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Lo difícil fue despedirse.

Benny no tenía muchos amigos cercanos en el pueblo, pero estaba Morgie. Nix ya se había despedido de él. Ahora era el turno de Benny.

Caminó con las manos en los bolsillos por las calles del pueblo, observando los edificios y las casas que le eran tan familiares. Estaba la tienda de abarrotes de Lafferty, donde Benny y su pandilla bebían sodas y abrían paquetes de Tarjetas Zombi. Había tres niños de nueve años sentados en los escalones de madera con varios paquetes en sus regazos, riendo, mostrándose mutuamente las tarjetas recién descubiertas. Héroes de la Primera Noche. Cazarrecompensas. Zoms famosos. Tal vez alguna de las muy raras Tarjetas Especiales.

Benny dio vuelta en la calle de Morgie y vio la casa de los Mitchell al final de la manzana, perpetuamente a la sombra de dos robles enormes. Morgie estaba sentado en el escalón de arriba, encordando su caña de pescar. Su caja con el equipo de pesca estaba abierta a un lado y su perro Cletus dormía bajo el rayo del sol.

Morgie levantó la vista de lo que hacía cuando Benny se acercaba por el sendero adoquinado.

—Hola —dijo.

—Hola —le respondieron.

Morgie se inclinó sobre la caña y con cuidado pasó la cuerda de tripa por las guías. Era una vieja caña, hecha antes de la Primera Noche y primorosamente cuidada por Morgie. Había pertenecido a su padre.

—Supongo que esto es todo, ¿eh? —dijo Morgie con voz plana.

—Tal vez regresemos —comenzó Benny, pero no terminó porque su amigo ya estaba sacudiendo la cabeza.

—No mientas, Benny.

—Lo siento —el chico se aclaró la garganta—. Desearía que pudieras venir con nosotros.

Morgie levantó la mirada, con el rostro frío y contraído.

—¿En serio? ¿En verdad quieres que vaya contigo…?

—Seguro.

—… ¿y Nix?

Ahí estaba. Tan brusco y virulento como una bofetada.

—Morgie, vamos, viejo. Pensé que ya lo habías superado, el año anterior…

—Has estado demasiado ocupado preparándote para tu gran aventura… ¿cómo podrías saber lo que alguien más está sintiendo? —Benny quiso responder, pero Morgie sacudió la cabeza, disgustado—. Sólo… vete, Benny.

Benny se adelantó un paso.

—No seas así.

De pronto Morgie arrojó lejos su caña de pescar y se puso en pie de un salto. Su rostro estaba rojo, lleno de furia y dolor.

—¡TE ODIO! —gritó.

Cletus despertó y ladró alarmado, los pájaros asustados salieron volando de los robles.

—Espera —dijo Benny, a la defensiva—, ¿qué diablos pasa? ¿De qué se trata toda esta porquería?

—Se trata de que tú y ella me abandonan y se van a vivir juntos una gran aventura.

Benny lo miró fijamente.

—¿Qué dices?

Morgie bajó corriendo los escalones y empujó a Benny tan fuertemente como le fue posible. Morgie era mucho más grande y fornido, y Benny trastabilló hacia atrás y cayó. Morgie dio otro paso al frente, amenazante, siguiendo a Benny en su caída, con los puños apretados con rabia.

—Maldita sea, Benny, te odio. Finges ser mi amigo, pero sedujiste a Nix y ahora me desechan para largarse juntos. Tú y esa perra.

Benny lo miraba azorado, luego sintió que su propia ira comenzaba a crecer. Se levantó.

—Puedes decir lo que quieras sobre mí, Morgie —le advirtió—, pero nunca insultes a Nix.

—¿Y qué si lo hago? —lo retó Morgie, acercándose hasta quedar casi pecho con pecho.

Benny sabía que Morgie podía derrotarlo en una pelea. Morgie siempre había sido el más rudo del grupo, el único que nunca se echaba para atrás. Había tratado de enfrentarse a Ojo Rosa y al Martillo en la casa de Riley, y casi había muerto por ello.

Morgie lo empujó de nuevo, pero esta vez Benny ya lo esperaba y todo lo que aquél logró fue hacerlo retroceder algunos pasos. Al trastabillar, su talón pisó la caña de pescar y se escuchó un agudo ¡crack!

Ambos agacharon la cabeza para ver la fina varita destruida. Habían pescado un centenar de truchas con esa caña. Habían pasado miles de horas sentados en la ribera, hablando sobre todo y nada. Ahora yacía partida en dos pedazos que nunca podrían repararse. El corazón de Benny se hundió. Como suele pasar con los incidentes simbólicos, había mucho drama y nada de consuelo, y maldijo al Universo por hacer semejante broma en un momento como aquel.

Morgie sacudió la cabeza y se dio media vuelta. Caminó hacia los escalones, subió pesadamente hasta el porche y ahí se detuvo. Volviéndose a medias, con una voz que era un feo gruñido, espetó:

—Espero que mueras allá afuera, Benny. Espero que todos ustedes mueran.

Entró a la casa y cerró dando un portazo.

Benny permaneció erguido en el jardín de su antiguo amigo durante largo rato, mirando a la casa, deseando que Morgie saliera. Hubiera preferido pelear con él y recibir una golpiza a que las cosas terminaran de aquel modo. Quería gritar, pedirle a Morgie que saliera a dar la cara. Que se retractara de sus palabras.

Pero la puerta siguió obstinadamente cerrada.

Despacio, destrozado por dentro, Benny dio la vuelta y se dirigió a casa.

Polvo y decadencia

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