Читать книгу Frágiles - Javier Cabanyes Truffino - Страница 10
Оглавление2.
MENTE Y CEREBRO
Relaciones y límites
José Manuel Giménez Amaya y José Angel Lombo
Introducción
La relación entre la mente y el cerebro es hoy un campo de encuentro privilegiado de una antigua discusión que recorre la historia del pensamiento humano: las relaciones entre el alma y el cuerpo o entre lo espiritual y lo corpóreo. Se trata de un tema en el que se han entretejido de distintas maneras el enfoque de la filosofía y el de la ciencia experimental. De manera general, pueden descubrirse tres situaciones en estas relaciones. Una primera, que se observa en el pensamiento antiguo, en la que se da una continuidad entre el saber empírico y la reflexión sapiencial. En una segunda etapa, sin embargo, con el desarrollo de la ciencia moderna (sobre todo a partir del siglo XV), comienza un proceso de divorcio entre la filosofía y la ciencia experimental. Ha sido en un tercer momento más reciente (desde finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX) cuando esta separación se ha ido percibiendo como algo insatisfactorio, para abrir paso a un nuevo camino de diálogo y de cooperación. Uno de los campos en el que este impulso reconciliador se ha visto más favorecido es, precisamente, el de las relaciones entre mente y cerebro, o también entre la filosofía y las ciencias biológicas del estudio del sistema nervioso.
Es claro, por tanto, que en la situación actual del estudio de las relaciones entre la mente y el cerebro se demanda una respuesta que sobrepasa los límites de una ciencia individual. En este sentido, los estudios sobre el cerebro humano a lo largo del siglo XX han puesto de manifiesto, progresivamente, la necesidad de una conexión entre distintas disciplinas biológicas. Precisamente, esta necesidad ha propiciado el surgimiento de lo que hoy entendemos como neurociencia, enfoque que ha ido alcanzando éxito en el estudio del sistema nervioso en su conjunto y de sus implicaciones en el comportamiento humano, tanto normal como patológico.
Este acierto metodológico de la neurociencia, desde el punto de vista interdisciplinar, ha propiciado su propia apertura —y, con ella, del saber empírico en general— al diálogo y a la discusión con otras disciplinas de corte humanístico y sapiencial.
La peculiaridad de esta apertura interdisciplinar propia de la neurociencia, en la que se aúnan las diferentes ciencias experimentales con un objetivo común, ha conducido a un cuestionamiento histórico del paradigma moderno del saber científico. Efectivamente, la modernidad se había caracterizado por un enfoque marcadamente analítico y sectorial del mundo observable. Esta perspectiva permitía, sin duda, una aplicación del conocimiento al dominio de los objetos; pero había quedado estancada en su capacidad de acceder a distintos niveles de la realidad. En ese sentido, el final del siglo XIX e inicio del XX se había caracterizado por una creciente desconfianza acerca de la aptitud del saber científico-experimental para llegar a las cosas mismas, en un confuso clima de crisis cultural y social.
Esta situación, sin embargo, no se había quedado estancada en un mero escepticismo hacia el conocimiento humano, sino que iba a dar lugar a nuevas propuestas y paradigmas, como demuestran las revoluciones científicas de principios del siglo XX en el campo de las ciencias físicas y biológicas. En esta atmósfera de nuevas propuestas, la filosofía buscaba también una superación de enfoques puramente idealistas, que habían reducido la realidad exclusivamente a objeto del pensamiento, separando este de la experiencia.
Acercamientos a la cuestión
Una primera respuesta a esa situación de crisis sería la posición de Edmund Husserl y de toda la corriente fenomenológica posterior. Este autor percibe la necesidad de volver a las cosas mismas y descubre la conveniencia de conectar los saberes entre sí para llevar a cabo esa tarea. Precisamente en la línea de la fenomenología, otros pensadores llegaron a proponer un estudio del ser humano en el seno de un diálogo interdisciplinar con las ciencias experimentales. Estos enfoques constituirían el inicio de lo que hoy llamamos antropología filosófica, que surge con la obra de filósofos como Max Scheler, Helmuth Plessner o Arnold Gehlen.
Un enfoque filosófico distinto de la fenomenología, pero conectado también con la crisis de la modernidad, fue la corriente denominada positivismo lógico, que se desarrolló entre la Europa continental y la filosofía anglosajona a partir de los años veinte del siglo pasado. En definitiva, se trataba de llevar a cabo un retorno a la experiencia a través de la mediación del lenguaje, y por tanto dando a este el peso de criterio de verdad del conocimiento. En todo caso, siempre se hablaba de una compresión de las cosas estrechamente ligada a la evidencia sensorial. El límite de este enfoque era el riesgo de reduccionismo, al considerar el conocimiento humano cómo circunscrito rígidamente a los fenómenos sensibles y a su expresión lingüística. Por ello, esta corriente fue abriéndose progresivamente a otros modos de conocer, en lo que hoy se denomina filosofía analítica.
En continuidad con este último enfoque, se ha desarrollado lo que hoy conocemos como filosofía de la mente. Esta disciplina estudia temas que eran tradicionalmente objeto de la psicología (actividades psíquicas cognitivas, afectivas, desiderativas, etc.), pero que ahora son consideradas en su relación con el sistema nervioso, y muy especialmente con aquellas zonas del mismo que se encuentran más desarrolladas y localizadas en el cerebro.
En definitiva, las distintas reacciones a la crisis del modelo moderno del saber, tanto en el ámbito científico experimental como en el filosófico, han conducido a una creciente toma de conciencia de la necesidad de un diálogo interdisciplinar entre distintos enfoques acerca de la realidad. Esto se ha manifestado en el desarrollo de disciplinas como la ya mencionada antropología filosófica (que puede conectarse históricamente con la fenomenología) y, más recientemente, en la filosofía de la mente (que se entronca más directamente con la filosofía analítica).
Es en este ambiente más constructivo donde surge el problema de establecer los límites y los vínculos de cada disciplina, pero manteniendo no obstante su complementariedad y sin confundir sus diferentes perspectivas. De esta manera, surge una verdadera interdisciplinariedad, que puede verse de forma cada vez más floreciente precisamente en el estudio de las relaciones de la mente y el cerebro por parte de la neurociencia y de la filosofía.
Como ya indicamos anteriormente, las relaciones entre mente y cerebro expresan el tema más amplio de la conexión entre lo espiritual y lo corpóreo. Sin embargo, en los últimos decenios —y también en conexión con el avance de los estudios neurocientíficos sobre el cerebro humano— esta relación se ha visto, cada vez más, como algo problemático. Para poder ilustrarlo, conviene describir brevemente cómo llega la ciencia experimental al estudio del ser humano.
La perspectiva de la ciencia experimental
La perspectiva propia de las ciencias experimentales reconoce en los seres vivos, y muy particularmente en el ser humano, actividades específicas que podemos englobar en el concepto de vida. Estas se caracterizan ante todo por funciones metabólicas, es decir, aquellas en las que se aprovechan elementos del medio para la conservación y el desarrollo del propio individuo. Entre esas actividades, sin embargo, pueden identificarse distintos niveles, de acuerdo con su complejidad e importancia en la constitución del viviente.
Ante todo, algunas actividades están orientadas a mantener la propia estructura y con ella permitir las funciones más básicas, entre las que podemos señalar la alimentación, el crecimiento y la reproducción. Este tipo de actividades se encuentran en todos los seres vivos, pero algunos están restringidos solo a ellas, como sucede en el caso de las plantas. Otros seres vivos, en cambio, poseen además otras capacidades más complejas y especializadas, en las que surgen nuevas propiedades, que no se explican por la mera suma de las partes implicadas. Esas propiedades se revelan en el surgimiento de estructuras y funciones orgánicas diferentes, que constituyen precisamente el sistema nervioso. Este, además, resulta cada vez más sofisticado en la medida en que ascendemos en la escala filogenética.
Las propiedades apenas mencionadas sobrepasan la conservación del propio organismo, dando lugar a funciones cada vez más complejas y unitarias, que se encuentran implicadas en lo que de manera general se entiende por experiencia. Es muy especialmente en este ámbito donde las relaciones entre la mente y el cerebro han podido verse como problemáticas.
En el análisis de la experiencia, en efecto, se descubre una dimensión corpórea que puede examinarse a partir de elementos tangibles. Sin embargo, esos componentes no son suficientes para explicar lo más esencial de dicha experiencia, a saber, su contenido temático y su carácter unitario. Por ello, parece oportuno referirse también a otra dimensión, que podríamos denominar formal, la cual incluye aspectos que entran ya en el campo de lo psíquico.
La tradición aristotélico-tomista
En este ámbito, nuestra investigación común nos ha permitido recuperar la teoría de las facultades de la tradición aristotélico-tomista, en la que destacan el estudio de los sentidos internos y el de la afectividad sensible. Todas estas facultades se caracterizan por su índole orgánica y, al mismo tiempo, por su capacidad de hacerse cargo de la dimensión inmaterial de las realidades corpóreas con las que pueden entrar en contacto.
Por una parte, los sentidos internos (imaginación, memoria, etc.) concuerdan con los externos (visión, audición, etc.) en que también reciben información sensorial acerca de realidades materiales concretas. Sin embargo, los internos añaden sobre los externos la capacidad de alcanzar dichas realidades sin una presencia física inmediata de ellas. Tal capacidad apunta a un grado más alto de inmaterialidad por parte de los sentidos internos, que permite llevar a cabo una síntesis asociativa en un nivel superior.
Ya en este nivel operativo puede observarse una clara diferencia entre el ser humano y el animal irracional: los mencionados sentidos internos están dotados de una particular organización y complejidad en el hombre, que les permite una mayor capacidad de integración sensorial y va a constituir el punto de partida de las denominadas facultades superiores. Dicha integración se realiza en dos dimensiones, a saber: tanto en la representación de objetos (sentido común e imaginación) como en su valoración o estimación (cogitativa y memoria).
Por lo que se refiere a la afectividad sensible —siempre al hilo de la tradición filosófica ya mencionada—, esta presupone la actividad de los sentidos internos, muy particularmente de los valorativos, pues consisten en reacciones tendenciales a partir de la estimación práctica de lo conocido. A su vez, ejercen un influjo directo sobre la acción, de manera que el sujeto llega a poner por obra sus actos a partir de la secuencia entre conocimiento y afectividad.
De otra parte, la afectividad sensible reviste un carácter especial en el ser humano, en virtud del cual tiene un mayor influjo en la toma de decisiones. En efecto, esa dimensión operativa está dotada de una flexibilidad mucho mayor que en el animal, y puede ser modulada y orientada por el sujeto a través de los hábitos.
En definitiva, nuestra investigación común ha puesto de manifiesto de manera notable una profunda correspondencia entre la teoría aristotélico-tomista de las facultades y los hallazgos de la neurociencia moderna. Esta correspondencia revela, además, no solamente una conformidad epistemológica entre la perspectiva filosófica y la científica experimental, sino también una profunda unidad entre la dimensión espiritual y la corpórea en el ser humano.
El problema de la conciencia y los trastornos neurales
Junto a lo anterior, conviene señalar dos temas en el ámbito neurocientífico que ponen en crisis, de alguna manera, esta visión unitaria del ser humano: el problema de la conciencia y el origen de algunas enfermedades neurodegenerativas y de los trastornos mentales.
En primer lugar, en el estado actual de la investigación neurocientífica, no se ha alcanzado todavía una comprensión suficiente del funcionamiento integral del cerebro humano, o, si se prefiere, de su actividad global como un todo unitario. Consiguientemente, la comprensión de la actividad de la conciencia resulta altamente problemática, tanto en su consideración psicológica como en su relación con las bases biológicas del funcionamiento del sistema nervioso.
Un enfoque reductivo de la actividad de la conciencia al solo ámbito biológico se ha demostrado netamente insuficiente por un motivo preciso: la dificultad (y hasta ahora imposibilidad) de mostrar en su totalidad de los denominados correlatos neuronales de la conciencia dentro del cerebro; y de poder señalar, además, cómo se implican entre sí con un funcionamiento unitario.
En segundo término, otro desafío al carácter unitario del ser humano y su actividad está constituido por la existencia de algunas enfermedades neurodegenerativas (la enfermedad de Alzheimer y otras demencias, y, de alguna manera, también la enfermedad de Parkinson) y los trastornos mentales (psicosis, alteraciones de la personalidad y de la identidad, etc.). En relación con estas afecciones neurológicas o psiquiátricas, la investigación biomédica ha dirigido últimamente sus esfuerzos por los cauces de la tecnología y de las terapias farmacológicas o quirúrgicas. Sin embargo, sigue sin responderse de manera clara y coherente la pregunta sobre el origen de estas dolencias en un marco neurobiológico.
Conclusiones
Aunque estamos constatando, en tiempos recientes, un cierto estancamiento en la investigación neurobiológica, nos parece que la profundización en el método interdisciplinar puede ayudar a alcanzar conocimientos más fecundos en esta ciencia biológica. De manera específica, podemos señalar algunos campos en los que estos avances revisten particular importancia. Podemos enumerar algunos particularmente relacionados entre sí, como son la atención, la memoria, los hábitos y la identidad. En conjunto, la investigación en estos ámbitos podrían ampliar nuestro conocimiento de las bases antropológicas de las relaciones entre la mente y el cerebro, así como de los fundamentos del enfermar y de los principios terapéuticos de los cuadros clínicos ya mencionados.
De manera conclusiva, cabe preguntarse sobre las causas de esta reciente inflexión negativa en los estudios de las relaciones entre mente y cerebro. Una clave puede encontrarse en la creciente demanda social de estudios que sean directamente aplicables a la salud de las personas. Con ellos se están primando mucho las investigaciones clínicas relacionadas, por ejemplo, con el cáncer o las enfermedades cardiovasculares, pero se dejan de lado análisis más teóricos sobre las relaciones mente-cerebro como la que aquí nos ocupa. Esta situación, además, se ha visto extraordinariamente agudizada en los dos últimos años con la pandemia de la COVID-19.
Por otra parte, desde un punto de vista más teórico, se va alimentando una nueva concepción acerca de la salud y de la duración de la vida. Estas concepciones entran en el planteamiento de lo que en tiempos recientes se viene llamando transhumanismo. Entre las muchas facetas de este enfoque, podemos destacar al menos dos, una biológica y otra tecnológica.
De una parte, en el ámbito biológico la estructura genómica se concibe como un importante elemento de manipulación. En efecto, a través de sus modificaciones se podría obtener como resultado una mejora duradera —y radical— de la especie humana. De otra parte, el progreso tecnológico aplicado directamente a los problemas humanos ha conducido al desarrollo de lo que se ha venido a llamar inteligencia artificial. Esta aplicación está cambiando, de hecho, las relaciones entre el conocimiento humano y la acción, permitiendo un amplio alcance de esta última, pero también plateando problemas acerca de su control y de su sentido. Algunas de las dificultades que esta situación plantearía entran de lleno en el ámbito de las relaciones humanas y de su regulación legal.
Nos parece claro que un enfoque interdisciplinar, como el que hemos expuesto en estas breves reflexiones, puede ser de utilidad para mejorar no solo nuestra comprensión biológica del ser humano, sino también para hacernos más competentes desde el punto de vista ético.
Bibliografía
Giménez Amaya, J. M., Reflexiones de un neurocientífico, KDP, Amazon.com, Inc., 2019.
Giménez Amaya, J. M., Murillo, J. I., Mente y cerebro en la neurociencia contemporánea: una aproximación a su estudio interdisciplinar., Scripta Theologica, 2007;39:607-635.
Giménez Amaya, J. M., Sánchez-Migallón, S, De la neurociencia a la neuroética: narrativa científica y reflexión filosófica. EUNSA, Pamplona 2010.
Lombo, J. A., Giménez Amaya, J. M., La unidad de la persona: aproximación interdisciplinar desde la filosofía y la neurociencia. EUNSA, Pamplona 2013.
Lombo, J. A., Giménez-Amaya, J. M. The unity and the stability of human behavior: An interdisciplinary approach to habits between philosophy and neuroscience. Frontiers in Human Neuroscience, 2014; 8:607 (doi: 10.3389/fnhum.2014.00607).
Lombo, J. A., Giménez Amaya, J. M. La colaboración entre filosofía y neurociencia: una propuesta interdisciplinar para entender la unidad de la persona humana. Cuenta y Razón, 2015;34:27-32.
Lombo, J. A., Giménez Amaya, J. M. Biología y racionalidad: el carácter distintivo del cuerpo humano. EUNSA, Pamplona 2016.
Murillo, J. I., Mente – cerebro. En Diccionario Interdisciplinar Austral. C. E. Vanney, I. Silva y J. F. Franck (eds.), 2017, http://dia.austral.edu.ar/Mente_-_cerebro.
Murillo, J. I., Giménez Amaya, J. M. Mente y cerebro. En Diccionario de Filosofía, A. L. González (ed.). EUNSA, Pamplona 2010:730-734.
Sanguineti, J. J., Acerbi, A., Lombo, J. A., (eds.), Moral Behavior and Free Will: A Neurobiological and Philosophical Approach. IF Press, Morolo (Italia) 2011.
Sanguineti, J. J., Neurociencia y filosofía del hombre. Palabra, Madrid 2014.