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MIENTRAS TANTO, EL FÚTBOL EVOLUCIONÓ Y EVOLUCIONA CONTINUAMENTE

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El juego del fútbol ha evolucionado a lo largo de los años desde su institucionalización hasta la actualidad. Queramos o no, nos guste o no, el hecho es que los acontecimientos que lo consustancian se han vuelto más intensos, competitivos, complejos, con ritmo, con presiones, transitorios, inestables, etc. La evolución del juego tiene un carácter sistémico, es decir, la mejora de uno de sus factores constituyentes no sólo afecta ese elemento, sino también el rendimiento de los otros, influyendo radicalmente en todo el sistema. Si tenemos presentes algunos datos del análisis del juego del fútbol, observamos que el número de acontecimientos aumenta en la unidad de tiempo. En efecto, en el gráfico de la dinámica de los esfuerzos realizados por los jugadores a lo largo del partido, éstos se triplicaron en los últimos 30 años. De ahí se infiere que en el ámbito táctico los jugadores cubren mayor área de terreno de juego tanto en la fase ofensiva como en la defensiva, lo que su vez implica una disminución del tiempo y del espacio para la resolución técnico-táctica de una situación dada cuando se tiene o no la posesión del balón. En la actualidad cada jugador ejecuta por término medio 360 intervenciones (de corta duración, hasta 2 s; de medio duración, hasta 5 s, o de larga duración, hasta 8 s) por partido, lo que determina cuatro esfuerzos por minuto, pero si utilizamos el tiempo real de juego (excluyendo las paradas, que representan más del 30% del tiempo total de juego), este valor sube a seis, es decir, se observa un comportamiento de 10 en 10 segundos con o sin posesión del balón con una determinada intención, finalidad y duración. La tendencia de estos valores en el futuro es hacia el aumento especialmente en el ámbito cualitativo y en la duración de cada esfuerzo. De este pequeño análisis, fácil de extrapolar, en el que se incrementa el movimiento en el juego, se dice que los jugadores están más presionados tanto en el ámbito de razonamiento táctico como en el del rendimiento técnico, y resulta cada vez más importante utilizar procesos de anticipación con el objeto de prever no sólo el resultado, sino también el desarrollo de los acontecimientos de cada situación. Cada jugador busca en cada situación de juego «vivir la imagen del futuro en el momento presente» para ganar el tiempo suficiente para pensar/ejecutar un comportamiento eficaz y adaptado en la respuesta a los problemas expuestos por el entrenamiento y por la competición deportiva. Asimismo, ante estos hechos incontestables de la realidad competitiva aún existen técnicos que afirman categóricamente que en el fútbol nada cambia, que todo está inventado, que no vale la pena reflexionar, que no vale la pena pensar y siempre es el pase corto y el pase largo, el remate, la pared, etc. Otros un poco más «evolucionados» dicen que es fundamental tener dos o tres ideas y aplicarlas en función de las situaciones que se presenten. Partiendo de esta visión cerrada y estática de la realidad del juego, no cabe sorprenderse de que los entrenadores que piensan todavía de esta forma vivan como ermitaños utilizando recetas del pasado muertas, manteniéndose «fieles» e inflexibles en sus «ejercicios» medios y métodos de entrenamiento y siendo «entrenadores» de repetición año tras año, independientemente de los jugadores o del equipo, de los vicios malos y buenos del equipo. Ante este panorama, algunos aún se proclaman competentes simplemente por llevar 20 ó 25 años de profesión cuando en la mejor de las hipótesis tienen un año multiplicado por 20 ó 25 veces. Es verdad que para innovarse es preciso leer, reflexionar, investigar, difundir experiencias, intercambiar ideas para que esta especialidad tenga más y mejor público y una implantación en la sociedad, pero esto cuesta tiempo, masa cerebral y una exposición pública y crítica.

En relación con los médicos, por ejemplo, todos los años tienen un nuevo vademécum que determina que las enfermedades actuales no sean curadas con medicamentos de hace 10 ó 20 años. Los entrenadores mantienen su «vademécum» técnico influidos por los mismos ejercicios sobre que se realiza toda su vida deportiva. ¿Es posible que el conocimiento teórico y práctico de hace 20 ó 30 años pueda responder adecuada y cabalmente a las cuestiones relacionadas con la actividad deportiva de la actualidad? La falta de cultura general, deportiva y de hábitos reflexivos por parte de los entrenadores determina su rechazo para aceptar y entender que existen nuevas condiciones, nuevos cambios en los medios de investigación, en la metodología del entrenamiento y en las diferentes tecnologías pedagógicas, y este desinterés determina un inmovilismo y una repetición ciega del pasado. La mediocridad de gran parte de los que intervienen en el fenómeno deportivo (entrenadores, dirigentes, periodistas, etc.) está basada en una constante necesidad de oscurantismo y en el miedo a perder algún tiempo para estudiar y reflexionar. Algunos piensan que su mediocridad será compensada por la mutación genética de las diferentes generaciones de jugadores que pasaron por sus manos a lo largo de su vida profesional repleta de repeticiones fundadas no en la experiencia o en la competencia, sino en la falta de ambas. Progreso, desarrollo e innovación significan, por encima de todo, una nueva actitud mental sobre el problema, que implica una nueva actitud práctica y una nueva actitud funcional. El entrenador debe abarcar un bagaje de conocimientos suficientes que le posibiliten elaborar situaciones de entrenamiento que permitan verdaderas oportunidades para que los jugadores crezcan, más allá de los recursos físicos, ejerciendo a priori una reflexión crítica y eligiendo dentro de un grupo de opciones las más adecuadas y adaptadas a los problemas que se presenten. En esta línea de pensamiento, no es posible la utilización constante de los mismos «caminos», pues nos transportan a los mismos lugares a partir de los cuales contemplamos las mismas vistas, cambiando solamente el tiempo y las circunstancias de llegada. Esta realidad se constituye así más como un ritual, muchas veces penoso y repetido. El entrenador debe asumir su rol de explorador de nuevos caminos, donde encontrará nuevos conceptos, nuevas metodologías, nuevas teorías, etc., que contribuirán de forma clara a la evolución del juego del fútbol. En efecto, el entrenador tendrá que construir e interpretar nuevos caminos (léase mapas) partiendo de perspectivas diferenciadas en función de nuevos conceptos, del tiempo, del espacio, de las circunstancias, etc., abriendo de esta forma nuevas vías de acceso a la optimización del proceso de entrenamiento por la rentabilización de los medios humanos y materiales que están a su disposición. Al mismo tiempo, hay que eliminar todo aquello que potencialmente pueda disminuir las posibilidades de que los jugadores no alcancen el máximo de sus capacidades. En el entrenamiento se deben conceptualizar situaciones-problemas en las que centrarse más en la producción de acciones motoras, esto es, aquellas que se alteran constantemente en la búsqueda de una adaptación más eficaz, que en las acciones motoras de repetición, en las que se realiza siempre la misma respuesta independientemente de la variabilidad propuesta en la situación. «El acto del entrenador está basado en un saber que, como cualquier otro, se aprende, se renueva y se transforma constantemente» (Lima, 2000).

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