Читать книгу La niña halcón - Josep Elliott - Страница 11
ОглавлениеLlego tarde y ella no está contenta. La nariz todavía me duele por el golpe que me dio Maighstir Clyde, que se portó muy mal conmigo.
—Entra —dice, y obedezco.
Llego tarde porque fui a la muralla. Se suponía que no debía hacerlo, pero lo hice. Cuando Flora me vio, le dije que los ancianos habían cambiado de idea y que podía regresar a la muralla, y ella dijo que estaba muy bien y se puso contenta. A veces decir mentiras no está mal, cuando son mentiras pequeñas. Yo estaba caminando bien y vigilando bien la muralla para cumplir con mi labor. Y entonces Lenox me vio.
—Hola, Agatha —dijo.
—Buenos días, Lenox —contesté, para ser amable.
—Me parece que no deberías estar aquí, ¿cierto?
—Está… b-bien —respondí—, los ancianos camb-biaron de idea y dijeron que p-podía volver a la m-muralla.
—Ambos sabemos que eso no es cierto —dijo.
Y fue entonces que salí corriendo. No soy buena corredora así que no llegue muy lejos antes de que Lenox me atrapara. Me miró contrariado, frunciendo sus grandes cejas y su gran nariz.
—Escúchame, Agatha, podemos resolver esto de dos maneras: una es que vengas conmigo al bothan de Eilionoir, pues sé que allí es donde deberías estar, o te cargo sobre mis hombros y te llevo hasta allá pateando y gritando. No eres ligera, así que en verdad espero que te decidas por la primera opción —lo miré sin saber cuál de las dos escoger. Y luego agregó—: Si puedes demostrarles a los ancianos que eres buena para seguir órdenes, a lo mejor cambiarán de idea y te permitirán regresar a la muralla.
Tiene razón. Sigo siendo un halcón. Sólo me dieron una especie de descanso. Si les demuestro que soy buena, cambiarán de idea. Lo sé. Tampoco quería que Lenox me levantara del suelo, así que dije:
—Está bien, iré.
Cuando entro al bothan de Maistreas Eilionoir, ella me dice:
—A lo mejor te estarás preguntando por qué convencí a los demás ancianos de permitirte pasar los días conmigo —no me lo estoy preguntando—. Podrías ser una verdadera joya para este clan, pero te faltan disciplina y control. Las primeras lecciones están encaminadas a que los ejercites.
—¿Va a enseñarme a usar la b-ballesta que guarda b-bajo su cama?
—De ninguna manera. Siéntate.
Me siento en la silla que está junto a la mesa. Ella alcanza un frasco que se encuentra en un estante alto. Y luego vuelca todo lo que hay dentro sobre la mesa, frente a mí. Lo que sale son cientos de semillas.
—Antes de formar parte del Consejo de ancianos, yo era Cosechadora, como tal vez sepas. El comienzo de la primavera siempre fue mi época preferida del año, porque en ese momento empezábamos a sembrar semillas. Nunca dejaba de maravillarme que esos trozos diminutos pudieran crecer y convertirse en plantas lo suficientemente grandes para alimentarnos durante todo el invierno. Ésta es una colección de algunas de mis semillas favoritas. Disponlas en una hilera, de la más pequeña a la más grande, y no te muevas de ese asiento hasta que hayas terminado.
—Pero si son todas iguales —le digo.
—Entonces, tu primera tarea será darte cuenta de que no es así.
Sin más, sale y me deja sola. Miro las semillas. No quiero clasificar semillas. Es una tarea aburrida e inútil. No voy a hacerla. Quisiera estrellar ese tonto frasco en el piso para destrozarlo. Pero no me permitirán regresar a la muralla si lo hago, de manera que me contengo.
Me levanto y miro todas las cosas que hay en el bothan. Es pequeño. Hay una mesa y una cama en el rincón en el que se encuentra la chimenea. Junto a la cama, hay muchos libros. Se ven viejos y maltrechos. Los toco, pero no tomo ninguno. No soy muy buena con la lectura. Creo que vienen de tierra firme. De allí viene la mayoría de los libros. Solían hacerlos allá antes de que todos murieran. Ahora, allá sólo viven terrorbestias y cosas de sombra. Es un lugar espantoso.
Regreso a la mesa y miro de nuevo las semillas. Algunas se ven un poco diferentes. Tomo unas cuantas y se las doy a Milkwort, que está en mi bolsillo. A él le gustan. Me alegro porque ahora Milkwort está contento y hay menos semillas por clasificar. Maistreas Eilionoir no debe enterarse de que lo tengo aquí conmigo. Ella cree que me deshice de él, pero no fue así.
Paso todo el día en el bothan y Maistreas Eilionoir no regresa sino hasta que se ha hecho casi de noche. Algunas de las semillas están en pequeños montones que ya he clasificado, aunque me sigue pareciendo algo tonto e inútil. Maistreas Eilionoir ve las pilas y asiente y me parece que está contenta, pero entonces da un manotazo en la mesa y todas las semillas caen al piso. Me pongo en pie de un salto.
—¿Por qué hizo eso? —grito.
—No te olvides de con quién estás hablando —su voz se escucha tranquila.
—Me pasé todo el día haciendo eso y ahora… ahora usted echó todo a perder —tomo la mesa por el borde y la vuelco. No me importa si se rompe. Levanto la silla como si fuera a arrojarla lejos.
Maistreas Eilionoir levanta un dedo y menea la cabeza levemente. La miro fijamente y ella me mira a mí. Respiro agitada, haciendo ruido. Bajo la silla de nuevo al piso.
—Bien. No vamos a llegar a ninguna parte hasta que aprendas a controlar tu carácter —dice—. Cuando sientas que la furia está cerca, debes aprender a hacer que se desvanezca. Recoge todas las semillas y vete. Hemos terminado por hoy.
Por más que quisiera gritarle en la cara, hago lo que dice. Las semillas son pequeñas y difíciles de atrapar así que me toma un largo rato recogerlas. Cuando Maistreas Eilionoir no está mirando, meto otras semillas en mi bolsillo para alimentar a Milkwort más tarde. Eso le servirá de lección por ser tan mala.
Al día siguiente, Maistreas Eilionoir sigue mirándome con cara de enojo, aunque llego a tiempo. Toma el frasco y vuelca las semillas otra vez. Tengo que pasarme todo el día clasificándolas una vez más, cosa que es todavía más aburrida e inútil. Y lo peor de todo, antes de que termine, ella llega y las revuelve de nuevo.
—¿P-por qué si-sigue haciendo eso? —le grito. Estoy tan enojada que podría golpearla.
—Trata de que la furia se desvanezca —dice.
—No —contesto, porque es culpa suya y no debería hacer lo que hace.
—Respira —me aconseja—, respira profundo. Cuando sueltes el aire, permite que el enojo salga de ti.
—No quiero —le digo. No voy a hacerlo. Es una tontería.
—Estoy tratando de ayudarte, Agatha —me aclara.
—No es cierto. Usted es muy mala. Y no es justo. ¿Por qué… por qué tengo que clasificar esas t-tontas sem-millas?
—Hay cosas que tenemos que hacer simplemente porque nos dicen que debemos hacerlas, aunque parezcan inútiles o injustas. ¿Cómo se supone que voy a pulir tu talento antes de que hayas demostrado un poco de control de ti misma?
Estoy tan molesta que me toma unos momentos oír bien lo que acaba de decir.
—¿De qué t-talento habla? —pregunto, resoplando.
—Hablaremos de eso cuando me demuestres que estás lista. Ahora, arregla este desorden y vete. Ha sido un día muy largo y quiero estar sola.
No quiero guardar otra vez las semillas en el frasco, pero lo hago. Pisoteo algunas cuando ella no está mirando. Luego salgo y ni siquiera me despido.
Voy retrasada para la comida vespertina así que camino de prisa hacia el salón comunal. Dos días antes, Maighstir Clyde me sorprendió sentada en la mesa de los Halcones e hizo que me cambiara de lugar. Ahora debo sentarme en la mesa de los niños, lo cual odio porque no soy una niña.
Hoy algunos de los niños tienen los dedos manchados de colores. Han estado pintando banderolas para la ceremonia. Las vi. El enclave se ve bonito con las banderolas agitándose al viento. Se supone que uno debe lavarse las manos antes de comer, yo lo sé y ellos también deberían saberlo.
Cuando termino de comer me levanto y tropiezo con un muchacho que se llama Wiley, porque no vi que estaba allí.
—Mira por donde caminas, gorda retarch —dice.
Todos sus amigos ríen.
—No lo soy —contesto.
Wiley saca la lengua entre sus dientes, y repite:
—No lo soy —remedándome.
Sus amigos ríen de nuevo. Quisiera golpearlos a todos por reír, porque son malos, pero no lo hago porque pienso que tal vez ellos acabarían pegándome a mí. Para impedir que lo hagan, salgo corriendo hacia mi bothan. Todavía estoy viviendo en uno de los bothans de los Halcones. Más vale que no me hagan cambiarme a otro porque no lo haré.
No hay nadie cuando entro. Eso que dijo el niño todavía suena dentro de mi cabeza. Casi me hace llorar, pero no me lo permito. Voy al lugar de lavado y tomo el espejo. Se supone que no debo perder el tiempo mirándome, pero cuando no hay nadie más lo hago porque soy bonita. Mi cabello es largo y oscuro como las algas. Tomo el cepillo y me peino. Me gusta mi cabello porque hace que me vea muy bonita.
Cuando termino de cepillarme, sostengo el espejo a cierta distancia para ver si soy gorda. Me veo más ancha que antes y no es porque sea mayor sino porque todavía no me he hecho alta, cosa que sé porque me mido contra la puerta para ver si he crecido. Aprieto mis brazos y el estómago y también las mejillas y los pechos. Me sonrío en el espejo. Está bien, sigo siendo bonita. Me pregunto si Jaime también pensará que soy bonita. Él es tan amable… por eso me cae bien. Pero pronto tendrá que hacer la ceremonia, lo que implica casarse con una chica de la isla de Raasay. No sé por qué tiene que hacerlo. No es bueno casarse. Después de que lo haga, nadie querrá tener nada que ver con él, y yo tampoco. A menos que pueda impedirlo. Ése es un buen plan. Lo haré por Jaime y luego él estará muy contento, y seguiremos siendo los mejores amigos del mundo.
La puerta del bothan se abre y entran Flora y otros Halcones. Dejo el espejo y le doy un abrazo a Flora porque es mi amiga. Les pregunto qué sucedió hoy en la muralla y me cuentan.
—¿Quieres jugar riosg con nosotros? —pregunta Flora, y le digo que sí porque sí quiero. Es un juego con unas piedras pequeñas y es muy divertido y me hace reír mucho.
En una ronda llego a ganar, y entonces Flora dice:
—Hey, Agatha, te estás volviendo muy buena en esto —eso es muy amable de su parte, además de ser verdad.
Cuando regreso al bothan de Maistreas Eilionoir, a la mañana siguiente, no voy contenta porque sé que otra vez me pondrá a clasificar esas tontas semillas y que luego las va a desordenar. Pero tengo que hacerlo para que así me permitan ser un Halcón de nuevo. Y entonces se me ocurre que tal vez ella las desordena porque no termino de clasificarlas tan rápido como debería. Sí, eso es. Pues bien, hoy lo haré rapidísimo para que ella no las desordene.
Me esfuerzo y trabajo duro todo el día para terminar con todas las semillas y lo logro. Están en una larga hilera que serpentea por toda la mesa, todas organizadas. Cuando Maistreas Eilionoir regresa, pienso que me dirá que lo hice bien y se alegrará, pero no es así. Otra vez esparce todas las semillas en el piso. Todo mi trabajo que tanto esfuerzo me costó. Grito más fuerte y alto que nunca.
—Agatha —me dice, pero no dejo de berrear. Vuelco la mesa de un empujón y la pateo, y me duele el pie, y la pateo de nuevo. Dice que tengo que respirar hondo, pero no voy a hacer esa tonta respiración.
Maistreas Eilionoir da un paso por encima de la mesa, toma mis dos manos y las mantiene entre las suyas. Dejo de gritar porque empieza a dolerme la garganta. Ella me mira. El calor que sentía dentro de mí empieza a desaparecer.
—¿Ya te calmaste? —me pregunta.
Contesto con un movimiento de cabeza, sí.
—A veces, el enojo nos nubla la mirada y eso nos lleva a tomar malas decisiones —explica—. Al permitir que ese enojo se vaya, nos hacemos fuertes.
Ni siquiera sé lo que quiere decir con todo eso.
Sé que va a decirme que debo levantar y guardar todas las semillas otra vez, así que suelto sus manos para hacerlo.
—Gracias. Ya puedes irte —me dice cuando termino.
Camino hacia la puerta, pero luego me detengo.
—¿Qué quiere decir retarch? —pregunto.
Me observa con mirada dura.
—¿A quién le oíste esa palabra? —dice.
—Un niño me la dijo. Y Maighstir Clyde también la dijo cuando yo estaba escond-dida en el baúl.
—Maighstir Clyde no debió usar esa palabra. Y tampoco el niño. Dime cómo se llama y me encargaré de que reciba su castigo.
—Pero ¿qué significa?
Maistreas Eilionoir tiene la boca fruncida, mientras piensa.
—Ven, siéntate a mi lado, niña.
No soy ninguna niña, pero no me importa que Maistreas Eilionoir me llame así porque sé que lo hace por ser amable y no por ser malvada. Me siento en el piso, con las piernas cruzadas, como ella.
—Es una palabra que sirve para describir a alguien que es diferente, y que usan las personas que no entienden lo que implica ser diferente —me dice.
—¿Es una m-mala p-palabra? —pregunto.
—En la forma en que te la dijeron, sí, es una mala palabra.
—¿Y por qué la dijeron?
—¿Has visto que hay cosas en ti que no son como las del resto de las personas de este clan, Agatha?
—No soy… m-muy buena para correr —contesto.
—Ésa es una diferencia, sí, pero me refiero más bien a tu apariencia y a tu manera de pensar. Ya tienes quince años, ¿cierto?
—Sí.
—¿Y crees que eres igual a todos los demás que tienen tu misma edad en el clan?
—Creo que mi cabello es muy bonito —respondo, porque no entiendo su pregunta.
—Sí, lo es —dice ella, y lo acaricia. Me gusta que lo diga, y me hace sonreír.
No dice más, así que me parece que nuestra conversación terminó, aunque todavía no me ha dicho qué quiere decir retarch. Me levanto y le deseo buenas noches a Maistreas Eilionoir. Cuando llego junto a la puerta, pregunta:
—¿Trajiste contigo a tu ratón? —su voz es apenas un susurro.
Debo haber oído mal. ¿Se refiere a Milkwort? Se supone que no lo debería tener ya.
—¿Qué? —exclamo.
—No me obligues a preguntarte de nuevo. Si alguien llegara a oírnos, las dos estaríamos metidas en grandes problemas.
Es verdad. Las dos estaríamos en grandes problemas. Los animales son para comerlos, no para guardarlos en un bolsillo, y definitivamente no son para hablar con ellos. Debe ser una trampa o una prueba. Necesito un plan, pero no tengo ninguno.
—Ponlo en la mesa —me ordena.
—¿Que ponga qué en la m-mesa? —pregunto. Me parece que lo quiere lastimar.
—No te hagas la boba, niña.
—Ya no lo tengo —es una mentira, pero tengo que decirla.
Ella me mira, y no se ve nada contenta.
—¿En verdad quieres seguir clasificando semillas el resto de tu vida?
No sé qué tienen que ver las semillas con Milkwort. Tal vez el hecho de que lo alimenté con algunas. Sé que no quiero tener que ordenarlas otra vez. Meto la mano en mi bolsillo, donde lo guardo.
—Se llama M-milkwort —digo, y lo saco. Lo mantengo en mis manos para que esté seguro y protegido.
—¿Qué sabe hacer?
—Le gusta comer pan —digo, porque no puedo decir lo que no debo.
—¿Y hablas con él?
—Tal vez un poco.
—¿Y él te contesta?
No sé qué decir a eso.
—Debes confiar en mí, Agatha, ya sabes que estoy aquí para ayudarte.
—Pero es que los animales no pueden hablar —le digo.
Maistreas Eilionoir me mira como si estuviera pensando que miento.
Va hacia la mesa, donde hay una taza medio llena de té. Arranca un botón de su blusa y lo pone en el lado opuesto de la mesa.
—Dile que recoja el botón y lo ponga en el té.
—¿Por qué? —pregunto. No sé por qué querría un botón en su té.
—Éste no es momento para preguntas.
Dejo a Milkwort en la mesa. Para él será cosa fácil, pero no sé si debo darlo a entender. Tomo aire.
—Pon el b-botón en el té, p-por favor, Milkwort.
En cuanto termino de decirlo, corre hacia el botón y lo recoge entre sus garras. Luego, se lo mete entre los dientes y lo lleva hasta la taza. Tiene que trepar por la taza para alcanzar el borde. Cuando logra asomar la cabeza hacia dentro, arroja el botón en el té.
Maistreas Eilionoir me mira boquiabierta.
—Pues jamás pensé que… —dice.
—No vaya a matarlo —le ruego.
—Por supuesto que no lo haré —me asegura.
—Y tampoco me mate a mí. No lo hice con intención.
—Calla. Esto será un secreto entre las dos, y nadie saldrá mal librado. Corrí un gran riesgo a causa tuya, Agatha, pero nunca me he arrepentido de haberlo hecho. Y tengo el presentimiento de que esto nos va a compensar.
No tengo la más remota idea de qué está hablando.