Читать книгу La niña halcón - Josep Elliott - Страница 7
ОглавлениеEl viento me da en la nariz y me arden los ojos. Hoy traje dos capas porque soy lista. Las mantengo cerradas con ambas manos. Tengo las puntas de los dedos heladas, pero no me preocupa porque es mi trabajo y es importante.
Miro el mar. Las olas suben y bajan. A veces sigo una con la mirada, desde lejos hasta el sitio donde me encuentro. La miro y no le quito los ojos de encima hasta que se acerca, y revienta en la playa. Es una cosa difícil y sé hacerla muy bien.
Cuando era chica, me moría de ganas de salir a navegar. Les pedí muchas veces a los Pescadores y a las Focas que me llevaran en sus barcos y botes, pero se rehusaban. Me hacían a un lado y me llamaban “estorbo-bueno-para-nada”, y eso no es de buena educación. Planeé hacerlo sola. Trepé la muralla cuando nadie me veía, y logré bajar por el otro lado. Era difícil, pero no para mí porque soy buena para trepar. Las olas me batían las piernas y me mojaban la cara y yo me reía porque me gustaba, y el agua sabía un poco a sopa. Pero entonces llegó una ola más grande y no pude sostenerme por más tiempo, y caí. Hubiera podido ahogarme, pero uno de los Halcones me vio, y se dio cuenta de cómo agitaba los brazos para flotar.
—¡Qué chica más tonta! —dijo al sacarme del agua—. ¡La más tonta de todas!
Ahora soy más lista y no lo volvería a hacer.
Luego de lo que sucedió, ya no quiero montar en barco. Me quedé en nuestro enclave y no volví a mirar al mar hasta que me dieron mi dreuchd. Ese día me puse muy feliz porque me nombraron Halcón, y ése es mi deber, que es muy importante. Algún día yo también rescataré a alguien que se esté ahogando, tal como hizo ese Halcón cuando me salvó.
—Parece que tienes frío —es Lenox quien lo dice, otro Halcón—. Ve un rato a la torre para que entres en calor. Encendí el fuego allí —agrega. Al hablar, junta y arruga las cejas, que son grandes y negras.
—No… no quiero —digo, y niego con la cabeza. No me gusta porque, si voy a la torre, estaré allá dentro y no custodiando el mar, que es lo que se supone que debo hacer.
—Anda, pequeña, te lo aconsejo por tu propio bien —dice, y me empuja por la espalda. Detesto que me diga “pequeña” porque ya no lo soy. Tengo quince años, así que no debería llamarme así. Me enfurruño, para que se dé cuenta.
Cuando entro a la torre, pateo el fuego porque no quiero estar allí, y las chispas salen volando hacia las paredes. Es una habitación pequeña, circular. No tendría que haber pateado las llamas. Ahora tal vez se apaguen, y eso sería malo. Amontono las brasas con mi pie y echo otros palos pequeños para que otra vez sea una buena fogata. Aunque no quería entrar, se siente bien estar calientita, y muevo los dedos, cosa que también es agradable. Me quito la primera capa que traigo puesta y luego la que está debajo, para poder alcanzar el bolsillo en el pecho en el que guardé a Milkwort. Se siente tibio, y eso es bueno porque me preocupaba que estuviera pasando frío. Lo acerco al fuego, pues le gusta. En los pantalones tengo algo de pan que guardé. Me agradece y come mirando las llamas.
—No te acerques demasiado —le advierto.
Milkwort es mi amigo. Es un ratón y también es un secreto. Nadie sabe que lo tengo. Nadie fuera de Maistreas Eilionoir. No sé cómo lo supo ella. Es vieja y lo sabe todo. Cuando se enteró, me arrastró a su bothan y me dijo que me deshiciera de él.
“Puedes ganarte un buen castigo por esto”, me dijo. Me sujetaba por el brazo, con fuerza, y me lastimaba a pesar de que es vieja y sus manos no son grandes.
“Ya lo sé”, dije, y traté de zafarme. Las personas creen que soy tonta, pero no lo soy.
“Deshazte de él, antes de que alguien que no sea tan benévolo como yo llegue a enterarse”, me soltó y sobé mi brazo para luego retirarme.
—Muy bien, Agatha, ahora me toca a mí.
La voz me toma por sorpresa. Debí pasar más tiempo del que creía mirando el fuego. Es Flora, y es su turno de entrar. Me aterra pensar que haya visto a Milkwort. Miro al lugar donde estaba, pero ya no lo veo.
—Tengo que p-ponerme las dos capas. Espera un m-momento, ¿sí?
—Por supuesto.
Por suerte, Flora se da la vuelta, así que puedo buscar a Milkwort sin que me vea. Quisiera llamarlo, pero ella me oiría, así que en mi mente hago como si lo llamara. Hablar con los animales no es dùth, y eso quiere decir que no debe hacerse. No lo veo cerca de la fogata y no hay ningún lugar donde pueda ocultarse. Debe andar por ahí, porque nunca se iría sin mí. Y entonces lo veo en una hendidura entre dos piedras, en la pared. Fue muy inteligente de su parte meterse allí. Le tiendo la mano y salta para treparse por mi brazo hasta mi nuca, luego se desliza de regreso a mi bolsillo. Por poco nos descubren. Me abrocho ambas capas lo más rápido que puedo.
—Listo —le digo a Flora.
—Gracias —dice. Sonríe, entrando, y yo vuelvo a salir a la muralla.
Me cae bien Flora porque es amable. Es mi amiga. Es otra chica, como yo. Su cabello es color café claro y es más alta que yo. Cuando la hicieron Halcón, la ayudé contándole todo lo que uno tiene que saber para ser un buen Halcón, como aprender a distinguir la aleta de un delfín de la del terrible escualo navaja, y la mejor manera de atravesar a un cangrejo araña con una lanza, y lo que significan las cinco campanas y cómo tocarlas debidamente. Soy muy buena para ayudar.
El mar está gris hoy, con apenas unas líneas blancas. Parece como un montón de piedras rotas. Mientras observo tengo que caminar también. De otra forma, mi sangre se congelará. Eso es lo que dice Lenox.
Tengo que dar ciento diecisiete pasos para recorrer esta parte de la muralla, y lo sé porque los he contado. Sé caminar sin mirar mis pies, y eso es bueno porque puedo tener los ojos puestos en el mar todo el tiempo, sin perderme nada de lo que pase allí. Cuando llego al otro extremo doy media vuelta y camino de regreso, y luego otra vez de ida, y de regreso de nuevo, y así todo el día.
A mis espaldas está el enclave. Ahí es donde vivimos todos, y se llama Clann-a-Tuath, que es el nombre de mi clan. Existen otros clanes pero están lejos, en otras partes de la isla. No puedo verlos desde la muralla porque Skye es una isla muy grande. Nosotros estamos en la parte norte. En nuestro enclave hay muchos bothans construidos con piedra, y es ahí donde dormimos. Y hay una muralla que rodea todo. Hay gente que quisiera venir a nuestro enclave, pero no está permitido, y por eso tengo que estar vigilando desde la muralla para impedirles la entrada si lo intentan.
Se está haciendo de noche. Hay que mirar con más cuidado cuando oscurece porque no se ve bien. Hay algo allí, en el mar. Lo vi porque estaba observando con atención. Está lejos y no es grande, creo que es un barco. No le despego los ojos hasta que está más cerca y entonces lo sé, es un barco. No sé quién vendrá dentro. A lo mejor es un barco de las Focas que regresa. Eso sería algo bueno.
Camino hacia la torre y no quito la vista del barco. Todas las torres tienen una serie de campanas para poder hacer anuncios de alerta y enviar mensajes con los sonidos. Tomo el martillo y voy a hacer sonar la Primera una sola vez, esto indica que veo un barco y que en él vienen personas pero que no alcanzo a ver todavía quiénes son, pero el sonido se oye antes de que golpee la campana. Me sobresalta porque no lo espero, y me confunde un poco que haya sonado sin que yo la golpeara. Y entonces me doy cuenta de que no fue mi campana la que sonó sino otra, de otra torre, y que la hizo sonar otra persona. Me siento confundida porque esperaba un sonido y, al oír otro, me cuesta recordar cuál fue. Podría haber sido la Segunda campana, pero no, creo que más bien era la Cuarta. No son buenas noticias. La Cuarta quiere decir peligro, y dos golpes en ella quieren decir que es un barco y que viene al ataque. Mi corazón late acelerado. Cuando uno oye esa campana, lo más importante es actuar con rapidez. Si uno no lo hace, podría haber muertos porque es una amenaza grave. Miro hacia la otra torre, pero no veo a nadie ni tampoco en la muralla que la rodea. Entonces, ¿quién hizo sonar la campana? Miro de nuevo al mar. El barco se acerca veloz y yo soy la única persona que puede detenerlo. Debo detenerlo. Es mi deber y es muy importante y debo proteger a mi clan.
Corro hacia la ballesta y la alisto para disparar. La flecha ya está dispuesta. Es grande, metálica. El pedernal lo llevo guardado en el cinturón, porque siempre debemos tenerlo con nosotros. Lo saco y trato de encender el musgo que lleva la flecha, pero no logro hacerlo. Está mojado porque estuvo lloviendo. Meneo la cabeza y arranco el musgo para echarlo al mar. Necesito otra cosa. Miro hacia el frente y grito porque me doy cuenta de lo cerca que está el barco ahora. Piensa, piensa, tengo que pensar en algo. Y entonces se me ocurre qué hacer.
Me saco la bota para quitarme el calcetín, muy muy rápido. Amarro el calcetín al extremo de la flecha, primero con un nudo y luego con otros dos, para que no vaya a caer. Es un buen plan. No resulta fácil prender el calcetín porque hay que golpear el pedernal muy rápido. Me tiemblan las manos. Lo intento muchísimas veces y al fin lo consigo. El fuego crece por la grasa de animal que hay en la flecha. Por el rabillo del ojo veo a alguien: es Lenox, que está en la muralla, a lo lejos. Me hace señas para que me apresure. Él sabe que debo hacerlo rápido porque el barco ya está muy cerca. Acomodo la ballesta para apuntar al centro del barco, alineo la punta de la flecha hacia el punto que quiero, como me enseñaron.
—¡Agatha, no! —el grito de Lenox es un eco, pero ya mi dedo ha apretado el gatillo. ¿Por qué me dijo que no disparara?
La flecha sube muy alto hacia el cielo. El barco está más cerca y puedo ver a los que van dentro. ¡Qué raro! Entrecierro los ojos porque lo que veo no está bien. Alcanzo a ver sus rostros y no está bien porque los conozco.
Eso quiere decir que es uno de nuestros barcos. He cometido un error terrible.