Читать книгу Polvo y decadencia - Jonathan Maberry - Страница 21
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El resto del día transcurrió con tranquilidad. Nix salió a dar un largo paseo con Lilah, y Chong las siguió como un cachorrito triste y silencioso. Morgie fue a pescar y Benny estuvo dando vueltas por la casa, observando todos los objetos familiares para tratar de que su cerebro se hiciera a la idea de que no vería otra vez esas cosas.
Incluso la maltratada cajonera de su habitación le pareció maravillosa, y la tocó como si fuera una vieja amiga.
Despídete de esto, susurraba su voz interna. Déjalo ir.
Tomó un largo baño con agua caliente y escuchó la voz que le hablaba desde las sombras de su mente. Hacía meses que Benny escuchaba esa voz interna hablándole como si fuera una parte independiente de él. No era lo mismo que “oír voces”, como el viejo Brian Collins, que tenía al menos una docena de personas parloteándole en la cabeza al mismo tiempo. No, esto era distinto. Benny sentía como si la voz interna que escuchaba fuera su propia voz del futuro susurrándole. La persona en la que él iba a convertirse. Un Benny Imura más maduro y evolucionado, seguro de sí mismo y sabio, que había comenzado a emerger poco después de los eventos ocurridos en el campamento de Charlie Ojo Rosa.
El Benny actual no siempre estaba de acuerdo con la voz, y a menudo deseaba que se callara y simplemente lo dejara disfrutar de sus quince años.
Luego de la ducha, Benny permaneció un tiempo mirándose al espejo, preguntándose quién era. Luego de siete meses de ese demente régimen de acondicionamiento físico de preparación para el viaje ya no era aquel muchacho famélico que se había aventurado por primera vez a Ruina y Putrefacción. De hecho, los músculos lucían firmes y marcados e incluso comenzaba a notársele un abdomen atlético. Se había asegurado de quitarse la camiseta frente a Nix tan a menudo como fuera razonable justificar, casi siempre después de una intensa sesión de entrenamiento. Se esforzaba por hacerlo parecer casual, pero era descorazonador la frecuencia con que Nix soltaba una risita o parecía ignorarlo, en lugar de caer fulminada por el deseo.
Ahora miraba sus brazos y su pecho, al músculo ganado gracias a todas esas horas de entrenamiento de espadas y jiujitsu y karate; al volumen adquirido por las infinitas cargas con peso, por correr de ocho a quince kilómetros cinco veces a la semana, por trepar cuerdas y árboles y practicar duelos. Se acercó más al espejo, preguntándose cuánto de ese rostro pertenecía al hombre en que se estaba convirtiendo o al chico que aún creía ser. Ese rostro parecía corresponder mejor a la voz interna que a la percepción que Benny tenía de su yo actual.
Ése era el problema y el centro de todo. Por un lado quería tener quince años e ir a pescar y jugar beisbol y meterse en problemas por robar manzanas del huerto del Mocoso O'Malley. Por el otro lado, quería ser un hombre. Quería ser tan fuerte como Tom, tan poderoso como su hermano. Quería que la gente le mostrara el miedo y el respeto que profesaban a su sensei.
Benny sabía que una vez que dejaran Mountainside tendría que volverse más duro. Habría desafíos que fortalecerían su “leyenda”, justo como las muchas aventuras de Tom como el cazador de zombis más temido de la región habían construido la leyenda del mayor Imura. No cabía duda de que Nix lo encontraría irresistiblemente sensual entre más se alejaran del pueblo y más duro se volviera.
Para Nix, todo lo que importaba estaba allá afuera.
Benny estaba más que un tanto seguro de que si Nix de hecho lo amaba, esto era porque él había aceptado partir con ella a Ruina. Quizá no completamente, pero sí en gran parte. Él habría apostado en ello todo lo que poseía.
Por lo tanto no se atrevía a contarle que no estaba totalmente seguro de partir.
Cuéntaselo, decía la voz interior. No le mientas.
Benny ignoró la sugerencia.
Ruina era peligrosa e insegura, y todos con los que había hablado en el pueblo decían que nunca nadie que hubiera ido más allá del parque Yosemite había regresado. Nix quería cruzar el país, si eso implicaba encontrar el avión. También Tom, y Lilah.
Observó fijamente sus ojos castaños y analizó la duda y el miedo que encontró en ellos.
—Vaya héroe —suspiró—. Vaya leyenda.
Nix pensaba que estar en el pueblo era vivir asfixiados y morir prisioneros entre muros, y no estaba del todo equivocada. Casi todos en Mountainside temían a Ruina con un miedo cerval, un temor tan profundo que casi nunca mencionaban lo que había más allá de la alta cerca que los protegía de las amenazas del exterior. Unos pocos salían a visitar otros pueblos, claro, pero incluso entonces viajaban en carretas reforzadas con láminas de metal y las cortinas corridas para bloquear toda vista de Ruina. Solamente los conductores y sus guardias cazarrecompensas iban fuera del vagón. Benny imaginaba que hasta en inicios de primavera esas carretas tenían que ser enfermizamente calurosas, pero los viajeros parecían preferir esa incomodidad sobre el aire fresco que entraría si abrieran la ventana para contemplar el mundo real. Eso hacía enloquecer a Benny. Se preguntaba lo que pensaría la gente dentro de aquellos vagones fuera de la cerca. ¿Apagarían simplemente su capacidad de razonar? ¿Se sedarían para dormir durante todo el trayecto? ¿O su negación era tan completa que de algún modo veían el entrar y salir de esas cerradas carretas como si atravesaran un portal dimensional? Quizá para ellos sencillamente no había nada en medio.
Era como una plaga, pero diferente a la que había destruido el mundo. Ésta era una pandemia emocional que cegaba los ojos y ensordecía los oídos y oscurecía la mente, de modo que no existía otro mundo que el que poblaba el interior de cada pueblo amurallado.
La mayoría de la gente había dejado de hablar sobre la Primera Noche desde hacía mucho tiempo; y aunque nadie lo decía en voz alta, quedaba claro que todos ellos sentían que esa gente sólo estaba esperando a que todo terminara. La sociedad había colapsado, el ejército y el gobierno habían desaparecido, casi siete mil millones de personas habían muerto y la plaga zombi seguía avanzando con contundencia. Ellos sabían que los ciudadanos de Mountainside pensaban que el mundo había terminado y que lo poco que quedaba era sólo el reloj avanzando para llegar al inevitable silencio final.
Era un pensamiento horrible, y hasta la gran pelea en el campamento de Charlie el año anterior, Benny había estado tan determinado como Nix en querer liberarse de ese pueblo y encontrar otro lugar donde la gente quisiera sentirse viva. Un lugar donde la gente creyera que había un futuro.
Entonces ocurrió el enfrentamiento. Benny fue obligado a matar.
Matar.
Personas.
No solamente zoms.
¿Cómo iba eso a abrirle una puerta hacia el futuro?
Quedaba tan poca gente viva. Apenas treinta mil en California, y no había modo de saber si había más en algún otro lado. ¿Cómo iban los asesinatos a incrementar esa cifra? Era absurdo.
Ahí, solo y mirando a los ojos a la persona en que se estaba convirtiendo, pudo Benny admitir ante sí la verdad:
—No quiero hacerlo.
Su imagen en el espejo y su voz interior repitieron esa verdad, palabra por palabra. Estaba totalmente convencido.
Benny se vistió, bajó las escaleras y permaneció largo tiempo mirando el mapa del condado de Mariposa y del Parque Nacional de Yosemite. Oyó voces, se acercó a la puerta trasera y escuchó. Tom estaba en el jardín, hablando por encima de la cerca con el alcalde Kirsch y el capitán Strunk. Benny entreabrió la puerta para escuchar mejor lo que decían.
—No son sólo unas cuantas personas, Tom —dijo el alcalde—. Todos están hablando de eso.
—No es un secreto, Randy —dijo Tom—. Desde Navidad han sabido que partiría.
—Ése es el punto —replicó el capitán Strunk—. Los exploradores y los comerciantes dicen que un montón de personajes de apariencia ruda han estado moviéndose al área desde que Charlie murió.
—Todos en Ruina son personajes de apariencia ruda. El territorio lo exige.
—Vamos, Tom —dijo Strunk, irritado—, no finjas que no entiendes lo que digo. Y no finjas que no conoces la influencia que tienes en Ruina. No habrá ley allá afuera, pero cuando salías a tus habituales trabajos de cierre, la mayoría del comercio irregular tendía a comportarse.
Tom rio.
—Como si eso fuera posible.
—No es broma —continuó Strunk—. La gente del pueblo te respeta, aunque la mayoría no lo externe…
—O no pueda hacerlo —acotó el alcalde.
—… y allá en Ruina tú eres una fuerza que hay que tener en consideración.
—Yo no soy ningún alguacil —dijo Tom con un cómico acento del Viejo Oeste.
—Pero podrías serlo —sentenció Strunk—. Podrías reclamar mi puesto en cualquier momento que lo desearas.
—No gracias, Keith, tú eres la ley aquí, y haces un gran trabajo.
—De nuevo, ése es mi punto —continuó Strunk—. Tú sabes que yo nunca pondré un pie fuera de esa cerca. De ninguna manera.
—En pocas palabras —espetó el alcalde—, ambos creemos que una vez que te marches, la parte circundante de Ruina será tierra de nadie. Los comerciantes serán asaltados, y si los cazarrecompensas se agrupan sin alguien que signifique un contrapeso para sus fuerzas, muy pronto pasarán a controlar este pueblo. Y quizá todas las villas cercanas.
Se produjo un breve silencio, y después Benny escuchó que Tom suspiraba.
—Randy, Keith… Entiendo la situación, pero ya no es mi problema. Como recordarán, yo propuse una milicia para rondar Ruina. Hice recomendaciones específicas para una fuerza autorizada por el pueblo que vigilara el territorio circundante y las rutas comerciales. ¿Hace cuánto fue eso? ¿Ocho años? Continué recomendándolo cada año desde entonces.
—Bien, de acuerdo —gruñó el alcalde Kirsch—. Arrojárnoslo en la cara no ayudará a encontrar una respuesta ahora.
—Lo sé, Randy, y no quiero parecer un cretino… pero me iré la próxima semana. Y no voy a volver. No puedo ser yo quien resuelva todos sus problemas. No esta vez.
Ambos hombres comenzaron a arengar a Tom, pero él los despidió con un ligero movimiento de mano.
—Si se hubieran tomado la molestia de leer mi propuesta en su momento —dijo—, habrían visto que hice muchas recomendaciones sobre cómo operar un cuerpo de defensa. No todos los cazarrecompensas son como Charlie. Hay algunos en los que se puede confiar. Cierto, son sólo un puñado, pero yo confío plenamente en ellos —empezó a contar con los dedos mientras enlistaba sus nombres—: Solomon Jones, Sally Dosnavajas…
Enunció al menos veinte nombres.
—Oh, por favor —dijo el alcalde Kirsch, haciendo una mueca—. La mitad de ellos son psicópatas y solitarios que rehúsan venir al pueblo y…
—No necesitan venir al pueblo —atajó Tom—. Reúnete con ellos en las afueras y habla de negocios. Delega trabajo en ellos. Págales bien. Y aquí va un consejo: trátalos con un poco de respeto. Tal vez así ellos muestren un poco de lealtad hacia este pueblo.
—Tal vez ellos se comportan ante ti —continuó Strunk—, pero yo he escuchado algunas historias bastante inquietantes sobre algunos de ellos.
—¿En serio? ¿Y qué has escuchado sobre Gameland? Ya está nuevamente en funcionamiento. Sin una milicia externa, ¿qué vas a hacer cuando los chicos comiencen a desaparecer? ¿Cómo te sentirías si un día tus propios hijos se esfumaran y fueran arrastrados a pelear en un foso de zombis? No finjas que eso no sucede en el pueblo. Ahí está Nix Riley.
Siguieron hablando, pero los tres hombres comenzaron a caminar hacia la puerta del jardín y siguieron por la calle rumbo al centro. Benny cerró la puerta.
Genial, pensó, justo lo que necesitábamos. Otra razón para sentirnos mal por partir.