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4. El proceso de la instrucción pública

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El autor señala que nuestra cultura ha sido y es un “privilegio de casta”. Señala, además, que nuestro sistema educativo mantiene ese círculo vicioso: dividido en niveles socioeconómicos que orientan la formación hacia las “necesidades” económicas de los alumnos. ¿Por qué es peligroso dirigir la educación desde los aspectos materiales?

Porque en esencia la educación no es una actividad reducida a dotar de medios e instrumentos para ganarse la vida, sino es un proceso de formación social y espiritual de la persona, de sus potencialidades intelectuales y creativas, sobre la base de valores éticos. En tal sentido, salvo algunos momentos históricos en que las políticas educativas pretendieron enrumbarse bajo otros valores, la educación se ha orientado en función de preparar a los escolares para estar en capacidad de adquirir y disfrutar de bienes materiales. Esta orientación da lugar a comportamientos guiados por el consumismo, el egoísmo y el desprecio de las actividades espirituales.

Permíteme dos preguntas a partir de la siguiente cita: “Pero lo peor de todo —escribe Mariátegui— fue que una fuerte asociación de ideas se estableció entre el trabajo y la servidumbre, porque de hecho no había trabajador que no fuera siervo. Un instinto, una repugnancia natural manchó toda labor pacífica y se llegó a pensar que trabajar era malo y deshonroso” (p. 111). ¿No te parece una imagen denigrada porque trabajar representaba un sello de clase: el obrero imposibilitado de elegir y obligado a mantener una actitud servil? ¿Crees que por este motivo Mariátegui destacaba que la elección del trabajo era un paso previo a la liberación?

A diferencia de otras sociedades, en las que se consideraba que la realización del hombre residía en el trabajo, en la nuestra, dominada por un grupo parasitario, alentado por la ideología católica que consideraba al trabajo como un castigo, pues según la Biblia la primera pareja de humanos, al ser expulsada del paraíso debido al pecado original, en adelante debía ganarse el pan con el sudor de su frente, desarrollando una actividad penosa de la cual solo se eximirían tiempo después el clero y la nobleza. Por tal razón, Mariátegui era muy coherente al sostener que la elección del trabajo implicaba ya un signo de liberación. El trabajo como una actividad producto de la libre elección empieza a darse solo cuando se rompe con la feudalidad y se inician los regímenes democráticos, una de cuyas bases es la necesidad de la existencia de ciudadanos que concurran sin coacciones en el mercado, y participen en él como ofertantes o demandantes libres.

¿Consideras que el amor por el trabajo surge en la educación? ¿Podría ser la prolongación del amor por el aprendizaje que propugnaba Mariátegui?

Creo que el amor por el trabajo surge cuando el hombre o la mujer encuentran una actividad acorde con sus aspiraciones y aptitudes, cuando el ser humano siente que nada es mejor que la tarea que desarrolla y tiene el reconocimiento correspondiente. La educación no necesariamente entra en juego, pues hay quienes teniendo una alta calificación educativa se satisfacen cuando encuentran cómo obtener beneficios con el mínimo esfuerzo, o la utilizan para aprovechar el trabajo del otro en beneficio propio. Y al revés, hay gente con educación elemental que instintivamente disfruta de su labor y es muy creativo en sus actividades.

La revisión que hace de los mejores colegios y de las universidades peruanas le revela una falta de vinculación con la realidad nacional; son en realidad “tierra extranjera” que conducen al estudiante a una buena preparación académica, pero ajena al mundo que los rodea. ¿Crees que ha sido uno de los defectos de nuestra tradición académica?

Esta característica de la educación secundaria y superior de la década en que Mariátegui escribe sus siete ensayos se reproduce en la actualidad, aunque con una diferencia esencial: la educación a que hacía referencia el Amauta era la pública, ahora lo es la privada. En los años veinte, hablar de San Marcos y los más reconocidos colegios secundarios del Estado era hablar de casi toda la enseñanza, la cual efectivamente preparaba a los jóvenes para su desempeño profesional en actividades sobresaturadas y con escasa relación con las verdaderas necesidades del momento, como por ejemplo el Derecho.

Mariátegui cita a José Vasconcelos para señalar un defecto del ciudadano hispanoamericano: “la inconstancia. Incapaces de perdurar en el esfuerzo no podemos por lo mismo desarrollar un plan ni llevar adelante un propósito”. Recusa el chispazo de emoción volátil… ¿Consideras que el verdadero entusiasmo proviene de una ideología? ¿Cómo avivar esa pasión en el aula?

Este defecto ha empezado a cambiar en los sectores sociales emergentes, sobre todo entre los descendientes de los primeros inmigrantes andinos o campesinos de los años cincuenta. Ya no son excepcionales los casos de personajes que no solo han logrado hacer dinero a base de esfuerzo y trabajo constante desde la niñez, alcanzando notoriedad nacional e incluso internacional. En cambio, la inconstancia subsiste sobre todo dentro de los sectores medios urbanos más tradicionales y dentro del campo de la cultura. Por no mencionar los archiconocidos casos del deporte y el espectáculo, aún es común encontrar numerosas revistas o proyectos culturales que no pasan del primer número o de experiencias iniciales.

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