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Secuestrados por la educación y algo más

Soy geek de corazón, y aunque entiendo los nuevos modelos de negocio en la adquisición y utilización de la tecnología —o en realidad, la renta de la misma—, no deja de sorprenderme la velocidad con que esta cambia y la avidez de las marcas para mantenerse a la vanguardia, provocando, entre otras cosas, que los que necesitamos tales herramientas tecnológicas para nuestra vida cotidiana nos volvamos presas de continuas actualizaciones y mejoras en esa guerra por el mercado, llegando a provocar una sensación de apoderamiento de nuestra voluntad si es que queremos seguir utilizando dichas herramientas, si es que queremos seguir siendo competitivos al final del día.

Este martes en #DesdeCabina hago la anterior analogía, porque de la misma forma en que la tecnología nos empuja —aunque luego parece que nos secuestra—, debería de hacerlo la educación. En países asiáticos como Corea del Sur y China, o en europeos como Finlandia y Alemania, por mencionar sólo algunos, el nivel de competitividad y selectividad que viven los estudiantes desde temprana edad es tal que las familias reconocen, con demasiada antelación, que el futuro de sus hijos —y eventualmente ciudadanos de sus países— depende enteramente de su educación; es por eso que desde muy chicos se esfuerzan por ingresar a las mejores escuelas, por desarrollar sus competencias, por sobresalir, en pocas palabras. Y por su parte las escuelas, con el apoyo de los gobiernos, se encargan de crear y mantener una infraestructura educativa óptima, ya no digamos vanguardista, para desarrollar el cúmulo de capacidades, competencias y habilidades necesarias para la vida y la ciudadanía del siglo xxi.

No está por demás reconocer la importante labor de los docentes, esos seres especiales que velan concienzudamente por el aprendizaje de sus estudiantes, que se esfuerzan todos los días, que buscan mantenerse actualizados utilizando las mejores herramientas, la técnica y sobre todo la vocación, para transmitir conocimiento, para generar experiencias, para desarrollar capacidades, competencias y hábitos para la vida y las etapas futuras de sus pupilos.

De las políticas públicas, sus promotores y sus ejecutores hay mucho que comentar, pero el caso no es empantanarse con este tema en específico, que aunque toral, da para mucho más que estas líneas semanales. La situación es que al igual que muchos de nosotros nos sentimos, por decirlo así, secuestrados por la tecnología y sus vaivenes —reiteró la analogía—, estoy seguro de que también a muchos nos gustaría experimentar un “jalón” similar, uno que debería provocar la necesidad de educarnos, de conocer y ser impulsados por un sistema educativo que incluya un acceso equitativo a los diversos niveles y modalidades educativas, que promueva la permanencia en él y cuya evaluación permanente le permita evolucionar de manera constante; que cuente con profesores comprometidos, justamente evaluados, en permanente formación y desarrollo, y sobre todo con plena conciencia y vocación de servicio por encima de intereses mezquinos; un sistema que use la tecnología a su favor y se comprometa con una diversidad de esquemas que faciliten la inclusión, la multiculturalidad y el respeto al planeta y a sus especies, un sistema que impulse el auto aprendizaje permanente y la educación continua como medio de desarrollo. A mí me encantaría estar secuestrado o, mejor dicho, encantado por una educación así. ¿A ustedes no? ¶

7 de mayo de 2019

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