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BANDA SONORA 1

Cine y cultura de paz

Diálogo con Fernando Ruiz Vallejos, profesor universitario y promotor cultural

Por el tema que abordaríamos no había mejor lugar de encuentro que el Café de la Paz, hermoso bistrot en el corazón de Miraflores. A Fernando, durante su larga permanencia en la Universidad de Lima, siempre lo vi con admiración por su dinamismo en la docencia universitaria y su gestión en favor del ámbito escolar. Durante diez años, a partir del 2003, mantuvo un espacio de proyección y diálogo de cine sobre valores humanos, destinado a profesores y estudiantes de los últimos años de colegios limeños. Misión que obtuvo en el 2005 un valioso reconocimiento de la Unesco, al ser considerada como cátedra de dicha organización. Fueron cien películas ofrecidas de manera ininterrumpida y, más tarde, jubilado de la Universidad de Lima, continuó con su ideal en las escuelas de educación de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Fernando Ruiz se formó como profesor en Educación Secundaria en la especialidad de Castellano y Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y obtuvo la maestría en Docencia Superior, en la Universidad Ricardo Palma. Enardecido en su discurso y amante del cine, en particular de la nouvelle vague, su sueño es tener un pequeño cineclub en su casa.

CAMINO DEL ARTE

Como vamos a hablar de cine y educación, quería empezar preguntándote si conoces el libro Cineclub (2009), de David Gilmour. Es un crítico canadiense de cine importante en su país y publicó esta novela sobre una experiencia directa: desempleado desde hace poco tiempo, está separado de su mujer y ella vive con el hijo de ambos, pero no puede con él. El chico no quiere estudiar ni trabajar, duerme hasta el mediodía y parece andar en drogas. Se lo comunica al papá… Él decide plantearle lo siguiente: te vienes a vivir conmigo; si no quieres trabajar ni estudiar, está bien, pero nada de drogas y que el único requisito sea sentarnos a ver dos o tres películas a la semana.

Creo que he tenido alguna noticia, pero no lo he leído.

Lo que se propone el padre es educarlo a través de las películas que ven… por ahí va la novela. ¿En qué basas tu confianza en el poder educativo del cine?

Yo no entré al cine por el cine, sino por la pintura. A mi padre le gustaba mucho la música clásica y la literatura. Nos brindó esa “esfera” de lo artístico. Yo recuerdo que mi fiesta mayor era ir los domingos a misa con él, porque era un espacio de recogimiento. Como todo niño me aburría, pero la promesa era que después nos quedábamos a ver los cuadros de la iglesia. Por eso la iglesia de San Pedro, que tiene mucha luz, para mí era como una gloria. Además, tenía una tía que era pintora… El olor del aguarrás y del óleo era algo muy agradable para mí. Estas experiencias crearon una especie de universo mágico a mi alrededor.

Y sin duda educaron tu mirada… para valorar toda esa constelación de formas, colores, texturas…

No hacía más que entrar a la sala de mi tía, en una antigua casa barranquina, y veía dos esculturas polícromas casi de mi estatura: Noredrin Aldin y Bedredin Hasan. Eran como dos vigilantes del pasado. En un ángulo superior el bisabuelo Anacleto, al que había querido un montón y que había peleado en la guerra con Chile. Un hombre muy curioso. Más adelante, un mueble más o menos vertical, que era una ortofónica, que era el nombre adecuado, pero le llamaban vitrola. Encima había un niño Dios, que dejó su lugar para que yo estuviera, como estoy hasta ahora, retratado en la iglesia del Carmen de Barrios Altos. Son nueve ángeles que están mirando, yo estoy en la parte baja del altar. A la mano izquierda está santa Teresa. Todas esas visiones me hicieron amar los cuadros y, además, lo que dices es cierto: valorar el mundo de la pintura, los encuadres, la multitud de detalles.

¿Y tu ingreso al mundo del cine?

Asistí a un curso de cine en San Marcos, a cargo de un profesor del cual fui asistente después en la Universidad de Lima. Ahí vi una película francesa, Levación. Un corto de aproximadamente veintisiete minutos, donde había un muñeco, como un arlequín, que iba cobrando vida. Eso me conquistó definitivamente para el cine. ¿Por qué? Porque era una pintura, pero con movimiento. Eso mismo lo he encontrado en Los sueños (1990), de Akira Kurosawa, cuando el pintor japonés entra al museo y se mete a la pintura de Van Gogh…

Me has hablado de tu encanto por el cine, pero ¿dónde nace tu confianza en su poder educativo?

Me di cuenta, a partir de los cursos que llevé, de que el cine tiene esta facultad de ahuyentar toda realidad, excepto lo que está en la pantalla. Como les digo a mis alumnos: si no van al cine a concentrarse, no descubrirán que la imagen es enorme y que el sonido abarca mucho. Consigue que uno se meta. Eso me hizo pensar y estudiar teoría de la puesta en escena (investigué bastante sobre dibujos animados), que le da un valor especial al cine. Y enseña mucho, como a mí me enseñó esa película francesa que con algo inanimado como un muñeco de pronto adquiere vida y poesía. Porque entre educación y emoción hay un gran vínculo.

Muchos creadores y críticos, no obstante, defienden la gratuidad del arte. No deja de ser riesgoso que uno le otorgue ese poder educativo a una creación que debería entenderse solo como arte. Tal vez la línea divisoria está en que el arte al final es sutilmente pedagógico, no didáctico, sino formativo de una manera más intensa y abstracta.

Es justamente eso, lo has dicho todo. A mí me choca ese discurso de “eso es cine” y “eso es divertimento”. Por eso me gustaron tus comentarios sobre cine en Un placer ausente (Eslava, 2013). Los comparto plenamente; es que, en buena cuenta, yo me enamoré a partir del cine y el intercesor fue Truffaut. Él tiene una frase extraordinaria a la que recurro para la formación de educadores: “Hay que denunciar la vulgaridad e imbecilidad de los filmes insinceros”.

¿Crees que el compromiso del arte —aunque tal vez suene demasiado político— es proveer información y además educar la sensibilidad?

Exactamente. Hay algo que dice Bergala: si quiere usted aprender cine, vea cine. Así se dará cuenta de cómo esas imágenes van haciéndole sentir diversos matices de vida. También me lo dijo Constantino Carvallo, cuando fuimos jurados para La teta asustada (2009). Estaba muy desengañado porque los chicos no respondían a sus propuestas de cine.

Te voy a leer un pasaje de su libro: “Alguien, ahora innombrable (se refiere a Marx), ha escrito que los cinco sentidos son un trabajo de la historia universal. Es decir, si bien el cuerpo hereda un aparato sensorial específico (ojos y piel, papilas y olfato), no es este suficiente para percibir lo bello o lo sublime. Es necesario que se creen órganos etéreos, indefinibles, prolongaciones espirituales de la carne; ojos para apreciar la belleza de la luz, el juego del color o la armonía de unos sonidos, su hechizo. Como a las almas de Platón, hace falta que surjan esas alas, órganos santificados que se vinculan con lo estético como una nueva manera de ejercerse, de mirar y escuchar más allá del humor vítreo, la retina o el tímpano. ¿Cómo se forma esta segunda sensibilidad, cómo se potencia la percepción? El poeta Valéry tenía una frase que gustaba repetir a François Truffaut: ‘El gusto es el resultado de mil disgustos’. Solo de la constancia en el encuentro con la obra estética puede surgir una manera nueva de sentir. Se trata de ver cine, leer buena literatura. Y esto, aunque no guste”.

Con solo una línea me quedo extasiado. La sencillez y belleza es la misma que encuentro en El principito, que me lleva a pensar que hay un mundo diferente. El camino del arte es el mejor camino para llegar a descubrirlo.

PODER DEL CINE

Volvamos al cincel formativo del cine. ¿Cómo viviste la época de los cineclubs? ¿Qué agradecimiento guardas todavía con esas actividades?

Les debo mucho a los cineclubs, porque además estaban vinculados a mi padre. Él me hablaba de Harold Lloyd y de Chaplin. Íbamos al Museo de Arte y disfrutábamos de manera maravillosa… Después vino mi experiencia como profesor. Alguna vez monté una exposición para el curso de Historia de la Comunicación, donde aproveché las fotos que tenía mi papá de antiguas revistas. Le debo todo al cine: he escuchado música, he visto grandes actuaciones, he sentido imágenes y paisajes.

Creo que Alberto Manguel decía que su biografía está en su biblioteca y agre-gaba: “Sin ella soy como un cangrejo sin caparazón”. ¿Tú dirías que tu biografía está en la pantalla, que ella te protege?

Sin duda, aunque mi deporte favorito es tener y leer libros. Ojalá pudiera tener una filmoteca.

Pero eres un comprador de películas…

De hecho. Cada vez que hago un ciclo, compro bastantes películas. Necesito verlas más de una vez.

Tú has sido por treinta y cinco años docente en la Facultad de Comunicación. ¿Cómo es la relación de los comunicadores con la educación?

Siempre existe una tensión. Un pequeño esquema, como una especie de diagrama de Venn. En el lado de la educación está el deber ser, una postura muy cercana a la educación tradicional: una conducta quieta y no opinar, contestar lo que el texto del profesor ha dicho.

Dijiste “deber ser”, ¿no?

El deber ser de las cosas. Lo políticamente correcto, cuando en la comunicación está la libertad de expresión, la profundidad. Un educador me criticaría, me diría que estoy viendo la educación tradicional y no la educación actual. Pero la escuela de hoy aún tiene muros. Por eso se habla de una educación que no está solamente en la escuela ni en la pizarra ni en el profesor. En Francia, se ensayó una escuela de transformadores de lenguaje, donde se propaga el encuentro entre la educación y los medios de comunicación.

¿La fórmula ideal sería una alianza entre educación y medios?

Así es. Entonces los profesores podrían contar con los materiales adecuados para ilustrar sus cursos, no retazos de material didáctico. Es un pecado utilizar un fragmento de una película o un poema para ejemplificar algo…

Tú señalas en un artículo que privilegias el cine por sobre otras expresiones artísticas gracias a su gran potencial estético. ¿Te parece el más poderoso?

Es que el cine viene a ser como un lenguaje cauce, pues recoge del teatro, de la pintura, de la arquitectura, de la danza, de la ópera. Tiene todo eso. Y, además, es cauce para que la televisión se suba al carro y para que las nuevas tecnologías también lo hagan.

No has mencionado la literatura…

La literatura, por supuesto. Mi tesis doctoral de Literatura de San Marcos iba a ser el cine de Eisenstein y Vallejo.

¿Ibas a tomar como referencia los textos periodísticos o los guiones de Vallejo?

Todos sus textos. Sí, hizo un guion muy hermoso donde Carlitos trata de matar a Charles Spencer Chaplin, el magnate. Lo trata de eliminar porque lo ha explotado.

Vallejo y Mariátegui escribieron textos muy valiosos sobre Chaplin.

Sí, claro.

Volviendo a la importancia del cine… ¿su poder también radica en el enorme acceso que tiene?

Claro. El cine, por ejemplo, se hace chiquito y se mete en la televisión. El cine está en internet, en YouTube. Está en los afiches, en el fotograma, en los personajes de la industria cinematográfica. Hasta en sus objetos: todavía son famosos los botines, el bastón y el sombrero de Chaplin.

Tú has citado a un gran cineasta francés, François Truffaut, cuando denuncia la vulgaridad y la insinceridad de las obras… Él es también un pedagogo del cine. ¿Cómo, qué criterios nos sirven para calificar una película? ¿Qué la hace valiosa y qué no?

El arte no puede ser encasillado. Es tan relativo, porque su juicio es subjetivo. Yo recuerdo mucho el estupor que causa cuando uno lee la historia del arte y ve que las obras que eran las más hermosas en un período, en el siguiente resultan repudiadas.

¿No crees que existan paradigmas que nos permitan señalar dónde podría ubicarse el buen cine?

Hay unos aspectos que ha recogido Desiderio Blanco de un libro que no tiene que ver con el cine, sino con la poesía: La poesía. Hacia la comprensión de lo poético (1951), de Johannes Pfeiffer, publicado por el Fondo de Cultura Económica. Allí hay unos planteamientos respecto a la obra y los criterios de necesidad, autenticidad, consistencia y originalidad. Esos criterios son los que yo he heredado de Desiderio y que he aplicado al lenguaje cinematográfico. Es tan importante la necesidad y la autenticidad, la consistencia y la coherencia… Yo les digo siempre a los chicos que un caldito no es una sopa, que necesita algo más para tener consistencia. O que la originalidad es ese toque especial que la hace distinta. Desiderio agregaba un poder más, que era el poder de las imágenes, la fluidez del lenguaje cinematográfico, donde una imagen llama a otra imagen. Es un encadenamiento que va formando el discurso cinematográfico.

EDUCACIÓN Y CINE

Vivimos hablando de las maravillas que nos ofrece el cine; sin embargo, ciento veinte años después de haber sido creado todavía no ingresa a los colegios. ¿A qué lo atribuyes?

A varias razones. Estuve estudiando el asunto a raíz de una investigación que hice para la Universidad de Lima. Primero, los profesores se quejan de que una película dura casi dos horas. Justamente comenté ahí el pecado de mostrar fragmentos o de mandar a ver la película en casa. Aunque prefiero lo último a ofrecer fragmentos…

Pero verla en casa no te garantiza…

Exacto. Lo que hacen los chicos es agarrar YouTube y van a las escenas más importantes de la película y ya está. No se dan cuenta de la riqueza que aporta una película. Por eso estoy haciendo ahora “CinEduca” en la Universidad Católica. La idea es convencer a los estudiantes, futuros educadores, y de paso a los profesores, de la riqueza que hay en el cine.

¿Qué recepción tienen en los futuros docentes?

Muy poca. He optado por otra manera: llevarlo a mi curso. Aquí mido la recepción que tiene en tres o cuatro aspectos. El primero es qué han sentido. He hecho un listado de sentimientos. Después, qué escena les ha gustado más. Yo doy las opciones y ellos marcan. Les pido que me expliquen por qué. Por ejemplo: terror, alegría, suspenso, emoción. Luego viene la apreciación de cuál es el personaje que más le ha impresionado y qué valores encuentran en la película. La última es cómo utilizarían didácticamente la película. Por ese lado es que tengo conquistados a mis colegas profesores.

¿No tocas nada de técnica o vocabulario cinematográfico?

Es lo que quiero hacer en el futuro. Por el momento solo trabajo el encuadre, o sea, la delimitación del espacio en el cine. Vemos cómo entra y sale el personaje… Entonces pregunto por qué la iluminación es de un modo u otro. Eso también lo trabajo en el cineclub de la Católica. Aquí entrego, como se hacía antes, una hoja con información sobre la película.

CÁTEDRA DE LA UNESCO

¿Es parecido a lo que hacías desde el 2003 en la Universidad de Lima, cuando conducías tu proyecto de cine y valores humanos con colegios de Lima? ¿Eran solo particulares o también colegios públicos?

En la Universidad de Lima se pensó únicamente en colegios particulares, y en chicos de tercero, cuarto y quinto de secundaria. Pronto me di cuenta de que los colegios particulares tenían su sala de cine, su sitio privilegiado. Así que venían algunos, no todos. Nuestra sala era un lugar para cien personas; entonces, empecé a invitar entre cincuenta y setenta de colegios particulares y otros tantos de colegios nacionales, parroquiales, cooperativos.

¿Cuáles eran los requisitos?

La primera cuestión que tuve con Óscar Quezada —que en ese tiempo era el decano de la facultad— era si les cobrábamos. Pedí que no, porque eran alumnos y profesores. Además, se trataba de imagen institucional y responsabilidad social. Aceptó. Teníamos nueve sesiones con la clausura en el primer semestre y diez con el cine debate. Las primeras sesiones eran explicaciones de elementos cinematográficos, siempre con cortometrajes y pequeños debates. Las presentaciones las hacíamos Chacho León, Julio Hevia o yo. El debate lo conducía siempre yo. Al final los chicos concursaban, rendían una prueba escrita con base en un cortometraje o largometraje que les pasaba.

¿Se otorgaba un premio individual? ¿Ganaba el colegio o el alumno?

Siempre el colegio.

¿Los profesores que asistían eran de qué asignatura?

Sobre todo de Lengua y Literatura, o lo que ahora se llama Literatura y Comunicación.

Curioso. Acabo de hacer una encuesta y el resultado es que Historia es el curso en el que más pasan películas.

Lo sé, por eso quiero hacer un ciclo de cine e historia, o cine y ciudadanía. Hay un libro muy bueno de Ramón Breu: La historia a través del cine (2012). Explica el provecho que le puedes sacar a la historia; por ejemplo, Cyrano de Bergerac es una recreación extraordinaria, aunque la música no era de la época.

Tú has sostenido que la conversación acerca de los valores debe plantearse no en forma compulsiva, sino a partir de una serena sensibilización moti-vada por propuestas cinematográficas. ¿Cómo planteabas ese proceso de sensibilización?

Lo bueno es que contaba y cuento con un socio inmenso: una sala oscura, una gran pantalla y muy buenas películas. Yo he hecho pequeños experimentos como aplaudir al final de la película y casi siempre resultaba. A veces no tenía que hacerlo, los chicos lo hacían. Me preguntaba: “¿Cómo es posible que chicos puedan apreciar una película como El séptimo sello (dirigida por Ingmar Bergman, 1957)? Es que muchas veces hay una emoción a flor de piel. Por eso lo primero que hacía, apenas se encendían las luces, era repartirles la fichita y que la llenaran en caliente. Recogía las fichas y comenzaba el debate. Partía entonces de esas opiniones y pronto todos se contagiaban y opinaban.

Entonces, lo primero que hacías, y me imagino que sigues haciendo, es capturar de manera instantánea la emoción…

Exacto. Por eso me interesa mucho la percepción inicial.

También has hablado de una relación de conflicto y armonía que genera el cine, entre lo que ven y deberían ver. ¿Cómo lidiar con eso para encontrar un punto de equilibrio?

Yo no quiero buscarlo ni resolverlo. Yo quiero que vivan juntamente el conflicto y la armonía. Ahí es donde choco con la educación tradicional. El objetivo es lograr que los chicos sientan que las obras de arte son obras de arte y, por lo tanto, son algo inalcanzable e imposible. Siempre indefinible. La idea es que, después de ver una buena película, les quede un temblor, un movimiento interno. Y ese movimiento no se va a deshacer de ellos o, mejor dicho, ellos no se van a deshacer de él.

Después de vivir a fondo esa experiencia del proyecto, ¿podrías suscribir que el cine de los grandes maestros es mucho más que un entretenimiento? ¿Cómo transmites esa emoción a los profesores de colegio?

Por supuesto, como hacía Truffaut al denunciar la vulgaridad de los filmes insinceros y exaltar la consistencia de las grandes obras cinematográficas. Muchas veces los profesores se emocionan hasta las lágrimas al ver una gran película. Por eso me pedían hacer un curso solo para ellos, sin alumnos. Porque les daba vergüenza no solamente llorar, sino también preguntar. Para mí los profesores son esenciales. Hace unos dos años hicimos un curso para profesores, pasando el distrito de Ventanilla. Fue muy bueno y muy sentido.

El proyecto de la Universidad de Lima se inició en el 2003 y dos años después obtuvo una distinción de la Unesco. ¿Es así?

Sí, yo le propuse a Óscar Quezada que cambiemos el nombre inicial de Cine y Valores Humanos por el de Cine y Cultura de Paz. Así fue como entramos a la Cátedra Unesco.

El proyecto se prolongó hasta el 2013. ¿Mantuvo siempre la categoría de Cátedra Unesco?

Hasta el 2012. Sí, hasta ese año la mantuvimos. Luego se suspendió y lo lamenté mucho. Simplemente me dije: “Bueno, ya se ha cumplido una época”.

Imagino que es difícil que evalúes algo tan entrañable para ti, pero según los resultados, ¿se cumplieron los objetivos del proyecto?

Sí, porque los objetivos eran abrirles las puertas del cine a los colegios y que chicos y profesores fueran a ver buenas películas.

¿Tú tienes todavía una gran esperanza en la educación básica regular?

Mucha, porque durante años he enseñado a futuros profesores que ahora están en la Facultad de Educación. Esos profesores son colegas míos y por eso me han recibido muy bien, estoy agradecido. He visto en ellos mucho espíritu emprendedor, sobre todo en quienes se capacitan suficientemente y escogen una parcela que no ha sido muy tocada: las nuevas tecnologías, por ejemplo.

Como tú que siempre has sido tan emprendedor…

Bueno, ahora estoy por plantear un nuevo curso en la Universidad Ruiz de Montoya. Lo que queremos hacer, y estamos en busca de eso, es encontrar financiación para llevar a cabo cursos de Comunicación que formen a los profesores. Esa es mi gran ambición. Y, por otro lado, me gustaría tener un taller de cine en mi casa...

¿Un cineclub?

Sí, lo que quiero hacer es sacar cuatro estantes de libros de mi sala y poner una pantalla grande, conseguir un proyector y pasar películas. El problema es que el espacio solo tiene capacidad para unas diez personas y además debo conseguir la autorización municipal. Pero ese es mi gran sueño ahora.


Mirador de ilusiones

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