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IV. LA INTELIGENCIA AL SERVICIO DE LA SEGURIDAD

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Mucho se ha avanzado, y hablado, sobre las distintas clases de inteligencia, así como sus actores tanto públicos como privados.

Corresponde al Estado, en el ejercicio de la competencia que le atribuye la Constitución (art. 149.1.29.ª) en materia de seguridad pública, entre otras medidas, la protección de personas y bienes y el mantenimiento de la tranquilidad y el orden ciudadano. También le corresponde la labor de dirigir la Administración militar y la defensa del Estado (art. 97), teniendo para ello competencia exclusiva sobre la Defensa y las Fuerzas Armadas (149.1.4.ª). Esto comprende también la labor de establecer la regulación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que, por otra parte, en la medida en que se incide en la regulación de las condiciones básicas del ejercicio de determinados derechos fundamentales, como el derecho a la propia imagen y el derecho de reunión, esta regulación debe tener en su totalidad el carácter de Ley Orgánica. En relación con esta misión, es preciso tener siempre presente tanto las competencias que correspondan a las Comunidades Autónomas en esta materia de acuerdo con lo que dispongan sus Estatutos de Autonomía, como las propias de los Entes Locales.

Esta amalgama de sujetos públicos presentes en este ámbito, además hay que vincularla funcionalmente con la seguridad de personas y bienes. Aunque no puede encuadrarse dentro del concepto público de seguridad a toda persona o bien, sí que lo integran aquellas medidas que, dirigiéndose a la protección de personas o bienes, tengan como finalidad específica evitar graves riesgos de alteración del orden ciudadano y de la tranquilidad pública.

En todo caso, la seguridad pública es una competencia difícil de parcelar, toda vez que no permite delimitaciones o definiciones, con el rigor y precisión admisibles en otras materias. Ello es así, además de por aquellas otras circunstancias apuntadas con anterioridad, porque las normas ordenadoras de la seguridad pública no contemplan realidades físicas tangibles sino eventos meramente previstos para el futuro, respecto a los cuales se ignora el momento, el lugar, la importancia y, en general, las circunstancias y condiciones de aparición.

La situación precisamente tampoco mejora si a esto, le añadimos la problemática de definir la inteligencia, que también es en sí mismo un problema debido a la amplitud del término, hacerlo uniendo al mismo las distintas vertientes en la que ésta puede ser aplicada no facilita precisamente las cosas26. Pero tampoco es un problema al que debamos dar respuesta en este momento. Basta con conocer, o al menos tener ciertamente claro, que ambas son la misma realidad, eso sí, con componentes distintos.

Tanto la globalización como la tecnificación que caracterizan hoy nuestro sistema en casi todos sus aspectos, junto con un desarrollo económico complejo, generan un mundo que no es sino un conglomerado donde concurren multitud de actores y factores que hacen que recurrir a la inteligencia para obtener los resultados deseados en función de los distintos ámbitos en que ésta puede ser requerida, sea una obligación más que una opción a tener en cuenta.

Sirva la presente frase para definir a la perfección lo expuesto. En un entorno rápidamente mutable las estructuras orgánicas se vuelven obsoletas prematuramente, pecando el organizador de responder a las lecciones aprendidas en la última de las guerras o de las crisis y no a los retos del futuro inmediato27. Solo hay una forma eficaz y eficiente en términos de tiempo y recursos a la que recurrir para minorar este fenómeno y es precisamente la que se basa en el empleo de la información recabada y la anticipación que proporciona la inteligencia. Si la información de por sí ya supone una ventaja, esta se acrecienta, siempre y cuando que la misma es tratada y tenida en cuenta en los procesos de toma de decisiones, esto no es más que el denominado ciclo de inteligencia28. Que el objetivo primario ha de ser preventivo es claro; ahora bien, si no es posible evitar, habrá que centrarse en corregir o mitigar, adaptándose, en sentido amplio, si es preciso, a las circunstancias y al entorno.

A esto debemos añadir la conectividad de un mundo en red, que incluye el internet de las cosas, la inteligencia artificial, la ingeniería genética y la robotización tendrán importantes implicaciones para la seguridad. Por eso, desde la perspectiva de la seguridad, nacional o incluso global, la interconectividad diluye las fronteras, habrá que dirigir esfuerzos en implementar un sistema eficaz de gobernanza sobre las nuevas tecnologías.

Ahora bien, la organización da orden, pero de nada nos sirve si no la dotamos de conocimiento, de información. La información, la inteligencia precisa y oportuna es el elemento esencial que no puede faltar en todo proceso de toma de decisiones. Sin ella, la estructura, más o menos burocratizada de la seguridad nacional, no es más que un edificio. Hecho que se acentúa ante la ausencia de límites fronterizos, ya que muchos de estos riesgos y amenazas son de carácter transnacional y aunque las fronteras físicas permanezcan, son rebasadas con impunidad por las nuevas tecnologías de la información.

Inteligencia artificial y defensa. Nuevos horizontes

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