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4. La temporalidad estética

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Considero esta unanimidad [d’unisson] singular y recurrente, pero siempre «como nueva», que aparece cada vez por primera vez, como el bosquejo de un «sujeto». Cada vez que una forma procura el placer puro que es el sentimiento de lo bello, es como si las disonancias que dividen al pensamiento, aquellas de la imaginación y del concepto, estaban en decadencia y dejaban el camino abierto, si no a una consonancia perfecta, a una conyugalidad pacífica, al menos a una emulación benévola y calma, como aquella que une a los novios (aquí 7). El sujeto sería la completa unidad de las facultades. Pero el gusto no resulta de esta unidad y, en este sentido, no puede ser experimentado por un sujeto. Resulta del compromiso de dos facultades, anunciando así el nacimiento de una pareja unida. No hay una subjetividad (esta pareja) que experimentara sentimientos puros, hay el sentimiento puro que promete un sujeto. En la estética de lo bello, el sujeto está «en estado naciente».

Lo está cada vez que hay placer de lo bello. No permanece naciente. Para que quede naciente necesitaría al menos que sea posible la síntesis de sus «promesas de unidad» en una unidad que persistiera siendo idéntica a sí misma a través del tiempo. Pues esta condición de persistencia es una de esas que se debe encontrar en la concepción de un sujeto. Vemos que la condición es contradictoria: si una unidad de las promesas fuera posible, las promesas de unidad serían imposibles, o falaces. La estética sólo sería del lógico aún confuso.

Ahora bien, incluso lógicamente, la condición de unificación de la diversidad de las representaciones en un sujeto encuentra una gran dificultad. Esta síntesis es intentada, como se sabe, en la segunda edición de la primera Crítica, bajo el título de Deducción trascendental de los conceptos puros del entendimiento. Que esta deducción (en sentido crítico) (KRV A, 100; 126) pierda o no su objeto, no discutiré eso aquí. Recordaré solamente que «el principio de la unidad sintética de la apercepción» que ella establece o pretende establecer, llamado también el «Ich denke» o el «Sí idéntico» (KRV B, 110, 113; 140, 145), cualquiera sea la consistencia intrínseca de eso, sólo se relaciona con el pensamiento que conoce objetivamente los objetos. Mientras argumenta para legitimar este principio (KRV B, § 19), Kant insiste sobre este aspecto, al punto que hace de eso el recurso de la susodicha deducción: a falta de estar vinculados al principio a priori de este Selbst, los juicios sobre los objetos no podrían tener sino un «valor subjetivo» (ibid., 119; 154), «simplemente subjetivo» (ibid., 120; 154-155), como es el caso en las «percepciones» y las «asociaciones» (ibid.).

Sin hablar de las dificultades intrínsecas de esta deducción, es cierto que nos equivocaríamos fuertemente al buscar el «sujeto» estético del lado de una síntesis análoga a la del «Ich denke», que no tiene otro fin que garantizar la objetividad de los juicios. Diría más. Incluso una lectura, como la de Heidegger, que se esfuerza, no sin razón, en demostrar que en definitiva el auténtico principio de la síntesis no es el «Yo pienso», sino el tiempo –esta lectura sólo puede valer (si vale) para el conocimiento y no puede referir más que a los juicios teóricos determinantes. Es claro que la moralidad (por ejemplo), que sólo tiene razón de ser en la suposición que se debe hacer, para deducirla, de una causalidad incondicionada que escapa por hipótesis del tiempo serial de las condiciones de determinación, requiere una noción de tiempo o de la temporalidad extraña a la que exige el conocimiento (aquí 5, 3). Lo mismo sucede a fortiori para el tiempo estético. Los juicios de gusto no determinan nada de su objeto. Para ser sintetizados unos con otros en una sucesión y, eventualmente, en un sujeto, es necesario sin embargo que sean tomados en sí mismos como objetos para esta síntesis. Eso es siempre posible. Pero esta síntesis será ipso facto aquella que une la diversidad de los juicios de gusto bajo el concepto de su determinación y bajo el esquema de su sucesión. Entonces será teórica y objetiva, como la unidad a priori de la apercepción, no estética y subjetiva.

Habría que ir todavía más lejos. La primera edición de la primera Crítica, en la Observación preliminar, más exactamente la «vorläufige Erinnerung», que constituye el cuerpo de la segunda sección de la Deducción (KRV A, 110-129; 141-147), analiza en detalle las tres síntesis elementales, de la aprehensión, de la reproducción y del reconocimiento (ibid., 109; 140-141), que se aplican a los datos sobre los cuales el entendimiento podrá hacer juicios de conocimiento. Estas síntesis, escribe Kant, «conducen […] a tres fuentes subjetivas de conocimiento que, en sí mismas [estas fuentes], vuelven posible el entendimiento y, por medio de él, toda experiencia en tanto que ella es un producto empírico del entendimiento» (KRV A, 109 t.m.; 141). Que estas fuentes sean «subjetivas», Kant lo ha notado ya algunas líneas más arriba, precisando que «constituyen los fundamentos a priori de la posibilidad de la experiencia» que vienen a suplir las categorías del entendimiento. La «realidad objetiva» de estas está suficientemente autorizada por la prueba de que no podemos pensar sin ellas. Pero aquí se trata de «más que, mehr als», el único poder de pensar que es el entendimiento. Se trata del entendimiento en tanto que conoce objetos. Es la posibilidad trascendental de este conocimiento de objetos que las «fuentes subjetivas» (las síntesis) fundan.

Ahora bien, la importancia de estas síntesis es decisiva para los juicios estéticos, al menos en lo que atañe a su relación con el tiempo. No es un azar si, en la tercera Crítica, la Analítica de lo sublime desde el punto de vista «matemático», bajo la categoría de cantidad, o mejor, bajo el «título» de su análogo subjetivo, se centre casi enteramente en la «aprehensión», Auffassung, y sobre la «comprensión», la «Zusammenfassung», llamada también comprehensio aesthetica (91, 93, 97; 95, 98, 104), de elementos de una forma dada (aquí 4,2). El análisis es conducido desde el punto de vista del espacio, pero es fácil, e interesante, de transportarlo en la forma del tiempo. El carácter displacentero propio del sentimiento de lo sublime procede particularmente de la aporía del juicio de que él consta al punto de vista cuantitativo (aquí 4). Transpuesto al tiempo, esta aporía equivale a una impotencia de sintetizar datos encerrándolos «en un solo instante, in einem Augenblick» (KRVA, 111-112; 143). Desde entonces, si en la aprehensión, la intuición aquí limitada a su estatuto subjetivo, dado que el problema no es el de conocer el objeto, es, si no imposible, al menos contrariada (aquí 5, 5), nos preguntamos cómo podría tener lugar la síntesis de la «reproducción en la imaginación», que le está «inseparablemente ligada» (KRV A, 115; 148). Ni hablar de la tercera síntesis, «reconocimiento en el concepto». Y no vemos que, en la ausencia de estas síntesis elementales, «fuentes subjetivas» que «hacen posible el entendimiento», la unidad de un sujeto (aquí el sujeto del sentimiento sublime) pueda ser deducida.

Escogí el ejemplo del juicio sublime porque responde claramente por su parte, es decir negativamente, al problema de la posibilidad de un sujeto y de una temporalidad estéticas (sublimes) constituidas a partir del modelo del Ich denke y de la temporalidad requerida por el pensamiento teórico. No parece discutible que hagan falta aquí las condiciones más elementales (las síntesis del tiempo) para la síntesis de un Selbst.

Ahora bien, este fracaso no impide de ninguna manera al sentimiento de lo sublime ser un sentimiento, es decir una «sensación» por la que un pensamiento, aquí reflexionante, esté advertido de su estado. Es verdad que este estado es complejo, ambivalente en cuanto a la calidad del juicio que está allí referido al objeto, ya que el pensamiento dice a la vez sí y no a este último, que le concede y le rechaza su «favor»: «atraído, angezogen», y «repelido, abgestossen» (85; 88). Queda que «el juicio mismo [que es el sentimiento sublime] no permanece sino estético, pues solamente representa, sin poseer como su fundamento un concepto determinado de un objeto, el juego subjetivo de las fuerzas del espíritu […]» (97; 103). Concluyo de eso que estas mismas propiedades que prohíben la deducción de un sujeto sublime son las que autorizan la mantención de lo sublime en el orden subjetivo.

Lo «subjetivo» puede y debe persistir como la sensación de sí mismo que acompaña todo acto de pensamiento en su instante, mientras que la síntesis más elemental requerida por el conocimiento, aquella de una aprehensión mínima de datos en una captación instantánea, no es más asegurada por la facultad que tiene eso a su cargo, la imaginación. Si es así, es que a falta de esta síntesis en el orden de la determinación, la falta de la síntesis no es menos sentida en el de la reflexión. Pues para la reflexión, la única síntesis pertinente es la que pone en relación las facultades en juego en el pensamiento. Que en su duelo con la razón la imaginación sucumba, eso se indica en y como un «estado» del pensamiento, eso se siente. Es un pesar.

Tratándose del gusto, la relación entre los compañeros es buena, «bien proporcionada», y «libre», ya que no es sumisa a la legalidad del entendimiento que, por el esquematismo y los principios, obliga a la imaginación a preparar los datos a su subsunción bajo los conceptos. Esta libertad se indica en una lenta emulación recíproca entre la facultad de concebir y la de presentar, sin que la primera deba poder llevarla por un «aburrido» (82; 85) exceso de orden (de geometría, por ejemplo), ni la segunda por una fantasía a tal punto desenfrenada que ella escaparía a toda finalidad subjetiva (80-83; 82-84). Esta disposición eufónica (para retomar el motivo de la Stimme) es examinada en el análisis del gusto desde el punto de vista de la relación, que aquí es la finalidad (63-76; 58-77). Esta finalidad es subjetiva en su puesta en relación de los componentes del pensamiento de lo bello, es decir la imaginación y el entendimiento, de manera de sugerir su acuerdo. Es sólo así, lo repito, que un «sujeto», un sujeto uno, es prometido.

Que la relación de las facultades en juego en el sentimiento sublime, la imaginación y la razón, sea al contrario cacofónica, no cambia en nada la disposición general que sitúa toda la estética del lado de lo «subjetivo» o del juicio reflexionante. Simplemente el sentimiento parece deber ser allí lo inverso de lo que es en el gusto, ya que lo que se experimenta en lo sublime no es la buena proporción en el juego de las facultades que allí están en ejercicio, sino su desproporción e incluso su inconmensurabilidad, «un abismo, Abgrund» las separa, que «aterroriza» y «atrae» la imaginación (97; 163), mandada a presentar lo absoluto. Será la paradoja del análisis de Kant (que sigue aquí muy de cerca, no importa lo que diga, aquello que Burke ha hecho del delight) encontrar en esta cacofonía una eufonía secreta, de rango superior (aquí 5).

Sin embargo, también los compañeros habrán cambiado. La razón vendrá a reemplazar al entendimiento en el desafío lanzado a la imaginación y es por eso, exactamente, que una distinta finalidad podrá revelarse en las ruinas de la concordancia de las facultades hechas por el placer de lo bello. Pues es gracias al cambio de compañero de la imaginación que un conflicto, que no aparece en primer lugar sino como «matemático», en el sentido de la Antitética de la primera Crítica, puede transformarse en un conflicto «dinámico». De un conflicto en que la reflexión expulsa ambas partes, espalda contra espalda, por un doble No: usted no tiene, ni una ni otra, ninguna legitimidad de pretender lo que pretende. Así se pasará a un conflicto en que ella los acreditará a ambos por un doble Sí: la imaginación está justificada en esforzarse en presentar lo impresentable y a no poder lograrlo; la razón tiene razón en exigir de ella este esfuerzo vano, ya que la razón es aquí práctica y la Idea a presentar es la causalidad incondicionada, la libertad, que requiere constitutivamente su efectuación presente pero que, también, constituye el «destino» supremo del espíritu (aquí 7,4 sq.).

Al preguntar ahora si el sujeto de lo sublime es el mismo que el de lo bello, la pregunta no tiene ningún sentido. Como del gusto, no hay ya sujeto del sentimiento sublime, como síntesis, como contenedor, o como cómplice. Que sea subjetivo el sentimiento sublime significa que es un juicio reflexionante y que a este título no tenga ninguna pretensión de objetividad de un juicio determinante. Es subjetivo en lo que él juzga según y del estado del sentimiento, de manera tautegórica. Como para el gusto, la filtración del análisis de este juicio estético a través de las categorías permitirá determinar una concepción de este «estado». El procedimiento revelará cuán precaria es la unidad de las facultades, perdida casi –y he ahí el componente de angustia de este sentimiento. La «aptitud» para las Ideas de la razón debe ser desarrollada para que la perspectiva de una unidad resurja del desastre y que, simplemente, sea posible el sentimiento sublime. Es su componente de elevación, lo que lo asemeja al respeto moral. El gusto promete a cada uno la felicidad de una unidad subjetiva cumplida, mientras lo sublime anuncia a algunos una unidad distinta, menos completa, en alguna medida naufragada y más «noble, edel» (109; 120). Recordando los diversos predicados, no se hace sino pintar tonos, matices de sentimiento; no construimos un sujeto. El sentimiento estético en la singularidad de su ocurrencia es lo subjetivo puro del pensamiento, es decir el juicio reflexionante mismo.

En Kant, lo que se llama el sujeto o bien es el aspecto subjetivo del pensamiento, consistiendo enteramente en la tautegoría que hace del sentimiento el signo, para el pensamiento, de su estado, entonces el signo del sentimiento mismo, ya que el «estado» del pensamiento es el sentimiento; o bien, el sujeto sólo es el punto cero en el que llega a suspenderse la síntesis de conceptos (en la primera Crítica) o el horizonte siempre pospuesto de la síntesis de las facultades (en la tercera Crítica); en este segundo caso, es una Idea, en suma, de la que la primera Crítica cuenta los paralogismos que se adhieren a ella si no le prestamos atención, reflexivamente, a la apariencia trascendental (KRV, 278 sq.; 370 sq.). Es precisamente por la reflexión, utilizando el estado subjetivo como guía del pensamiento, utilizando el sentimiento que la acompaña en todos sus actos, que se puede hacer notar esta apariencia y restablecer los buenos domicilios. Y cuando el acto del pensamiento refiere al sujeto, es todavía por la reflexión que podemos hacer la crítica de la noción de sujeto.

Lecciones sobre la Analítica de lo sublime: (Kant, Crítica de la facultad de juzgar, § 23-29)

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