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—Yo soy una despiadada y temible máquina destructiva corta-cabezas asesina de zombis con vista de águila —declaró Benny Imura—. Y por eso voy a…

Nix Riley apartó su espada de un movimiento y lo golpeó en la cabeza.

—¡Auch! —gritó Benny.

—Sí, eres totalmente temible —dijo ella—. Creo que voy a desmayarme.

—¡Auch! —dijo él más sonoramente para poner énfasis en su queja, en caso de que alguien no la hubiera escuchado.

Chong y Morgie estaban sentados en la mesa de pícnic. Tom se recargaba contra el gran roble en la esquina del jardín. Lilah estaba sentada con la espalda apoyada en la cerca. Todos se reían de Benny.

—Adelante, búrlense —gruño, agitando frente a ellos su bokken—. Ella me golpeó cuando yo no estaba mirando.

—Pues… no dejes de mirar —sugirió Chong.

Morgie fingió toser en su mano mientras le decía “¡perdedor!”.

—Un poco de concentración podría serte útil —dijo Tom—. Quiero decir… ya que el viaje es dentro de una semana y tú entrenas para salvar la vida. Si quieres sobrevivir, debes ser un guerrero inteligente.

Tom había insistido tanto en su programa del “guerrero inteligente” que Benny estaba considerando seriamente renegar de su hermano.

Aunque apenas comenzaba el mes de abril, se sentía como si estuvieran en pleno verano, y Benny vestía únicamente una camiseta empapada en sudor y unos pantaloncillos cortos. Los meses de entrenamiento lo habían endurecido, ya había ganado algo de músculo en brazos y hombros. Echó atrás esos hombros tensos y lanzó a Nix una mirada de acero.

La chica levantó su espada de madera y con voz fuerte y clara anunció:

—Voy. A. Agitar. Mi. Espada. Ahora.

—Qué gracioso —adujo Benny apretando la mandíbula. Levantó su espada, codos y rodillas doblados en perfecto ángulo, el peso apoyado firmemente en los pies, la punta de la bokken al nivel de sus ojos, su cuerpo en un ángulo que facilitaba el ataque y protegía sus vulnerabilidades. Podía sentir la tensión en sus brazos. Con un potente y feroz grito que hubiera congelado el corazón del enemigo en los campos de batalla de la era samurái, atacó, blandiendo su espada para dejarla caer con absoluta contundencia sobre su adversario.

Nix bloqueó el lance y le golpeó la cabeza.

Otra vez.

—Auch —reclamó Benny.

—Así no se hace —dijo Lilah.

El chico se frotó la cabeza y miró a la Chica Perdida entrecerrando los ojos.

—No, ¿en serio? —se quejó malhumorado—. ¿No debo hacer los bloqueos con mi cabeza?

—No —confirmó Lilah muy seria—. Eso es estúpido. Morirías si lo intentas.

Lilah poseía muchas habilidades que Benny admiraba —combate, sigilo, capacidades atléticas casi increíbles— pero carecía del más pequeño sentido de la ironía y el humor. Hasta que llegó a Mountainside, la existencia de Lilah había sido un continuo infierno de paranoia, miedo y violencia. Aquel no era el tipo de ambiente que propicie el desarrollo de habilidades sociales.

—Gracias, Lilah —dijo Benny—. Me aseguraré de recordarlo.

Ella asintió como si él hubiera hecho una promesa importante.

—Así no tendré que aquietarte después —dijo. Tenía una voz a la vez suave y rasposa, pues sus cuerdas vocales se habían dañado de tanto gritar cuando era pequeña.

Benny la observó por un momento, sabiendo que Lilah hablaba totalmente en serio. Y sabía también que ella lo haría. Si él muriera y se convirtiera en zom, Lilah lo mataría —lo aquietaría, como preferían decir todos en el pueblo— sin dudarlo ni un solo instante.

Benny giró hacia Nix.

—¿Quieres intentarlo de nuevo? Esta vez lo bloquearé.

—Ah… ¿al fin vas a intentar con la parte “inteligente” del programa para el “guerrero inteligente”? —observó Chong—. Muy sabio de tu parte.

Nix sonrió a Benny. No era una de esas cálidas sonrisas que él añoraba. Le recordó ahora más a la expresión de Lilah cuando ésta cazaba zoms.

No obstante, Benny logró bloquear.

No es que le sirviera de mucho hacerlo sólo una vez.

—¡Auch! —gritó tres segundos después.

—¡Guerrero inteligente! —gritaron a coro Morgie y Chong.

Benny les lanzó una fulminante mirada asesina.

—¿Qué tal si alguno de ustedes, payasos, trata de…?

Su comentario fue cortado de tajo por un fuerte y repentino alarido.

Todos quedaron congelados, sólo alcanzaron a girar la cabeza hacia el centro del pueblo. El grito fue agudo y penetrante.

Se produjo un momento de silencio.

Entonces otro alarido cortó el aire. Era la voz de un hombre, intensa y chillante, llena de dolor.

Más gritos siguieron.

Y después el súbito y hueco estallido de un disparo de escopeta.

Polvo y decadencia

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