Читать книгу La niña halcón - Josep Elliott - Страница 10
ОглавлениеA la mañana siguiente, los Herbistas opinan que ya estoy en condiciones de irme. Me pongo las botas y corro apresurado hasta el sitio de creación de las Avispas. Siempre me ha atraído ese lugar. Allí es donde se fabrican y reparan todas las cosas que el clan necesita, desde armas y ropa hasta camas y utensilios de cocina. Por supuesto, en este momento están atareados trabajando en el nuevo barco. Me quedo merodeando por los alrededores, hasta que alguien de las Avispas me llama:
—¿Qué pasa, muchacho? —es un hombre fornido con mejillas coloradas y dedos chatos. No puedo recordar su nombre.
—Maighstir Ross me dijo que podía venir —le explico.
—Habla más fuerte, que a duras penas puedo oírte —todo lo que dice va acompañado de una risita.
—Vine a mirar —repito, alzando la voz—. Maighstir Ross dijo que podía hacerlo.
—Pues no vas a poder ver mucho desde allá lejos —me hace señas y me acerco trotando a él, con una sonrisa que se va dibujando en mi rostro—. Me llamo Donal —se presenta. Su boca diminuta se pierde en las profundidades de su barba rojiza.
—Jaime —respondo.
—Entonces, ¿quieres hacerte Avispa?
—No, soy un Pescador —me trago la palabra con dificultad—. Pensé que si venía a verlos armando el barco, eso me volvería mejor Pescador.
—Muy bien —dice Donal, de una manera en que me doy cuenta de que no me cree del todo—. Entonces, quédate junto a mí, jovencito. Te mostraré todo lo que necesitas saber.
Me paso todo el día con Donal y el resto de las Avispas, mirando fascinado cómo forjan clavos, cosen velas nuevas, y le dan forma a la madera para el casco. Me asombra su habilidad, y Donal compensa mi entusiasmo explicándome todo lo que hace. Me muero por unirme a ellos y ayudar. Estar entre Avispas es una experiencia diferente que convivir con los Pescadores. Por un lado, me encuentro en tierra, cosa que por sí sola mejora todo, pero también es mucho más fácil de entender por su forma de trabajar. Piensan muy bien cada cosa que van a hacer, con detalle, y se toman su tiempo para sopesar la manera más adecuada de solucionar un problema o hacer mejoras. Sé que yo podría ser mejor Avispa que Pescador. Si fuera cosa mía, cambiaría de ocupación en un abrir y cerrar de ojos, pero por supuesto que no hay posibilidad de eso.
Al final de la tarde, todos dejan lo que hacían al oír una especie de conmoción en la Puerta Sur. Una de las campanas tañe, pero no sé cuál. Nunca he aprendido a diferenciarlas bien.
—¿Qué crees que esté sucediendo? —le pregunto a Donal. Está en pie, con el martillo que empuñaba colgando inerte a su lado. Se le encoge la nariz cuando se esfuerza en ver mejor.
—Son los Rapaces —dice—. Parece que han regresado.
¡Los Rapaces! Habían sido enviados para averiguar qué había sucedido con Clann-na-Bruthaich, otro de los clanes de Skye. Circula el rumor de que el clan completo desapareció sin dejar rastro. Se supone que no sabemos nada, pero todo el mundo está enterado.
—Ve a ver si logras oír algo de lo que digan —pide Donal.
—Oh —exclamo—, pero no es dùth dejar de trabajar antes de la comida vespertina.
Donal ríe.
—No nos falta mucho para terminar, y no se lo diré a nadie. Además, tú mismo lo has dicho: no estás trabajando, sino observando —me mira con expresión de complicidad.
En realidad no quiero ir a averiguar nada, pero quiero caerle bien a Donal. Él toma la decisión por mí, al poner su manota entre mis omoplatos y darme una palmadita.
—Si te enteras de algo, vuelve a contarnos.
Hago un gesto afirmativo, y atravieso el costillar del nuevo barco. La Puerta Sur no está lejos. Para cuando llego, los Rapaces ya han entrado. Me mantengo a cierta distancia. Miran en mi dirección, así que me acuclillo detrás de un viejo pozo. El suelo está mojado y enlodado, y el frío húmedo se cuela a través de mis pantalones y me deja las rodillas empapadas.
Maistreas Sorcha ha venido al encuentro de los Rapaces. Le estrecha el puño cerrado a cada uno, pero no dice una palabra. Todos callan. Cruzan una mirada. Maistreas Sorcha les hace señas para que vayan todos a un bothan comunal, justo al lado de donde me oculto.
¡Van a pasar justo a mi lado! Si ven que me estoy ocultando, pensarán que los espío. Y supongo que eso es lo que estoy haciendo. ¿En qué estaba pensando? Fue una pésima idea. Debería irme ya, antes de que se acerquen demasiado, pero mi cuerpo se niega a moverse. Están más cerca. Me deslizo por el fango, siguiendo de cerca la boca curva del pozo. Apesta a algas mojadas. Si pudiera escabullirme dentro cuando pasen, tal vez podría evitar que me vieran. Están a pocos pasos de mí. Es ahora o nunca. Clavo las uñas en las ranuras de las piedras del brocal, y me muevo hacia la derecha mientras Maistreas Sorcha y los Rapaces se acercan por la izquierda. Me arrastro pegado a la curva del pozo, poco a poco, tratando de no hacer ruido. Las palmas de las manos me sudan a mares.
El grupo pasa por el lado opuesto del pozo, hablando en susurros. Me esfuerzo por pescar alguna palabra. Oigo la frase:
—Los de Raasay decían la verdad…
—… peor de lo que esperábamos… —agrega alguien más.
La conversación se desplaza al bothan. Aguardo hasta oír la puerta que se cierra antes de soltar el aire que contuve. Miro hacia la muralla, con la esperanza de que ningún Halcón me haya visto. Todos están mirando hacia el exterior de las murallas. Me salí con la mía. Nunca lo volveré a hacer. Me pongo en pie y voy a toda prisa a mi bothan para cambiar mi ropa enlodada. Durante todo ese rato no pude dejar de pensar en lo que dijeron los Rapaces.
¿Qué pudieron encontrar que fuera peor de lo que esperaban? ¿Por qué se veían todos tan atemorizados?
A la hora de la comida vespertina, busco a Aileen en las mesas, pero no la encuentro. Debe estar todavía caminando de regreso a la bahía de Kilmaluag. Recojo mi comida y voy hacia las largas bancas de madera en las que nos sentamos a comer. Al pasar junto a la mesa de las Avispas, un numeroso grupo estalla en carcajadas. Avanzo más despacio y les sonrío a Donal y a otros cuantos. Me saludan con un movimiento de cabeza y sonríen a su vez. Estoy a punto de detenerme del todo para contarle a Donal lo que alcancé a oír, pero él ya ha comenzado una conversación.
Sigo hacia la mesa de los Pescadores. En la parte media hay un grupo de uno de los otros barcos, pero no conozco a ninguno, así que me siento en un extremo y empiezo a comer. Alguien me toma por los hombros desde atrás.
—¿Dónde te habías metido? —la voz está justo en mi oído, tomándome por sorpresa con total deliberación. Me atraganto con un bocado de estofado, y al toser arrojo pequeños trozos de comida en la mesa—. En verdad, tienes que aprender buenos modales.
Trago lo que tengo en la boca y estiro los brazos hacia atrás para sujetar a Aileen.
—¡No me hagas esas cosas! —le digo.
Ella esquiva mi brazo sin mayor esfuerzo y se desliza a mi lado.
—¿Y por qué no viniste con nosotros a la bahía de Kilmaluag? Querías quedarte un día más en cama, ¿cierto?
—No, pasé el día con las Avispas —no puedo ocultar mi timidez.
—¿Qué?
—Maighstir Ross dijo que podía ir y verlos armar el nuevo barco.
—Eres un pilluelo… ¡Ojalá se me hubiera ocurrido eso! El camino hasta Kilmalaugh fue eterno. Aunque me gustó estar fuera del enclave, pero en tierra, quiero decir —se sujeta los rizos color rojo óxido tras las orejas. Siempre lo hace cuando está entusiasmada—. En serio, fuiste tú el que se perdió de algo. Aunque supongo que tendrás que dejar el enclave para la Ceremonia —se tapa la boca en cuanto lo dice—. Perdón. Se me olvidó que no vamos a hablar más de eso —dice, con la mano sobre la boca.
—Los Rapaces regresaron —digo, cambiando de tema.
—¿En serio? ¿Y qué encontraron?
—Pues no nos han comunicado nada aún pero… —bajo la voz— yo estaba detrás del viejo pozo cuando pasaron por ahí y…
—¿Estabas espiando? —me interrumpe.
—No. Bueno, tal vez un poco.
—Espera un momento: ¿quién eres tú y qué hiciste con el Jaime de siempre?
—Muy graciosa. En todo caso, no pude oír mucho, pero se veían muy preocupados. Dijeron algo de que Raasay sí había dicho la verdad y que lo que habían encontrado era peor de lo que esperaban.
—¿Qué crees que signifique todo eso?
—No lo sé, pero no pinta nada bien —muerdo el interior de mi boca—. ¿Crees que estemos a salvo aquí?
—Por supuesto que sí —se forma un nudo en mi garganta que no logro tragar.
—¿Y si nos sucediera lo mismo que a Clann-na-Bruthaich?
—Espera un momento. ¿Te estás preocupando por algo que ni siquiera sabes qué es? ¡Eso es malo, incluso para ti!
Tiene razón, sé que no debería dejarme arrastrar por el pánico. Pero no puedo evitarlo.
—Hey, no pasa nada —Aileen posa su mano sobre la mía, y me da un ligero apretón—. Confía en mí. Aquí estamos a salvo. Tenemos las mejores defensas de toda la isla de Skye.
Eso es verdad.
—Hay algo más que he estado pensando… —digo—. Mencionaron a Raasay… ¿crees que todo esto tenga algo que ver con la Ceremonia?
Aileen aprieta los labios y menea la cabeza de lado a lado, como queriendo decir No estoy autorizada para hablar de eso.
—Basta —exclamo, dándole un empujón—. Si soy yo el que empieza la conversación, entonces puedes hablar de eso.
Toma aire:
—Tantas reglas…
—¿Y qué opinas?
—No lo sé, Jaime. Hemos hablado tanto de esto, y siempre acabamos en círculos alrededor de lo mismo. ¿Quién sabe qué lleva a los ancianos a tomar las decisiones que nos comunican? Lo único que sé es que las toman pensando en el bien de todos, y debemos confiar en ellos.
Confío en ellos, claro. Pero eso no significa que no les quiera preguntar al respecto. Termino lo que queda de mi estofado y me levanto de la mesa.
—¿Adónde vas?
—Si la Ceremonia va a celebrarse, tengo derecho a saber por qué. La verdad completa. No lo que me han dicho —le entrego mi tazón vacío a la Perca más cercana—. Nos vemos más tarde.
Es una noche de cielo despejado, y la luz de la luna se derrama entre los árboles mientras atravieso el enclave. Paso al lado de dos cabras pastando, y las acaricio detrás de las orejas. El aire de finales del verano está lleno del aroma a nueces dulces de las flores de aulaga silvestre. Lo aspiro hasta llenarme los pulmones. Siempre me ha fascinado ese olor.
Llego al bothan de Maistreas Eilionoir y cuando estoy a punto de golpear a la puerta, oigo voces dentro. La primera voz corresponde a la de Maistreas Eilionoir, y la segunda la reconozco al instante como la de la chica que incendió nuestro barco: Agatha.
—Me temo que tus deseos son irrelevantes, mi niña —la voz áspera y gutural de la anciana no tiene el menor rastro de compasión—. La decisión ya fue tomada y no hay más opción.
—Pero es que yo necesito estar en la m-muralla. Es mi d-deber —responde Agatha.
Me esfuerzo por entender mejor sus palabras. A veces es difícil captar todo lo que dice.
—Ya no, ahora no es tu deber. Puedes aceptar la propuesta o considerar el exilio. La decisión es tuya. Te espero aquí mañana, con la aurora. Buenas noches.
La conversación termina abruptamente. Agatha sale apresurada y abre la puerta justo frente a mi cara. Me tambaleo al retroceder, tropiezo con una raíz y caigo.
—Jaime —dice ella—, n-no te vi. N-no sabía que estabas ahí —su voz suena a la defensiva, casi hostil.
—No pasa nada, Agatha —contesto.
Hace lo posible por ayudarme a levantarme, pero está demasiado cerca de mí, con lo cual me resulta más difícil lograrlo.
—Perdóname por hacerte caer.
—No te preocupes —le sonrío, y su expresión pasa de la culpabilidad a la dicha.
—Oh, qué bien. Digo, qué alegría. Qué bueno que estás bien.
Extiende la mano y me acaricia el brazo, cosa que me parece un poco extraña.
—Que tengas una buena noche.
—Estab-bas en el b-barco —dice, con cierto esfuerzo. La expresión culpable ha vuelto, enmarcada en un ceño enojado.
—Así es —respondo, sonriendo para darle a entender que no abrigo ningún resentimiento hacia ella.
—N-no sabía que eran ustedes —dice—. Oí la campana, pero pensé que era la… la que alerta del peligro. N-no lo sabía, así que n-no fue m-mi culpa. Sólo cumplía con mi deber.
—Fue un disparo muy atinado —anoté, tratando de ver lo positivo—. Si hubiéramos sido un barco enemigo, no habríamos tenido ninguna esperanza de salir de allí.
La sonrisa que se asoma a su cara es tal vez la más genuina y verdadera de todas las que he visto.
—Es cierto, t-tienes razón, Jaime… t-tienes razón.
—Ahora debo hablar con Maistreas Eilionoir. Que tengas buena noche.
—M-muy bien, Jaime. M-me voy. Adiós, Jaime.
Se aleja, en dirección al centro del enclave. Entiendo la razón por la cual tanta gente pierde la paciencia con ella, pero no es justo en realidad. Además, por lo que alcancé a oír, los ancianos la despojaron del nombramiento de su ocupación. Eso, sumado a la forma en que nació, la hace tal vez la única persona del clan que pueda considerarse menos afortunada que yo.
Llamo a la puerta, y Maistreas Eilionoir me invita a entrar con una especie de ladrido. Está sentada en el suelo con las piernas cruzadas, leyendo un libro empastado en piel. Ninguno de los otros ancianos lee mucho, pero ella insiste en que la lectura es importante. Es por ella que a todos se nos enseña a leer de niños. Aguardo a que termine la página.
Cuando levanta la vista, la luz que emite el fuego hace que las sombras invadan su rostro. Le llena los pliegues de piel con líneas oscuras, haciendo que se vea aún más vieja, cosa que parece imposible.
—Jaime-Iasgair —dice como si masticara mi nombre, con la boca apretada en una línea. A pesar de su naturaleza irritable, siempre me ha parecido la más fácil de abordar entre todos los ancianos.
—Buenas noches, Maistreas Eilionoir —saludo—. Quisiera saber si podemos hablar.
—Bueno, pues ya estás aquí, ¿cierto?
—Tiene que ver con la Ceremonia.
—Ya lo suponía. ¿Qué pasa con la ceremonia?
—Que no puedo dejar de preguntarme a qué se debe que vaya a celebrarse.
—Maighstir Ross te lo dijo: para tejer un vínculo más cercano con la isla de Raasay.
—Eso lo sé, pero, ¿por qué los necesitamos? ¿Por qué justo ahora? Hemos sobrevivido sin su ayuda durante siglos —va a reñirme. Yo no debería estarla cuestionando así.
Maistreas Eilionoir se pasa la lengua por los labios, aunque eso no les ayuda a verse menos resecos.
—Lo que se te ha pedido que hagas no es insignificante, me doy cuenta de eso. Y eres un jovencito listo. Así que no voy a disimular y tratar de convencerte de que nada hay en juego más allá de lo que se te dijo. Hay fuerzas al acecho que amenazan todos y cada uno de los aspectos de nuestra existencia.
—¿Se refiere a lo que pasó con Clann-na-Bruthaich?
—¿Qué sabes tú de eso? —me increpa.
—Nada, en realidad… apenas rumores… —Maistreas Eilionoir me mira enojada. Procuro esquivar su mirada—. ¿Es verdad que el clan entero desapareció?
Durante un buen rato, la señora no dice una sola palabra. Luego, los ojos se le abren como platos, forzando a retroceder a las pequeñas arrugas que los aprisionan.
—No puedo hablar acerca de Clann-na-Bruthaich, pero sí te aseguro que lo que les sucedió no va a pasarnos a nosotros, por ningún motivo. La Ceremonia es una precaución adicional. A cambio de tu matrimonio, los jefes de Raasay han aceptado entregarnos varias armas de largo alcance, que servirán para fortalecer nuestras defensas.
—¿Y qué obtienen los de Raasay a cambio?
—Lo que siempre han anhelado: sentirse superiores a nosotros.
—¿Y eso es todo?
—También acordamos que nos auxiliaríamos si llegara a darse la necesidad, aunque la probabilidad de que nosotros requiramos su apoyo es muy pequeña. Seremos más fuertes si estamos unidos. Eso es todo con respecto a la Ceremonia.
—Entonces, ¿la unión se crea motivada por el miedo?
—Clann-a-Tuath no cede ante el miedo —un frío repentino invade la habitación—. No diré nada más en relación con esto. De muchas maneras, ya dije demasiado.
Pero si escasamente dijo algo, pienso.
—Y tú no vas a comentar ni una palabra de esto con nadie —continúa—. Provocaría pánico, y eso es lo último que necesitamos en este momento.
—Sí, Maistreas.
—¿Tenías algo más que decirme?
Todavía tengo tantas preguntas, pero ésta ya no parece ser una buena ocasión para plantearlas.
—No —respondo.
—Entonces, cierra bien la puerta cuando salgas. Está entrando un chiflón.