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Testimoniar por Lyotard

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Catherine Malabou

Era otro tiempo. Un tiempo donde Kant aún ejercía sobre la comunidad filosófica un real poder de sideración. Durante los años 80, Kant ya no era solamente el filósofo de lo sublime, sino el filósofo sublime, capaz de transportar el espíritu más allá o más acá del umbral de la racionalidad hasta confrontarlo con su otro, es decir consigo mismo en tanto que otro consigo mismo, otro de sí mismo. Y capaz de asegurar en ese transporte un porvenir histórico casi infinito. En efecto, cada época ahora sería libre, después de Kant y gracias a él, de determinar el sentido de lo sublime a la luz de su actualidad específica.

La contribución de Jean-François Lyotard a esta lectura de Kant ha sido considerable. Es el primero en haber deslocalizado lo sublime de su estrecho enclave estético y en haberlo identificado como potencia de catástrofe política. Mostró que la confrontación del espíritu consigo mismo no era un diálogo sino un conflicto. Comprendió el franqueamiento del umbral no solamente como movimiento hacia lo irrepresentable, sino como lo irrepresentable mismo. Lyotard y Kant efectivamente se encontraron en el umbral. Este encuentro fue histórico. Nuestra memoria todavía tiembla.

La lectura metamórfica de Kant operada por Lyotard está en gran parte inscrita en el contexto político abierto por la difusión del film Shoah de Claude Lanzmann en el año 1985, en una época donde la diferencia entre campos de concentración y campos de exterminio no era aún tan clara en la conciencia colectiva. Shoah, por primera vez, apuntaba hacia todas las formas de negación donde el exterminio permanecía envuelto, oculto en la psiquis occidental. Lyotard entregó en el Différend, publicado en 1984, precisamente en el momento en que elaboraba sus lecciones sobre Kant, una de las reflexiones más profundas jamás desarrolladas sobre el negacionismo. Me acuerdo también de las apasionantes discusiones en el College International de Philosophie sobre Heidegger y el nazismo. Jean Luc Nancy publicaría luego La Communauté désoeuvrée1. Lyotard, de manera increíblemente audaz, sostenía por su parte que la comunidad estaría siempre fisurada, fracturada con respecto a lo impresentable, ya que la Shoah es impresentable, por eso es que se puede, al mismo tiempo, pensarla y negarla.

Kant, extrañamente, ayuda a comprender esta figura lógica de lo imposible porque es el primer filósofo en reconocer la existencia del diferendo en el pensamiento. «A diferencia de un litigio –escribe Lyotard–, un diferendo sería un caso de conflicto entre partes (al menos dos) que no podría zanjarse equitativamente por falta de una regla de juicio aplicable a las dos argumentaciones. Que una sea legítima no implicaría que la otra no lo sea. Si se aplica sin embargo la misma regla de juicio a una y a otra para resolver su diferendo como si este fuera un litigio, se causa un daño a una de ellas (al menos, y a las dos, si ninguna admite esta regla). Un daño resulta de una injuria hecha a las reglas de un género de discurso, es reparable según esas reglas. […] Una regla universal de juicio entre géneros heterogéneos produce desventaja en general»2.

La inscripción kantiana del diferendo en el pensamiento es precisamente el lugar de lo sublime. Lo sublime no es lo bello, y su diferencia, muestra Lyotard, es la diferencia entre representación (Vorstellung) y presentación (Darstellung). La Vorstellung, vinculada con lo bello, es la aprehensión de una forma. El juicio de gusto siempre es asunto de formas, de ahí su «afinidad con el entendimiento». Es bello y da placer lo que tiene un contorno, una limitación, un aspecto. El sentimiento sublime, por contraste, está vinculado con lo «sin forma» y por eso se encuentra en afinidad con la razón y lo incondicionado. La imaginación, que quisiera jugar su rol habitual de mediadora, intenta presentar eso «sin forma» a falta de representarlo, porque no tiene forma. Pero fracasa. Lo sublime nace en cierto modo del fracaso de la Darstellung. Este fracaso es su éxito. Su placer, su displacer3. Mientras que lo bello es siempre natural, lo sublime abre el espacio de una «estética sin naturaleza», o incluso de una «estética de la desnaturalización»4. «Es esta ausencia de forma –escribe Lyotard comentando lo sublime matemático–, esta Formlosigkeit, que Kant evoca para comenzar el análisis de lo sublime por la cantidad»5. En lo sublime dinámico «encontraremos la misma heterogeneidad de los elementos unidos por la síntesis. […] Los elementos son de una parte el objeto que procura a la imaginación la dificultad de presentación que hemos dicho, el objeto «colosal», «bruto», «sin forma». […] La síntesis de estos elementos heterogéneos, su nexus, consiste en reportar lo sin forma, apenas aprehendido en la naturaleza, en la «presencia» de la Idea de la razón. Haciendo así de la impotencia de la imaginación un signo de toda la potencia de la razón»6. Pero ¿qué es esta potencia que se autoriza con una insuperable impotencia?

Lo sublime emerge de un shock. La operación de transporte de las «fuerzas vitales» (Beförderung der Lebenskräfte) es en efecto violentamente interrumpida. El flujo sensible ya no es ni sistematizado ni controlado, nos llega tal cual, «bruto». Una vez más, lo sublime siempre se puede encontrar en un objeto infinito o informe (unendlich, formlos) donde la Darstellung sólo puede ser negativa (eine Darstellung des Unendlichen, welche zwar eben darum niemals anders als bloß negative Darstellung sein kann)7.

Lyotard insiste sobre esta avería de los pasajes entre facultades, sobre el abismo infranqueable que las separa, lejos del «libre juego» entre el entendimiento y la imaginación asegurada por el juicio del gusto. La Analítica de lo sublime saca a la luz la heterogeneidad, la incompatibilidad de las reglas propias a cada facultad. Y el problema está allí: no puede precisamente haber transferencia de reglas de una facultad a otra sin diferendo. Es por eso que «el conflicto» de la razón y de la imaginación, escribe Lyotard citando al mismo Kant, «no es un litigio ordinario que una tercera instancia puede aprehender y zanjar, sino un “diferendo”, un “Widerstreit”».8

Como Kant, Lyotard hace un uso ético de esta representación negativa. Pero este uso es profundamente reinterpretado. Lo sublime se vuelve la experiencia afectiva de la modernidad totalitaria –la Shoah o el terror del Estado estalinista. La experiencia de lo inhumano no es solamente, una vez más, irrepresentable, inconmensurable con los medios de la representación. Simplemente ella no se presenta. Es decir que todo testimonio de esta experiencia puede siempre, una vez más, ser negado, revocado en duda. Testimoniar sigue siendo por lo tanto un deber. Tal es la tarea del arte «sublime», del arte abstracto, que renuncia a la figuración. Extraña paradoja de lo sublime.

Era otro tiempo. Las olas desgraciadamente han deslavado la ribera de esta extraordinaria lectura. Hubo la ola Rancière primero. Jacques Rancière ha desarrollado sobre lo sublime, como sabemos, una perspectiva completamente contraria. En su obra Malaise dans l’esthétique operó una verdadera deconstrucción de la interpretación lyotardiana, desarrollando su propia lectura de la Crítica de la facultad de juzgar9. Según él, el arte es un medio que permite reparar el dispositivo social sin detenerlo. Lo sublime permite a los invisibles, a los «sin parte», presentarse, es decir aparecer sobre la escena política. Lo sublime vuelve presentable. Además, según Rancière, el régimen estético de lo sublime está en adelante perfectamente adaptado a la representación de lo inhumano. De ahora en adelante no hay ya experiencia de excepción. «Si el Edipo de Sófocles, y en particular la escena que nos muestra a Edipo sacándose los ojos, una escena cuya crueldad es excepcional, es irrepresentable en las tablas en tiempos de Corneille, ya no lo es más hoy en día», escribe Denis Skopin10. Lo sublime ya no es más entonces, por mucho que nunca lo haya sido, el lugar del diferendo.

Así, las posiciones de Rancière y Lyotard frente a lo sublime constituyen dos polos opuestos. Por un lado, encontramos el fracaso de la inscripción del choc sensible y el infinito de lo impresentable (Lyotard); del otro, la apertura de toda experiencia a su puesta en palabras, a su forma (Rancière). Presentación imposible de una parte, representación sin trabas de la otra.

La ola de «realismo especulativo» después. Con la publicación, en 2006, del libro de Quentin Meillassoux Après la finitude, Essai sur la contingence radicale11, se constituye un movimiento que reagrupa diversos autores que tienen en común una crítica, incluso un rechazo, de Kant. Kant sería un pensador «correlacionista«, en que todos los análisis tendrían como punto de partida la experticia (la correlación) del sujeto y el objeto, poniendo así el pensamiento frente al desafío de acceder a la realidad de lo absoluto. Kant no había podido pensar un mundo indiferente a nuestra presencia, un mundo que hubiera comenzado mucho antes que nosotros y capaz igualmente de sobrevivirnos. Puede ser que un tal mundo haya precisamente entrevisto en la experiencia de lo sublime, pero permanece sublime justamente, es decir, a la vez estético y sublimado. No es objeto de ningún conocimiento. Lo impresentable es el otro nombre del subjetivismo según el cual es la finitud la que da la medida de las cosas. Lo que la transgrede es un encantamiento limitado. Lo sublime es un escalofrío efímero. Después de lo sublime, todo entra en orden. De este orden, el realismo especulativo ya no quiere más. ¿Pero queremos realmente nosotros realismo especulativo?, habría preguntado Lyotard. Yo lo pregunto con él.

Escribo este prefacio para la traducción latinoamericana de Leçons sur l’Analytique du sublime para afirmar que la filosofía kantiana de Lyotard sobrevivirá a estas olas que no la ahogaron. Él, de todos modos, nunca buscó conseguir la unanimidad porque escribió que la unanimidad, precisamente, era imposible. El «sensus communis» nunca es un consenso, he ahí otra de sus potentes afirmaciones. No es un acuerdo inmediato. Para ser universal, permanece incompartible. «Incluso considerado subjetivamente, el diferendo mismo no puede exigir ser compartido por todo pensamiento»12.

Incluso incompartible, el tiempo de Lyotard regresará.

1 Jean-Luc Nancy, La Communauté désœuvrée, París, Christian Bourgois, 1986. [Hay dos versiones en castellano: La comunidad inoperante, Santiago, Lom, 2000 y La comunidad desobrada, Madrid, Libros de Arena, 2001. N. del T.].

2 Jean-François Lyotard, Le Différend, París, Minuit, 1984, p. 9. [La diferencia, Barcelona, Gedisa, 1988. N. del T.].

3 El sentimiento de lo sublime «consiste en efecto en dos sensaciones contradictorias, placer y displacer, «atracción» y «repulsión». El pensamiento se encuentra «angezogen» y «abgestossen», como lo leímos en el parágrafo 23». Leçons sur l’analytique du sublime, Kant, Critique de la faculté de juger, § 23-29. París, Klincksieck, 2015, 104.

4 Ibid., 55, 56.

5 Ibid., 78.

6 95.

7 Inmanuel Kant, Kritik der Urteilskraft, S. 192. Quellen Philosophie: Deutscher Idealismus, S. 2704 (vgl. Kant-W Bd. 10, S. 201).

8 Leçons, 117.

9 Jacques Rancière, Malaise dans l’esthétique, París, Galilée, 2004. [Versión en castellano: El malestar en la estética, Madrid, Clave Intelectual, 2012. N. del T.].

10 Denis Skopin, «Le sublime, la surface picturale et les disparitions politiques. Sur la polémique Rancière/Lyotard», Appareil, «Lyotard et la surface d’inscription numérique», n°10, 2012, 2.

11 Quentin Meillassoux, Après la finitude, Essai sur la nécessité de la contingence, París, Seuil, 2006. [Versión en castellano: Después de la finitud: ensayo sobre la necesidad de la contingencia, Buenos Aires, Caja Negra, 2015. N. del T.].

12 Leçons, 216.

Lecciones sobre la Analítica de lo sublime: (Kant, Crítica de la facultad de juzgar, § 23-29)

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