Читать книгу La niña halcón - Josep Elliott - Страница 8

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El barco se mece y me revuelve el estómago. Abro la boca para vomitar, pero sólo brota un lloriqueo hueco. Me aferro con fuerza al costado del barco. Pequeños y filosos trozos de pintura se desprenden bajo mis dedos. Estoy seguro de que los otros Pescadores me miran con lástima cuando volteo. Me estoy esforzando, en verdad que sí. Espero que se den cuenta.

Estiro un brazo para bajarme la capucha y cubrir parte de mi cara. El viento azota y la empuja hacia atrás. La lluvia helada se me clava en las mejillas y escurre por mi cuello.

—Parece como si un alcatraz te hubiera levantado —dice Aileen, acercándose a mí.

—Así me siento —respondo entre arcadas. Si un alcatraz tratara de levantarme en este momento, tal vez no haría nada para evitarlo.

—¿Te traigo un poco de agua? —a pesar de la lluvia que cae sin parar y de que el barco se zarandea para uno y otro lado, Aileen se las arregla para verse bien.

—Estoy bien —contesto, alejándome un poco. Prefiero que no me vea así.

—Lo bueno es que parece que sirves para atraer más peces. Hemos capturado una gran cantidad de peces desde que empezaste a vaciar tus entrañas en el agua —está tratando de hacerme sonreír. En realidad, no quiero hacerlo—. Aunque no sé por qué —continúa—. Apesta.

Las comisuras de los labios me traicionan, y empiezan a curvarse hacia arriba.

—¡Y ahí tenemos una sonrisa! ¡Definitivamente! —exclama—. ¡Sabía que podía lograrlo!

—No lo es —contesto, obligando a mi boca a torcerse.

—Con el tiempo irás mejorando —dice—, te lo prometo.

A pesar de que ella tiene más o menos la misma edad que yo, le dieron su dreuchd hace cosa de seis meses, así que tiene todo ese tiempo de práctica. Pero estoy seguro de que siempre lo ha hecho bien, incluso desde la primera semana. Revuelve mi cabello con la mano, y luego me deja a solas con mi desgracia. La veo regresar a su puesto, y lanzar su sedal al mar. Le dice algo al Pescador que está más allá, y lo hace reír. ¿Cómo lo consigue? ¿Cómo logra que una persona ría sin mayor dificultad? Es una de las razones por las cuales le cae bien a todo el mundo, yo incluido. Lo único bueno de que me hayan nombrado Pescador es que ahora puedo pasar más tiempo con ella. Es mi mejor amiga. Siempre lo ha sido.

Las olas golpean el costado del barco con un sonido repetitivo, bum-plaf, bum-plaf. Miro hacia abajo y me arrepiento de inmediato. Toda esa agua profunda y oscura. Mi mente empieza a considerar todas las posibles criaturas que podrían estar ahí, al acecho bajo la superficie: calamares gigantes, rayas asesinas, letales escualos navaja… Cierro los ojos con fuerza. Estoy a salvo en el barco. Estoy a salvo en el barco. Tengo que repetírmelo una y otra vez. Mientras no piense en todo lo que puede haber en el agua estoy bien.

El clima tarda mucho en mejorar, y las nubes pasan de un gris amenazante a un blanco sucio. A medida que las olas se hacen más suaves, mi malestar disminuye también, y me apresuro para cumplir con todas mis tareas atrasadas. Como soy el miembro más reciente de la tripulación, me asignaron una serie de labores que nadie más quiere, como desenredar los cabos y poner las carnadas. Trabajo en silencio, sentado a solas, cabizbajo.

Para empeorar las cosas, hoy salimos hacia el oriente, con lo cual la isla de Raasay queda directamente frente a nosotros: una franja montañosa entre Skye y la tierra firme de Scotia. Evito mirarla. Allí es donde vive la chica, la que va a echar todo a perder. No quiero pensar en ella en este momento.

Justo antes del anochecer, emprendemos el regreso. Ha sido un día largo, pero toda mi desesperación se esfuma a la vista del enclave. Sus murallas se elevan a lo lejos como un faro de bienvenida. Fragmentos de las olas que rompen hacen que las antiguas piedras brillen.

Allí está mi hogar.

Todo mi cuerpo añora estar allá, rodeado por los rostros familiares de mi clan, sintiendo el suelo esponjoso bajo mis pies. Anhelo sentirme seguro. En alguna parte de la muralla, la Segunda campana resuena dos veces, anunciando nuestra llegada.

—¿Por qué la pusieron a ella en un puesto central? —dice el capitán. Sigo su mirada y distingo a Agatha, una de las niñas Halcón, junto a una torre, mirándonos—. ¿Y qué diablos está haciendo?

A duras penas alcanzo a ver los brazos de Agatha, afanándose alrededor de la ballesta. Da un par de brincos, luego amarra algo a la flecha y le prende fuego.

—Va a dispararnos. Esa pobre idiota va a dispararnos —dice el capitán.

Un chasquido poderoso se escucha cuando la flecha traza un arco por encima de nosotros. Como no parece que vaya atinada, el capitán no se molesta en alterar la dirección del barco. En lugar de eso, levanta la vista y le lanza una sarta de improperios a Agatha. Yo no despego la vista de la flecha. Surca el cielo como una estrella errante, con ruta incierta. Un golpe de viento la empuja, altera su curso en el último momento y la vira directamente hacia nosotros.

Abro la boca para gritar una advertencia…

Pero es demasiado tarde.

Cae en las velas antes de que alguien alcance a reaccionar, y las incendia. Las llamas avanzan lamiendo el puente y se encrespan alrededor del mástil. Suelto un chillido y, en mis prisas por ponerme en pie, tropiezo a causa de mis largas piernas. El calor es intenso y me tuesta la piel a la vez que me hace arder los ojos. Uno de los Pescadores vuelca una cubeta de agua, en un intento por sofocar las llamas, sin darse cuenta o sin que le importe que en esa agua también haya carnada, camarones. Las criaturas llegan en una oleada donde estoy y flotan patéticas, hasta que el fuego las devora con una serie de pequeñas explosiones. El olor de marisco chamuscado me quema la nariz.

—¡Abandonen el barco! —grita el capitán.

¿Qué? No. El mar es demasiado profundo.

El resto salta por encima de la borda en todas las direcciones.

Me quedo en la borda, mirando el agua, con las piernas paralizadas. No puedo hacerlo. No puedo.

Alguien me empuja por detrás. Trato de resistirme, pero mis rodillas ceden y caigo al mar.

El frío del agua me golpea como una avalancha de piedras. Me hundo en las profundidades. Giro en círculos, pero no consigo encontrar la superficie. Agito brazos y piernas en todas direcciones. A mi derecha, un vago resplandor anaranjado perfora la oscuridad. Es la llamarada del barco. Pataleo hacia allá. Algo me roza una pierna. El pánico me atenaza los pulmones y me clava sus uñas. Me vuelvo. No hay nada allí. Me vuelvo de nuevo, pero ya no puedo ver el barco, ya no sé dónde es arriba o abajo. Me retuerzo a un lado y otro, con la esperanza de salir de la oscuridad en cualquier momento. Estoy atrapado en el agua y no puedo respirar. No puedo respirar. No puedo respirar.

Unas manos rudas me encuentran y tiran de mí hacia arriba. Y entonces una nueva sensación de frío me envuelve cuando mi cabeza sale a la superficie. Aspiro bocanadas de aire salado. Por encima de mí, fragmentos de ceniza llueven desde el cadáver del barco.

—¿Dónde está Jaime? ¡Cuídenlo bien! —se gritan unos a otros.

—Aquí lo tengo —dice una voz en mi oído. Quienquiera que sea empieza a arrastrarme hacia la muralla.

—Estoy bien —afirmo, tosiendo agua de mar. Ahora que puedo ver el enclave, preferiría llegar allí por mis propios medios. No seré el mejor nadador del mundo, pero por lo menos soy capaz de nadar unos cuantos cientos de metros. Tampoco quiero que los demás Pescadores vean que me tienen que ayudar; antes de eso, ya estaban convencidos de que yo era un inútil. Trato de zafarme de mi salvador, pero él no me suelta.

Doy un vistazo a mi alrededor en busca de Aileen. No la veo por ninguna parte. Restos ardientes del naufragio se desploman, y chisporrotean al tocar el agua. Cuando llegamos a la muralla, el capitán insiste en que me saquen primero y que me lleven directamente al bothan que se usa para los enfermos.

—¿Dónde está Aileen? —pregunto, pero nadie responde.

—Es crucial que no se enferme —dice alguien mientras me llevan apresuradamente a través del enclave—. La ceremonia tendrá lugar en menos de dos semanas —como si necesitara que me lo recordaran. Varias personas me meten en el bothan y me sepultan bajo mil cobijas. Una vez dentro, los Herbistas se afanan a mi alrededor, secándome el cabello y dándome sopa.

—¿Aileen consiguió regresar sin problemas? —preguntó de nuevo, alzando la voz un poco esta vez.

—Ella está bien, todos están bien —contesta uno de los Herbistas, posando una mano sudorosa en mi frente—. Nuestra prioridad en este momento eres tú, jovencito.

Los dejo hacer. Jamás me ha gustado ser el centro de atención, pero sé que tienen buenas intenciones. Uno de ellos incluso me trae a escondidas una tajada de pan horneado cubierta con una gruesa capa de mantequilla, con lo cual mis ánimos mejoran un poco.

—Sí que fue toda una aventura —exclama Aileen entrando al bothan. Se cambió la ropa mojada por otra seca, pero su cabello del color del óxido aún se ve empapado.

—¡Aileen!

Los Herbistas se hacen a un lado para dejarla llegar hasta mí. Aileen aprieta mis puños entre sus manos.

—Pensé que más valía asegurarme de que seguías con vida —dice.

—Estoy vivo, sí.

—¿Y te sientes bien?

—Estoy bien. Quizás un poco avergonzado. ¿Qué dicen los demás? ¿Seguirán burlándose de mí?

—No, ¿por qué se burlarían?

—Porque se supone que debo ser un Pescador y estuve a punto de ahogarme…

—Nadie lo sabe, ni le importa. De eso estoy segura.

—¿En serio?

—En verdad. Así que deja de preocuparte. Es una orden —me apunta con su dedo, dirigiéndome su mirada más severa.

—Muy bien, gracias —y en verdad lo pienso así. Ella siempre sabe decir lo más adecuado en todo momento.

Siento un cosquilleo en la garganta. Empiezo a toser. Debo tener todavía algo de agua en los pulmones. Una vez que empiezo, parece que nunca terminaré.

—¿Estás incomodando a nuestro paciente? —dice uno de los Herbistas, acercándose para ver cómo estoy.

—Yo no he hecho nada —dice Aileen, levantando ambas manos.

—Pues me parece que será mejor que dejes descansar a este pequeño ratón —dice el Herbista, dándome palmadas en la espalda a la vez que me frota el pecho.

—Nos vemos en la mañana —dice Aileen, y no puede resistirse a darme un ligero golpe con los nudillos en la cabeza antes de salir.

—Buenas noches —le digo, alejando su mano de un golpe. Me deja con una enorme sonrisa pintada en el rostro.

Poco después, los Herbistas salen también, insistiendo en la importancia de que duerma de inmediato. Antes de que tenga oportunidad de hacer caso de sus instrucciones, se oye un golpe en la puerta del bothan y entra Maighstir Ross.

—Jaime-Iasgair, ¿cómo te encuentras? —pregunta.

Caramba, la ceremonia debe ser algo en verdad importante si me visita el propio jefe del clan.

—Estoy bien —digo, por milésima vez—. Gracias.

—Muy bien —se queda en silencio por un momento, como si fuera a decir algo más, pero luego baja la cabeza y vuelve hacia la puerta. Ésa fue una visita muy breve.

—¿Maighstir Ross?

—¿Sí? —pregunta sin quitar la mano de la perilla de la puerta.

—He estado pensando… me dijeron que mañana tendría que ir a la bahía de Kilmalaug con los demás Pescadores de mi barco, para pescar desde la orilla, pero… me preguntaba si en lugar de eso tal vez podría quedarme con las Avispas…

Se dibujan varias arrugas en su frente.

—¿Que quieres qué?

—Quedarme con las Avispas, como parte de mi capacitación. Pensé que si los observaba armar un nuevo barco, tal vez podría aprender cómo arreglar uno, en caso de que algo se estropee mientras estamos mar adentro —no sé de dónde me sale el valor para hacer semejante propuesta—. Además, la bahía está bastante alejada. Tal vez sería mejor para mi salud permanecer en el enclave —y suelto una tosesita lastimosa para subrayar mi propuesta.

Maighstir Ross no es ningún tonto. Debe saber que no me está yendo demasiado bien como Pescador, pero trabajar en un oficio distinto al que te fue asignado se considera dùth. Así que mi petición es casi ilegal. Su expresión se suaviza y veo una leve insinuación de sonrisa.

—Muy bien —dice—, pero debes aprender únicamente de lo que ves. Eres un Pescador, y valdría la pena que te hicieras a la idea.

—Sí, Maighstir.

—Ahora, reposa. Necesitamos que estés sano y en buenas condiciones para la Ceremonia.

Cualquier rastro de amabilidad que había en su mirada desaparece en el momento en que menciona la Ceremonia. Fue un cambio muy sutil, pero alcancé a notarlo. Sopla el farol con fuerza, y sume el bothan en la oscuridad. La puerta hace ruido cuando sale.

Intento dormir, pero mil ideas hormiguean en mi cerebro. Casi todas tienen que ver con la Ceremonia, por supuesto. La declaración se hizo hace una semana. Cuando me convocaron por primera vez al círculo de reuniones, todo mi cuerpo vibraba de emoción. Sabía que recibiría mi dreuchd, o sea, la vocación de mi vida. Había estado aguardando ese momento desde que cumplí los catorce. Ser parte de la comunidad que practica un oficio y trabajar por el bien del clan es el honor más grande que uno pueda tener.

Mi entusiasmo se desvaneció cuando me nombraron Pescador. Tuve que esforzarme por ocultar mi desilusión. Al fin y al cabo, todas las labores son importantes. Me enorgullezco de ser un Pescador. En verdad. Y los ancianos debieron tener una buena razón para tomar esa decisión. Es cosa de que yo trabaje duro para ser mejor.

En cuanto se hizo el anuncio, los demás Pescadores entraron al círculo y me untaron todo el cuerpo con las vísceras de un pescado que acababan de abrir. No fue la experiencia más disfrutable, a decir verdad, pero así es como ha sido siempre. En consecuencia, yo estaba empapado y apestando a pescado cuando, poco después, me convocaron al círculo una vez más. Di un paso al frente, mientras la sangre goteaba de mis escuálidos brazos.

Con la vista del clan entero sobre mí, me forcé a evitar los temblores por el frío. Jamás había sabido de nadie a quien convocaran dos veces en la misma noche, así que me puse en guardia de inmediato, pensando en lo peor. Fue Maighstir Ross quien hizo la declaración, mirándome fijamente a los ojos. Dijo que sería un “gesto crucial para garantizar las relaciones diplomáticas por muchas generaciones venideras”. Un silencio enfermizo siguió, y no fue sino hasta que Maighstir Ross gritó: “Que Clann-a-Tuath siempre conserve su fuerza”, que todos levantaron sus puños y lanzaron vítores. Sin embargo, los rostros no conseguían ocultar su confusión.

Pero es algo que sucederá. Ya se han hecho todos los arreglos.

Me voy a casar.

Con una chica de la isla de Raasay.

Nadie quiere que ese casamiento se celebre, y yo menos que ninguno. El matrimonio no es lo correcto, todo el mundo lo sabe. Sin importar lo que me digan los ancianos, es evidente que la única razón por la cual fui “escogido” es porque tengo la edad adecuada y porque es muy poco probable que me oponga.

Todos me dicen que es un gran honor, pero sólo lo dicen para hacerme sentir mejor. Hay seis clanes en Skye, y ninguno ha permitido casamientos en más de un siglo, así que seré el único casado en toda la isla. Ni siquiera Maighstir Ross pudo ocultar su desprecio por lo que está a punto de suceder. Nadie querrá tener nada que ver conmigo después de la ceremonia, lo sé. No seré más que un recordatorio ambulante de la debilidad de nuestro clan.

Clann-a-Tuath siempre ha sido un clan orgulloso, firme frente a enemigos y aliados, tanto en la isla de Skye como allende el mar. ¿Por qué, entonces, poner en entredicho nuestras creencias en este momento?

Definitivamente, hay algo más detrás de esta unión de lo que los ancianos nos han contado. Hay algo que los ha llevado al borde de la desesperación. Algo que escapa a su control. Sea lo que sea, sólo puede ser algo malo.

La niña halcón

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