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LOS PROCESOS INFLAMATORIOS

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Existen numerosas enfermedades con base inflamatoria, algunas de ellas de localización articular, como la osteoartritis (artrosis), la poliartritis reumatoide, la artritis juvenil, la gota y la espondilitis anquilosante, por citar las más prevalentes e importantes que se describirán en el capítulo «Las enfermedades articulares de tipo inflamatorio». El proceso inflamatorio que se desencadena en un tejido corporal afectado conlleva la aparición de una compleja cascada biológica de señales moleculares y celulares que alteran su normalidad fisiológica. La manifestación clínica supone la aparición de los síntomas clásicos de inflamación: dolor, rubor (enrojecimiento), calor e hinchazón.

En el foco de la lesión, las células emiten señales moleculares que causan cambios en la zona afectada, como el incremento del aporte de sangre y de la permeabilidad vascular con salida de sustancias hacia el medio externo (fuera de los vasos sanguíneos) y, a su vez, llegada de leucocitos (glóbulos blancos). Se inicia así una auténtica batalla con armas muy potentes (los eicosanoides, compuestos derivados de los ácidos grasos, y sus derivados) que acuden al foco inflamatorio.

Inicialmente, la inflamación es un proceso de carácter protector destinado a eliminar el agente causante del daño generado en el organismo y reconstruir los tejidos alterados, pero si se cronifica, entonces la inflamación se convierte en un mecanismo patológico asociado a la propia enfermedad, es decir, como si fuera una enfermedad sobre otra enfermedad. Esto puede ocasionar importantes lesiones en el organismo al deteriorar los tejidos, a pesar de los sistemas de autorreparación de los que dispone el propio cuerpo.

La alimentación está relacionada con la respuesta inflamatoria. En concreto, la presencia de determinados componentes alimentarios —algunos nutrientes, como proteínas, grasas o hidratos de carbono, y otros elementos, como los polifenoles— influye en el proceso inflamatorio en un sentido u otro según las circunstancias, como explicaremos más adelante. Los eicosanoides derivados de los ácidos grasos que se ingieren con los alimentos pueden ser de perfil más o menos proinflamatorio en función de los hábitos dietéticos. Esta circunstancia se verá con detalle más adelante, cuando expliquemos los aspectos alimentarios relacionados con las enfermedades articulares. Por ahora destaquemos que el contenido nutricional del patrón alimentario puede intervenir en la cadena inflamatoria dificultando la expresión de determinados factores que participan en el proceso.

El atractivo de las estrategias dietéticas radica en que, además de influir en la sintomatología inflamatoria, aportan elementos de protección para enfermedades como la arterioesclerosis, determinados tipos de cáncer o la obesidad. Esto es lo que ocurre con el patrón alimentario mediterráneo, relacionado en algunos estudios epidemiológicos no solo con un menor riesgo de mortalidad cardiovascular o de ciertos tipos de cáncer, sino también con una menor prevalencia de enfermedades articulares crónicas.

Al tratarse de afecciones en las articulaciones, es decir, en las estructuras encargadas de soportar el peso corporal en buena parte, es importante destacar que el mantenimiento de un peso adecuado es fundamental en la prevención y en el tratamiento de estas enfermedades. Por otro lado, el nivel en sangre de determinados indicadores bioquímicos de la inflamación se han relacionado con la obesidad, lo que corrobora que el exceso de peso constituye un factor de riesgo para muchas de estas patologías.

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