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«Comatosa»

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Es un lugar donde el tiempo queda en suspenso. El día y la noche pasan de largo en la distancia como abotargadas nubes de tormenta.

Veinticuatro horas. Cuarenta y ocho horas. Y ahora ya setenta y dos, y más. Como la Bella Durmiente, la paciente yace suspendida, ni viva del todo ni muerta, aunque respira por sí sola, oxígeno puro en inhalaciones breves y apenas visibles para quien la observa con atención.

¡La Bella Durmiente, que despertó gracias a un beso!, recuerda Willem, sorprendido, pues los cuentos de hadas nunca han significado nada para él.

Pero se inclina sobre la muchacha en coma para depositar un beso, muy leve, tanto como el roce del ala de una mariposa, en sus labios hinchados y magullados.

La joven esposa no se ve ahora tan bonita. Su rostro ha quedado lacerado hasta un extremo grotesco, con los ojos amoratados y un vendaje que le envuelve la cabeza. Parece muy joven, una criatura maltrecha de sexo indeterminado. La chica a quien los padres de Willem estaban decididos a querer si el propio Willem la amaba. Si Willem sentía un amor serio y sincero por ella.

—¿Puede oírme Abby, doctor? ¿Cuando le hablo?

—Es posible. Sí… es posible.

El neurólogo trata de ser amable, Willem se da cuenta. Añade que, oiga lo que oiga su esposa en su estado comatoso, probablemente no lo recordará cuando despierte. Y es probable que tampoco recuerde el accidente.

¿Accidente? Willem se siente agradecido al oír esa palabra. Esa es por lo visto la opinión general: que Abby bajó del autobús y, al parecer confundida o distraída, cruzó por delante del vehículo cuando este arrancaba de manera accidental, no deliberada.

—Si su esposa puede oír su voz, será beneficioso para ella. Y si no, no hay nada que perder.

A Willem se le encoge el corazón al oír eso. No hay nada que perder.

Persecución

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