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Una de las razones fundamentales para que los mitos, leyendas, narraciones y rogativas mapuche se hayan trasmitido de generación en generación a través de los siglos es la solidez de su idioma, el mapudungun, que ha tenido pocas modificaciones en el tiempo. Es un caso curioso en la América precolombina. Según el citado historiador José Bengoa, “A diferencia de muchos otros territorios americanos, donde cada comunidad poseía su propio lenguaje, incluso a corta distancia, en el territorio mapuche se consolidó ‘una sola lengua’ desde los valles del norte chico, Aconcagua, hasta Chiloé. No es fácil explicar esa enorme homogeneidad lingüística, pero lo que no podría caber duda es acerca de la existencia de contactos permanentes, fluidos e incluso cotidianos, entre las poblaciones que se encontraban a varios cientos de kilómetros de distancia”.

Para los extranjeros que desconocían esta lengua, calificarla de “jerga incomprensible y bárbara” fue algo natural. Sin embargo, la riqueza, coherencia y precisión del mapudungun son aspectos destacados por quienes la conocieron y tradujeron desde comienzos del siglo XVII hasta ahora. Por ejemplo, el misionero capuchino Ernesto Wilhelm de Moesbach ejerció en la Araucanía entre 1920 y 1963. Producto de este largo y sostenido contacto y de sus estudios, escribió algunos libros. Entre ellos, Voz de Arauco, que recoge términos y expresiones del mapudungun. Conocedor profundo de esta cultura, Ernesto Wilhelm describe así su grandeza: “Ocupa un lugar preferente entre las lenguas indígenas de América del Sur. Se distingue por un vocabulario abundante; gran regularidad de todas las operaciones gramaticales; un mecanismo verbal muy detallado que facilita la expresión límpida de las modificaciones del pensamiento; sintaxis sencilla con frases casi siempre coordinadas y una fonética de una condición estable y sonora; por medio de numerosos afijos y partículas intercaladas, consigue una precisión y concisión casi inimitables”.

Por su parte, el naturalista e historiador francés Claudio Gay se refiere de esta forma a sus descubrimientos y estudios relativos al mapudungun, en su libro escrito entre 1870 y 1873: “Al sur del río Maule, los indios —mucho más feroces, patriotas e inflexibles ante las exigencias de los españoles— resistieron con tesón a los elementos destructores. Cuando más tarde fueron sometidos por los poderosos conquistadores, siguieron en su vida privada hablando su propia lengua a despecho de las numerosas ordenanzas emitidas por el rey hasta 1770, que solo permitían hablar español, a las que se resistieron al punto de preferir confesarse a través de un intérprete, aun cuando estuvieran completamente españolizados, y si hoy han olvidado el idioma araucano por completo, es por la vida comercial que la independencia chilena ha introducido en estos territorios (...)

“Esta lengua merece, en efecto, la atención de los filólogos por la riqueza de sus expresiones, a la vez vigorosas, sonoras y armónicas, de sus formas gramaticales y sobre todo del estado de perfección que alguna vez alcanzó, pues en el pasado era mucho más elevada, ya sea como consecuencia de la información y la reflexión, ya sea por el principio instintivo que todo pueblo recibe de la naturaleza. Su gramática se encuentra tan bien dispuesta, que pareciera ser fruto del trabajo razonado de hombres en nada ajenos al método y la lógica”. (Usos y costumbres de los araucanos).

El misionero de origen judeoalemán fray Félix de Augusta publicó en 1910 un libro titulado Lecturas araucanas. (Narraciones, costumbres, cuentos, canciones, etc.). En el prólogo de su extensa obra bilingüe (408 páginas), dice que “Pocos hay quienes se toman el trabajo de penetrarse bien del idioma araucano, y es innegable que su aprendizaje no tiene utilidad práctica sino para los misioneros y para aquellos comerciantes que quieren atraer una gran clientela de indígenas; sin embargo, merece su conocimiento en alto grado la propagación entre los círculos científicos, no dejando entonces de conquistarse la admiración de los lingüistas, por su sencilla y lógica estructura, la riqueza de sus formas verbales, la precisión y claridad de dicción y la facilidad con que da expresión a todo modo de pensar y sentir”.

Y más adelante sostiene algo que debe haber resultado muy rupturista para la época, sobre todo en aquellos que consideraban a los mapuche un pueblo bárbaro, es decir, ignorante, carente de leyes o normas, sin creencias y hasta sanguinario: “Esta nación, hoy día tan despreciada por cierta clase de personas que desean y proponen el secuestro de sus bienes y hasta el exterminio de su raza, esta nación vive, piensa, ama, tiene sus leyes tradicionales, sus ideas religiosas, su culto, poesía, elocuencia, sus canciones, su música, sus artes, sus fiestas y juegos, su vida cívica, sus pasiones y virtudes”.

Quienes han leído textos del mapudungun traducidos al castellano, habrán notado que muchos nombres, verbos, conceptos, sustantivos y adjetivos están escritos de manera diversa, con variaciones en las letras utilizadas, aun cuando se refieran a lo mismo, lo que puede conducir a cierta confusión. Ello tiene una explicación: el mapudungun es una lengua originalmente ágrafa, es decir, sin el equivalente en la escritura: solo existía de manera oral.

Las primeras gramáticas y diccionarios del mapudungun provienen de misioneros católicos, cuya finalidad no era el estudio científico, sino que el conocimiento práctico que les permitiera una adecuada comunicación que expandiera su labor evangelizadora. La primera gramática fue publicada por el padre Luis de Valdivia en 1606; la segunda, por el padre Andrés Febrés, en 1775, y la tercera por el padre Bernardo de Havestadt, en 1777.

Después de ello, muchos diccionarios, investigaciones y gramáticas fueron editadas hasta nuestros días. Se entenderá, entonces, que tantos autores a través de tantos siglos hayan volcado en una escritura antes inexistente su propia versión gráfica (letras) de la fonética (sonidos) escuchados. Por ejemplo, en las traducciones de las últimas décadas, en lugar de la letra Q o C se prefiere mayoritariamente la K, probablemente porque representa mejor el sonido original.

De allí la gran cantidad de trascripciones que existen para los mismos conceptos. Ello se agrava aún más si consideramos que el mapudungun tiene sonidos inexistentes en el castellano y, a su vez, no posee otros de nuestro idioma. Y una última complejidad: innumerables términos mapuche se refieren a conceptos o ideas que en Occidente no existen o existen de una manera totalmente diversa: el sistema de parentescos, por ejemplo.

Afortunadamente, en las últimas décadas se ha ido homogeneizando esta grafía y terminología. En este libro utilizamos las de uso más expandido y aceptado en la actualidad. Para facilitar la lectura, se incluye un glosario de nombres y términos que en cada una de las historias están en letra cursiva.

Mitos y Leyendas del pueblo mapuche

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