gaticos, de sus compañeritos y, sobre todo, la de su padre, a quien tanto había extrañado. La pelota y el fútbol hacían el milagro de la compañía y de la felicidad.

Todo eso me contó.

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