Читать книгу Polvo y decadencia - Jonathan Maberry - Страница 29
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Cuando el primer atisbo de luz comenzó a resplandecer detrás de la línea de árboles del bosque, Tom ya los tenía cargados y listos frente al portón.
Durante las últimas semanas la esposa del alcalde, a petición de Tom, hizo a cada uno de ellos un chaleco de la lona más resistente que se fabricaba antes de la Primera Noche. Los chalecos tenían montones de bolsillos y eran extremadamente duraderos. Benny llenó sus bolsillos de fósforos contra todo clima, una brújula, carretes de alambre y cordel, y una línea para pescar. Trató de no pensar en Morgie mientras metía el último objeto en sus bolsillos. Trató pero no lo logró.
Cuando revisaban su equipo, Benny no dejaba de mirar hacia el pueblo.
—Ya llegará —dijo Nix.
Pero Morgie no llegó.
Tom compró para cada uno tres pequeñas botellas de cadaverina y un frasco pequeño de gel de menta a un vendedor en la reja. La cadaverina era un químico que se extraía de la carne putrefacta, y Benny estaba casi seguro de que lo extraían de animales muertos y no de zoms muertos. Aplicar unas gotas en la ropa y en el cabello hacía que los vivos olieran como cadáveres en putrefacción. Los zoms no atacaban a otros zoms, así que el olor solía mantener a salvo a la persona que se rociaba cadaverina.
Chong olisqueó el líquido e hizo una mueca de asco.
—Encantador.
Tom les entregó el gel de menta y le dijo a Chong:
—Antes de aplicar la cadaverina, será mejor untarte esto en el labio superior. Satura tu sentido del olfato.
Chong comenzó a girar la cubierta del frasco, pero Tom lo detuvo:
—Aún no. Apelaremos a la cadaverina y la menta como último recurso. Por ahora trataremos de conservarla.
—¿Por qué? —preguntó Chong—. ¿Por qué no comprar unos diez litros y bañarnos con esta cosa siempre que lo recordemos?
Benny se inclinó hacia él y le confió en voz baja:
—Sí, eso haría que Lilah quisiera saltarte encima.
Sin cambiar de expresión, Chong murmuró:
—Siéntete en libertad de tropezar y morir.
Benny sonrió. Le sorprendió que aún pudiera hacerlo. Lanzó una última mirada al pueblo. Morgie no aparecía. Cerró sus ojos, inhaló profundo y trató de soltarlo. El dolor, la traición, el recuerdo de las últimas palabras de Morgie. Cuando respiraba, sentía como si sus pulmones estuvieran en llamas. Siguió haciéndolo hasta que algo en su mente cambió.
Nos vamos, pensó. En verdad está sucediendo.
En el mismo momento que pensó aquello, un segundo pensamiento acudió a su mente. Ya no hay vuelta atrás.
La yuxtaposición de ambas certezas era profundamente perturbadora, y recordó sus cavilaciones del día anterior, cuando Nix le preguntó si en verdad quería partir. Una parte de él respondió “quiero ir”, pero otra parte distinta simplemente susurró “iré”. Eran respuestas muy diferentes.
Nix, intuitiva como siempre, atrajo su atención y con una mirada le preguntó si estaba bien. Sin esperar una respuesta, miró hacia la cerca vacía, y dejó caer los hombros. Volvió a mirar a Benny y asintió con tristeza.
Adiós, Morgie, pensó Benny.
—Bien —recomenzó Tom—, así es como vamos a hacer las cosas. Yo guío, ustedes siguen. Cuando dé instrucciones, quiero que presten atención. No habrá momentos para desconcentrarse.
Miró a Benny y Chong mientras pronunciaba esta última parte, y ellos pusieron cara de ángeles falsamente acusados de graves pecados.
—Hablo en serio —dijo Tom—. Sé que todos estamos armados y que cada uno de ustedes ha recibido cierto entrenamiento para el combate, pero en Ruina basta cometer un error para caer muerto.
Lilah hizo un ruido desde el fondo de su garganta cuando Tom dijo aquello, y Benny inconscientemente se tocó el cuello en el lugar donde ella había colocado su navaja en el césped de Zak luego de la pelea con el señor Matthias. Nix debe haber tenido el mismo pensamiento, pues dio un pequeño paso para colocarse entre Benny y Lilah, y no había señal de una sonrisa en su rostro.
Tom ajustó la correa que sostenía su katana de acero, después se aclaró la garganta.
—Una vez que los guardias hayan atraído a los zoms hasta el otro extremo, saldremos de frente hacia la línea de árboles. En una sola fila. Yo iré adelante, después Nix, Benny, Chong y Lilah. ¿De acuerdo?
Todos asintieron.
—Lleven sus armas colgando. En este momento la velocidad es más importante que nada. Los guardias tratarán de mantener distraídos a los zoms hasta que estemos a salvo. Después de eso, estaremos solos.
—¿Qué pasa si nos topamos con un zom? —preguntó Chong.
—De ser así, yo lo veré primero. Me encargaré, solo. Si viene hacia ustedes por un costado, será Lilah quien lo enfrente —Tom les lanzó una mirada dura—: No quiero héroes aquí. Sigo molesto con ustedes por haber ido al porche de Zak. Debieron llamarme, o al capitán Strunk. Ése no es precisamente el camino de un guerrero inteligente. Aunque se consideren ya diestros, aún están muy lejos de convertirse en verdaderos samuráis. Un peleador experto no toma riesgos innecesarios. ¿Entienden?
Todos asintieron.
—No los escuché —dijo Tom con firmeza.
Y ellos lo dijeron.
El resplandor de luz tras la línea de árboles se había vuelto lo suficientemente brillante para ver a los zoms que deambulaban en el campo o permanecían erguidos como estatuas. La mayoría de ellos sólo se movían para perseguir una presa, de otro modo dejaban de caminar y permanecían quietos. En Ruina, Benny había visto zoms con enredaderas de años envueltas alrededor de sus piernas. Aún no estaba seguro si aquello le resultaba triste o terrorífico.
Tom finalmente asintió con reticencia. Aceleró el paso hacia el portón del cercado.
—Prepárense —dijo en voz baja, después agitó una mano hacia el sargento a cargo del turno de noche. El sargento silbó, y sus hombres comenzaron de inmediato a golpear tambores y cacerolas mientras caminaban rápidamente hacia el norte a lo largo de la cerca. Los zoms del campo se tensaron por un momento, atraídos gracias a cualquiera que fuera el sentido que poseían por el ruido y el movimiento. Uno a uno voltearon, gimiendo suavemente, sus bocas de labios grises moviéndose como si practicaran anticipándose a un macabro banquete, y comenzaron a andar vacilantes por el campo. Benny y sus amigos observaban con espantosa fascinación.
—Es tan extraño —dijo Nix en voz baja—. ¿Cómo pueden estar muertos y hacer eso? ¿Reaccionar al sonido? ¿Perseguir? ¿Cazar?
—Nadie lo sabe —replicó Tom—. No necesitan comer. No obtienen ningún beneficio de matar. Pueden pasar años y años sin descomponerse más de lo que ya están. Nadie lo entiende.
Chong sacudió la cabeza.
—Tiene que haber una respuesta. Algún mecanismo biológico desentrañable al microscopio de la ciencia.
—Hasta donde sabemos, todos los científicos están muertos —continuó Tom—. Excepto el doctor Gurijala, y él practicaba sólo la medicina general.
—¿Alguna vez ha examinado a algún zom? —preguntó Nix.
—No —confirmó Tom en voz baja para no atraer a los no muertos—. Se lo sugerí incontables veces. Le dije que podría ayudarnos a entender lo que eran y contra qué nos enfrentamos. No fue mucho después de la Primera Noche, cuando aún pensábamos que había una forma de vencerlos. Me llamó demente por el solo hecho de sugerirlo. Desde entonces volví a intentarlo muchas veces más, pero el doctor dice que la ciencia termina en la cerca.
—¿Eso qué significa? —preguntó Nix.
—Significa —continuó Tom—, que el doctor Gurijala cree que lo que reanima a los muertos no es biológico. Es algo más.
Nix levantó una ceja.
—¿Magia?
Tom se encogió de hombros.
—La magia es un cuento de hadas —intervino Chong—. Si esto está sucediendo, entonces debe haber una explicación racional. Tal vez el doctor Gurijala no conoce suficiente de ciencia para entender lo que ocurre. Quiero decir… esto debe ser una especialidad.
—¿Cómo cuál? —preguntó Nix.
—No sé. Física. Biología molecular. Genética. ¿Quién sabe? Que no conozcamos a alguien que lo entienda no significa que tengamos que atribuirle una respuesta sobrenatural.
Tom asintió.
—¿Qué me dices de las otras interpretaciones? —preguntó Nix—. ¿Y si se trata de algo malvado? ¿Y si son demonios o fantasmas o algo parecido? ¿Y si es algo… no sé, bíblico?
—Oh, cielos —suspiró Chong—. ¿Será que se acabó el espacio en el infierno, así que los muertos comenzaron a caminar por la tierra?
Ella se encogió de hombros.
—¿Por qué no?
—Imposible.
—¿Por qué? —lo retó ella—. ¿Por qué tú no crees en nada “místico”?
—Creo en la ciencia.
Nix señaló a las criaturas en el campo.
—¿Cómo explica eso la ciencia?
—No lo sé, Nix, pero creo que podría darle una respuesta —Chong inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Estás diciendo que tú no crees en la ciencia? ¿O que debemos buscar la respuesta en la espiritualidad? ¿Desde cuándo eres religiosa? Tú faltas a la iglesia tanto como yo.
Benny le lanzó a Tom una mirada de Oh, no, aquí vamos.
Nix sacudió la cabeza.
—No estoy diciendo nada en concreto, Chong. Lo que digo es que debemos mantener la mente abierta. Puede ser que la ciencia no tenga todas las respuestas.
—Yo mantengo la mente muy abierta, gracias… pero no creo que vayamos a llegar a ningún lado buscando una respuesta fuera de las leyes de la ciencia.
—¿Por qué no?
—Porque…
—¡Basta! —la voz fantasmal de Lilah interrumpió su debate y los hizo callar—. Hablar, hablar, hablar… ¿qué utilidad tiene eso?
—Lilah —comenzó Chong—, sólo estábamos…
—No —espetó—. Nada de hablar. Ahora es momento de correr. ¿Quieren respuestas?¡Encuéntrenlas allá afuera!
Y diciendo esto dio media vuelta, se dirigió a la puerta y permaneció dándoles la espalda, sosteniendo su lanza entre sus fuertes manos.
—La chica tiene un punto —dijo Tom—. No es el mejor momento para sostener este debate. Andando.
Palmeó a Benny en el hombro y fue a reunirse con Lilah. El campo frente al portón ya estaba casi libre de zoms, y los últimos rezagados se alejaban tambaleantes.
Benny sonrió burlonamente a Nix y Chong.
—Ustedes dos necesitan quien los vigile. Dios…
Nix le lanzó una sonrisita fría y se alejó caminando vigorosamente. Los dos chicos permanecieron ahí un rato más.
—Entonces, ¿tú de qué lado estás en todo esto? —le preguntó Chong.
—En el mismo lado de siempre —respondió Benny—. Sin una idea. Y justo ahora se siente como un lugar seguro donde permanecer. Anda, genio… vámonos.
El último de los zoms ya estaba a cincuenta metros de distancia y Tom le hizo una seña con la cabeza al encargado del portón, quien en silencio levantó la barra de protección. Las bisagras siempre estaban muy bien aceitadas para evitar cualquier chirrido delator. Tom se asomó y escudriñó en la penumbra.
Benny estaba en pie a su lado, observando las figuras sombrías que se alejaban. De una extraña forma sentía lástima por los monstruos; lástima, incluso, de que fueran engañados tan fácilmente. Le daba la sensación de que era como aprovecharse de alguien con daño cerebral o con un defecto de nacimiento. Lo sentía como si fuera acoso, aunque aquello pareciera incluso ridículo.
Tom volteó a mirarlo.
—¿Qué pasa, niño?
Benny señaló con la cabeza hacia los zombis, pero no trató de explicarse. Si alguien sabía entenderlo, ése era su hermano. Tom le posó una mano en el hombro.
—Lo sé —dijo, y agregó—: Pero no dejes que tu compasión por ellos te haga cometer un error.
—No lo haré —le aseguró Benny, aunque su voz carecía de convicción, aun a sus propios oídos.
Tom le dio un apretón en el hombro, entonces se volvió hacia el resto.
—Bien, recuerden lo que dije. Manténganse agachados, muévanse rápido y no se detengan hasta que alcancen los árboles. ¿Listos? ¡En marcha!
Uno a uno se deslizaron a través del portón y corrieron a toda velocidad hacia las sombras violáceas detrás de las cuáles se levantaba el sol.
Benny volteó una vez más mientras corrían. Los guardias cerraron la cerca, y el pueblo de Mountainside quedó asegurado una vez más. Todo lo que conocía, casi todas las personas con las que se había encontrado en su vida, estaban detrás de aquel cercado. Su casa, su escuela. Morgie. Todo eso había quedado atrás. No había habido despedidas lacrimosas. Si Tom había ido a decir adiós al alcalde Kirsch o al capitán Strunk o a alguno de los otros, Benny no lo vio hacerlo, y nadie acudió al portón a verlos partir.
Ahí estaba, en resumen, todo lo que estaba mal con Mountainside. Así como la gente actuaba como si no existiera un mundo afuera de la cerca metálica, así también darían por perdidos a Tom, Nix y Benny. Como la gente que murió en la Primera Noche. Los habitantes del pueblo los olvidarían; era más fácil que imaginar lo que pudiera estar ocurriendo allá afuera, en Ruina.
De cierta manera, Benny y los otros habrían muerto para la gente de Mountainside. Y la gente del pueblo, ¿estaría muerta para Benny? ¿Su recuerdo moriría en su corazón?
Él esperaba que no.
Redujo ligeramente la velocidad mientras corría y buscó a lo largo de la reja, deseando que Morgie estuviera ahí. Sólo para decir adiós con la mano. Eso haría que todo sanara, que todo se arreglara.
Pero en la cerca nadie agitaba su mano deseándoles buen viaje.
Benny miró al frente y se obligó a correr más aprisa.
Nadie de los cinco hizo ruido alguno, y en pocos minutos ni el vigía de mejor vista alcanzaba a distinguirlos. Parecía que el bosque los hubiera engullido.