Читать книгу Polvo y decadencia - Jonathan Maberry - Страница 24
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Tom volvió al pueblo a comprar algunas provisiones faltantes. Nix y Benny entraron a la casa y subieron a la habitación de Benny, éste sacó un par de grandes almohadas y luego salieron por la ventana para sentarse lado a lado en el cobertizo.
Las nubes grises se disolvían en pálidas volutas blancas que parecían papel de seda mojado en un techo azul. Desde ahí podían ver todo el pueblo. Al oeste, la reserva de agua frente al escarpado muro de montañas y los kilómetros de cercado que enmarcaban al pueblo por norte, este y oeste. Adyacente al pueblo, kilómetros y kilómetros de campos de cultivo vallados se perdían en el horizonte. Siempre había desconcertado a Benny por qué la gente del pueblo no había ido recorriendo el cercado para gradualmente reclamar más y más espacio de Ruina. Los comerciantes que saqueaban las bodegas y los sitios de construcción en los pueblos abandonados podrían conseguir la malla metálica y los postes necesarios, pero los límites del pueblo no habían crecido en años. Existía el Pueblo y luego estaba Ruina, y eso parecía ser todo lo que la gente era capaz de pensar.
Esto molestaba mucho a Benny, pero a Nix casi la hacía perder la cabeza. Ella no solamente quería expandir el pueblo, quería construir botes y reclamar algunas de las grandes islas frente a la costa de California: Catalina, San Clemente o cualquiera de las otras que fuera lo suficientemente grande para albergar a unos cuantos miles de personas y su tierra lo bastante fértil para alimentarlos. Nix tenía una lista de islas en el pequeño diario con cubiertas de cuero que siempre cargaba consigo, y planes detallados de cómo expulsar de ellas a los zoms. También había copiado montones de fragmentos de libros sobre agricultura y ganadería.
Estaban recostados sobre las almohadas y miraban a las gaviotas y los buitres que planeaban alto en los vientos térmicos.
—En verdad voy a extrañar a Chong y a Morgie —comenzó Nix.
—Lo sé. Yo también.
—Pero tengo que ir.
—Lo sé —dijo Benny.
Escucharon voces en el jardín. Tom y alguien más. Nix se sentó, pero Benny cruzó un dedo en sus labios y ambos se recostaron boca abajo y se deslizaron hacia el borde del tejado.
Debajo, Tom hablaba con un cazarrecompensas que Benny había visto algunas veces en las fiestas de Año Nuevo. Sam el Bateador Bashman. Era un hombre delgado, de pelo negro, que cargaba dos bates de beisbol. Ambos estaban viejos y maltratados, pero según Tom, el Bateador los tenía desde aquellos días en que jugaba de segunda base para los Phillies de Filadelfia en un mundo que ya no existía.
—¿Así que realmente estás decidido a llevar a tu hermano y su chica allá afuera? —preguntó el Bateador.
—Absolutamente —confirmó Tom.
—¿Por qué? Nadie ha vuelto a ver el avión desde aquella única vez. Y mira que he preguntado a todo mundo.
—Aun así tengo que buscarlo —continuó Tom.
El Bateador sacudió la cabeza.
—Ruina se está poniendo extraña, hombre. Tú no has salido mucho últimamente, pero están matando gente, y no son los zoms. La muerte de Ojo Rosa desató una lucha campal para apoderarse de su territorio. ¿Crees que hacer este viaje es algo inteligente, hombre?
—En realidad, no —admitió Tom.
—¿Entonces por qué hacerlo?
Tom hizo una pausa, y Benny y Nix se acercaron un par de centímetros más al borde del tejado.
—Si yo no los llevo allá afuera… ellos encontrarán la manera de ir solos.
La conversación prosiguió, pero Tom y el Bateador ya se alejaban caminando en dirección al centro del pueblo.
Benny se sentó y quedó mirando a la distancia.
Nix se volteó a verlo, y la luz de la tarde hizo que su pelo luciera aún más rojizo. Y sus ojos más esmeralda.
—¿Benny…? ¿Puedo hacerte una pregunta y esperar una respuesta sincera?
Depende de la pregunta, pensó Benny. Había algunas preguntas que prefería evitar, al punto de arrojarse del tejado antes que contestar.
—Seguro.
—¿Tiene razón? Si Tom no nos acompañara, si sólo fuéramos Lilah y yo… ¿tú vendrías?
—¿Sin Tom?
—Sí.
Él se recostó boca arriba y miró las nubes durante casi un minuto antes de contestar. Era una buena pregunta. La pregunta crucial, y él había luchado con ella y le había dado vueltas desde que vieron el avión el año anterior. ¿Él en verdad quería ir?
Benny sopesó sus sentimientos con mucho cuidado. La respuesta no era algo que él pudiera simplemente estirar la mano y sujetar en su interior. Estaba enterrada muy profundo, oculta en el suelo de sus deseos y necesidades subconscientes. En cierto nivel sabía que necesitaba conocer quién era él antes de poder contestar esa pregunta racionalmente y con claridad, y desde septiembre pasado Benny había intentado explorar constantemente quién era. En especial en términos de quién era en ese momento. Si Benny no sabía quién era ahora, ¿cómo podría saber quién sería allá afuera, en Ruina? ¿Y si no estaba a la altura del reto? ¿Y si después de pasar un tiempo afuera entendía que prefería las comodidades de Mountainside? ¿Y si resultaba que él no era un activista del cambio?
Preguntas problemáticas, para las que él no tenía respuestas verdaderas.
Lo peor de todo era que de lo único que estaba seguro, era que él podría encontrar esas respuestas solamente allá afuera, en Ruina. Para bien o para mal.
—Sí —dijo al fin—. Iría con ustedes sin importar lo demás.
Nix sonrió y tomó su mano.
—Te creo —y agregó—: Si hubieras respondido de inmediato habría sabido que estabas mintiendo. Que decías lo que yo quería escuchar. Me agrada que me respetes lo suficiente para haberlo pensado bien.
Benny guardó silencio, pero apretó la mano de Nix.
—¿Benny?
—¿Sí?
—¿Tienes miedo?
—Yo también —y después de un momento, ella continuó—: Es tan grande, ¿sabes?
—Sí.
—Dejar todo atrás. A todos los que conocemos.
—Sí.
Cinco minutos pasaron y la última de las nubes se disolvió en el azul infinito. Un halcón solitario flotaba alto por encima de ellos.
Nix continuó:
—Quiero preguntarte una cosa más.
Benny se puso tenso, pero contestó:
—Bien.
Nix tomó el rostro del chico con ambas manos.
—¿Tú me amas, Benny?
Esas cuatro palabras succionaron todo el aire del planeta y dejaron a Benny jadeando como una trucha recién pescada. Sus ojos querían mirar a derecha e izquierda para buscar si existía una manera de librarse de aquello. Tal vez podía saltar del tejado. A pesar de todo lo que había ocurrido desde el año anterior, él no había conseguido reunir el valor necesario para decirle que la amaba, y ella ni siquiera había estado cerca de decirle la palabra con “A”. Y ahora esta chica quería saberlo, escucharlo. No en un momento romántico, no mientras caminaban por un campo de flores tomados de la mano, o mientras se abrazaban contemplando el atardecer. Justo ahí, ahora, en su cobertizo, con todas las salidas bloqueadas para una retirada cobarde.
Los ojos de Nix estaban llenos de un misterio verde y de… ¿de qué? ¿Desafío? ¿Se trataba de una prueba que podía dejarlo mal parado si daba la respuesta equivocada? Nix era lo suficientemente astuta y cerebral para hacer ese tipo de cosas. Benny había crecido con ella, la conocía bien.
Pero éste no era el caso, y de alguna forma él lo sabía.
Cuando trató de definir lo que veía en sus ojos, lo único que parecía apropiado era… esperanza.
Esperanza. De pronto su corazón comenzó a latir otra vez, o al menos a latir de otra manera.
Dios… tal vez si saltaba del tejado en ese momento podría volar.
Benny se lamió los labios resecos y tragó por su garganta reseca y dijo con una reseca voz:
—Sí.
Los ojos de Nix buscaron en los suyos, tratando de encontrar cualquier artificio.
Por alguna razón eso fortaleció a Benny. Se inclinó hacia ella, dejándola ver todo lo que pudiera encontrar en sus ojos.
Apretó su mano.
—Nix… te amo tanto.
—¿En verdad? —preguntó ella con una voz que era tan frágil como el ala de una mariposa.
—Sí. Te amo. En verdad te amo —se sentía extraño proyectarlo fuera con su voz . Grandioso y agradable, delicioso.
Pero el ceño de Nix se frunció.
—Si me amas, entonces júralo por eso.
Habían vuelto al tema de partir. Benny agachó la cabeza por un momento, incapaz de soportar el peso de lo que ella le pedía. Nix le colocó un dedo bajo la barbilla y le levantó el rostro hacia el suyo.
—Por favor, Benny…
—Lo juro, Nix. Te amo y lo juro por eso.
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Nix, y ella lo besó. De pronto, Benny ya estaba de rodillas, sus brazos alrededor de ella, y ambos lloraban y sollozaban bajo el brillante cielo azul. Incluso entonces, a pesar de la terrible consciencia compartida de lo que había quedado atrás y lo que estaba por venir, ni él ni ella habrían podido explicar qué era eso que les rompía el corazón.
Benny pensó en lo que Nix había dicho en el cementerio. Eso de que partir era como morir.