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Charlot no cabe de contento. En La quimera del oro la chica ha acudido a la cita y junto a las otras invitadas le piden: “¡Un discurso! ¡Un discurso!”. Abrumado, él apenas responde: “¡Oh, estoy tan feliz...! No puedo... ¡Pero bailaré la danza de los panecillos!”. Hace un espacio en la mesa, ensarta dos panecillos con tenedores e inicia uno de los momentos gloriosos del cine… Suspendido en dichas imágenes y sonidos que compartimos hace muchos años, dedico este libro a mi querido hijo Diego Alonso.

Mirador de ilusiones

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