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1.

SALUD MENTAL

Un enfoque psicosomático para el siglo XXI

Manuel Álvarez Romero

Introducción

El 30 de julio de 2021, en plena celebración olímpica, la gimnasta estadounidense Simone Biles hizo pública su baja en la final por equipos de los Juegos Olímpicos de Tokio debido al problema de salud mental que padecía. Explica que en nuestra sociedad estamos muy acostumbrados a ver a los deportistas lesionarse un músculo, un hueso o no encontrarse bien físicamente para competir, pero, ¿y psicológicamente? El mundo se ha quedado perplejo ante la decisión de interrumpir el ejercicio y la competición admirable e inalcanzable de esta gimnasta de 24 años que hizo pública la importancia de compartir los problemas que puede sufrir un deportista de élite, no solo físicos, sino también mentales, ya que el cerebro también es un como un músculo que puede lesionarse y exige ser tratado. Con sencillez y humildad, dando ejemplo universal, Simone Biles muestra cómo abordó su crisis personal, con valentía y eficacia.

Pasemos ahora, a valorar la relación de nuestra Salud mental con el Cambio climático, tan considerado y estudiado hoy en día. Las conclusiones aportadas por los expertos sobre el valor de esa relación son bastante devastadoras. A menos que las emisiones de gases de efecto invernadero se reduzcan de manera inmediata, rápida y a gran escala, los expertos prevén que limitar el calentamiento a cerca de 1,5º C, será un objetivo inalcanzable. Se dice que no hemos sabido cuidar al planeta y ahora estamos sufriendo las consecuencias. Cada vez hay más olas de calor y sequías, las precipitaciones son más intensas, con sus correspondientes inundaciones, el nivel del mar ha aumentado y estamos siendo testigos del deshielo de los polos y de la acidificación de las aguas. Hemos de preguntarnos ¿afecta todo esto a la salud mental?

La aparición de trastornos mentales tras un desastre natural está bien establecida: depresión, ansiedad, sentimientos de culpa, suicidio, migrañas, trastorno por estrés postraumático, pero ¿puede el mero hecho de ser conscientes de que el clima está cambiando provocar trastornos psicológicos? Los efectos de la temperatura cambiante, de las variaciones en la ionización o en la presión atmosférica, el grado de humedad, etc., están en la base causal de las citadas enfermedades. Y aparecen nuevas formas de malestar psicológico, como la solastalgia o la ecoansiedad, sobre todo entre los más jóvenes.

La ecoansiedad es el temor crónico de un cataclismo ambiental, un estrés causado por observar los impactos aparentemente irrevocables del cambio climático, y la preocupación por el futuro de uno mismo, de los niños y de las generaciones futuras.

La solastalgia, por otro lado, es un neologismo que describe una forma de angustia, estrés mental o existencial causado por el cambio ambiental, haciendo referencia a la angustia causada por la pérdida del medioambiente.

Veamos ahora, las relaciones entre la pandemia y la salud mental. Aumentaron notoriamente los cuadros de ansiedad, insomnio, depresión y dificultades para la serena comunicación con los convivientes. Las personas con edad más avanzada recibieron una mayor influencia negativa, afectando especialmente al deterioro cognitivo y al perjuicio causado por el agravamiento y el menor cuidado de sus afecciones concomitantes. Los adolescentes aumentaron la adicción a los medios informáticos, juegos, apuestas y otros tipos de adicción. Los niños pequeños aumentaron sus miedos, pesadillas y triste malestar, en buena parte por el encierro sufrido. En los hospitales, aumentó la atención a los trastornos mentales agudizados o provocados por la pandemia, así como, la afectación de los profesionales de atención a la salud, que sufrieron especialmente la infección pandémica y sus consecuencias, en mayor proporción a la media.

Salud y enfermedad

Salud y enfermedad son las dos caras de una misma moneda: presencia y ausencia. Se trata de un continuo, con mil vías, entre los que siempre obligadamente habrá algunas que no están en dónde idealmente las esperábamos. Esa sería la salud ideal teórica, pero ¿tiene buena salud quién es portador de una afección que desconoce? Es el caso de un diabético enmascarado, que no percibe los síntomas o signos y tiene buena salud percibida, pero carece de buena salud real.

¿Cómo catalogar a quién sufre indeciblemente con sus preocupaciones y obsesiones sin hallazgos médicos percibidos ni remedios claros para su dolor? Claramente ha perdido la salud mental y que va a requerir ayuda cualificada para recuperarla.

¿Goza de buena salud quien, por optimismo natural, por euforia patológica o por evasividad, mira para otro lado y vive ignorando su concreta enfermedad sea una diabetes, descalcificación, perfeccionismo, narcisismo o paranoia? Pienso que no, y podríamos añadir que carga con dos padecimientos: el propiamente dicho y ese otro que encubre al primero que no es corregido pese a que se lo lleguen a señalar con frecuencia y oportunidad.

La repercusión de nuestros hábitos o acciones relativas a la salud, propia o ajena, tienen siempre un referente moral, como lo es, el no valorar las consecuencias que el descuido de nuestro estado de salud (obesidad, dislipemias, tabaco, alcohol, sedentarismo, adicciones, incumplimiento terapéutico o diagnóstico, imprudencias en la conducción, etc.) tendrá al precisar las atenciones que nos habrán de prestar tras la discapacidad producida por el accidente vascular cerebral, la parálisis o la invalidez por accidente de circulación que de esas conductas insanas se derivarían. Hemos de pensar, pues, en nosotros y en los demás, en activo o en pasivo. Es una faceta de la salud mental que suele pasarnos desapercibida, con frecuencia.

Fue la Organización Mundial de la Salud (OMS), quien propició la definición de salud más conocida, y a la par más criticada, entre las posibles. Es ya clásica y a la vez rica en críticas, a nuestro juicio, no siempre exentas de razón. Se promulgó con la Carta Fundacional de la OMS el 7 de abril de 1946 y fue concebida originalmente por Stampar (1945): La salud es el completo estado de bienestar físico, psíquico y social y no solo la ausencia de enfermedad o achaque. Nosotros apostaremos por un concepto integral y holístico de salud en que se integren diferentes ámbitos, bien definidos, en el paradigma psicosomático que en páginas siguientes desarrollaremos.

La falta de normalidad en Salud mental incluye un cuadro psicótico o paranoide, una demencia, un estado o episodio depresivo, el desajuste afectivo, la rareza, etc., pero ¿qué queremos decir con un has perdido la cabeza, no hay quien te aguante, me sacas de quicio con tu modo de pensar o tu conducta, etc.? Concretando, definimos salud mental como la capacidad o competencia para mantener un estado de bienestar y tender a la plenitud de las facultades mentales: pensamientos, emociones, recuerdos, conductas, relaciones sociales, resistencia en la adversidad, toma de decisiones, etc. Lógicamente, no se trata de algo lineal y constante, sino vivo y moldeable por la vida interna del sujeto y por las circunstancias. Y su alteración varia con un límite no preciso, sino a modo de franja o banda en la intensidad de los cambios vividos. La normalidad o anormalidad no están separadas por una línea sino por una banda. El cuidado de la salud mental se inicia en la gestación, importando la normalidad del parto, la crianza, la alimentación, la educación, el entorno familiar y afectivo, que ha de ser cercano, pleno de cariño y con la protección razonable.

La figura de apego o próxima es fundamental (madre, padre, pariente o cuidador/a). Todo yo necesita para su buen desarrollo de un tú que no falle.

Algunos signos identitarios o señales de buena salud mental podrían ser:

1 Serenidad.

2 Ausencia de conflicto personal interno. Autoestima saludable y correcta.

3 No bajadas o subidas emocionales, no complejos de inferioridad o superioridad.

4 Relaciones interpersonales normales o adecuadas.

5 Constancia en el quehacer. Responsabilidad.

6 Capacidad de prestar atención.

7 Suficiente capacidad de memoria.

Y si ponemos el foco en el segundo concepto citado —la enfermedad— destacaremos que es precisamente lo que nos convierte y constituye en enfermos. Pero ¿cómo dividir la población entre sanos y enfermos? ¿Quién podría proclamar su estado incólume de salud? ¿Quién no presenta un algo de enfermedad? Es por eso por lo que, con un criterio razonable y ecléctico, defendemos la amplitud de una franja intermedia o tierra de nadie, en la que estaremos incluidos la mayor parte de la población que no puede preconizar su magnificencia saludable ni tampoco aceptar con veracidad el calificativo de enfermo. A esa franja del continuo salud-enfermedad se accede por pequeñas enfermedades —en la intensidad o el tiempo—, por actitudes o comportamientos raros o extraños, por el alto o bajo tono vital o anímico, por la predisposición al enfermar en las llamadas vulnerabilidades.

La cultura actual nos ha conducido a una huida del dolor o la incomodidad hasta medicalizar gran parte de nuestra existencia. Sensaciones y vivencias clásicamente tomadas como parte del vivir son consideradas hoy como síntomas. Y así un mal sueño, un duelo, las piernas nerviosas o la inapetencia sexual, son diagnosticadas ahora como alteraciones del sueño, depresión, síndrome de piernas inquietas o disfunción sexual. Pensemos en un niño que tose tras el ejercicio físico y es considerado asmático, tiene dificultades en la lectura y pasa a ser disléxico, goza de vitalidad y es integrado entre los trastornos de hiperactividad con déficit de atención, no se le ve feliz y pasa al ámbito de la depresión, etc. Hay que saber descubrir cómo tales a los síntomas leves, intermitentes o transitorios, sin catalogarlos de enfermedad propiamente dicha.

Además, el temor y la prisa nos han conducido a la ansiedad por descubrir las enfermedades a tiempo. Buena cosa el diagnóstico precoz, pero con riesgos, estigmatizar con pre-enfermedades a quienes presentan síntomas aislados de algún mal y más aún cuando se trata de hallazgos asintomáticos y banales desvelados por técnicas diagnósticas analíticas o de imagen, que precisan de segura comprobación.

Nuestra cultura, con su perfil de desconfianza y búsqueda de seguridades, ha generado una costosísima medicina defensiva que se asocia a enfermedades causadas por la actuación y el entorno sanitarios.

El enfermar psicosomático

Desde que Heinroth (1773-1843) utilizase por vez primera el término psicosomático, fue ampliándose hasta lograr con George Engel (1836-1878) enunciarse como bio-psico-social, entendiendo esos tres parámetros, no aislados sino en continua interacción. Recientemente, entre nosotros, Pedro Ridruejo, destacó hasta dotarlo de autonomía, el factor ecológico o medio-ambiental, que comprende las variables físico-químicas del entorno en el que nos movemos y su influencia en el equilibrio homeostático de la persona. La consideración del valor de la libertad del paciente en la evolución de la salud, tanto hacia la recuperación de la salud como hacia su deterioro, llevó a la corriente de pensamiento de la Sociedad Andaluza de Medicina Psicosomática (SAMP) a integrar en el paradigma psicosomático el factor libertad, añadiendo el término espiritual. Con este paso se quiere reforzar la consideración del paciente como ser personal, enriquecido por la libertad. Surge así el paradigma psicosomático bio-psico-socio-eco-espiritual.

Alma y cuerpo forman una unidad o, por lo menos, los impulsos secretos de nuestra vida emocional tiran de los hilillos del guiñol de la enfermedad y el deterioro. Florece esta opinión sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, y salta de Europa a América dando lugar a un movimiento universal: la Patología Psicosomática, que incluye los numerosos pacientes que buscan en la medicina, disfrazadas de enfermedades, el remedio a su desamparo, a su vacío emocional y a sus conflictos personales. Pronto se detectó que si todos aceptamos fácilmente la unidad del ser humano en la consideración teórica, no es tan fácil bajar a la arena de la relación médico-paciente y, como decía el Dr. Marañón, usar la silla como primerísima herramienta terapéutica del médico, armarse de paciencia, empatizar, sugerir, convencer y encauzar la fuerza curadora natural del hombre, para restaurar la salud del paciente, removiendo obstáculos conceptuales o emocionales creados, tantas veces, inconscientemente, por el propio paciente, que se niega a reconocerlos como presentes y más aún como responsable de su autoría.

El hombre es un ser de encuentro que se despliega abriéndose a los otros seres y creando relaciones de encuentro. De ahí la fecunda tensión interior que representa nuestra vida en cada instante, por anodina que parezca. Descubrir y valorar debidamente esta tensión es prueba de sabiduría y constituye fuente de hondo consuelo para quién lo logra. Nuestra biografía, también en cuanto a la salud y sobre todo la salud mental, es aditiva y el éxito acompañará, de ordinario, a quien sepa abrirse a nuevos ámbitos de la vida, dentro y fuera de sí mismo, ensamblándolos en los ya creados.

Frente a la medicina basada en la evidencia, tan en boga hoy en día, hemos de considerar la medicina basada en la persona que se propone mirar personas, para entenderlas, saber qué las hace sufrir y pro-curar aliviarlas o curarlas, mediante los recursos que ese saber proporciona. Es tarea que requiere tiempo (¡en esta cultura acelerada!), empatía (¡en esta sociedad individualista y egoísta!), compromiso asistencial (en un sistema regido por los índices estadísticos) ¿Mirar, o más bien escuchar? Pues mirar y escuchar, verbos que denotan actitud envolvente y atenta, aunque pueden sugerir pasividad.

Me sorprendió encontrar en una de las cartas de santa Teresa de Jesús, recogidas por José María Poveda, en La Psicología de Teresa de Jesús:

Verdad es que a mí me tiene espantada y lastimada (…) lo mucho que participa la pobre alma de la enfermedad del cuerpo que no parece, sino que ha de guardar sus leyes, según las necesidades y cosas que hacen parecer.

En nuestros días podríamos recoger, en una línea similar, un texto de san Josemaría Escrivá:

Hay que procurar con particular esmero, que el cuerpo responda siempre como un buen instrumento del alma y, por todos los medios, evitar que alguien pueda llegar —por las circunstancias de su trabajo o por otras causas— al agotamiento físico, que suele llevar también a la ruina psíquica y producir una falta de energías que son tan necesarias para la lucha interior: porque, insisto, la gracia de Dios cuenta ordinariamente con esas fuerzas naturales del hombre.

La experiencia lo avala: no hay que olvidar esta gran influencia psicosomática y somática-psíquica en el día a día de cada persona.

En el devenir biográfico de cualquiera de nosotros, lo primero a considerar es que nadie encuentra lo que no busca o conoce. Es preciso estar atento a descubrir los procesos en los cuales la afectación emocional es significativa o prevalerte entre las causas del padecer del cuerpo. Realmente se puede enfermar ahora por un trauma antiguo, incluso infantil, por asociación o remoción de lo antes vivido con algo actual. Y puede tratarse de una sobrecarga cuantitativa o cualitativamente nociva. Otras veces se tratará de un estrés agudo o continuado, de algo nacido fuera de nosotros o en el propio interior, y quizá aún presente.

Otras veces es en el cuerpo donde se inicia el enfermar. Y por mucho que busquemos factores emocionales originarios no los hallaremos. Es lo que sucede en los procesos tiroideos en que la ansiedad es debida a un exceso hormonal o la depresión a tasas bajas de tiroxina. Otro tanto sucede en las depresiones y psicosis orgánicas —tumor cerebral o de páncreas, hepatitis, etc.— o tóxicas tales como, drogas, alcohol, interacciones medicamentosas o por productos químicos, etc.

Cuando desde la medicina y la familia se cuenta con este bagaje psicosomático será, sin duda, mucho más fácil, eficaz y gratificante la comprensión y la resolución de las patologías que presentamos.

Aspectos terapéuticos: pastillas y palabras

Suelo decir que en la atención de la salud mental es preciso echar mano de pastillas y palabras. Y así actúo en mi ejercicio profesional, aplicando la proporción y cualidad oportunos para lograr la curación o la prevención, según los casos. Hay que contar con la psicoeducación y las psicoterapias.

Los fármacos tienen su sitio, un importante papel si se adecúan a la especie, dosis, tiempo de uso y pautas de implantación o de eliminación. Los psicofármacos son utilísimos, a veces imprescindibles, pero bien indicados. Y destacamos el valioso papel —creciente hoy— de los psicólogos.

Son muchas las voces que vienen reclamando tiempo como el mayor tesoro que puede ofrecer el médico a sus pacientes. Tiempo, para escuchar, para observar, para reflexionar, para valorar los determinantes psicosociales que rodean al paciente. Los médicos y los pacientes, quieren recuperar y consolidar el alto valor del humanismo en medicina, la cercanía, la compasión y el consuelo también sanan.

Y qué decir de nuestra personalidad, que ha de ser cuidada durante nuestra vida para una mejor evolución de nuestra salud mental y física.

En el cuidado de la propia salud mental es preciso destacar la creación de hábitos saludables que eviten la aparición de pequeñas o grandes alteraciones y enfermedades:

— El oportuno descanso.

— El sueño reparador.

— La nutrición y alimentación equilibradas y adecuadas a las circunstancias de la persona.

— El ejercicio físico moderado y adecuado a las circunstancias de cada persona.

— El conocimiento de la microbiota intestinal por su influencia en el estado general y en la salud mental.

— El equilibrio personal y el sentido que le damos a la propia vida.

— La responsabilidad en el cuidado de la propia salud general y mental, frente la mera pasividad, invita a la construcción de una personalidad responsable y dueña de sí, capaz de resistir la presión comercial de los estilos de vida autodestructivos. Todo lo contrario, a las utópicas propuestas de salud pública desvinculadas del papel insustituible de cada persona.

Concluyendo, también en el ámbito de la salud mental es preciso cultivar una política sanitaria de anticipación que incluya la cultura, legislación, moda, educación, mensajes periodísticos, etc. Y desde esa perspectiva multidisciplinar lograr el pretendido llegar a tiempo y no cuando puede ser demasiado tarde.

Con los avances científicos y técnicos de nuestro tiempo, con el desarrollo de la responsabilidad de los individuos, con una cultura social y personal que genera hábitos saludables, con el incremento de la actual actitud solidaria de los ciudadanos, con el adecuado desempeño de la libertad responsable alcanzaremos el necesario equilibrio social capaz de propiciar una mejor salud mental en todas las circunstancias.

Bibliografía

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