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4.

CULTURA(S) E IDENTIDAD

Diferencias y tolerancia

David Reyero García

El problema de la cultura

Uno de los conceptos más relevantes para las ciencias humanas de nuestro siglo es sin duda el de cultura, pero precisamente en su relevancia está también su complejidad. ¿Qué es exactamente la cultura? ¿Cómo se genera? ¿Qué problemas subyacen a su variabilidad? ¿Qué relación tiene con la naturaleza humana?

No podemos entender el concepto de cultura sin hacer referencia a algo específicamente humano. Si bien puede hablarse en sentido lato de cultura de los simios o de los lobos porque estos tienen algún tipo de organización grupal y de jerarquías, solo podemos hablar de cultura en sentido estricto en el caso del ser humano. El ser humano es el animal cultural por antonomasia. En el ser humano la cultura suple sus muchas carencias. Ya en el mito de Prometeo tal y como nos lo cuenta Platón en el Protágoras, el filósofo se hace cargo de esa importante diferencia. En el reparto de los dones que sirven para afrontar la vida, el despistado Epimeteo, encargado de tal tarea, dota a los animales con dones específicos, a algunos les da garras a otros fuerza o rapidez etc., cuando Epimeteo llega al ser humano se da cuenta de que no le queda nada que repartir. El ser humano es descrito como un ser carencial, mal equipado para la vida en la naturaleza. Prometeo al descubrir lo que su hermano había hecho roba para ellos el fuego y la sabiduría de las artes con las que hacer viviendas, vestidos, calzado y abrigo. Pero esa sabiduría de las artes es incompleta pues necesitaba de la ciencia política y la justicia a fin de que los seres humanos puedan convivir, organizarse en ciudades y prosperar. Estos últimos dones, al contrario que las otras artes, deberían estar distribuidos por igual entre todos los hombres a fin de que pudiesen cooperar y reconocer la justicia. En efecto, no hace falta que todos sepan medicina, carpintería o el arte de la navegación, por ejemplo, pero para Platón si es necesario que todos puedan participar en el gobierno de la polis o distinguir lo justo de lo injusto.

Con el texto platónico tenemos ya descrita en esencia, en que consiste la cultura humana. La cultura es el fruto de lo que luego autores como Gelhen han descrito como el efecto de nuestra dimensión carencial. Suplimos con cultura la falta de determinación biológica. Los instintos no nos dicen de manera suficiente como debemos vivir. esta realidad antropológica tiene algunas consecuencias pedagógicas muy importantes.

Clifford Geertz cuando explica el tercero de los grandes descubrimientos de la antropología moderna lo dice así:

Se advirtió desde el punto de vista físico que el hombre es un animal incompleto, un animal inconcluso, que lo que lo distingue más gráficamente de los no hombres es menos su pura capacidad de aprender (por grande que esta sea) que las particulares clases de cosas (y cuántas cosas) que debe aprender antes de ser capaz de funcionar como hombre[1].

Nuestra mente está naturalmente hecha para llenarse con cultura, con aprendizaje. Este aprendizaje está referido al funcionamiento completo de nuestro ser. Necesitamos aprenderlo todo. Toda acción y todo sentido de dicha acción está teñido por el aprendizaje y por los recursos con los que completar esa carencia de la que hablamos antes y que el mismo Geertz reconoce bajo el término animal inconcluso.

Cada grupo humano ofrece a sus nuevos miembros un repertorio de recursos culturales con los que llenar ese vacío que la pura biología no ha cubierto.

La primera constatación es evidente y tiene que ver con la oferta. Las culturas aparecen, así como distintos modos de llenar y encontrar sentido a la acción humana, pues no son solo las acciones funcionales las que están cubiertas por la cultura, sino también las celebrativas y lúdicas.

¿Podemos hablar aquí de cultura viva y cultura muerta? En efecto, es esta una de las primeras puertas al fracaso personal. No solo fracasan los individuos sino también las culturas que los nutren. No es, por ejemplo, el aumento del número de suicidios en adolescentes y la relación de estos con el aumento del uso de pantallas[2], algo que pueda achacarse solo al adolescente concreto. El mundo cultural en el que son sumergidos guarda una profunda relación con esos datos, y son una manifestación de cierto fracaso cultural en el objetivo de llenar la vida y otorgar sentido. Existe una indudable raíz cultural en muchas psicopatías y el estudio de la cultura puede ser un interesante campo de investigación para disciplinas como la psiquiatría.

Pero aún debemos profundizar un poco más en el problemático concepto de cultura.

Formas tradicionales de enfrentar la diferencia cultural y sus límites

El concepto de cultura, en su sentido moderno, nació en el siglo XIX y se suele citar a Tylor como la primera persona que trató de articular una definición[3]. Tylor y los primeros antropólogos estaban preocupados por la diferencia y por lo que esta dice del propio ser humano. Esas primeras corrientes antropológicas se encontraban bajo dos ideas que funcionaron juntas.

La primera de estas ideas era el interés en clasificar y jerarquizar las distintas culturas. Ante la diferencia la primera reacción es tratar de realizar clasificaciones que nos permitan actuar en consecuencia. La segunda de estas ideas era una cierta concepción estratigráfica del ser humano. Lo humano tenía que estar situado más allá de esas diferencias que son accidentales. Desde la ilustración, y a partir de las disciplinas que nacen con la modernidad, se piensa en al ser humano como un animal con varias dimensiones que coinciden con distintas ciencias establecidas, que aparecen como superpuestas o secuenciales. La biología, la psicología, la sociología y la antropología. Así las cosas, para saber qué es el hombre habríamos de quitar aquello que resulta accesorio y cambiante, la cultura, para así poder encontrarnos con lo esencialmente humano.

Las clasificaciones siguieron inicialmente dos criterios contrapuestos. El primero la cercanía o lejanía con la cultura ilustrada y sus formas de entender la razonabilidad o la libertad[4]. En consecuencia, lo que no coincide con lo propio, con los criterios ilustrados, es tachado de irracional, de primitivo. El etnocentrismo aparece como la respuesta más evidente del análisis y la comparación entre culturas, junto con el racismo como teoría que daba una base biológica a dicha creencia.

A comienzos del siglo XX con F. Boas y su particularismo histórico, se pasó a defender el criterio opuesto. Las culturas no podían compararse pues cada una respondía a categorías y evoluciones distintas. No se puede juzgar una cultura fuera de sus marcos interpretativos, el valor de cada cultura es siempre relativo.

Ambos tipos de clasificación con sus dos consecuencias, el etnocentrismo o el relativismo, han centrado la mirada educativa frente a la diferencia cultural. O bien el asimilacionismo se justifica para llevar al otro al ideal cultural superior y legítimo, recordemos los conflictos de la Francia republicana con el asunto del velo islámico, o bien la educación en la diferencia y el mantenimiento de la distancia cultural, pensemos en los intentos de crear escuelas para aborígenes en Canadá o en Australia en la idea de que así se revaloriza su cultura[5].

Subyacen en estos temas dos problemas que debemos abordar y que nacen de estos conceptos de cultura propios de la modernidad. El primero es una reificación conceptual. La cultura se presenta aquí como un concepto terminado y bien definido; una fotografía más que una película. Se explica lo permanente pero no el movimiento. Se reduce la individualidad o se tiene problemas para explicarla y se objetiva a los miembros de un determinado grupo que están llamados a repetir pautas ya establecidas que los explican.

Por otro concepto de cultura

¿Pero, qué pasa si aquello que consideramos superpuesto pasase a ser lo esencial?, ¿y si lo accesorio resulta ser lo común? Según Geertz en la obra ya citada[6] así debemos leer la cultura gracias a tres descubrimientos de las ciencias que estudian al ser humano. El tercero ya lo hemos comentado. La necesidad humana del aprender está por encima de su capacidad de hacerlo. Los otros son los siguientes: primero, no hay una separación clara entre desarrollo biológico y cultural, sino que ambas dimensiones se retroalimentan entre sí. Segundo, los cambios biológicos más importantes se produjeron en el sistema nervioso central, y especialmente en el cerebro. La biología nos hizo dependientes de lo simbólico[7].

Dicho de otra manera, la biología humana es cultural, es el fruto de una creciente dependencia simbólica, y la cultura humana es biológica. Nuestra cultura humana es cómo es porque tenemos la biología que tenemos. La cultura no es un cúmulo de ritos, prácticas o recetas para vivir por mucho que dé lugar a ritos, prácticas y recetas para vivir. La cultura se comprende mejor, no cómo complejos esquemas de conducta (cerrados), sino como la utilización concreta personal, de una serie de mecanismos de control (programas) que gobiernan la conducta. El hombre además es el animal que más depende de esos mecanismos de control extragenéticos. La cultura son unas reglas con cierta flexibilidad que permiten jugar el juego de la vida, y sin las cuales no existe posibilidad de vida humana en plenitud.

En la ilustración el hombre era lo que quedaba si quitábamos lo cultural, y en la antropología clásica el hombre era el fruto de lo que de universal podíamos encontrar en todas las culturas. Pero para esa forma de ver las cosas las diferencias entre los hombres y las culturas son accesorias. Sacrificamos la diferencia, los detalles vivos que dan color a la vida humana[8]. Sin embargo, solo comprendiendo ese carácter variado podremos aprender lo que es el hombre. La cultura es lo que nos convirtió en especie y lo que nos convierte en individuos, lo que nos particulariza y diferencia.

Además, el concepto de Geertz nos ayuda a no entender la cultura como algo estático, y a comprender la realidad cultural que ponen de manifiesto las personas que padecen los efectos de las migraciones, por ejemplo. No obstante, incluso esta definición de lo cultural nos enfrenta al problema de sus límites con respecto a lo verdadero. ¿Conocemos lo real, lo justo, lo bello, o lo verdadero o solo reproducimos criterios y lenguajes culturales?

Lo natural, lo cultural

Se suele contraponer lo cultural con lo natural a la hora de hacer juicios sobre lo que debemos o no debemos aceptar. A lo natural se le asigna el rasgo de que es como es, tiene dinámica propia y señala lo que debe aceptarse y hacerse. Sin embargo, lo cultural es poco menos que arbitrario y cambiante y, por lo tanto, no requiere más respeto del que en cada momento acordemos. Se va más lejos cuando se dice que en el ser humano hasta lo natural es cultural o modulado por la cultura y somos dueños de modificar prácticamente todo. Todo aspecto está a nuestra libre disposición. Pensemos, por ejemplo, en el asunto de la sexualidad. Existen autores relevantes como Judith Butler[9] que sostienen que incluso las categorías biológicas para clasificar lo sexual en el ser humano, son categorías creadas más que descubiertas, y sujetas también, a la misma posible reinterpretación que el resto de la cultura. Esta es siempre modificable sin más límites que los que queramos imponer

Es una manera de leer la contraposición naturaleza cultura aparentemente sugerente porque nos sitúa en la perspectiva de un dios con capacidad de definir por sí mismo, que no de descubrirlo, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto, lo verdadero y lo falso.

Pero, ¿es una lectura correcta? La enorme variedad de formas de organizar la vida humana puede provocar, como provoca entre muchos antropólogos, cierta perplejidad y sensación de arbitrariedad. Verdaderamente ningún antropólogo dirá que la cultura se moldea como se moldea un trozo de barro, pero sí que las culturas tienen en su interior cierto germen o reglas que permiten su modificabilidad a través de la dimensión humana de la agencia. Estamos obligados a realizar algunas precisiones para solventar esta perplejidad que nos termina por encerrar en descripciones, interpretaciones y clasificaciones que rehúyen las preguntas fundamentales sobre el ser de las cosas y su relación con el ser humano.

Primero, aunque la relación del ser humano con la realidad está mediada por la cultura, en esa mediación siempre se corre el riesgo de velar culturalmente aspectos de la realidad mientras se desvelan otros. La mediación cultural es mediación sobre algo, lo real, que existe y está ahí. La cultura vela tanto como desvela la realidad. Qué velamos o qué desvelamos es una pregunta que no podemos soslayar. Existen formas culturales más sensibles a la belleza, al bien o la verdad que otras. Distinguirlas no es un imposible, exige diálogo, pero no sobre un juego lingüístico sino sobre lo que sea justo, bello y bueno de la realidad.

En la historia se manifiesta en muchos casos la radical apertura a lo real que está más allá de las formas culturales dominantes. No son pocas las ocasiones en las que unos pocos sujetos son capaces de ver lo injusto donde la mayoría ve normalidad justa, o belleza donde nadie la ve todavía. ¿Estamos hablando de fallos en la socialización cultural? ¿Son personas desequilibradas las que inician movimientos de cambio hacia un mundo más bello o justo? ¿De dónde sale esa capacidad? Ver esos movimientos como fallas o grietas en la reproducción cultural sería empequeñecer el significado del propio ser humano. Son más bien el efecto de la apertura radical del hombre a una realidad que siempre está allí más allá de los esquemas culturales en los que se vive, y que es posible desvelar de manera más precisa. Este aspecto esencial del hombre también permite reconocer verdad, belleza y justicia en relatos o expresiones artísticas escritas con lenguajes culturales muy lejanos a los propios.

Segundo, ¿qué hacer con las manifestaciones que percibimos injustas y son dominantes? ¿Cómo transmitir aquellas en las que reconocemos belleza y verdad, pero dejan de estar a la moda? ¿Cómo gestionar los conflictos de origen claramente cultural y su repercusión en la persona?

El principio de tolerancia frente a la diferencia cultural

La dimensión cultural del ser humano nos obliga a algunas actitudes. La primera una cierta prudencia frente a prácticas y herencias que por desconocidas pueden resultarnos extrañas. Antes de juzgar, conocer para comprender. Evidentemente no podemos leer este principio como una apuesta absoluta por la tolerancia. Conviene recordar que la tolerancia es una virtud negativa. Solo se tolera lo que se percibe como un mal. Sería absurdo decir que soy tolerante frente a aquello que comparto. Incluso lo que me es indiferente. ¿Por qué no tolerar aquello que me resulta indiferente? Ahora bien, si la tolerancia es una virtud frente al mal o lo que percibo como mal sí que parece necesario dar alguna razón de su valor. ¿Por qué permitir un mal o lo que percibimos como un mal?

Existen tres razones esenciales que nos obligan a ser tolerantes. Primero, evitar males mayores. En efecto, en una relación de autoridad, la de un padre con su hijo, por ejemplo, uno puede verse obligado a permitir acciones que sabe negativas en aras a conservar una relación educativa. La segunda razón tiene que ver con una cierta humildad que nos invita a reconocer que el grado de certeza sobre lo que consideramos bueno o malo puede ser insuficiente para prohibir ciertas prácticas. Tercero, el respeto a la dignidad y la libertad humana. No tenemos la última palabra sobre las decisiones de los demás.

Pero tolerar no es suficiente. Los educadores y todos aquellos que tienen profesiones de ayuda están obligados a ser proactivos. Con tolerar no basta. Hay que ofertar lo mejor al alcance.

Ciertamente parte de nuestro problema es una crisis de oferta. Esta época vive una crisis de horizontes explicativos que lleva aparejada una crisis de la transmisión. Pero transmitir una herencia cultural en la que reconocemos valor resulta el único camino para evitar dejar desheredadas a las generaciones futuras[10].

Frente a los intentos de huida tecnológica buscando una eficiencia ciega sin un sentido que transmitir, volver a vivir en lenguajes que siguen interpretando de manera rica la experiencia humana y mostrarlo es el único camino.

Cuando hablo ahora, en este momento, cuando hablamos, cuando pensamos también, lo hacemos utilizando palabras que nos vienen a veces de la historia más antigua (...). Cuando hemos aprendido a hablar con esas palabras, cuándo hemos aprendido a pensar con esas palabras, no se nos ha impedido inventar nuestra propia libertad. Muy al contrario, nunca habríamos podido pensar libremente sin esas palabras que hemos recibido. Y quienes nos las han transmitido tampoco podrían predecir qué íbamos a hacer con la lengua que aprendíamos. Con esas palabras podemos hacer el bien y podemos hacer el mal. Estamos abiertos por esas palabras al vértigo de la libertad[11].

Bibliografía

Bellamy, F.X. Los desheredados. Por qué es urgente transmitir la cultura. Ediciones Encuentro, Madrid 2018.

— Permanecer. Para escapar de la era del movimiento perpetuo. Ediciones Encuentro, Madrid 2020.

Butler, J. Cuerpos que importan. Sobre los limites materiales y discursivos del «sexo». Paidós, Barcelona 2012.

Díaz de Rada, Á. Cultura, antropología y otras tonterías. Trotta, Madrid 2010.

Geertz, C. La interpretación de las culturas. Barcelona, Gedisa 2003.

Harris, M. El desarrollo de la teoría antropológica. Una historia de las teorías de la cultura. Siglo XXI, Madrid 1993.

Kahn, J.S. (comp.): El concepto de cultura: textos fundamentales. Barcelona, Anagrama 2002.

Maalouf, A. Identidades asesinas. Alianza editorial, Madrid 2012.

Sammel, A., Whatman, S., Blue, L. (Eds.). Indigenizing education: discussions and case studies from Australia and Canada. Springer Nature, Montreal 2020.

Twenge, J. M., Joiner, T. E., Roger, M. L., Martin, G. N. Increases in depressive symptoms, suicide-related outcomes, and suicide rates among US adolescents after 2010 and links to increased new media screen time. Clinical Psychological Science, 2018;6(1):3-17.

[1] GEERTZ, Clifford (2003) [1973] La interpretación de las culturas. Barcelona, Gedisa, p. 53.

[2] TWENGE, J. M., JOINER, T. E., ROGER, M. L., & MARTIN, G. N. (2018). Increases in depressive symptoms, suicide-related outcomes, and suicide rates among US adolescents after 2010 and links to increased new media screen time. Clinical Psychological Science, 6(1), 3-17.

[3] TYLOR, Edward B. (1975) [1871] “La ciencia de la cultura”, en KAHN, JS (comp.): El concepto de cultura: textos fundamentales, p. 29-46. Barcelona, Anagrama. p. 29.

[4] HARRIS, Marvin (1993) El desarrollo de la teoría antropológica. Una historia de las teorías de la cultura. Madrid, Siglo XXI, p. 35.

[5] SAMMEL, A., WHATMAN, S., & BLUE, L. (Eds.). (2020). Indigenizing education: discussions and case studies from Australia and Canada. Springer Nature.

[6] GEERTZ, C. (2003) op.cit.

[7] GEERTZ, C. (2003) op. cit., pp.52-53

[8] GEERTZ, C. (2003) op. cit., pp. 56-57

[9] BUTLER, Judith. (2012). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Barcelona, Paidós.

[10] BELLAMY, Fracoise Xavier (2018). Los desheredados. Por qué es urgente transmitir la cultura. Ediciones Encuentro, Madrid.

[11] BELLAMY, F.-X. (2021). Crisis de la transmisión y fiebre de la innovación. Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria, 33(2), 1-10. https://doi. org/10.14201/teri.25407 (p. 2-3).

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