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3.1. Conocimiento del medio (sin cursos de fluir permanente) en el que se suceden falta de agua (sequías climáticas e hidrológicas) y excesos de agua (crecidas e inundaciones)

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La vivencia del medio exigía unas formas de ordenación o prácticas culturales para aprovechar las aguas que circulaban libremente en la superficie después de fuertes lluvias. Los relieves son los lugares de mayores precipitaciones por su efecto barrera a las nubes cargadas de humedad. Son, pues, interesantes para cultiva sus laderas, cuyas pendientes deben transformarse para retener las aguas y a la vez el suelo, apareciendo la formación de bancales que se suceden en terrazas escalonadas siguiendo la pendiente. También se acondicionan los inicios de los cursos formados por concentración de las aguas corrientes, allí donde los caudales no son destructivos. Esa sucesión de bancales escalonados se denominan cañadas, incluso cañizos si el tamaño es reducido en el ideario del campesino. El siguiente paso era derivar las aguas turbias concentradas, aguas abajo de esas cañadas, en barrancos y ramblas para llevarlas por sus márgenes y distribuirlas en las tierras de cultivo generando unos riegos eventuales y unos secanos mejorados o asistidos.

A estas prácticas algunos autores las llaman de recolección de agua para oasificación (crear oasis en medios áridos y semiáridos), al retener agua y suelo para el desarrollo de cultivos, pasto y arbolado (Mongil y Martínez, 2007). En los terrazgos creados que reciben aportes adicionales de turbias mediante boqueras, se practican labores del suelo para reducir la evaporación por capilaridad y, conservar la humedad el mayor tiempo posible (Hernández y Morales, 2013).

Planificación regional: paisaje y patrimonio

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