Читать книгу Polvo y decadencia - Jonathan Maberry - Страница 7
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Benny comenzaba a decir algo que habría sido salvajemente vulgar y físicamente improbable, pero entonces una figura más pequeña se abrió paso a empujones entre el fornido Morgie y el enjuto Chong. A pesar de que la veía a diario, encontrarse con ella siempre provocaba que su corazón palpitara como un gorila enloquecido golpeándose el pecho.
—Nix —dijo él, sonriendo.
—¿“Cariño”? —preguntó ella. No sonreía.
No era el tipo de cosas que él acostumbrara decirle. No en voz alta, y podría castigarse por haber dejado que se le escapara. Buscó algún comentario ingenioso para salvar la situación, consciente de que Tom observaba la escena desde la mesa, y de que Morgie y Chong lo espiaban como espectros.
—Bueno… —dijo—, yo, eh…
—Qué tacto —continuó Nix, y lo empujó para entrar a la cocina.
Chong y Morgie se burlaban de él imitando un besuqueo entre los tórtolos.
—Sepan que serán asesinados —amenazó Benny—. Dolorosamente, y muy pronto.
—Claro, lindura —replicó Morgie mientras seguía a Chong al interior de la cocina.
Benny se tomó unos segundos para juntar los retazos sueltos de su limitada inteligencia. Entonces se giró y cerró la puerta con mucho cuidado, aunque azotarla lo habría hecho sentir mucho mejor.
Tras la muerte de su madre, Nix se había mudado primero con Benny y Tom, pero entonces Fran Kirsch, la esposa del alcalde y su vecina de al lado, sugirió que una chica tal vez preferiría vivir en una casa con otras mujeres. Benny trató de argumentar que ella tenía en casa su propia habitación —la habitación de Benny— y que a él no le importaba dormir en el sofá de la sala, pero la señora Kirsch no cedió: Nix se mudó al cuarto de huéspedes de los Kirsch.
Nix y los chicos se amontonaron en las sillas alrededor de la mesa e hicieron una imitación bastante fiel de la rapiña de los buitres con los restos de comida. Tom se recargó en su silla, y Benny recuperó su asiento.
—¿Entrenaremos esta noche? —preguntó Morgie.
Tom asintió.
—Se acerca el viaje, ¿recuerdan? Benny y Nix tienen que estar listos, y ustedes dos deben mantenerse en forma, Morgie. Quién sabe lo que tendrán que enfrentar en el futuro.
—Los has hecho trabajar mucho —dijo Chong.
—Tengo que. Todo lo que hagamos de ahora en adelante será prepararnos para el viaje. No son…
—… vacaciones —completó Benny—. Sí, lo has mencionado unas treinta o cuarenta mil veces. Sólo que pensé que ahora tendríamos, ya sabes, una noche libre.
—¿Noche libre? —repitió Nix—. Yo desearía que partiéramos ahora mismo.
Benny eludió el tema preguntando:
—¿Dónde está Lilah?
Lilah era el miembro más reciente de su grupo. Un año mayor que los chicos e infinitamente más extraña, había crecido fuera de la muralla exterior, allá, en Ruina. Fue criada durante unos años por un hombre que la rescató en la Primera Noche, y después vagó sola durante los años siguientes. Ella era más que sólo salvaje: taciturna, silenciosa e increíblemente bella. La Chica Perdida, la habían llamado en las Tarjetas Zombi. Un mito, una leyenda, para la mayoría de la gente, hasta que Tom y Benny probaron su existencia. Ella quería ir con Benny, Nix y Tom a Ruina, a buscar el avión.
Chong inclinó la cabeza apuntando hacia la puerta trasera.
—No quiso entrar.
Chong suspiró, y Benny tuvo que controlarse para no aprovechar el momento y molestarlo. Su amigo había desarrollado un enamoramiento tan impotente y desesperanzado hacia Lilah que una palabra incorrecta podía sumirlo en una depresión que se prolongaría días enteros. Nadie, incluidos Nix, Benny y Chong, pensaba que Lilah pudiera interesarse en lo absoluto por él. O quizás ella no se interesaba en absoluto por nada que no estuviera relacionado con navajas, armas y violencia.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Benny, esquivando cuidadosamente el tema.
—Limpiando su pistola —dijo Nix, clavando sus ojos verdes en los de Benny y dirigiéndolos después hacia el jardín exterior.
Lilah cuidaba de su pistola como si fuera una mascota. Chong decía que eso era lindo, pero en realidad todos pensaban que era un poco triste, rayando en lo escalofriante.
Benny rellenó su taza de té, vertió algo de miel en el líquido y observó a Nix tomar los últimos restos de carne de una pechuga de pollo. Le gustaba hasta la manera en que ella hurgaba entre los desechos para buscar comida. Suspiró.
Morgie continuó:
—Voy a pescar el primer bagre de la temporada.
—¿Qué usarás como carnada? —preguntó Chong.
—¿El cerebro de Benny?
—Demasiado pequeño.
Era una de sus rutinas más antiguas, y Benny respondió como se esperaba de él: de manera inapropiada. Tom le dio el esperado sermón sobre su lenguaje.
Incluso ese ritual, tan practicado y obsoleto como se había vuelto, hizo sentir bien a Benny. Especialmente con Nix sentada a su lado. Él buscó algo que decir que le hiciera merecer una de sus sonrisas. Las sonrisas de Nix, que habían sido libres y plenas hasta antes de la muerte de su madre, se habían vuelto tan raras como las piedras preciosas. Benny habría dado gustoso todo lo que poseía para cambiarlo, pero como dijo Chong una vez, “no todo lo averiado se puede arreglar”. En aquella ocasión —hacía un año, cuando Benny intentaba conectar un cuadrangular y acabó rompiendo la ventana frontal de la tienda de Lafferty— había pensado que la observación era estúpida. Ahora sabía que era profunda.
Tantas cosas indeseables habían ocurrido en el último año… pero aquello ya pertenecía al pasado, y nada —ni desearlo, ni la fuerza de voluntad, ni las oraciones nocturnas— podía cambiarlo.
La madre de Nix había muerto.
Eso no se podía remediar.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Morgie con una mirada de sospecha.
Todos voltearon hacia Benny, quien dedujo que probablemente le habían hecho una pregunta pero estaba tan sumido en sus pensamientos melancólicos que la había ignorado.
—¿Qué? Oh… sólo pensaba en el avión —mintió Benny.
—Ah —exclamó Chong secamente—. El avión.
La nave, y todo lo que ésta simbolizaba, era un enorme monstruo silencioso que los había acechado desde que volvieron el pasado septiembre. El avión significaba partir, algo que Nix y Benny harían pronto pero no Chong y Morgie. Tom lo llamaba un “viaje”, sugiriendo que en algún momento volverían, pero Benny sabía que Nix no tenía intenciones de regresar a Mountainside. Lo mismo probablemente sucedía con Tom, quien aún seguía afligido por la pérdida de Jessie Riley. Benny, sin embargo, sí quería volver. Quizá no para instalarse por siempre, pero al menos para ver a sus amigos. Una vez que partieran, sin embargo, él estaba casi seguro de que su ausencia sería permanente.
Era un pensamiento horrible y desgarrador, siempre latente, aunque a ninguno de ellos le gustaba hablar de aquello.
—¿Ese maldito avión otra vez? —se quejó Morgie y agitó malhumoradamente la cabeza.
—Sí. Pensaba ir a la biblioteca mañana para ver si tienen libros sobre aviones. Quizás encuentro el que vimos.
—¿Por qué? —insistió Morgie.
—Si sabemos qué tipo de avión es —intervino Nix— podríamos comprender su alcance. Tal vez no pudo cruzar el país. O tal vez pudo venir desde Hawái.
Morgie estaba confundido.
—Pensé que habían dicho que llegó desde el este y que se fue en esa misma dirección.
—No son controladores de tráfico aéreo, Morgie —agregó Chong—. Entre más puedan aprender sobre el avión, más posibilidades tendrán de encontrarlo. Supongo.
—¿Qué es un controlador de tráfico aéreo? —insistió Morgie.
Eso le permitió a Chong dirigir la conversación lejos del viaje y hacia la historia previa a la Primera Noche. Benny miró de reojo a Nix, ahí estaba: apenas el más ligero atisbo de una sonrisa. Ella alcanzó su mano por debajo de la mesa y le dio un rápido apretón.
Tom, que había estado observando la escena, ocultó una sonrisa detrás de su taza mientras terminaba de beber su té. Después la depositó sobre la mesa con un estruendo; todos los ojos voltearon a verlo.
—Bien, mi joven Jedi… es hora de entrenar.
Todos se pusieron en pie, pero cuando se dirigían hacia fuera, Morgie dio un codazo amistoso a Chong en las costillas.
—¿Qué es un Jedi?