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«Promete que nunca la abandonará»

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Promete que nunca la abandonará.

Incluso cuando se vea obligado a alejarse de su cama en el hospital, o cuando se la lleven para hacerle pruebas o someterla a una operación para reducir la presión de la sangre en el cerebro, él permanecerá lo más cerca (físicamente) de ella que pueda.

En un pasillo del hospital, al otro lado de las puertas de vaivén en las que se lee: Prohibido el paso excepto al personal del hospital.

Por las noches, en los jardines que rodean el hospital, en una bolsa de dormir. Tras un trío de contenedores, donde a nadie se le ocurriría mirar.

Es el primer visitante en entrar en el hospital cuando se abren las puertas a las 6:30 de la mañana.

El último visitante en salir de la UTI a las 11:30 de la noche.

Cuando la trasladen de Terapia Intensiva a una habitación en una de las plantas, en su calidad de marido, se le permitirá pasar con ella toda la noche.

Entretanto, sigue a su lado en Terapia Intensiva. Se toma solo los descansos imprescindibles, y a la carrera, temiendo que ella pueda abrir los ojos, buscarlo y llamarlo, y que él no esté ahí…

Sigue junto a su cabecera mientras ella yace inmóvil (excepto por que respira rápida y entrecortadamente a través de un aparatito plástico en sus fosas nasales) en la alta cama de hospital. Aferrándole la mano con la suya.

Pese a que ella tiene los dedos fríos, laxos e indiferentes, está convencido de que nota cómo los ciñe con sus propios dedos. Aunque tiene los ojos (ennegrecidos e hinchados de un modo casi grotesco) cerrados (al parecer), ella puede entreverlo, puede reconocerlo, desde algún lugar en su cerebro, donde mora su alma.

Abby, cariño, estoy aquí. Jamás te abandonaré.

Vas a despertar, muy pronto… y te estaré esperando.

Soy tu marido, y te quiero.

¿Me oyes? Creo que sí me oyes…

Apriétame los dedos si me oyes… ¿Abby?

No para de pensar en ello. Se atormenta dándole vueltas.

¿Fue un accidente o fue a propósito?

Nadie lo sabe. Nadie puede saberlo, a menos que la propia Abby lo recuerde cuando despierte.

Si despierta.

E incluso entonces, hasta qué punto sería fiable el recuerdo de Abby tras el trauma de una fractura de cráneo…

Willem se desliza de la silla junto a la cabecera hasta quedar de rodillas en el suelo. La dureza implacable de la superficie le proporciona cierto consuelo. Con la frente apoyada contra el armazón metálico de la cama, le reza a Jesús, le reza a Dios.

Sabe que sus oraciones avergüenzan a otros, incluso a algunos que creen en la oración. En la sala de espera de la UTI, durante gran parte del día, con frecuencia hay miembros de la familia Zengler de rodillas, rezando por la joven esposa de Willem, a la que apenas conocen. Algunos tienen las mejillas surcadas de lágrimas, y no solo las mujeres y las niñas. Padre nuestro que estás en los cielos, ten piedad de nuestra querida Abby.

Jesús es el amigo de Willem. A Jesús, Willem puede verlo en un rincón de la habitación.

Dios es más distante. Willem nunca se ha sentido cómodo con Dios. Si Jesús es su amigo y también su hermano, Dios es el padre de ambos.

Jesús, gracias por la vida de Abby.

Te doy las gracias por cada aliento que Abby respira, Jesús.

Te doy las gracias por la vida que insuflaste en Abby cuando nació, Dios.

Llegados a elegir, Dios, llévate mi vida y deja que Abby viva.

Persecución

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