Читать книгу Cancionero de Lope de Stúñiga: Códice del siglo XV. - José León Sancho Rayón - Страница 3

ADVERTENCIA PRELIMINAR.

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Índice


El libro que hoy damos á luz, y que ha permanecido inédito hasta ahora, hace mucho tiempo que es objeto de la atencion y curiosidad de eruditos y literatos, así nacionales como extranjeros. Todos le citan, y muy pocos han leido el preciado códice; de modo que la obra es conocida solamente por su reputacion ó nombradía entre los aficionados á este linaje de estudios. Exceptuando alguna que otra composicion publicada en el Cancionero general, impreso en 1511, en el Ensayo de una Biblioteca Española de libros raros y curiosos y en la Historia crítica de la literatura española, por el señor Amador de los Rios, bien puede asegurarse que el público sólo conoce de este apreciabilísimo Cancionero el índice completo que en sus adiciones y notas dieron á luz los traductores de Ticknor, Sres. Gayángos y Vedia. Estas breves indicaciones bastan para demostrar que el vivo interes que inspira la publicacion del Cancionero de Stúñiga está plenamente justificado bajo el doble aspecto bibliográfico y literario.

En efecto, las colecciones de poesías llamadas Cancioneros generales, en que figuran los nombres de muchos poetas y trovadores, se ostentan en nuestra historia literaria como la manifestacion importantísima del ideal que concibe la mente como una realizacion apetecible y consoladora, en oposicion á la prosáica y dolorosa realidad de la vida efectiva. Tal es el verdadero punto de vista bajo el cual deben estudiarse atentamente estas interesantísimas colecciones. Por desgracia, no se ha tenido en cuenta este criterio, y sólo así podemos explicarnos las gárrulas declamaciones y los juicios aventurados que por propios y extraños se han emitido á propósito de nuestros Cancioneros. Escritores tan ilustrados y tan concienzudos como el Sr. Marqués de Pidal entre los españoles, y como Mr. Jorge Ticknor entre los extranjeros, no han podido sustraerse del todo á la poderosa influencia de rutinarias censuras y vulgares preocupaciones, sin cesar repetidas, y acreditadas, por último, como calificadas verdades. Uno y otro afirman con lamentable seguridad que la poesía cortesana de los Cancioneros es de mal gusto, que las composiciones son cansadas é indigestamente eruditas, y que en el género amatorio aquellos poetas y trovadores sólo aciertan á expresar en conceptos metafísicos y alambicados, con pedantesco lenguaje y métrico artificio, un amor no bien sentido, afectos convencionales, y pasiones hiperbólicas siempre y afectadas. En verdad que no merecen tan severas calificaciones los dulces y quejumbrosos versos de Manrique, Macías, Rodriguez del Padron y Sanchez de Badajoz; pero aun admitiendo como generalmente exacta y justa la crítica que precede, todavía sostendremos, con muy valederas razones á nuestro parecer, que la tal crítica, meramente externa, es de muy corto alcance, y no penetra en la interioridad sustancial de aquella poesía, con tanto desden llamada cortesana, olvidando lastimosamente que si en el órden moral la intencion es la que mata ó salva, en materia de artes y literatura es la significacion íntima, contenida en las formas, la que decide al fin de la valía é importancia de las producciones.

El hecho más culminante que resalta en los Cancioneros consiste en la casi total carencia de alusiones á la vida de actualidad, como hoy se dice, con relacion á las empresas guerreras, pasos honrosos, discordias civiles, bandos y rivalidades que á la sazon agitaban la córte de Castilla. Los más esforzados paladines, como Suero de Quiñones, Estúñiga, Valera y el mismo condestable Don Álvaro de Luna, al trocar la lanza por la péñola, escribian sus trovas ó decires como almibarados galanes ó discretos donceles, alardeando á la par de ingenio y de cortesía. Jamas se les ocurre, no ya mencionar sus propias hazañas, lo cual pudiera atribuirse á noble modestia, sino recordar siquiera los nombres ilustres de los héroes de la patria, como el Cid, Bernardo del Carpio, Fernan Gonzalez y tantos otros afamados guerreros, terror de la morisma y gloria de Castilla.

Pues bien; este hecho, que tanto se ha censurado, deduciendo de aquí, algunos con extrañeza, y otros casi con indignacion, que la poesía culta era un verdadero extravío, una planta exótica, ó á lo sumo una bella flor artificial sin savia y sin aroma; este hecho, decimos, viene á confirmar de la manera más cumplida nuestra opinion y nuestro aserto. Despues de la caida del imperio romano al empuje de las diversas razas que se precipitan del Norte cual torrente irresistible, surgen nuevas nacionalidades, precisamente al mismo tiempo que aparecen nuevas lenguas. Si el territorio es la condicion necesaria para la existencia física, por decirlo así, de una nacionalidad, la lengua y la literatura son el medio indispensable para la existencia moral de una patria. Con el nuevo idioma nació tambien la nueva poesía, nodriza intelectual de las naciones en su cuna. La trasformacion, sin embargo, no podia ser súbita, porque la vida se desenvuelve sucesivamente como las infinitas gradaciones de la luz desde la alborada hasta la plenitud magnífica del dia. Por esta razon se verificaban en la sociedad dos fenómenos diametralmente opuestos: el latin, que desfallecia hasta ser lengua muerta, y el habla vulgar, que crecia vigorosa y lozana hasta llegar á ser la hermosa lengua de Cervántes.

Entre tanto, existian en la sociedad dos lenguas: una erudita, oficial, órgano de la ciencia y de la autoridad, y en la cual escribian sus producciones literarias las clases instruidas y superiores; y otra lengua vulgar, rústica, usada en el trato comun de las gentes, y en la cual los juglares narraban las hazañas de los héroes, de donde provienen esos riquísimos tesoros literarios, que entre nosotros se llaman romances. Habia tambien, por consiguiente, dos géneros de poesía muy diversos, la poesía popular, esencialmente narrativa é histórica, y la poesía culta, necesariamente lírica, filosófica é imitadora á su modo de los clásicos modelos de la antigüedad griega y latina. Hé aquí rapidísimamente indicados los orígenes de las dos fases fundamentales de nuestra literatura, porque tampoco es cierto lo que tantas veces se ha repetido, afirmándose que eran dos literaturas absolutamente distintas y extrañas la una á la otra. La diferencia consistia en dos aspectos necesarios de la misma unidad nacional. La poesía popular reflejaba en sus cantos los hechos visibles, efectivos, notorios, históricos, de la nacion, que se revelaba por sus propios actos ante las otras nacionalidades, y en este sentido aquella poesía ostentaba un carácter más determinado y un colorido más local. Era Castilla, que se veia á sí propia en sus hazañosos hechos y se escuchaba á sí misma en sus epicos cantos. A su vez, la poesía culta, como toda poesía lírica, reflejaba los sentimientos individuales del poeta, sus aspiraciones, sus penas, sus alegrías, sus amores, sus celos, sus desengaños, y sus ideas y creencias acerca del alma, del destino, de la fortuna, de la Providencia, del libre albedrío, de la vida, de la muerte y de la inmortalidad; ideas que no son patrimonio exclusivo de una raza ó nacion, sino que permanecen constantemente en el fondo de la conciencia humana. Por esto semejante poesía afectaba un carácter más cosmopolita, más universal y ubícuo, ménos local y nativo. Era el hombre que independientemente de sus calidades accidentales de español, frances ó italiano, se revelaba subjetivamente, mediante sus cantos, en sus afectos, en sus ideas morales y en sus aspiraciones áun no realizadas en su vida social y política, y ahora se comprenderá perfectamente lo que antes hemos dicho con relacion á la poesía de nuestros Cancioneros generales, que contienen la manifestacion del ideal que aquella culta sociedad buscaba fuera del momento histórico en que actualmente la nacion vivia. La realidad histórica del presente, por grandiosa que sea, se aparece siempre á nuestro espíritu como prosáica, porque es muy difícil para el combatiente, entre el polvo y el humo de la lucha, sorprender y saborear la belleza de la batalla. La poesía es siempre un hermoso misterio que oscila y flota, como un embeleso divino, en las aereas y mágicas regiones de los recuerdos y de las esperanzas.

Cada una de aquellas dos fases supremas y fecundas de nuestra poderosa y genial literatura cumplia un fin altísimo y necesario de la vida nacional. La poesía vulgar deslindaba de los otros pueblos, y, por decirlo así, caracterizaba y circunscribia á la nacion, en tanto que la poesía culta dulcificaba las costumbres, refinaba la sociedad, rechazaba la rudeza, elogiaba la cortesanía, limitaba el imperio de la fuerza bruta, divinizaba á la mujer, cantaba con entusiasmo el amor y estudiaba con perseverancia incansable los autores griegos y latinos, conservando así el inapreciable tesoro de la erudicion antigua é incorporando á la nueva civilizacion el caudal humanitario de las precedentes civilizaciones.

Se ha criticado sin piedad, y seguirá criticándose todavía, al Marqués de Santillana, á Juan de Mena y á otros insignes poetas de aquel siglo por sus pedantescos alardes de clásica erudicion, sin considerar que en la prolongada y lóbrega noche de la Edad Media tal vez se hubiera perdido hasta la noticia de los principales autores, lumbreras de la antigüedad, sin este prurito de erudicion y de citas, empeño justificado y oportunísimo entónces, por más que al presente nos parezca afectado é intempestivo, pues que cada cita hecha en aquella época podia salvar del olvido una obra importante ó un autor ilustre.

La diferencia, pues, de ambos géneros era necesaria, fundamental y orgánica, porque cada una de estas dos tendencias diferentes obedecia á una mision providencial é inevitable; y prueba de ello es que la diversidad no consistia en las dos distintas lenguas, latina y castellana, sino en la esencia misma de las cosas, supuesto que cuando á fines del reinado de San Fernando, la lengua vulgar, que habia ido creciendo y perfeccionándose, llegó á destronar completamente al latin y á usarse en los instrumentos públicos, en las leyes y en la poesía misma, no por eso desapareció la diferencia intrínseca de los dos géneros, popular y erudito, ó, por mejor decir, nacional y civilizador, porque no nos cansarémos de repetir que la poesía cortesana, de una manera más ó ménos consciente, aspiraba á la realizacion de un ideal más justo y humano en las relaciones sociales, y con este motivo se nos ocurre notar un hecho que encierra decisiva importancia para demostrar hasta la evidencia nuestras afirmaciones.

En efecto; bajo el punto de vista político y civil es imposible imaginar una condicion más abatida que la de los pecheros, villanos y conversos, á quienes los grandes señores y caballeros trataban con indecible desden y altanería; pero he aquí que un infeliz plebeyo demostraba genio y aptitud para cultivar la gaya ciencia, y al punto el trovador era recibido en los salones y palacios de magnates, príncipes y reyes, se le aplaudia, se le contestaba muy cortesmente á sus respuestas y decires, se le hacian mercedes, se le trataba como á un igual, y con mucha frecuencia como á un verdadero amigo. Como individuo de la nacion, el tal plebeyo subsistia en su mismo estado de nulidad é impotencia; pero como hombre, adquiria desde luégo cierto influjo con sus relaciones amistosas y con sus producciones literarias, porque la sociedad cambiaba súbitamente de aspecto para el trovador ingenioso. Así vemos alternar y figurar promiscuamente en salones y Cancioneros los nombres de los más ilustres señores y potentados de Castilla con el converso Juan Alfonso de Baena, Anton de Montero, el ropero de Córdoba, Maese Juan el guarnicionero, Mondragon el mozo de espuela, Martin el tañedor, y Juan Poeta ó de Valladolid, hijo de una mesonera. Este simpático y hermoso rasgo de costumbres en aquella época, entre la nobleza más orgullosa del mundo y más preciada de su condicion y linaje, mereceria por sí solo que se inventase la locucion, si ya no estuviera inventada, de república de las letras.

En medio de la rudeza de aquellos tiempos, y entre los horrores de la violencia de la anarquía y del feudalismo, aquellos terribles guerreros, como impulsados por el espíritu generoso de la cultura humana, se complacian en trasportarse á las regiones ideales de un estado social más perfecto, en donde sólo dominasen las justas y torneos del ingenio, la emulacion del honor y la virtud, las delicadas competencias del amor y del sentimiento, la igualdad y reciprocidad de inefables ternezas, y en que desapareciesen completamente las preocupaciones nobiliarias, los privilegios del poder y de la fortuna, y los feroces abusos de la fuerza material, que á la sazon por todas partes imperaba. Nunca, en ningun período histórico, han podido aplicarse con mayor fundamento y oportunidad que en aquél las célebres palabras de Ciceron: Oh præclaram emendatricem vitæ poeticam!

Bella y patriótica es sin duda la poesía popular de los Romanceros, porque allí están narrados todos los grandiosos hechos de los héroes y todos los grandes sucesos de la nacionalidad española; pero ni los individuos ni los pueblos pueden realizar ó ejecutar todo el contenido de su alma, porque hay cosas que únicamente están destinadas á ser pensadas, sentidas y expresadas de una manera digna de memoria, es decir, literariamente, y ese contenido eminentemente subjetivo, que es el poema de la inteligencia y del corazon, se encuentra en los Cancioneros generales. En este sentido Aristóteles ha dicho, con tanta profundidad como exactitud, que la poesía es más verdadera que la historia.

En la necesidad de resumir brevemente nuestras ideas sobre este punto, por más que la materia sea muy abundante, nos limitarémos á decir que la poesía popular cantaba y fortificaba el sentimiento de nacionalidad, y que la poesía culta favorecia el progreso social; que la una servia á la patria y la otra á la civilizacion, y finalmente, que si la poesía narrativa de los Romanceros revelaba la verdad de la historia, la poesía lírica de los Cancioneros revelaba la verdad del alma.

Ahora bien; durante aquella edad predominantemente poética, en que reyes, infantes, príncipes y grandes señores hacian gala de cultivar la gaya ciencia, se publicaron bajo sus auspicios muchos Cancioneros. El rey de Castilla D. Juan II, de quien se conservan algunas canciones y esparzas, fué grande amigo y favorecedor de poetas y trovadores. El Infante de Antequera, que más tarde llegó á ser D. Fernando I de Aragon, cuando fué á coronarse á Zaragoza, llevó consigo una cohorte de trovadores y poetas castellanos, entre los cuales se contaban el docto D. Enrique de Villena, el célebre Marqués de Santillana, el discreto Ferrant Manuel de Lando y el famoso Villasandino. Por último, el gran rey adorado y divinizado por los poetas de aquella época, D. Alonso V de Aragon, hijo del Infante de Antequera, fué acompañado en su famosa expedicion á Nápoles por tan numeroso séquito de poetas y trovadores, que casi ellos solos formaron con sus cántigas y decires el renombrado Cancionero de Stúñiga, que se conserva manuscrito en la Biblioteca Nacional, y que hoy tenemos la satisfaccion de dar por primera vez á la estampa.

Este precioso códice está escrito en vitela de excelente calidad, consta de 165 fólios, y lleva la signatura M. 48 de la Biblioteca Nacional. Su letra es evidentemente de la segunda mitad del siglo XV, y está encuadernado en pasta de la época, de color de púrpura, con exquisita variedad de labores en seco. En su portada lució su buen gusto un hábil miniaturista, que supo llevar el dibujo á toda la perfeccion de que entónces era capaz el arte, segun se observa en las cuatro figuras, que representan la Religion, la Justicia, la Esperanza y la Fe, modelos acabados de gracia y elegancia. Es muy de sentir que haya quedado por hacer el escudo á que las figuras servirian de tenantes, porque por él podríamos venir en conocimiento del personaje para quien este Cancionero se escribiera, que personaje de gran cuenta sería cuando todo lujo se creyó poco, llegándose á perfumar sus folios con alguna disolucion persistente, que ha hecho durar hasta ahora su fragancia. La orla de la portada, la inicial con que empieza el Cancionero y la del fólio 41 son notables por el gusto y primor de sus dibujos, por su perfecta ejecucion y por la delicadeza y tino con que se alterna el oro sentado con los colores más vivos, sin abusar nunca ni desentonar la conveniente armonía de las tintas. En los demas folios las iniciales de cada composicion son de oro sobre fondo de colores, y las de cada estrofa sencillas mayúsculas, pero alternando siempre una de oro y otra azul, habiendose buscado y obtenido en todas la variedad más completa y agradable.

En suma, este Cancionero constituye un códice de la mayor riqueza y lujo, digno de figurar en los estantes de la biblioteca de un D. Pedro Tenorio, ó de una aristocratica dama de la córte de D. Juan II de Castilla.

Diósele sin duda el nombre impropio de Cancionero de Stúñiga, sin más razon ni motivo que comenzar el códice con dos composiciones de aquel ilustre caballero. Contiene gran número de producciones de poetas castellanos, gallegos, aragoneses y catalanes. Hubo un momento crítico en nuestra historia literaria, en que todos los trovadores y poetas cristianos de la Península alternaban en cancioneros, justas poéticas, festejos y solemnidades patrióticas ó religiosas, sin que en lo más mínimo sirviesen de obstáculo para esta intimidad y comunicacion las diferencias de dialectos que ya de muy antiguo se usaban. Al contrario, era entónces muy frecuente que los trovadores catalanes y aragoneses compusieran decires y canciones en castellano, y que á su vez los poetas de Castilla hicieran composiciones en gallego ó lemosin. Diríase que en aquella hora solemne de la historia todos los vates españoles se habian dado una cita misteriosa en el ameno y delicioso campo de la gaya ciencia, para concertar fraternalmente todos los elementos y todos los medios de constituir nuestra poderosa nacionalidad literaria. Bajo los auspicios del ilustrado Alfonso V, los catalanes y aragoneses penetraron decididamente por las vias de los provechosos estudios clásicos, hácia los cuales tambien los impulsaba el prestigio creciente de la poesía castellana, que habian elevado al más alto punto de crédito y nombradía el docto Juan de Mena y el esclarecido Marqués de Santillana. A mayor abundamiento, desde la coronacion del Infante de Antequera se habian estrechado más y más los vínculos del comercio intelectual entre ambas córtes de Aragon y de Castilla, y más tarde la famosa expedicion á Nápoles fué para catalanes, aragoneses y castellanos la epopeya comun de su gloria en los combates y de sus triunfos en el Parnaso. En el Cancionero de Stúñiga palpitan á cada instante los recuerdos de aquella expedicion gloriosa, celébrase la hermosura de las damas italianas, se canta en todos los tonos esa hermosa pasion, que es á la vez el orígen de la vida y la fuerza civilizadora de los pueblos, y se llora tambien en lastimosas endechas la muerte de los valientes que sucumben en la batalla.

La composicion que empieza:

Las trompas sonaban al punto del dia,

ofrece un cuadro animado y conmovedor de los funerales de Jaumot Torres, capitan de ballesteros, que murió heroicamente en Cerinola. No carece de invencion y fantasía la composicion de Juan de Andújar, que principia:

Cómo procede fortuna.

Los Siete Gozos de Amor es una composicion original, discreta y bien sentida. El ingenio, la galantería, la gracia, el picaresco desenfado y las deliciosas penas del amor resplandecen en El Testamento, de Alfonso Enriquez, en El Juego de Naipes, de Fernando de la Torre, en Las Estrenas, de Lope de Stúñiga, en Las condiciones de las Donas, de Torrellas, y en las sentimentales estrofas de Rodriguez del Padron y del enamorado Macías, que vino á ser el romántico y bello prototipo de los amantes. Por último, debemos consignar una circunstancia muy notable de este Cancionero, cual es la de contener dos romances, género de composiciones que nunca ó rarísima vez se encuentra en las innumerables colecciones de poesías manuscritas que, anteriores al siglo XVI, se conservan en nuestros archivos y bibliotecas. Ambos romances son de Carvajal. El uno de ellos está compuesto á nombre de la Reina de Aragon, esposa de Alfonso V, la cual llora el mal de ausencia con extraordinaria vivacidad de sentimiento. El segundo romance está hecho con mucha tristeza y dolor por la partida de su amada, y justo es decir que el poeta acierta á expresar su pasion con tanta naturalidad como energía, cuando exclama:

Visitaré los lugares

Do mi sennoría estaba,

Besaré la cruda tierra

Que mi sennora pisaba,

Et diré triste de mí:

Por aquí se paseaba,

Aquí la vide tal dia,

Aquí comigo fablaba.

. . . . . . . .

¿Dónde estás tú, mi sennora?

¿Vives, como yo, penada?

¿Quien privó la vuestra vista

De mirar et ser mirada?

En resúmen, el Cancionero de Stúñiga entraña y significa dos grandes acontecimientos de suprema importancia para nuestra literatura, á saber: la famosa expedicion á Nápoles y la íntima alianza de los poetas castellanos con los trovadores catalanes y aragoneses, quienes todos juntos á su vez recibieron la saludable influencia de la Italia, que ya se habia adelantado gloriosamente por el camino de las bellas letras á todas las demas naciones de Europa. Este Cancionero abunda, ademas, en inapreciables indicaciones históricas, que la crítica y la erudicion sabrán utilizar desde luégo, y finalmente, abraza un período harto interesante de la poesía española del siglo XV, que sin la existencia de tan preciado códice nos sería completamente desconocido. Esta consideracion sube de punto, si tenemos en cuenta que de muchos poetas y trovadores de aquella época no se conservan más noticias que las contenidas en el presente Cancionero de Stúñiga.

Ahora bien, sin perjuicio de las oportunas explicaciones, ya bibliológicas, ya biográficas, que damos en las Notas al final de la obra, cúmplenos consignar aquí el método que hemos seguido en la publicacion de este códice, en cuyo texto abundan las equivocaciones, que provienen de estar escrito por un italiano, como lo prueba la composicion bilingüe del fólio 152, y áun la misma encuadernacion revela evidentemente que está hecha en Italia. Estas equivocaciones han podido influir alguna vez para que no hayamos acertado á interpretar algunos vocablos, que muy bien pudiera suceder nos sean completamente desconocidos, áun admitiendo que no haya error en la escritura. De todos modos, hemos preferido no incluirlos en el Glosario, á proponer caprichosas ó infundadas conjeturas, que en vez de ilustrar el texto, hubieran contribuido á oscurecerlo más en algunos pasajes. Diversas, y áun de todo punto contradictorias, son las opiniones que profesan los más ilustrados críticos de Europa respecto al sistema ó método que debe seguirse en la publicacion de este linaje de obras. Sostienen muchos críticos alemanes que los códices deben publicarse con una fidelidad fotográfica, reproduciendo los textos sin la más mínima alteracion, con la misma ortografía, con la puntuacion que tuvieren, y hasta con sus mis[Pg xxviii]mas erratas, á fin de que el público no carezca absolutamente de ninguno de los datos necesarios y auténticos para formar con acierto su juicio. Al contrario, los críticos franceses asientan que los códices deben darse á luz ámpliamente comentados é ilustrados, corregidos en su ortografía, rectificados en sus errores y despojados en lo posible de todo cuanto pueda hacer difícil y áun enojosa su lectura, á fin de convidar más gratamente al público á que venga á saborear las desconocidas bellezas literarias de otras edades.

La explicacion plausible y naturalísima de estas dos contrarias opiniones la encontramos fácilmente en las diferencias características del genio frances, que ante todo aspira á la claridad y popularizacion de las ideas; y del genio aleman, que con preferencia se propone penetrar en la esencialidad de las cosas, cuidando más de la exactitud incontrovertible de sus conocimientos, que de agradar á toda clase de lectores. Ambos sistemas nos parecen demasiado exclusivos, y en este punto acaso hayamos tenido la fortuna de elegir el término discreto entre ambas encontradas opiniones, supuesto que por una parte hemos permanecido escrupulosamente fieles al texto del códice, conservando su misma ortografía respecto á la escritura de las palabras, y por otra nos hemos permitido alguna libertad en cuanto á la puntuacion, que hemos acomodado al uso corriente, con la única mira de aclarar su sentido y facilitar su lectura, consiguiendo de este modo, á nuestro parecer, casi todas las ventajas de los dos citados sistemas.

En nuestra patria no carece de partidarios la escuela francesa, y algunos críticos distinguidos recomiendan tambien la necesidad y conveniencia de publicar los códices expurgados, anotados y corregidos; pero nosotros creemos que esta opinion, sin duda muy respetable, no puede ni debe seguirse ni aplicarse en nuestra España, donde vemos con dolor que, por incuria, ignorancia ó malicia, desaparece cada dia alguna de nuestras preciosidades literarias. Triste y aun vergonzoso para un español es decirlo, pero en esta nacion, en que se han perdido casi todas las obras de D. Enrique de Villena; en esta nacion, en que nos vemos obligados á mendigar de gobiernos extranjeros que nos permitan copiar ó que nos presten por un breve plazo para su publicacion el Cancionero de Baena y otras obras que hace poco tiempo conservábamos en nuestros archivos y bibliotecas; en la nacion en que tal sucede con mengua de nuestro decoro, lo importante es publicar sin dilacion todo lo inédito que se pueda y lo merezca, salvando así del olvido, de un incendio, de una inadvertencia ó de una infamia, tantos y tantos inapreciables manuscritos y códices como luchan todavía con el polvo y los gusanos.

Ahora bien, cuando estos monumentos literarios estén ya resucitados mediante la imprenta; cuando ya pertenezcan al dominio público, enhorabuena que entónces personas competentes los estudien, comenten é ilustren, segun la obra ó el género lo requiera ó demande. Tal ha sido la razon principalísima que nos ha impulsado á incluir en nuestra coleccion el Cancionero de Stúñiga, no ménos importante que el de Baena para la historia literaria de nuestra patria.

F. del V.

J. S. R.


Cancionero de Lope de Stúñiga: Códice del siglo XV.

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