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La audacia del pionero

San Pacomio (287-346)


San Pacomio. Fuente: Wikimedia Commons.

Pacomio, nacido en el 287 en Egipto, comenzó su experiencia profesional como militar en el Ejército de Magencio. Con ocasión de un viaje a Alejandría se convirtió al cristianismo. Viviría como ermitaño. Innovó con una regla bajo la cual se regirían sus prosélitos, monjes que subsistirían gracias al trabajo. Pacomio es el pionero del lema ora et labora de san Benito. En su tiempo, como en todos, algunos asumían costumbres heteróclitas para los amantes de lo instituido. Fue el caso de san Simón, denominado el Estilita, que sobrevivió largos meses encaramado en una columna (stilos: pilastra en latín) a la que le portaban alimentos.

En el anhelo de llegar al Ser Supremo, la vida solitaria y la cenobítica no siempre han establecido clarísimas líneas rojas. En Egipto, al igual que en otros enclaves del Norte de África, a partir del siglo III se dieron dos alternativas con características no definitivamente perfiladas. Debatir, como en ocasiones se ha hecho, sobre cuál de las opciones es más perfecta resulta una perogrullada. Como la hermenéutica –ahora conocida como post verdad– lo justifica todo, algunos juzgarán que la vida cenobítica era mejor para los principiantes y la eremítica para los avanzados. Otros, al revés. Lo relevante es que cada persona encuentre su lugar en el ciclo de la vida, personal y profesional, y también en su camino hacia Dios.

Es quimérico un proyecto íntegramente definido desde el primer momento. Los bocetos van ajustándose a las servidumbres de lo real. En sus albores, Pacomio no albergaba el propósito de crear algo inextinguiblemente novedoso y rompedor. Fue un proceso iniciado por él y desarrollado por sus partidarios lo que pone en marcha el concepto de koinonía, la comunidad. Fueron perfilando una existencia monástica impregnada de afecto fraterno.

Entre sus primeros seguidores se contó Teodoro, vástago de una relevante familia de la ciudad de Sne, quien, para cuando conoció a Pacomio, ya pertenecía a una comunidad de ascetas. Aunque el mejor número de personas para dirigir un proyecto es impar y siempre inferior a dos, no está de más contar con un alter ego que en última instancia sirva como rodrigón o coach. En el caso de Pacomio, Teodoro se trocó en apoyo para sobrellevar los óbices iniciales, particularmente los que asoman en el lapso más significativo de expansión, entre el 329 y el 340.

Es habitual juzgar que la época que a cada uno le toca vivir es la más compleja. Esto habla más de nuestra arrogancia que de los tiempos; demasiados pánfilos siguen considerando que el mundo comenzó cuando ellos alcanzaron el uso de razón y desaparecerá cuando fallezcan. En el siglo IV en Egipto, como en tantos entornos y lugares antes y después de Pacomio, la descomedida glotonería de la Hacienda pública condujo a la proliferación de funcionarios. Las nóminas dependientes del Estado eran mayores en número que las de quienes contribuían al sostenimiento de la administración con trabajos productivos. En la primera mitad del siglo IV se duplicó la recaudación. La consecuencia cuando así acaece es siempre una recesión económica. Con ella tuvo que bregar nuestro protagonista.

Juan Casiano (360-435) distinguiría, con matices que el idioma griego facilita entender, entre el telos del monje, el reino de los Cielos; y el skopos, la vía para lograrlo. A saber, la pureza de corazón y la caridad. La vida en común se columbra, según estas coordenadas, como el camino más seguro para orientarse al Cielo. Con normativa austera, se marcó que el espacio que debería ocupar cada individuo dentro de los cenobios sería de quince por doce metros distribuidos en dos habitaciones, una para capilla y otra para trabajo manual, sin disponer privadamente ni de cocina ni de letrinas. Se valoró la conveniencia de contar con sala para reuniones, instalaciones de agua y oratorio común.

La evolución frente a los eremitas cuajó en múltiples aspectos, también en el del ascetismo, y disponían de relativa independencia incluso para la administración de bienes. Algunos, tras aceptar donativos comenzaron negocios cuasi bancarios como prestamistas. Con los medios allegados invertían en la redención de cautivos o realizaban donaciones. En la koinonía, por el contrario, el grupo predominaba sobre el individuo. La gestión de recursos estaba socializada, las finanzas eran comunes sin que cada miembro pudiera tomar decisiones particulares. La propiedad era compartida, al igual que la planificación de los procesos de producción y los frutos. A unos y a otros se les reclama responsabilidad respecto a los fines, pero los senderos son diversos. Con el tiempo, los caminos se irían puntualizando, sin desaparecer las mutuas influencias. De los eremitas nacieron los cenobios y de los cenobios procederían los futuros eremitas.

Toda organización aspira a definir su propia imagen de marca con homogeneidad visible que la diferencie de otras que llega a considerar como competidoras, lo cual comprende desde los colores de un banderín hasta una teleología propia. Responde a la necesaria aspiración a la afiliación que toda persona alienta. Inicialmente su distintivo era la barba. Se permitió pronto el empleo de esteras para amodorrarse y se adoptó un capuchón (klaft), una capa de piel de cabra (balot) y un cinturón de cuero (mojh). En determinadas circunstancias disponían también de escapulario (skema).

La vida comunitaria repudiaba las iniciativas particulares; nadie cocinaba por su cuenta ni gustaba de alimentos sin la compañía de hermanos. El rigor no estaba reñido con la salud y consta el consumo de hasta seis tipos de pescado. El máximo responsable recibía el nombre de prome nisoouhs, el primer hombre del convento. Luego pasó a llamarse padre del monasterio o princeps. Se encargaba de las interacciones con personas o instituciones ajenas e imponía precauciones para precaver la familiaridad con las mujeres. Si acudían féminas se tomaban medidas para evitar maledicencias. Se reiteraban las llamadas al equilibrio entre las necesidades y obligaciones materiales y la consumación de las metas espirituales.

Cumpliendo con la tendencia al panegírico, algunos compararon a san Pacomio con san Pablo. Fortalecer la figura del fundador consolida el compromiso con una organización que está presuntamente conectada con la divinidad; no debe dudarse de seguir en ella, aunque los errores se multipliquen.

En cada cenobio había un jefe que especificaba la normativa general a las circunstancias, concedía permisos, distribuía el trabajo y resolvía los conflictos. También acumulaba capacidades penales para quien no se adaptaba. Está documentado cómo el susodicho Teodoro corrige de forma consistente a un superior local por no imponer la observancia del silencio. Se reitera que el gobierno está para ayudar, no para imponer criterios o satisfacer egos. Se insta a que se atienda a quienes tengan necesidad espiritual o material. Explícitamente, señalan las normas: «Nadie se preocupe de la propia felicidad cuando ve al hermano en pobreza y en tribulación». Se menciona el derecho a desobedecer en caso de escándalo, lo que plantea el dilema de la sumisión debida. Además, si germinaban desencuentros, la comunidad podía reunirse para juzgar quién tenía razón. Fraternidad y corresponsabilidad jugaban un papel esencial.

El proceso de admisión es implacable. No se aspira a multiplicar inconsistentemente las filas. Cuando alguien solicita la incorporación debe aportar pruebas de que no es delincuente. También ha de renunciar a su familia y a la herencia que pueda corresponderle. Transcurrida la prueba, se le despoja de vestidos seculares y endosa el hábito. Sus vestimentas van al ropero, donde quedan a disposición. Se prueba a los aspirantes y se les examina sobre el ceremonial. Tienen obligación de memorizar veinte salmos y dos epístolas de san Pablo. Con un ciclo de formación se concede acceso a la vida cenobítica. En la primera etapa dependen del portero. Pacomio insiste en que cada postulante aprenda a bendecir al Creador y se forme en moral. Teodoro señala un mes para que permanezcan en la puerta. La incorporación definitiva no tiene marcha atrás. Si alguien se fuga, al regresar hará penitencia. Un pecador es como un enfermo al que hay que mantener en cuarentena. La vida es exigente, con ayuno de miércoles y viernes, a excepción del tiempo de Pascua. Algunos, superando lo estrictamente indicado, consumen un solo plato o se limitan a ingerir pan. Si alguien no desea acudir al comedor se le lleva pan, agua y sal para uno o más días.

La puntualidad, manifestación de respeto a los demás, es ensalzada: «De día, cuando se escucha el sonido de la trompeta, a la asamblea. Quien llegue después de una sola plegaria se hará acreedor de una amonestación por parte del superior y permanecerá de pie en el refectorio». El orden es fundamental. Si durante la misa alguien sale sin autorización, será reprendido. Si alguno dormita mientras el prepósito de la casa o el padre del monasterio imparte la catequesis, permanecerá de pie hasta que se le indique.

Como más vale prevenir que curar, y la debilidad de la persona no entiende de situaciones, se ponen medios para facilitar la conducta: nadie está autorizado a atrancar por dentro su dormitorio, ni dos monjes pueden montar juntos en un asno o en la vara de un carro. Se atiende también a evitar la mentira, la difamación, las palabras gruesas o las descalificaciones. En pro de una vida recatada no se emplean camas elevadas, habituales entre personas de buena posición. Los monjes no deben resistirse a la autoridad ni mostrar ampulosidad. Obrar con negligencia, pronunciar palabras ociosas, entregarse a risas y jolgorios o tratar con infantes está estrictamente desaconsejado. En puntos centrales, las normas son inequívocas: «Si uno que es fácil a la calumnia y dice cosas que no son verdaderas es sorprendido en este pecado, amonéstenlo por dos veces; si todavía se muestra tardo a dar escucha, sea alejado de la comunidad de los hermanos por siete días hasta que prometa y asegure que se separará de este vicio, después de lo cual será perdonado».

Muchos, de forma más o menos explícita, se inspirarán en las propuestas de estos pioneros.

Algunas enseñanzas

 Ni las personas ni las organizaciones son lineales

 Hablan más alto las acciones que las palabras

 Las líneas rojas entre proyectos no son inalterables

 Lo único relevante es que cada uno encuentre su lugar en el ciclo de la vida

 Los objetivos y los medios van descubriéndose progresivamente

 Toda iniciativa establece diferencias específicas para su imagen de marca

 La jerarquía es imprescindible. Alguien tiene que decidir en última instancia

 Tomar precauciones para evitar errores no implica desconfianza sino sentido común

 Llegar a deshora es una apreciable carencia comportamental

 Los filtros de incorporación han de ser meticulosos


2000 años liderando equipos

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