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6. Regionalismo y centralismo

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¿Concuerdas con Mariátegui que, a principios del siglo XX, “el regionalismo no es en el Perú un movimiento, una corriente, un programa. No es sino la expresión vaga de un malestar y de un descontento” (p. 194)?

Cómo no. Aún ahora que el Estado tiene mayor presencia en el interior del país, su presencia aún es débil o insatisfactoria en la mayor parte de las regiones, lo cual se manifiesta en un descontento, una desconfianza hacia los gobiernos, pero que no alcanza a constituir un fermento de organización que recusara el centralismo. A fines de los años veinte, los intentos por conformar gobiernos alternativos regionales, o alianzas federativas eran experiencias que habían fracasado y solo subsistía la frustración o el escepticismo.

¿Mariátegui consideraba que la ideología federalista no trascendía el mero discurso gamonalista? ¿Que no había nacido en las masas indígenas y que, por lo tanto, no aspiraba a una reivindicación popular?

Mariátegui distinguía claramente entre los discursos gamonalistas, que solo buscaban aumentar su cuota de poder, su búsqueda de mayor liberación de obligaciones respecto del Estado central, con las aspiraciones surgidas desde el interior de las comunidades andinas, como lo fueron el caso de la insurgencia de Rumi Maqui [1915], en el sur, y de Atusparia [1885] en Ancash. En estos casos, la actitud de Mariátegui era de pleno respaldo.

Esto sí me parece visionario: Mariátegui advertía la diferencia entre regiones y departamentos. “El departamento —escribe— es un término político que no designa una realidad y menos una unidad histórica y económica. El departamento, sobre todo, es una convención que no corresponde sino a una necesidad o un criterio funcional del centralismo” (p. 203). Podría añadir, para complementar la idea anterior: “Una región no nace del Estatuto político de un Estado. Su biología es más complicada. La región tiene generalmente raíces más antiguas que la nación misma” (p. 204). ¿Crees que aún se confunden estos conceptos?

La sustitución de la denominación de departamentos por regiones es solo un cambio de denominación determinada por una medida política, artificial, que no obedece a un criterio racional. Los intentos de creación de verdaderas regiones, basadas en fundamentos geográficos, económicos, infraestructurales e históricos, propuestos a partir de los años setenta del siglo XX con base en estudios multidisciplinarios, al entrar el siglo XXI habían quedado en nada. Los límites de los departamentos han sido y son delimitaciones que cortan valles, llanuras, espacios de ocupación histórica por grupos culturales, interrumpiendo sus posibilidades de articulación para un desarrollo efectivo y de integración social.

¿Cómo definir una nación? ¿Un crisol de razas y lenguas? ¿Un punto de encuentro de la multiplicidad que somos? Me parece interesante el señalamiento que hace Mariátegui: “La raza y la lengua indígenas, desalojadas de la costa por la gente y la lengua españolas, aparecen hurañamente refugiadas en la sierra. Y por consiguiente en la sierra se conciertan todos los factores de una regionalidad si no de una nacionalidad” (p. 206).

El tema es tan complejo que no me siento en condiciones de establecer una definición de nación. Sin duda, eso del crisol de razas y lenguas es una condición; otra es que en un territorio converjamos grupos que estamos unidos por lazos históricos y, de una manera o de otra, tengamos un futuro común. Pero tal vez la más importante y difícil sea la de integración y sentido de pertenencia, una tarea pendiente de la que estamos aún lejos de lograr.

A partir del fracaso de Lima como centro ferroviario, Mariátegui considera que la capital ha decepcionado como núcleo cultural y económico del país. ¿Cómo proyectaba el papel que Lima debía cumplir: de articulador, de descentralizador o de dispersión hacia el mundo?

Conjeturando, para Mariátegui Lima debía cumplir el papel de estímulo hacia la descentralización. En su época, Lima seguía siendo el centro de aglutinación de los intelectuales y políticos ilustrados, de modo que ellos debían sentar las bases para un proceso que era inevitable y necesario: la descentralización, requerimiento indispensable para su desarrollo. Ello, por supuesto, implicaba una relación necesaria con el mundo, pero bajo condiciones justas y acordes con lo que el país podía ofrecer.

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