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7. El proceso de la literatura
ОглавлениеSi reflexionamos en torno a esta premisa de Mariátegui: “La civilización autóctona no llegó a la escritura y, por ende, no llegó bien y estrictamente a la literatura, o más bien, esta se detuvo en la etapa de los aedas, de las leyendas y las representaciones coreográfico-teatrales” (p. 235). ¿Podría afirmarse que fue este el talón de Aquiles de nuestra literatura: la carencia de una estructura propia que exigió la adopción de estructuras ajenas?
La incorporación de un sistema literario-cultural en otro estructurado bajo patrones culturales diferentes, lo que hoy se conoce como transculturación, no supone el empobrecimiento en la producción de obras literarias de un país, ni un hándicap para su desarrollo. Al referirse al indigenismo, Antonio Cornejo Polar propone para su interpretación la necesidad de considerarlo bajo una perspectiva de homologación de un estatuto literario diferente al culto. Y al tener dos vertientes distintas, su valoración no puede medirse exclusivamente por una de ellas, en tal caso la occidental, de modo que la excelencia de algunas obras debe medirse también por criterios homológicos. Bajo su impronta se han producido grandes obras literarias. Lo que no puede hacerse es considerar a esta forma literaria representativa de toda la literatura peruana, porque también en la vertiente propiamente occidental se han escrito extraordinarias creaciones literarias.
Es bella esta cita: “Garcilaso nació del primer abrazo, del primer amplexo fecundo de las dos razas, la conquistadora y la indígena. Es, históricamente, el primer “peruano”, si entendemos la “peruanidad” como una formación social, determinada por la conquista y la colonización españolas” (p. 237). Pero, además de bella, ¿es justa en toda su dimensión?
En el caso de la obra de Garcilaso podría considerarse “justa en toda su dimensión”, lo cual podría aplicarse a algunos otros casos, como el de César Vallejo y el de José María Arguedas. Aunque es difícil deslindar si se trata de pioneros que abren una senda por la cual transitarán las generaciones de escritores y escritoras del futuro, los adelantados a su época; o si sus obras son el resultado de su genio particular y de circunstancias vitales e históricas en las que se desenvolvieron; en otras palabras, si se trata de casos únicos y excepcionales.
¿Cómo juzga Mariátegui la obra de Ricardo Palma? ¿Como la de un escritor conservador y nostálgico de la Colonia?
Para Mariátegui, Palma no era un escritor pasadista, reaccionario, nostálgico del pasado colonial, como lo calificaban sus enemigos con Manuel González Prada a la cabeza; ni un representante populachero de la capital; era, como lo apunta con precisión: “representante del demos peruano”, un escritor de clase media que muestra el carácter zumbón, pícaro, del limeño, que hunde sus raíces en el pueblo. Es decir, lo observa con ojo crítico, pero no lo ataca ni considera un enemigo de clase o un representante de la aristocracia, de la oligarquía; rechaza, que las Tradiciones se inscriban en el colonialismo; niega que se identifiquen con una apología de la Colonia. Para él, las Tradiciones de Palma poseen una raigambre democrática, aunque sin llegar a ser confrontacional ni trascendente.
¿Y qué opina de Manuel González Prada, de quien escribe que encarna “pesimismo de la realidad, optimismo del ideal”?
De Manuel González Prada rescata sus ideas, su honestidad intelectual, su entrega a la causa en la que cree, su verbo encendido a favor de los más desposeídos, y su enfrentamiento con los poderosos sin tapujos ni compromisos. Reconoce su lucidez y entereza para señalar con un lenguaje directo, aunque con una retórica a veces genial, las lacras de la nación en manos de políticos inescrupulosos y venales. Pero, a la vez, reconoce que no es capaz de llevar a la práctica lo que propone, pues no era un hombre de organización.
¿Qué opinas de la valoración que hace Mariátegui del poeta y héroe Mariano Melgar? ¿No es también una señal de avanzada crítica? Y es preciso, también, cuando distingue sutilmente el sentimiento indígena en dos poetas: “En Melgar no es sino el acento; en Vallejo es el verbo” (p. 309).
En su tarea de encomiar a los creadores que mejor encarnan la incorporación de los valores de la cultura andina en formas occidentales se halla, en primer lugar, Mariano Melgar, por su brillante utilización de formas propias de la poesía oral de origen andino, como el jarawi o yaraví. Me parece que Mariátegui es el primero en ponderar la importancia de Melgar, al punto de considerarlo uno de los mayores poetas del siglo XIX, para lo cual no solo se apoyó en sus méritos estrictamente poéticos sino en su figura como intelectual y como patriota. El mismo criterio de rastrear sentimientos y manifestaciones de la cultura andina en la poesía de un autor, lo aplica en la apreciación de los valores poéticos de Vallejo.
¿No sorprende la actitud de Mariátegui ante el artista o el intelectual ajeno a todo grupo o escuela? Escribe: “No sobrevive sino el precursor, el anticipador, el suscitador. Por esto, las individualidades me interesan, sobre todo, por su influencia” (p. 291). Y acá cobra enorme importancia la valoración que hace del poeta José María Eguren “se comporta siempre como un poeta puro. No escribe un solo verso de ocasión, un solo canto sobre medida… Es un poeta que en sus versos dice a los hombres únicamente su mensaje divino” (p. 294).
El esfuerzo individual, como el que realizó González Prada en sus incursiones en política, lo considera propio del pasado, de una visión anárquica que políticamente no tenía sino el valor de un símbolo, el cual a mediados de la década del veinte no significaba nada efectivo. De igual modo, en la literatura procuraba encontrar, aparte de la expresión individual que posee todo artista, la correspondencia de su obra con las manifestaciones de su clase social, o de los movimientos colectivos en los cuales encuentra correspondencia. Bajo este criterio tuvo muchos aciertos y escasos errores, como por ejemplo en la valoración de Magda Portal. Por otro lado, como no podía dejar de apreciar el genio de algunos grandes creadores, como es el caso de José María Eguren, los considera precursores, arquitectos espirituales del futuro, en lo cual no se equivocó en absoluto.
El imperativo del artista, en tiempos de decadencia social, es decir la verdad. Esto cree Mariátegui y que las obras sobrevivientes serán las confesiones y los testimonios. ¿No te parece algo apocalíptico?
No sé si podría decirse que estamos en decadencia social, pero sin duda hemos pasado por un trauma como colectividad. Actualmente, son cada vez más comunes los libros de carácter testimonial y también las memorias, principalmente bajo la forma denominada “autoficción”. El año pasado, tres libros que abordaban el conflicto armado de los años ochenta y noventa, una experiencia del país si se quiere “apocalíptica”, provocaron conmoción por abordar el tema desde ángulos personales y esta línea de producción no parece haberse agotado. Por otro lado, el Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación ha suscitado numerosos reconocimientos nacionales e internacionales, pero también rechazos. La verdad oficial o cercana a lo oficial siempre provoca dudas y es inevitable que sea acusada de reflejar los intereses de una de las partes en conflicto. Para este caso, la memoria viva de los escritores tal vez sea más eficaz. Solo que, desde mi punto de vista, en contradicción con Mariátegui, no serán las únicas obras valiosas ni las que necesariamente sobrevivirán en el tiempo.
Miraflores, abril del 2016.