Читать книгу Libertad condicional - Jim Thompson - Страница 8
5
ОглавлениеEra un cuarentón apuesto, moreno, con los ojos penetrantes y la expresión decidida. Comprendí que a la señora Luther pudiera gustarle. De forma instintiva, sin poderlo remediar, me cayó bien. Aunque le había sacudido un poco, tras dirigirme una mirada asesina, hizo lo posible por componer una media sonrisa.
Doc salió del coche y lo ayudó a levantarse. Me miró como si no estuviera muy contento conmigo.
—¿Estás bien, Bill? —preguntó—. ¿Puedo ayudarte en algo...?
El otro negó con la cabeza.
—No... Dame un segundo y me recupero.
—No tendría que haber hecho eso, Pat —me reprendió Doc—. Era totalmente innecesario.
—Lo siento —contesté—. Ha sido un accidente.
—Bueno, pues la cosa podría haber sido muy seria. Por lo que he visto...
—¡Por favor! ¡Deja ya de meterte con él! —El tipo terminó de enderezarse y, hablando en tono normal, añadió—: Pat ha pensado que tenías problemas y ha hecho lo posible por ayudarte. Así que deja las reprimendas para otro momento y preséntanos como es debido.
—Desde luego —dijo Doc—. El señor Hardesty, Pat Cosgrove. El señor Hardesty es abogado, Pat. Y ha sido de gran ayuda a la hora de conseguir que en Sandstone te pusieran en libertad.
Otro más, pensé. ¿Cuántos? ¿Cuánto? ¿Por qué?
—¡Ha sido un placer! —indicó Hardesty estrechándome la mano con fuerza—. Contigo se habían portado muy mal, hijo. Y me alegra ver que has conseguido superarlo todo bien.
—Muchas gracias —respondí.
—Como digo, ha sido un placer. Veo que tienes agallas, Pat, y eso me gusta. Me gustan los hombres dispuestos a hacer lo que sea para ayudar a un amigo. —Sus cálidos ojos oscuros recorrieron mi cuerpo con admiración—. El chaval tiene una pinta formidable, ¿verdad, Doc?
—Pat y yo tenemos que irnos —informó Doc—. Tenemos que hablar con la directora de prisiones a propósito de la libertad condicional de Pat.
—Con la loca de Myrtle, ¿eh? —Hardesty soltó una risita—. No os envidio para nada. Si os da demasiados problemas...
—Creo que puedo manejarla —dijo Doc.
—Si tú no puedes manejarla, es que nadie puede —convino Hardesty. Sonrió, asintió con la cabeza en mi dirección y se marchó de allí silbando.
Me senté en el coche junto a Doc y me puse a conducir en dirección a la sede del gobierno estatal.
Doc guardó silencio durante varias manzanas, aparentemente absorto en la lectura del periódico. Finalmente repitió una acción que pronto iba a resultarme familiar —dobló y arrojó el periódico a sus espaldas— y dijo:
—¿Qué ha oído de mi conversación con Hardesty?
—No mucho —respondí.
—Le he preguntado qué ha oído.
—Bueno, he oído decirle a usted que se mantuviera apartado de la señora Luther y que él soltaba una imprecación y aseguraba que usted estaba celoso.
Doc se giró en el asiento y noté el poder de la mirada con que me estaba fulminando a través de sus gruesas gafas. Y sin embargo, algo —algo que, por extraño que resultara, creí que era miedo— refrenó el estallido.
—Es posible que no me haya expresado con claridad, Pat —dijo sin levantar la voz—. Tiene usted una memoria excelente; la he puesto a prueba en varias ocasiones. Así que ¡repítame palabra por palabra lo que ha oído!
Eso fue lo que hice. Se lo repetí palabra por palabra.
—¿Y qué deduce de todo esto, Pat? ¿Hay alguna pregunta que quiera hacerme?
—Yo no deduzco nada —contesté—. Y no tengo ninguna pregunta que hacerle.
Doc se arrellanó en el asiento. Se rio un poco.
—Hardesty es un buen tipo —afirmó—, pero a veces se pasa un poco de listo. La verdad es que le ha calmado usted a base de bien.
—Siento lo sucedido —dije—. Pensé que quizá querría terminar de hablar con él y por eso lo detuve.
—Cosa que aprecio. —Puso la mano en mi rodilla un segundo—. Sin embargo, no era necesario, como ahora ya sabes. En cualquier caso, Hardesty y yo somos muy buenos amigos —continuó—. La señora Luther hace un tiempo heredó un pequeño patrimonio, que Hardesty se ocupa de llevar. Hardesty es la clase de hombre que puede hablar con quien sea, hombre o mujer, sin adentrarse en el terreno personal... Y yo tendría que haber sabido que no pretendía nada al hablar de esa forma con la señora Luther. Pero me temo que no soy muy razonable en todo lo que tiene que ver con ella.
—Entiendo.
—Bueno, olvidémoslo —dijo—. Ha escogido usted un vestuario excelente, Pat. He tenido que mirarlo dos veces para reconocerlo.
—Es a Williams a quien hay que agradecérselo —repuse.
—Ya me encargaré de ello. —Me sonrió a través del retrovisor—. Y también me ocuparé de pagar la cuenta. Lo digo por si eso le preocupa.
—Es muy amable por su parte —agradecí.
—Por eso no se preocupe —dijo él—. Bueno, ya hemos llegado.
Aparqué en uno de los caminillos que cruzaban los jardines de la sede del gobierno estatal. Echamos a andar por una de las zonas de césped y subimos por la escalinata de mármol que llevaba a la entrada principal.
Nos fuimos abriendo paso por los pasillos atestados de personas, mientras Doc saludaba o era saludado por algunas de ellas. Nos metimos en un ascensor traqueteante que nos llevó a la cuarta y última planta.
—Aquí empieza el peligro —musitó Doc cuando salimos del ascensor.
Enfilamos el pasillo central y nos desviamos por una serie de angostos corredores. Justo cuando estaba empezando a pensar que Doc se había perdido, llegamos ante una puerta con una placa que rezaba:
DEPARTAMENTO DE PRISIONES
MYRTLE BRISCOE
DIRECTORA
Doc tiró su cigarrillo y se quitó el sombrero. Yo ya tenía el mío en la mano. Terminó de ajustarse la corbata, irguió los hombros y abrió la puerta.