Читать книгу Persecución - Joyce Carol Oates - Страница 16
«A primera vista»
ОглавлениеÉl no creía en algo tan superficial y tan tonto como el amor «a primera vista».
Aun así, al ver a Abby por primera vez —lo cual no significa que supiera su nombre, porque no era así—, había experimentado una abrumadora sensación de certeza. Esta es la chica con la que voy a casarme.
Había tenido la sensatez de no quedarse mirándola fijamente. Tenía asuntos propios de los que ocuparse. Había llegado al Centro de Rehabilitación para una sesión de lectura de dos horas con una anciana mujer ciega que quería que le leyera un libro que llevaba por título Ley constitucional: prontuario para alumnos de Derecho; su nieto cursaba una materia sobre ese tema en la facultad y ella quería ser capaz de «conversar de manera inteligente» con él.
Y ahí estaba esa chica linda con su cara pálida y pecosa y su serenidad, una de las más jóvenes del personal de rehabilitación, con una blusa blanca bien planchada, una falda tubo gris perla y unos zapatos negros de cuero blando como de bailarina, que escuchaba educadamente las amargas quejas de un hombre con un mohín en el rostro y cuencas vacías por ojos. Resultaba tan terrible contemplar el semblante de aquel ciego como el de un profeta del Antiguo Testamento, pero la chica linda de la cara pecosa no parecía intimidada, y ni siquiera trataba de aplacar su ira. Haciendo gala de la sensatez de alguien mucho mayor, se limitó a dejarlo desahogarse hasta que hubo acabado, con una expresión de irritada satisfacción.
Willem oyó cómo la chica le aseguraba al ciego que le transmitiría todo lo que había dicho a su supervisor, y se estremeció ante aquella voz dulce, susurrante y reconfortante, en absoluto estridente o chillona como resultan a veces las voces femeninas, en especial en situaciones de mucha tensión.
Se fijó en que llevaba las uñas bien cuidadas, cortas y con un brillo transparente. La Iglesia Metodista Reformada no aprobaba las uñas largas como garras y pintadas de tonos vivos que tanto les gustan a chicas y mujeres, al igual que el lápiz labial rojo y la sombra de ojos malva, y que a Willem y sus amigos les parecían excitantes y repulsivos por igual.
Advirtió que no llevaba alianza en la mano izquierda; de hecho, no llevaba anillos en ningún dedo.
Reparó en que se mostraba amable, paciente y compasiva con un individuo irascible al que otros bien hubieran rehuido. Se dio cuenta de que era una buena persona.
Pensó, ¡Sí! Es ella.
Su primera conversación con Abby tuvo lugar a la semana siguiente, tras el cierre del Centro de Rehabilitación a las cinco de la tarde. Willem había decidido esperar detrás del edificio de Servicios Asistenciales, ante la puerta que con toda probabilidad usaría el personal de rehabilitación, y en efecto Abby salió por ella a las 5:20, sola. Y ahí estaba Willem Zengler, sentado en un cordón y con la cabeza inclinada sobre el libro en su regazo; parecía saber que Abby se detendría a mirarlo, que lo reconocería, ya que por supuesto se habían fijado el uno en el otro en el centro. En ese momento, Willem alzó la vista, le sonrió como si estuviera (leve y agradablemente) sorprendido de verla, y la saludó con un gesto como si (ya) fueran amigos.
—¡Eh, hola!
—Hola…
Abby tenía que conocer el nombre de Willem de la lista de lectores voluntarios, pero él se presentó de todas formas. Ella explicó que se llamaba Gabriella, pero se presentó como Abby «porque me dicen así».
Unos meses más tarde, cuando se comprometieron y resultó inevitable que Willem viera su partida de nacimiento, Abby le confesó que su nombre de pila, al fin y al cabo, no era Gabriella, sino Miriam Frances, un nombre que nunca le había gustado, que le parecía severo y aburrido, como de señora mayor, y con el que no se sentía identificada.
—¿Pero tu apellido sí es Hayman? —tuvo que preguntar Willem, aunque lo hizo con tono desenfadado.
—Sí, mi apellido es Hayman. Sobre eso no puedo mentir.
Abby dijo eso en voz tan baja que Willem apenas oyó sus palabras. Parecía abrumada por alguna emoción… no podía ser culpa, ¿no? ¿Vergüenza? ¿Por algo tan trivial?
—Yo no lo llamaría mentir, cariño —dijo Willem—. A veces la gente prefiere cambiarse el nombre. Muchos llevan apodos. Y desde luego «Marian Frances» no es muy tú.
—¿Crees que Abby es más yo?
—Sí.
—¿Y… Gabriella?
Era el nombre más bonito que había oído nunca, le dijo Willem con cierta exageración. Pero también era un pelín especial, demasiado exótico, para llamarla así corrientemente, de modo que le parecía sensato que la llamaran Abby.
—¡Gracias! —respondió ella—. Te quiero.
—Y yo te quiero a ti.
Pero en el entrecejo de Abby seguía habiendo una arruguita, que tardaría en desaparecer.
En la siguiente ocasión en que se vieron, Abby sacó a relucir el tema de su nombre, que en realidad Willem había más o menos olvidado, diciendo que se sentía avergonzada, aunque también agradecida. Había esperado que Willem se indignara con ella por haberse inventado un nombre bonito.
—Supongo que quiero ser Abby para algunos, sobre todo para la gente de mi edad a la que me gustaría… caerle bien…
¡Cualquiera diría que estaba confesando un delito grave! Willem se echó a reír y le dio un beso. Habría jurado que no le importaba un carajo cómo se llamara… ¿por qué debería importarle?
No era raro que Willem usara malas palabras como esa o pequeñas blasfemias como «demonios» o «irse al infierno», aunque nunca utilizaba cosas como «maldito Dios».
Ni desde luego irreverencias tan subidas de tono como «me cago en Dios».
—¿Cómo te llamaban en Chautauqua Falls? —Willem pretendía que fuera una pregunta afable, pues su intención solo era seguirle la corriente.
—¿D… dónde?
La expresión de Abby era de perplejidad. A Willem lo consternó un pensamiento: Ha estado mintiendo.
Pero no, no podía ser. ¡Esa chica tan dulce y cándida, no!
—Chautauqua Falls. ¿No me dijiste que eras de ahí? Donde vivías con tu tía Traci…
Abby parecía desorientada, confundida. Y entonces contestó con rapidez:
—Me… me llamaban… no estoy segura… Fue hace tanto tiempo… Nadie me llamaba nunca Miriam, quiero decir… nadie llamaría Miriam a una niña. Quizás era «Mir». Es posible que la tía Traci lo pronunciara «Miir»… Y antes de eso, supongo que mi madre me llamaba por algún absurdo nombre de bebé…
—¿Cómo te llamaba la gente en el secundario? ¿Qué nombre llevabas ahí?
—Bueno, supongo que… Abby.
—¿Abby? Pero yo creía que…
—Fue la tía Traci quien empezó todo. Ahora me acuerdo. Abby… Gabriella. Se le ocurrió a ella, porque ambas odiábamos el nombre Miriam Frances.
Willem se dio cuenta de que su prometida se estaba poniendo muy nerviosa. Mejor cambiar de tema, se dijo, y no volver a sacarlo nunca.