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La calle República de Cuba se llena con olores de platillos de Jalisco. Provienen de la fonda a la que llaman “Los monotes”. Esos platillos los preparan Luis Orozco, el propietario, y la güera, su ayudante. El lugar es pequeño, el humito que sale de las ollas que están a la vista lo vuelve acogedor. La gente acude también por las tortillas, recién hechas y gordas, de tonos azules, verdes y amarillos. Además, los parroquianos se divierten mirando las paredes, en donde están colgados papeles y cartones, de colores la mayoría. En estos aparecen caricaturas de curas, gobernantes y de gente de clase alta.

—Los que se joden al pueblo, pues —explica Luis, quien es hermano del hacedor de esas obras.

Es por las mañanas cuando llega a colgar sus “monos” —de ahí el sobrenombre del sitio—. A la hora de fijarlos con tachuelas no imagina que tiempo después, otro pintor, Diego Rivera, con el que tendrá una relación más agria que dulce, dirá que esos dibujos colgados en las paredes investían al autor con la cualidad más alta para un artista: “Ser pintor del pueblo y para el pueblo.”

Fuego Clemente

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