Читать книгу Biotecnología en el menú - José María Seguí Simarro - Страница 16
ОглавлениеCapítulo 3
¿QUÉ OPINA LA SOCIEDAD DE LAS PLANTAS TRANSGÉNICAS?
Llegados a este punto del relato, cabría pensar que estamos ante una herramienta poderosa que puede revolucionar la forma como entendemos la agricultura, proporcionando nuevas variedades que se ajusten perfectamente a las necesidades de cada región de nuestro planeta, a las demandas de los millones de bocas hambrientas en Asia y África y de los cada vez más exigentes consumidores del mundo desarrollado. Esto no debería sino reflejarse en un estado generalizado de optimismo por parte de la sociedad (científicos, productores, agricultores, políticos y consumidores) ante estas nuevas posibilidades. Sin embargo, la realidad es bien distinta. Basta salir a la calle y preguntar para darse cuenta de que los trangénicos no son del agrado de la mayor parte de la población.
1. EVOLUCIÓN DE LA OPINIÓN SOBRE LA BIOTECNOLOGÍA
En cierto modo, esta opinión es un reflejo de la opinión negativa generalizada que sobre la biotecnología y la transgénesis en concreto se ha venido observando desde hace cincuenta años. Durante los primeros años de desarrollo y aplicación de la ingeniería genética, en principio sobre bacterias (la década de 1960), existían muchos te-mores respecto a la modificación genética de los organismos unicelulares, en esos momentos todavía a escala de laboratorio. Había una gran preocupación en la opinión pública por las consecuencias imprevisibles que podían derivarse de la intervención sobre el genoma. En los medios de comunicación se utilizaban metáforas del tipo de «crear monstruos de Frankenstein» o «jugar a ser Dios». Años más tarde, en la década de 1980, con la aplicación de la transformación genética a organismos superiores como animales o plantas, las críticas se dirigieron más a la ética de estas actuaciones. Se cuestionaba si era ético alterar la genética de seres tan próximos a nosotros como los animales y se alertaba sobre los posibles riesgos de introducir cultivos modificados en un medio ambiente que había evolucionado sin ellos desde los más remotos orígenes de la creación. Junto con estos temores, lógicos por lo poco que se sabía por entonces, surgieron también una serie de expectativas, en gran parte desmedidas, aunque también lógicas por el mismo motivo que los temores. Se creía que los productos tradicionales iban a ser sustituidos por estos nuevos productos biotecnológicos.
Pero la realidad ha sido bien distinta. Se subestimaron, por pura ignorancia, muchos de los problemas científicos y técnicos que se han ido descubriendo con el paso del tiempo y la acumulación de datos sobre estas técnicas. También se encontraron problemas de es-calado al tratar de adaptar el proceso a una escala de producción y comercialización, siempre mucho mayor que la del laboratorio. Este fue el gran problema de algunas empresas medianas o pequeñas que fueron incapaces de adquirir un tamaño suficiente para producir este tipo de productos, que requieren personal muy especializado y equipamiento muy costoso. Algunas, para sobrevivir, se fusionaron con grandes empresas del sector agroquímico y, a partir de ese momento, tuvieron que someterse a la directrices de la gran multinacional, que en ocasiones no iban por sus mismos caminos, sino más bien por los de obtener transgénicos que les permitieran continuar con la producción de sus productos principales. Por ejemplo, plantas resistentes a herbicidas que les permitieran seguir produciendo y vendiendo herbicidas. Otro problema que también se subestimó fue la falta de confianza del consumidor ante los nuevos productos modificados genéticamente. Problema que a día de hoy persiste, y aumenta. De hecho, ese es el gran problema de nuestros días.
En la década de 1990, la explosión biotecnológica inicial se fue conteniendo y enfocando hacia aquellos sectores en los que se habían evidenciado claramente una serie de ventajas y se contaba con un mínimo de aceptación por parte del consumidor. Y esta es la tendencia que se ha extendido también a lo que llevamos vivido de siglo XXI. Del global de la biotecnología vegetal, ha habido aplicaciones como el cultivo in vitro, que experimenta cada día un mayor empuje en campos como la propagación de especies ornamentales o la obtención de plantas libres de patógenos, entre muchas otras. Los biocombustibles también han sido una clara apuesta de muchos gobiernos, aunque con alguna que otra traba por el camino, sobre todo en los de primera generación.1 En cambio, otras herramientas, como la ingeniería genética, han sufrido una ralentización, sobre todo por el mayoritario rechazo social.
2. OPINIÓN DE LOS EUROPEOS SOBRE LOS ALIMENTOS TRANSGÉNICOS
Esto es así en todo el mundo, pero sobre todo en Europa. Prácticamente desde su aparición, los cultivos transgénicos han estado cuestionados. Se les cuestionaba principalmente su seguridad, sus posibles riesgos para la salud y también para el medio ambiente. Aunque ciertas aplicaciones como las plantas biofactoría gozaban de mejor imagen que los cultivos destinados al consumo directo, lo cierto es que esta nunca fue abrumadoramente positiva, por utilizar un eufemismo. Pronto surgieron dos bandos claramente contrapuestos, cuyo objetivo fue desde un primer momento concienciar a la sociedad, crear un estado de opinión. Estos bandos todavía perduran a día de hoy, pues sigue habiendo debate. Por una parte, están los grupos ecologistas, ambientalistas, defensores de la naturaleza, etc. En conjunto, todos aquellos colectivos que defienden la conservación de la naturaleza tal como la conocemos y tratan de evitar que se pierda, destruya o contamine. Es evidente que desde el principio estos grupos vieron en los transgénicos una amenaza a sus objetivos e inmediatamente se manifestaron en contra. Por otra parte, obviamente se han ido posicionando a favor las empresas productoras de las semillas transgénicas, con el lógico interés de vender su producto, y la inmensa mayoría de la comunidad científica, que estando directamente implicada en el proceso de creación de estas plantas, o teniendo acceso a los datos, estudios e informes científicos disponibles sobre ellas, ha concluido que no hay razones científicas ni técnicas para oponerse ni a su uso ni a su consumo. Una vez establecidos los bandos, ambos comenzaron a observar adhesiones. En contra de los transgénicos se han ido posicionando paulatinamente otros colectivos de lo más variado, desde asociaciones de agricultores que creían que su modo de vida peligraba o asociaciones de consumidores que creían que lo que peligraba eran los alimentos, hasta algunos sindicatos de corte izquierdista o anarquista, que veían en las plantas transgénicas una nueva imposición capitalista, o grupos antiglobalización, por motivos similares. Ha habido incluso manifiestos2 de «personalidades y organizaciones de la sociedad civil», como ellos mismos se definen, sobre «las aplicaciones de la biotecnología en la modificación genética de plantas, ante la amenaza que representan para la agricultura y la sostenibilidad». A favor de los transgénicos ha habido pocas adhesiones, justo es decirlo. La mayoría de ellas han provenido de la propia comunidad científica, que por medio de las diversas sociedades científicas ha emitido diversos comunicados avalando la seguridad de estos productos. También se han manifestado a favor algunas asociaciones de agricultores, de productores o de distribuidores, como veremos en los próximos capítulos.
Pero quizá, la opinión más importante, que aglutina y promedia en ella todas las vistas hasta ahora, es la opinión de la sociedad, que está en medio de estos dos bandos dialécticamente enfrentados y que es, en definitiva, quien decide. La Comisión Europea elabora cada cierto tiempo encuestas de opinión (denominadas Eurobarómetros) sobre distintos temas considerados de interés por los europeos. Como no podía ser de otro modo, las distintas variantes de la biotecnología y, en concreto, los transgénicos figuran permanentemente entre esos temas de interés en las últimas dos décadas. Y casi desde el primer momento, los organismos transgénicos han estado peor valorados por los ciudadanos que otras aplicaciones biotecnológicas. Por ejemplo, el Eurobarómetro sobre biotecnología del 20053 revelaba que un 52% de los europeos creían que las biotecnologías mejoran su calidad de vida y la biotecnología aplicada para usos médicos estaba apoyada mayoritariamente. Sin embargo, continuaba existiendo el escepticismo observado en ediciones anteriores en cuanto a las aplicaciones en agricultura para uso alimentario, que seguían sin percibirse como positivas para el consumidor. Lógicamente, estas opiniones varían entre los distintos países de una zona tan heterogénea como la Europa comunitaria. De entre ellos, los tres países que mostraban las opiniones más favorables con respecto a la moderna biotecnología eran Portugal, Finlandia y España. En concreto, el Eurobarómetro mostraba a España como uno de los más favorables en cuanto a una mayor aceptación de los organismos modificados genéticamente, contando incluso con una mayoría favorable a su uso alimentario.
La panorámica que revela el último Eurobarómetro, el del 2010,4 no difiere demasiado de la del 2005 en términos generales, pues un 53% de los europeos se muestran optimistas acerca de la biotecnología, frente al 52% del 2005. En comparación con otro tipo de tecnologías, la biotecnología no sale muy mal parada. No es de las mejor valoradas –tecnologías de la información (77%), energía eólica (84%) y energía solar (87%)–, pero tampoco es de las peores –exploración espacial (47%) y energía nuclear (39%)–. Dentro de la biotecnología, hay también aplicaciones estrella y aplicaciones estrelladas. Es fácil intuir que la aplicación que se ha estrellado estrepitosamente es la transgénesis. Tres de cada cuatro europeos están en contra de ella y ningún país muestra una mayoría de partidarios. Si se hace una comparativa desde 1996 hasta el 2010, se puede observar una tendencia a la baja en el porcentaje de partidarios. Volviendo al ejemplo de España, vimos que en el 2005 había una mayoría favorable (56%) y esto venía siendo así desde 1991. En cambio, en el 2010 se observa que menos de la mitad de los ciudadanos (35%) apoyaban los alimentos transgénicos. Esta caída del apoyo llegaba a tan solo un 18% de los encuestados en el caso de que los alimentos transgénicos fueran de origen animal.
Apoyo de los europeos a las distintas tecnologías emergentes, incluyendo la ingeniería genética. Figura 2 del Eurobarómetro 73.1 del 2010 de la Comisión Europea.
A la vista de estos datos, poco más queda por añadir en cuanto a qué opina la sociedad europea y española de los transgénicos. Ahora deberíamos preguntarnos ¿en qué se basa la sociedad para tener esta opinión tan negativa? ¿Hay motivos científicos reales, justificados, para que la sociedad tenga esta opinión de los transgénicos? La respuesta a estas preguntas las veremos a partir de la página siguiente.
1. Más información sobre biocombustibles en J. M. Seguí Simarro (2011): El siglo de oro de la Biotecnología vegetal, Editorial La Voz de Galicia S.A., La Coruña. ISBN: 978-84-9757-273-6.
2. La sociedad planta cara a la industria transgénica. elmundo.es. 19/02/2009. Disponible en línea: <http://www.elmundo.es/elmundo/2009/02/18/ciencia/1234974212.html> [Consulta 24/12/2012].
3. Europeans and Biotechnology in 2005: Patterns and Trends. European Commission. 2006. Disponible en línea: <http://ec.europa.eu/research/press/2006/pdf/pr1906_eb_64_3_final_report-may2006_en.pdf> [Consulta 24/12/2012].
4. Europeans and Biotechnology in 2010 Winds of change? European Commission. 2010. Disponible en línea: <http://ec.europa.eu/research/science-society/document_library/pdf_06/europeans-biotechnology-in-2010_en.pdf> [Consulta 24/12/2012].