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SECUELAS

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Pareciera que lo que va a permitir es un mayor contacto entre los miembros familiares. Se irá más a los pueblos y a residencias de nuestro país. Lo cual, como todo en la vida, tiene distintas lecturas. Por un lado, seguiremos conociéndonos más, apreciándonos más y disfrutando de la proximidad. Pero, por otro, los jóvenes pierden la posibilidad de ir a otros países, de conocer a otros iguales, otras lenguas, otras historias y otras culturas. Sin embargo, como bien sabemos, el estar en contacto permanente conlleva, sin duda, conflictos relacionales, por espacios, por molestias, por frases, por silencios, etc.

Y dicho lo anterior, proveámonos de una actitud positiva, relajada, de aceptación, de perdón, de diálogo, de puesta en común. Sí, es más fácil decirlo que obrar con constancia en el día a día. Habrá malas interpretaciones, algún gesto poco amable, quizás alguna palabra altisonante; pero lo esencial es saber que nos queremos mucho más allá de que nos necesitemos.

La vida es atractiva, pero no es fácil. La imaginamos preciosa, agradable, pero no siempre es así; tiene mucho de cotidianidad, de aburrimiento, de incomprensión, de una fantasía que no se convierte en realidad.

Insisto en la importancia de la actitud, de transmitir que se quiere, aunque se discuta; de demostrar que se perdona, aunque duela; de dar lo mejor de uno mismo; de mostrar la cara más amable; de sonreír aun cuando se llore en el alma.

Concluyamos que la existencia es breve, no creemos problemas donde no los hay. Relativicemos las pequeñas disputas, disfrutemos de la vida, de las cosas humildes, sencillas, naturales, bien hechas.

No intentemos que el otro sea como nosotros. Exijámonos más a nosotros mismos y a los demás.

Sabíamos, y la pandemia nos lo ha recordado, de nuestra vulnerabilidad. No sobreactuemos, no seamos rencorosos, no busquemos el conflicto, no tiremos el tiempo del que se compone la vida.

Las situaciones de dolor y sufrimiento han sido muy diversas. Por ejemplo, el duelo pospuesto por el fallecimiento generalmente de un abuelo, ya que la situación no ha permitido despedirse de manera próxima; es más, tampoco se ha podido acompañar fácilmente en el entierro.

Esta lamentable situación genera dolor y desconcierto.

Otra situación lamentable es la de los familiares sanitarios que se han puesto en riesgo y que, además, han tenido un gran sufrimiento por el denominado «trauma por compasión»; es decir, han sido ellos los encargados de despedir a la víctima, ya que esta no podía estar acompañada de los suyos. Además, los sanitarios no solo enfrentaban la muerte de cerca, sino que tenían miedo de ser portadores de esta a sus hogares.

Asimismo, ha habido distanciamientos atroces, pues las circunstancias han llegado de improviso, sin permitir el acercamiento en estos fatídicos días, y esto ha golpeado la sociedad.

No podemos olvidar a las personas más sensibles, como son las de educación especial, las afectadas por enfermedades mentales, los alcohólicos y drogodependientes, los ludópatas, los afectos de espectro autista, los que son presa de obsesiones compulsivas, los diagnosticados de hiperactividad, y muchos otros.

En conclusión, son muchos los grupos, las personas, que han sufrido, que sufren, que sufrirán. Hay mucho trastorno por estrés postraumático. Sin embargo, de estas virulentas realidades rebrota la empatía, la compasión, la generosidad, el altruismo.

El ser humano, como especie, dejó huellas desde tiempo inmemorial de dar tierra a sus muertos, y aún de ayudar en lo posible a los heridos o a quienes tenían más dificultades desde el momento del nacimiento.

No olvidemos que la historia se ha escrito con guerras, pandemias, hambrunas, desastres naturales y, sin embargo, hemos llegado hasta aquí con una memoria colectiva que se duele por el sufrimiento padecido y se ilusiona con la esperanza de un futuro mejor.

Enseñemos a nuestros hijos y aprendamos nosotros que, más allá del desarrollo tecnológico, seguimos siendo muy frágiles, que nos es muy difícil prever lo que acontecerá mañana. Aprendamos humildad de esta lección que nos ha venido impuesta. Y activemos los recursos que tenemos basados en la solidaridad y el compromiso.

Hemos de pensar no solo en nosotros, sino en los otros y en los que sufren la enfermedad, en los que todavía no se han recuperado de las secuelas neurológicas o de otros tipos de la COVID-19.

Luchemos colectivamente para apoyar a quienes más lo necesitan, por intentar que el paro laboral no nos supere y que la desigualdad social no se cronifique.

En Madrid, a 22 de julio de 2020

Javier Urra

Prof. Dr. en Psicología y Dr. en Ciencias de la Salud Académico de Número de la Academia de Psicología de España Primer Defensor del Menor

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