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LOS JUGADORES SON EL ESPEJO DE AQUELLO QUE ENTRENAN

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Existe en la mente de muchos entrenadores la presunción de que cualquier ejercicio de entrenamiento independientemente de su nivel de especialización (que reproduzca de forma más o menos aproximada la naturaleza-lógica del juego del fútbol) transfiere siempre algo de positivo a la capacidad objetiva del jugador o del equipo. Además, es preciso tener presente que está transferencia, esto es, la influencia de un ejercicio sobre otro que se realiza en un ambiente contextualmente diferente en la adquisición de otro tipo de competencia, no representa un fenómeno positivo por naturaleza: podrá tener un efecto positivo al potenciar esa relación (es el objetivo que hay que alcanzar siempre), un efecto neutro, no existe influencia ni positiva ni negativa, o un efecto negativo al influir negativamente (situación a evitar). Thorndike en 1914 postuló que para que exista una transferencia positiva es necesario tener «elementos idénticos» entre la tarea originalmente aprendida y la nueva que hay que aprender. Más tarde, Osgood (1947) desarrolló un encuadre del tipo estímulo-respuesta en el que precisó, refiriéndose a esta teoría, que la cantidad y la dirección del efecto de la transferencia están relacionadas con las similitudes existentes entre los estímulos y las semejanzas de las respuestas. Esta teoría, vulgarmente conocida como «teoría de los dos factores», refiere que cuando las similitudes decrecen en un cierto porcentaje no sólo no se produce la transferencia positiva, sino que se pasa a una interferencia de carácter negativo, como en el caso de la transferencia entre tareas «con elementos parecidos». Desde esta perspectiva, el entrenamiento, de la misma manera que puede ampliar y optimizar los límites de la capacidad humana, cuando está mal diseñado (léase construido) es un factor limitador de los futuros rendimientos. En este ámbito existe una evidencia que ha sido demostrada a lo largo de los años: sólo se es bueno en aquello que específicamente se practica; además, los procesos de adaptación específica y de aumento del rendimiento especializado se ven perjudicados cuando predominan en el entrenamiento otros actores (léase no específicos) y también cuando éstos ocurren temporalmente, es decir, en un determinado momento de la sesión de entrenamiento o en un período concreto de preparación para la competición. Tomemos en consideración un ejemplo práctico para tomar conciencia de la necesidad de la utilización de ejercicios con un determinado grado de especificidad en el entrenamiento: imaginemos un jugador que inicia el entrenamiento en la especialidad a los ocho años y se mantiene hasta los veinte, es decir, 12 años de práctica ininterrumpida utilizando ejercicios correctos y específicos de fútbol. Efectuará cerca de 2.700-3.000 h de entrenamiento durante las cuales realizará más de 1,5 millones de acciones técnico-tácticas de pase, 100.000 remates y más de tres millones de desplazamientos ofensivos o defensivos durante las fases ofensivas y defensivas del juego. El simple hecho de que otro entrenador para el mismo tiempo total de entrenamiento dedique más de 10-15 min en la ejecución de otro tipo de ejercicio que no sea específico del juego del fútbol hará que otro jugador ejecute cerca de un millón de pases, 80.000 remates y cerca de dos millones de desplazamientos ofensivos y defensivos durante las fases ofensivas y defensivas del juego. Por ello, al final de los 12 años de entrenamiento, el segundo jugador tendrá un «deficit técnico-táctico» en el final de su formación que muy difícilmente recuperará a lo largo del resto de su vida como practicante. Es verdad que la cantidad no determina de inmediato la calidad, pero hay una fuerte relación entre el número de veces que se ejecuta una acción de predominancia técnica o de predominancia técnico-táctica y el nivel de rendimiento conseguido en ella.

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