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5.

COMUNICACIÓN SOCIAL

Vidas online y offline: un nuevo modelo de comunicación

Pilar Escotorín y Daniela Lazcano

Introducción

Los comportamientos prosociales (tales como: dar, compartir, ayudar, cuidar, escuchar, consolar) tienen probados beneficios para la salud de personas y grupos. El estudio del comportamiento prosocial ha madurado lo suficiente como para producir un consenso académico general de que la prosocialidad está muy extendida, es intuitiva y está profundamente arraigada en nuestra estructura biológica (Keltner, Kogan, Piff y Saturn, 2014). La prosocialidad genera más bienestar, es preventiva de la violencia, de las adicciones y es una manera inteligente de activar la creatividad interpersonal y social.

A ser prosocial se puede aprender, los cambios se pueden condicionar y podemos entrenar nuestra prosocialidad incluso en edad adulta (Roche, 2010). El desafío de hoy es cómo propiciar una cultura prosocial en contextos virtuales y aparentemente menos interpersonales.

Las personas del siglo XXI que nacimos en el siglo pasado hemos visto cómo se han modificado nuestros hábitos de comunicación e información y sabemos que no siempre se logra lidiar con el impacto que los medios de comunicación y las redes sociales tienen en el día a día.

En este capítulo hablaremos de comunicación interpersonal y redes, dando una mirada integrada desde las ciencias de la comunicación y la psicología prosocial. La nuestra es una reflexión teórico-aplicativa para comprender cómo se puede favorecer la creación comunidades sanas, resilientes y solidarias en un entorno comunicativo mediado por las redes sociales.

Vidas online

Más allá de si nuestras relaciones humanas son virtuales o presenciales, somos seres inter-dependientes y necesitamos vincularnos para sobrevivir. Los modelos teóricos en general y en particular las teorías de la comunicación no son otra cosa que una construcción abstracta que elige un filtro determinado para explicar cómo y por qué ocurren las cosas.

La pandemia demostró una enorme creatividad en el cómo se podía promover el contacto entre personas en un momento en el que había que aislarse. Contrario a lo que podría pensarse, el encierro, en muchos lugares hizo que aumentara el apoyo, la ayuda concreta y emocional entre personas; vecindades anónimas comenzaron a tener nombre; familias y amigos encontraron nuevas maneras de sentirse cerca y celebrar la vida. La inter-dependencia y necesidad de coexistir nos llevó a presenciar innumerables escenas de esperanza y optimismo.

Sin embargo, también pudimos ver las consecuencias nefastas del aislamiento para quienes ya vivían en situación de exclusión o quienes no tenían redes propias. El confinamiento fue para muchas personas el caldo de cultivo para acrecentar problemas de salud mental, violencia e inequidad.

Los comportamientos prosociales son fundamentales para aumentar el capital social, necesario para el desarrollo y la salud de personas y pueblos, para prevenir la violencia, para proteger a las personas más vulnerables. Y si hay algo que subrayó esta crisis es que las comunidades humanas que tenían más capital social fueron las que estuvieron más preparadas para adaptarse a los desafíos del contexto, integrar la virtualidad como un impulsor de desarrollo, transformar de manera flexible las reglas de funcionamiento, ocuparse de las personas más vulnerables del sistema, compartir recursos, proteger a las poblaciones de riesgo, contener emocionalmente.

Desde una mirada prosocial, podría decirse que se gestionó mejor la crisis en los sistemas donde ya antes de la pandemia existía una cultura de confianza y ayuda recíproca, porque surgió más rápidamente la respuesta de ayudar físicamente a quien no podía o no sabía hacer algo y estaba integrada la cultura de poner en primer lugar el cuidado de la salud de las demás personas por sobre intereses individuales.

Si sabemos que quizás no sea esta la última crisis que tendremos, debería ser tarea de la ciencia y de la sociedad avanzar en estudiar modelos explicativos y de intervención que nos ayuden a demostrar cuáles son los modelos de desarrollo realmente más funcionales a largo plazo para favorecer la autonomía, identidad, salud de personas, grupos, ciudades y países.

Desde un enfoque ahora meramente comunicativo, podríamos decir que, si bien la humanidad quedó muy tocada con esta herida profunda, gracias a esta crisis, ahora sabemos más que antes sobre cómo opera la comunicación humana en entornos duales (online y offline), y comprendemos mejor cuáles son las variables que inciden para que las redes sociales y nuestras nuevas maneras de comunicar no destruyan, sino que potencien el capital social de los sistemas humanos.

El comportamiento prosocial, una de las características definitorias de los seres humanos como seres sociales, juega un papel vital en el mantenimiento de los lazos sociales y en hacer posibles las transacciones sociales.

Las nuevas formas de comunicación no son necesariamente una amenaza para el tejido social, pueden ser nuestras aliadas, pero debemos dirigir su potencia de manera intencionada hacia objetivos sociales positivos, no por ideología, sino por sobrevivencia de las especies. Un modelo social competitivo e individualista no solo pone en riesgo a sectores vulnerables, sino que es una amenaza para la salud mental de la población y el medio ambiente en general. Las crisis deben ser integradas en la vida, y validar un modelo que beneficia a unos pocos no solo es poco sostenible, sino que una verdadera bomba de tiempo.

Para ello, uno de los pasos a dar es aprender a controlar nuestra comunicación para evitar que sea nuestra comunicación la que nos controle a nosotros. Necesitamos nuevas herramientas que nos ayuden a re-alfabetizarnos para interactuar en contextos sanos duales sin que nuestras redes sociales virtuales destruyan o debiliten nuestras redes humanas.

Comunicacionalmente hablando: de dónde venimos y dónde estamos

¿Nos permiten un desafío? Cierren los ojos y piensen en hoy ¿cuántas acciones comunicacionales pueden recordar? Cuando hablaron con alguien, cuando mandaron un correo electrónico o un WhatsApp, cuando se informaron en la prensa o la radio sobre los temas de actualidad, cuando rieron en la conversación del café, cuando postearon un estado en su muro de Facebook, cuando pidieron una orientación para llegar a una dirección, cuando comentaron un tweet… varias más, sin duda.

Como fenómeno humano, la comunicación ha estado presente en todos nuestros procesos de socialización y generación de comunidad. Reconociendo este arraigo histórico (o prehistórico) del concepto, es cierto también que en el escenario contemporáneo el concepto de comunicación ha logrado no solo una marcada presencia en el espacio cotidiano, sino también en el ámbito de especialización profesional y académico. La comunicación se ha convertido en la figura emblemática de la sociedad del siglo XXI, donde conceptos como sociedad red o sociedad del conocimiento, se configuran como metáfora de un mundo interconectado por las tecnologías de la información y la comunicación.

En un máximo ejercicio de síntesis de la evolución del estudio de la comunicación, aún a riesgo de sacrificar parte de su complejidad, se pueden configurar dos grandes formas de ver este fenómeno (Lazcano-Peña, 2009). Por un lado, la comunicación como el acto de informar, de transmitir y emitir mensajes. Por otro, ligada a la idea de intercambio, al compartir interioridad, al diálogo.

Comunicación interpersonal en la era digital

Berger y Luckmann, en un texto clásico pero fundamental de la perspectiva constructivista y fenomenológica, plantean que la vida cotidiana es la realidad por excelencia. ¿Por qué? Pues porque es en la vida cotidiana donde vamos configurando nuestros modos de comprensión y relación con la realidad, el entorno y nosotros mismos. En ese sentido, la comunicación, entendida como interacción, sería un espacio de construcción simbólica, pues es en la socialización que vamos construyendo con otros, donde vamos co-construyendo nuestra noción de mundo, nuestras percepciones, valoraciones y juicios de los otros y de nosotros mismos. Así, la comunicación es un proceso simbólico que produce un triple entendimiento: de nosotros mismos, del otro y del entorno social, construye lo que somos y la sociedad en que vivimos (García Jiménez, 2019).

Este marco conceptual de la comunicación se relaciona de manera directa con la idea la comunicación interpersonal, que se suele asociar a las relaciones de comunicación en situación de co-presencia en el espacio y en el tiempo, y a las interacciones en las que los individuos ejercen influencia recíproca sobre sus respectivos comportamientos, siempre en una situación de presencia física simultánea (Rizo, 2013).

Estas definiciones nos ayudaron a explicar muchos fenómenos de comunicación o incomunicación hasta el siglo pasado. Pero ¿qué pasa entonces con ese espacio de interacción/comunicación interpersonal en la era digital?

Revolución triple

Planteemos solo algunas pinceladas para motivar la reflexión. Iniciemos con una certeza: nuestra vida cotidiana tiene imbricado el componente tecnológico y hoy somos parte de un ecosistema digital. Como cita Serrano-Puche (2013) vivimos una revolución triple: los individuos estamos interconectados a través de redes, nuestra plataforma de contacto es Internet y podemos acceder a ella en todo momento y lugar gracias a los dispositivos móviles. La consolidación de las tecnologías digitales en las diferentes situaciones y actividades diarias ha propiciado que ya no vivamos con los medios de comunicación, sino más bien en los medios (Deuze et al, 2012), por lo que Internet ha adquirido una relevancia indudable como nuevo ámbito para la comunicación interpersonal, marcando un antes y un después en las prácticas comunicativas y en la interacción social (Serrano-Puche, 2013). Y esto está hoy aún más arraigado tras el inesperado impulso del contexto de pandemia de la COVID-19, en que las TIC se hacen presentes en todos los espacios de nuestro cotidiano, incluso en aquellos que teníamos asociados de manera preferente a la presencialidad.

Vemos aquí un desafío para la comunicación interpersonal tal como la hemos comprendido, pues la dimensión senso-corporal se redefine en estos espacios digitales, en que de todas maneras hay interacción, hay intercambio, hay expresión de contenidos, hay encuentro con otros, conocidos o no, pero sin presencialidad. Una buena oportunidad conceptual la encontramos en el concepto de comunicación intersubjetiva (Rizo, 2013, 2014), que implica la capacidad interpretativa de los actores sociales en una situación concreta, donde los sujetos que participan de tal situación se reconocen como análogos y se comunican por medio de códigos compartidos, y donde los interactuantes buscan acuerdos y consensos que requieren, antes de cualquier otra cosa, de un uso del lenguaje racionalmente motivado.

¿Serán las TIC y el ecosistema digital una oportunidad para la comunicación intersubjetiva, es decir para el intercambio de ideas y conceptos, o con la información misma que está siendo intercambiada (Rizo, 2014)? Más que una certeza, un desafío y oportunidad, pues si bien desde esta mirada se abre la posibilidad de considerar el potencial comunicativo intersubjetivo de encuentro con otros y otras en los entornos digitales, es también sabida la convivencia con comportamientos inciviles (Saldaña, Rosenberg, 2020) en los espacios de interacción en las redes sociales (foros, twitter, por ejemplo) muchas veces en el amparo del anonimato: de la identidad propia que se oculta en un avatar o en la creación de un perfil social en que decido qué y cuándo mostrar, y la deshumanización del otro, a quien no conozco personal y directamente.

Las peculiaridades del medio digital y su estructura de red facilitan una flexibilidad cada vez mayor en las relaciones entre individuos y grupos. Asistimos al desarrollo de un individualismo reticular o en red (Wellmann et al, 2003), en que si bien no se renuncia a las relaciones de pertenencia grupal, estas tienden a ser des-territorializadas; débiles —pues muchas de las relaciones se realizan con múltiples pequeños grupos o con una multiplicidad de individuos en que la mayoría de sus miembros no se conocen entre sí—; y transitorias y líquidas —tomando el concepto de Baumann (2008)—, pues se establecen de un modo más sencillo y, de igual forma, se abandonan con más facilidad, pues la noción de red permite un tipo de proximidad y distancia virtual, que hace de las conexiones humanas algo más habitual y superficial, a la vez que más intensas y breves (Sabater, Martínez & Santiago, 2017).

En este contexto, sería más apropiado —siguiendo con Bauman— comprender estas interacciones más bien como conexiones que como relaciones, concepto que modifica incluso la concepción de la persona, hasta considerarla como un ente portátil (Rizo, 2013).

Sin lugar a duda, Internet se está convirtiendo en un nuevo espacio para las relaciones sociales, creando nuevas formas de comunidad y de asociación entre las personas. Pero, aunque aumenten las posibilidades de comunicación sigue existiendo el debate en torno a las posibilidades de la comunicación digital que —en símil a la dicotomía de apocalípticos e integrados— lleva a posiciones encontradas: la red como potenciadora de las comunicaciones libres, abiertas y democráticas, en contraste con el aislamiento, cierre y la soledad (Rizo, 2013).

Sin embargo, —y llegamos a una oportunidad— resulta cuestionable e inapropiada la reducción de nuestra comunicación (interpersonal o intersubjetiva) al espacio de la virtualidad, pues la online y lo offline lejos de anularse se complementan y conviven en el modo en que tenemos de relacionarnos con otros.

Una vida dual

Las redes sociales tienen efectos psicológicos indudables, que usuarios e investigadores todavía están intentando identificar, articular y definir (Bayer et al., 2020). Organizar nuestra interacción social en el día a día es cada vez más complicado. Mientras más redes sociales tenemos, más tiempo de gestión necesitamos para cuidarlas y mantenerlas activas, vincularnos con cientos o miles de seguidores, responder comentarios, dar feedbacks a la información que proveen otros. Y este tiempo invertido se resta de la vida offline.

Para las personas que tienen redes sociales humanas más o menos estables (apoyo social de familia y amistades) el escenario es diferente, pues la vida dual opera como un mecanismo híbrido, en que se activa energéticamente una dimensión cuando se necesita y se pasa de lo offline a lo online casi de manera automática sin generar grandes perturbaciones.

Para las personas en situación de exclusión social, víctimas de violencia, discriminación, soledad existencial es diferente, pues el apoyo social es central para activar la resiliencia frente a las adversidades. La falta de redes de apoyo offline son un indicador crítico respecto a la vulnerabilidad de las personas y no debería ponerse la misma atención al uso o posible dependencia de las redes sociales de personas que viven en soledad offline.

La investigación en psicología de la comunicación debería ayudar a construir enfoques más replicables, desafiar la manera cómo se construyen los contextos de aprendizaje, por ejemplo y dado que la ayuda y la agresión son temas centrales en psicología social, y dadas las innumerables evidencias de los beneficios que la prosocialidad tiene para la salud, calidad de vida, inclusión, confianza, cohesión social, iría bien intensificar estudios que no solo aborden las pruebas de que los medios violentos reducen la ayuda y aumentan la agresión, pues existen también trabajos teóricos y empíricos recientes que han demostrado que los medios de comunicación pueden también aumentar los resultados prosociales y disminuir los resultados antisociales (Bayer et al., 2020).

Se puede fomentar la prosocialidad si el objetivo más que combatir las redes, fuera prosocializarlas.

¿Y ahora qué?

A modo de conclusión podemos proponer algunas ideas que dan un marco teórico-aplicado no solo a docentes o tomadores de decisiones en ámbitos educativos, sino a cualquier persona interesada en optimizar la calidad prosocial de su comunicación y mejorar la calidad de sus relaciones interpersonales.

Es importante convencernos (y aceptar este pensamiento como una realidad contra la que no se puede luchar) que detrás de cada persona joven (y adulta) con la que nos encontramos, seguramente existe una audiencia, y por lo mismo es nuestra responsabilidad como sociedad y como personas, generar oportunidades para no perder el training de conectar con audiencias reales y no caer en la tentación de concentrarnos solo en nuestros seguidores. En docencia, por ejemplo, metodologías como el Aprendizaje y Servicio pueden ayudar a generar este vínculo de estudiantes con audiencias reales, experimentar los efectos de la prosocialidad desde la gratuidad, y convivir de manera dual en un modo equilibrado

Como personas adultas es importante que hagamos este ejercicio de manera consciente, pero con la infancia y juventud debemos esforzarnos en propiciar espacios físicos reales donde estas generaciones también puedan hacer esta experiencia.

La prosocialidad es un modo inteligente de vivir y la actualidad científica confirma la necesidad que las comunidades tienen de estos comportamientos para avanzar, tener amistades, sentirse parte de un proyecto común. Las neurociencias han demostrado la enorme flexibilidad del cerebro y sabemos que siempre se puede aprender un nuevo estilo de vida, como especie no estamos condenados al statu quo.

La comunicación prosocial interpersonal, la comunicación dialógica, del encuentro, que valida y confirma a la otra persona como alguien legítima no se contrapone a la vida que podemos tejer a través de las redes sociales.

La comunicación interpersonal, o intersubjetiva, como medio de encuentro y comunicación con el otro, es un vehículo de transformación social, y es necesario avanzar en el esfuerzo de adaptar los modelos dialógicos de comunicación a las características de comunicación dual. Estamos viviendo un cambio veloz de paradigma que genera incertidumbre. ¿Cómo se construyen o mantienen las relaciones duales? ¿qué ha cambiado y que permanece? ¿hemos ganado o hemos perdido?

Aunque existen riesgos innegables, sabemos que también hay nuevas oportunidades.

Un mundo con personas que se comportaran más prosocialmente implicaría más beneficios que costes y las redes son una herramienta potente para generar un cambio cultural global necesario.

No pensamos que las tecnologías y las redes sociales digitales sean en sí mismas una amenaza para la cultura solidaria y para el bienestar emocional de las personas y grupos. Sin embargo, visualizamos la urgencia de formar personas líderes prosociales, que sepan gestionar sus emociones y navegar de manera dual en el mar informativo que ofrecen las redes y los medios de comunicación, escuela, familia, universidades, empresas.

Las redes sociales son un regalo valioso, pero vienen sin manual de uso, hemos de esforzarnos en construir de manera activa y participativa nuevos modelos teórico-aplicados actualizados que podamos investigar, enseñar y promover, avanzar en inteligencia colectiva, empatía dual y nuevos civismos que integren la inevitable dimensión online y offline que ahora tiene nuestra vida.

Bibliografía

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