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Prefacio
ОглавлениеCerca de dos años he dedicado en conformar las treinta y seis conversaciones que contiene esta primera entrega. El objetivo inicial del trabajo consistió en seleccionar algunas lecturas representativas de las ciencias sociales y la literatura peruanas —producidas fundamentalmente a lo largo del siglo XX—, para que ampliaran el espectro de lo que hoy se lee en las escuelas. El repertorio de lecturas escogidas debía generar una correspondencia de conversaciones con maestras y maestros, a manera de dinámicas y amables apostillas de cada obra, a fin de que pudieran llegar principalmente a los docentes de secundaria y que se extendieran luego a sus respectivas clases. El próximo año espero desarrollar una labor complementaria con una muestra similar, aunque en menor volumen, de lecturas concernientes a las artes visuales y musicales.
Me apresuro en señalar que ha sido una tarea laboriosa y grata, en la que he aprendido mucho. Para empezar, no pretendo fijar una recopilación limitada ni criterios restrictivos. He llegado a dichas lecturas a través de mi experiencia como docente y de mis largos desvelos preguntándome qué deben leer mis alumnos, por qué y para qué; mortificado por el exclusivismo actual de la narrativa de ficción en los programas y la arbitraria exclusión de las demás artes que nos ha legado nuestra sociedad. Solo anhelo que los interesados en educación encuentren también un gran beneficio en los diálogos que he sostenido con buenos amigos y especialistas de cada lectura, ampliando y fortaleciendo su competencia cultural. Ahora que cierro la presente investigación —y que se abre para usted—, doy por hecho que estas palabras preliminares confirmarán unas cuantas certezas y demasiadas preocupaciones que se agitan por el oficio y el país que amamos.
Estaré muy complacido si el lector ingresa a este libro como a una sobremesa. Que tenga la disposición de unirse a una conversación entre profesoras y profesores, a un diálogo sapiente y placentero en torno a la cultura peruana contemporánea. Porque de eso queremos tratar los docentes de secundaria, de manera especial, porque la trama (y el drama) cultural del Perú nos compromete y nos cautiva. Porque sabemos que una formación conveniente produce no solo conocimiento en el que aprende, sino también felicidad. Asistamos e integrémonos a algo parecido a aquellas antiguas tertulias de café, tan enjundiosas y de provecho, cuya influencia en el arte y la sociedad —como lo prueba la asiduidad que tuvieron Palma, Mariátegui o Eguren—, ha sido más trascendente que muchas universidades y academias.
El título del trabajo no merece más explicaciones que ofrecer un espacio para la conversación y, tal vez, el debate intelectual. Un espacio amparado por la letra impresa y el asentimiento que despierta la mayoría de los textos seleccionados, si no todos. Es ocioso defender cada uno de los textos, solo diré que opté por aquellos que en su momento fueron insurgentes o incomprendidos en nuestra cultura y que hoy gozan de un reconocimiento canónico —son los casos de cuatro o cinco textos de cada categoría, aunque no se lean en las escuelas—, y que en mi opinión debían ir acompañados de una o dos nuevas lecturas. En este aspecto, no aspiro sino a eso: proponer lecturas producidas en las últimas décadas, desatendidas en los manuales escolares, para que convivan con las obras consagradas. Así, por ejemplo, la poesía de César Vallejo y la de Carlos Oquendo de Amat pueden alternar con representaciones poéticas de Carmen Ollé y Eduardo Chirinos, poetas de las últimas generaciones, dueños de un espíritu indócil y de una gran calidad literaria.
Por otro lado, el título del trabajo subraya la necesidad del diálogo. Me refiero a ese juego reciproco —no a su apariencia— de palabras, gestos y silencios que nos acerca humanamente. Para todo adulto responsable es difícil rebajar los beneficios del diálogo, sobre todo en el campo de la enseñanza, porque en este punto de encuentro se conjugan la reflexión, el quehacer y la creación; además de los vínculos que se establecen de singularidad y solidaridad. Yo diría que las cualidades del ejercicio de idas y venidas, de acuerdos y desacuerdos, de conocimientos y sentimientos que supone el diálogo se han discutido profundamente desde Platón hasta Paulo Freire; es posible que no exista ningún aporte significativo en materia pedagógica —no me refiero a la sobrevaluada noción tecnócrata de gestión educativa—, que ponga en entredicho las posturas liberadoras del filósofo griego o del educador de la esperanza en América Latina.
Es verdad que he escrito lecturas y no libros en el subtítulo. La razón es sencilla: no he querido —tampoco hubiera podido— privilegiar libros ni autores sino textos de lectura en su concepto más básico. El texto, como sabemos, proviene del latín textus que significa ‘tejido’ o ‘entramado’ y que supone un conjunto de enunciados que brinda un mensaje coherente, sea de manera escrita o a través de la palabra oral. Incluso, mediante la imagen en los llamados textos visuales: cine, cómic, fotografías, cuadros, afiches de propaganda, graffiti. Y la lectura, se entiende, es el proceso de aprehensión e interpretación de las más diversas informaciones de un texto, en cualquiera de sus manifestaciones. Pues ese es el sentido que he querido plantear en el trabajo, no se trata de reunir libros —difícil conseguirlos en el caso del teatro peruano y, más adelante, para la segunda entrega, cómo haría con las canciones, los libros ilustrados o las películas—, sino de compilar y proponer textos desde la aprehensión e interpretación de sus lectores. Por eso el proceso dual de los diálogos: sobre la base de un texto, dos sujetos dedicados a la enseñanza intercambian con libertad y cordialidad sus pareceres.
Sé que no digo nada nuevo, pero es la razón que ha animado mi espíritu para preparar esta serie de conversaciones —acaso renovadas miradas de la cultura peruana contemporánea—, que nos permitirán formarnos mejor y fortalecernos ante nuestros alumnos. Es casi como si lo escuchara: no pocos me dirán que pierdo piso, que es mucho soñar para los tiempos que corren. Que la utopía pedagógica desfallece, que nuestros colegas de la escuela pública son pragmáticos y viven de prisa. Que la educación institucional ha caído irremisiblemente en un juego de apariencias: los docentes simulan enseñar y los alumnos aprender, y todos contentos. Que los maestros se despeñan por la desidia, que hay ausencia de maestras en el campo, que la rebeldía educativa es asunto trasnochado. Puede ser cierto, pero no concluyente. Yo compruebo en las reuniones que realizo, cada vez con mayor frecuencia, con profesoras y profesores de escuela, aquí en Lima y en provincias, que el deseo del magisterio está vivo, que es sana su ilusión por enriquecerse espiritualmente para prestigiar el oficio, que son enérgicas sus ganas por luchar contra todo tipo de miseria.
Sin duda es injusto el combate que se libra diariamente en las aulas escolares y que pone a prueba la voluntad del magisterio. El temple de su sueño. Nuestras autoridades más altas han sido y son las principales responsables del malestar que sufrimos: la consigna histórica en nuestro país, el mal endémico, ha sido y es mantener en un estado de precariedad a los docentes de la escuela pública (y, de paso, a todos los docentes). Se les ha escamoteado el apoyo emocional y la confianza, esa esperanza firme que se tiene de alguien. Se les satura de preceptos sobre el orden y la organización institucional —dictados por la llamada gestión educativa— y se les priva, en cambio, de la reflexión sobre las virtudes de la enseñanza. Y además se les ha negado, tantas veces como promesas, esa equitativa retribución material que les permita el bienestar personal y una superior formación profesional. Con todos estos condicionantes, ¿podríamos atrevernos a reprocharles que no cumplan cabalmente con su tarea cotidiana?
Como usted, reservo variadas maneras de redimirme en el oficio y la más misteriosa es la pasión que atesoro por la enseñanza. No sé si es algo natural o se trata de una exaltación agónica que me ha acompañado toda la vida. Claro que a veces necesito de otros corazones, de otras manos. Como aquellos versos de César Vallejo, de Poemas humanos (1968, p. 325) por supuesto, que me rescatan del atolladero donde suelen llevarme algunas consideraciones acerca de los males de nuestro sistema educativo y que ahora vienen a pelo:
Quiero, para terminar, cuando estoy al borde célebre de la violencia o lleno de pecho el corazón, querría ayudar a reír al que sonríe, ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca, cuidar a los enfermos enfadándolos, comprarle al vendedor, ayudar a matar al matador —cosa terrible— y quisiera yo ser bueno conmigo en todo.
Eso quiero trasmitirles, queridos maestras y maestros: concebir el magisterio como un servicio de ayuda apasionada al prójimo —al alumno aburrido, al problemático—, pero cuyo primer empeño sea dignificar nuestro oficio. No permitirnos un trabajo a medias, rechazar la mediocridad y la indiferencia, darnos íntegros en el favor social y en el reclamo profesional. Necesitamos, sin duda, una voluntad inquebrantable de cambio.
Y ahora, antes de irme a clase, debo cumplir con otro compromiso moral: mis agradecimientos. Son muchos y van dirigidos, en primer lugar, al Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima; de manera especial a su directora, doctora Teresa Quiroz Velasco. A cada una de las personas que han colaborado en el presente trabajo, resolviendo ejemplarmente el acoso de mis numerosas preguntas. A Verónica Ríos Saavedra, Malena Newton Maúrtua y Morella Moret Chiappe, mis aplicadas asistentas. Deseo que estas páginas despierten en todos ellos, después de tanto esfuerzo, una sonrisa de satisfacción.
Miraflores, julio del 2017.