Читать книгу Polvo y decadencia - Jonathan Maberry - Страница 35

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—Vamos, ¡vamos…! ¡VAMOS! —gritó Tom mientras empujaba a Nix, Benny y Chong hacia el bosque—. ¡Entre los árboles!

—¡Lo siento! —gritó Chong.

—¡Calla y corre!

La tierra tembló cuando las tres toneladas y media de furiosos músculos arremetieron contra ellos. A pesar de su tamaño, el animal era increíblemente veloz. Lilah le arrojó su lanza, pero la hoja solamente abrió un pequeño surco rojo en su hombro acorazado. Lo único que logró fue enfadar más al rinoceronte.

—Oh —exclamó ella suavemente, y entonces también emprendió la huida.

Tom permaneció una fracción de segundo más, apuntando con su pistola al negro ojo del rinoceronte. Entonces bajó su arma, la enfundó y corrió tan veloz como sus piernas se lo permitieron. Alcanzó a los chicos y les gritó que doblaran a la izquierda, de modo que corrieron en línea casi paralela al camino.

El rinoceronte trató de girar bruscamente para interceptarlos, pero el ángulo era muy cerrado. Sus enormes patas derraparon en el barro reseco del camino. Luego, con un sonido atronador, se dirigió hacia el bosque. Los hombros del rinoceronte chocaron contra un par de pinos delgados, quebrándolos cerca de la base.

—Usen los árboles —grito Tom—. Rodeen los más grandes.

Nix iba al frente, y modificó el ángulo para dirigirse hacia un viejo y nudoso sicomoro. Se agachó detrás de él, entonces volvió y jaló a Benny y Chong para que se agazaparan tras ella.

El rinoceronte los vio y embistió. Se desvió en el último segundo, así que en lugar de estrellarse de lleno contra el tronco, sus cuernos tallaron una profunda muesca en la corteza y sacudieron al viejo sicomoro desde las raíces hasta las hojas. El rinoceronte dio una vuelta y embistió nuevamente el árbol, y Benny levantó los brazos para proteger sus ojos de la lluvia de astillas que el impacto lanzó. El animal trató de perseguirlos alrededor del árbol, pero ellos eran más ágiles. Roncó y se alejó trotando, dio la vuelta y embistió nuevamente, y esta vez se escuchó un crack y el sicomoro cayó a un lado y golpeó contra la hierba con un gran estruendo de hojarasca.

—¿Ahora qué hacemos? —susurró Chong con una voz ahogada. Benny le lanzó una mirada y vio que los ojos de su amigo estaban muy abiertos e inquietos por el miedo que muy pronto habría de dominarlo.

La bestia se alejó galopando unos quince metros y entonces giró a la derecha en un cerrado círculo. Esta vez no atacó al árbol sino que se acomodó para rodearlo y embestir directo hacia Chong. El rinoceronte cargó contra ellos como un rayo.

—¡HEY! —gritó Nix al tiempo que se levantaba y agitaba los brazos sobre su cabeza. Al instante el rinoceronte cambió el ángulo de su embestida y se dirigió directo hacia ella—. ¡Vamos! —le gritó a Benny, y después corrió alejándose del árbol caído.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Benny a su vez presa del pánico, pero tan pronto como lo dijo, entendió. Nix atravesó un claro de diez metros en dirección a una línea de robles macizos. No había manera de que el rinoceronte pudiera derribarlos.

Benny giró para jalar a Chong hacia él y brincar el tronco para poder seguirla, pero su amigo ya no estaba. Al buscarlo con la mirada lo vio correr en dirección contraria a los robles, hacia un grupo de pinos.

—¡No, Chong! ¡Allá no!

El rinoceronte disminuyó su marcha y observó a Benny, a Nix y luego a Chong. La chica se ocultaba tras el tronco de un enorme roble. Benny estaba todavía parcialmente cubierto por el montón de raíces oscuras del sicomoro volcado. A Chong le faltaba todavía un buen trecho por delante, y la única protección con que contaba era la línea de pinos. Sus tupidas ramas podrían ocultarlo, pero los frágiles troncos no ofrecerían protección suficiente.

El rinoceronte cargó en dirección a Chong.

Benny salió de detrás del sicomoro y comenzó a gritar como Nix lo había hecho.

—¡Hey! ¡Grandulón y feo! ¡Por aquí!

Pero si el rinoceronte lo escuchó, decidió ignorarlo. Perseguir a Chong significaba una carrera en línea recta hacia una muerte segura. Corrió como un trueno contra Chong, aplastando matorrales de moras y retoños de árboles bajo su poderosa masa.

Benny llegó hasta el roble de Nix y siguió corriendo. Ella iba a su lado, y ambos continuaron a máxima velocidad por el corredor de viejos robles, dirigiéndose a una abertura que bien podía haber sido un camino rural o un cortafuego. Benny lo señaló mientras corría y Nix asintió. Había una oportunidad de que pudieran girar a la izquierda en el último roble, cruzar rápido por la brecha y llegar a la arboleda de pinos. Benny pensaba que podrían llegar hasta Chong por detrás, detenerse lo suficiente para hacerlo entrar en razón, y correr de vuelta los tres hacia los robles.

En la brecha se detuvieron por un momento y miraron alrededor, buscando a Tom y Lilah. Benny los divisó, pero estaban en el extremo opuesto del rinoceronte. Lilah trepaba un álamo. Tom estaba rodeando para tratar de cortar la trayectoria del animal hacia el muro de pinos.

—¡Hey! —gritó Tom—. ¡Aquí! —saltaba una y otra vez, agitando los brazos. Al no obtener respuesta, disparó al aire. Eso funcionó. El rinoceronte derrapó para detenerse y fijó sus malvados ojos hacia su nueva presa. Benny esperaba que para ese punto el animal ya estuviera fatigado, luego de perseguir una presa y luego otra. Pero no tuvieron tanta suerte.

—Parece muy, pero muy enojado —dijo Nix.

El rinoceronte bufó desafiante, golpeó el suelo con la pata como un toro, se tensó y entonces se lanzó directo contra Tom.

—Oh, diablos —exclamó Benny, pero no se refería al peligro en el que estaba su hermano. Seguramente él tenía un plan. Tom siempre tenía un plan. No, percibió un movimiento en los pinos y vio a Chong que salía de su escondite para mirar lo que Tom y el rinoceronte estaban haciendo. El rinoceronte giró su cabeza de inmediato cuando detectó al chico.

—Oh, por amor de… —comenzó a decir Benny, pero prefirió conservar el aliento para correr.

Chong era más listo que Benny, pero en estado de pánico no usaba el cerebro. Los rinocerontes no eran como las personas, los gatos, los perros y las aves de caza. No eran depredadores naturales. A pesar de su formidable fuerza y tamaño, la criatura había evolucionado para protegerse. Los depredadores tienen ojos que miran al frente. Las presas tienen ojos a los lados de su cabeza, normalmente para permitirles ver las amenazas que se aproximen desde cualquier flanco. En este caso…

Una vez más el rinoceronte giró para dirigirse hacia Chong, quien dio media vuelta y corrió de vuelta a los pinos.

—¿Por qué insiste en perseguir a Chong? —preguntó Nix mientras corrían.

—Porque él insiste en dirigirse a los pinos —gruñó Benny.

—Sí, pero ¿por qué?

Tom volvió a disparar. Esta vez, el rinoceronte lo ignoró y siguió cargando en dirección a Chong. Tom gritó más fuerte y saltó una y otra vez, pero el rinoceronte tenía los ojos fijos en Chong.

—¡Por ahí no!

O Chong no alcanzaba a escuchar, o estaba demasiado asustado para prestar atención.

Benny y Nix se dirigieron hacia el cortafuego cubierto de maleza, cruzaron por entre las hierbas que les llegaban a la altura del pecho y tomaron rumbo hacia los pinos para llegar por detrás de Chong y guiarlo fuera de ahí. El final de la hilera de pinos se encontraba a cincuenta metros de distancia. Benny se percató de que la hierba y los arbustos en ese lugar ya habían sido aplastados por las enormes patas del rinoceronte, como si hubiera pasado por ahí cientos de veces.

Benny iba sólo un paso detrás de Nix. De pronto ella gritó y salió volando sobre la hierba metro y medio por enfrente del chico. Benny no tuvo manera de detenerse a tiempo, su pie se atoró en algo y también cayó. Aterrizó sobre las piernas de Nix, y el impacto la hizo soltar un fuerte alarido.

—¡Uf, lo siento! —se disculpó Benny mientras rodaba rápidamente hacia su izquierda.

Entonces se encontró de frente con los ojos de un zom.

Polvo y decadencia

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