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Planteamiento del problema

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Ha sido recurrente en la teoría social latinoamericana poner en relación los problemas de la especificidad del Estado capitalista y de la heterogeneidad estructural en América Latina. El principal objetivo de este capítulo será problematizar esa relación. No se tratará de negarla, sino de precisarla, lo que, a su vez, nos permitirá dar cuenta de ciertos rasgos que, aunque a veces atribuidos a singularidades de los Estados latinoamericanos, son, en realidad, caracteres universales del Estado capitalista. Para el planteamiento del problema partiremos de tres textos que, entre finales de la década de 1970 y principios de los ochenta, condensaron una serie de reflexiones sobre la especificidad de los Estados latinoamericanos que apuntaron, como señala Cortés (2012), al momento estatal como momento productivo de la sociedad.

El primero de estos textos es La crisis del Estado en América Latina de Norbert Lechner (1977). Lechner parte de una afirmación fuerte sobre la naturaleza del estado capitalista:

Si bien el Estado no es una “idea”, tampoco es únicamente una estructura de poder, encarnada por el aparato estatal. El Estado organiza la esfera de mediación de la praxis social. […] El concepto de ciudadano expresa la tarea realizada por el Estado burgués: mediación del interés particular de cada individuo con el interés general implícito a la práctica de todos. El Estado sintetiza los conflictos entre los intereses particulares (contradicción de clases) bajo la forma de una esfera común a todos (ciudadanía) (Lechner, 1977, p. 392).

El Estado es (debe ser), al mismo tiempo, una relación de poder y “forma de generalidad”; como tal, resume “la racionalidad común (al menos tendencialmente) de las distintas/contradictorias prácticas” (Lechner, 1977, p. 392). La afirmación es fuerte porque establece que para la existencia de la forma Estado es condición necesaria la existencia de una praxis social común. Si el Estado puede ser mediación de una sociedad constituida por particulares y producir integración y unidad (ser factor de cohesión), es porque constituye la abstracción de una racionalidad común. Ese punto de partida es el que le permite a Lechner deducir que la heterogeneidad estructural de las sociedades latinoamericanas impide la constitución de verdaderos Estados. La heterogeneidad estructural, definida como heterogeneidad de relaciones de producción, determina la fragmentación del proceso de producción y circulación, por lo tanto, “falta la base material para la existencia de ciudadanos libres e iguales […] la falta de un mercado nacional sustrae a la democracia burguesa su fundamento económico” (Lechner, 1977, p. 393).

El Estado en América Latina, entonces, se reduce al aparato de Estado. Incapaz de producir hegemonía, solo puede dominar sobre las masas que, también producto de la heterogeneidad estructural, no pueden unificarse como clase. Por eso el conflicto suele presentarse en formatos no clasistas. Obsérvese que este argumento es relativamente independiente del otro que completa el análisis de Lechner sobre los Estados latinoamericanos; nos referimos a la internacionalización de las relaciones capitalistas. Esta se habría producido con el pasaje a la fase imperialista, a fines del siglo XIX, y sería la causa de la heterogeneidad estructural de las formaciones sociales de la región y de la dependencia (hegemonía externa) en la que se encuentran. Hay en este segundo aspecto de la explicación algo a conservar y retomar. Pero, sin importar su causa, la heterogeneidad estructural da cuenta por sí misma de la crisis del Estado. Detengámonos un momento en este argumento.

Lechner considera la racionalidad o praxis social común como una especie de sustancia social que existiría con independencia de la propia forma Estado, y esto sería su fundamento. Pero la apelación a la noción de Estado en Hegel deja de lado lo que subsiste de la crítica del joven Marx y del concepto de alienación en el Marx maduro; solo que el Marx maduro nos brinda un mecanismo causal de lo que ahora es representable como un proceso de cosificación de propiedades sociales. Veamos el modelo de explicación que nos ofrece la relación entre valor de cambio y valor: el valor no es una sustancia común que existe independientemente de la forma del valor y le da fundamento al valor de cambio; es exactamente al revés, la sustancia de valor es un efecto —una ilusión objetiva— de las relaciones entre personas que se establecen a través del intercambio de cosas (Rubin, 1985). Del mismo modo, las relaciones de intercambio tampoco son el locus de una praxis social o racionalidad común que solo habría que representar en el Estado como “forma general”; al contrario, es la forma Estado la que produce la apariencia de homogeneidad social. Ambos, valor y ciudadanía, son abstracciones reales. Pero, además, el concepto de Estado de Lechner resulta inadecuado desde el punto de vista empírico. La asimilación de verdadero Estado y democracia burguesa lo reduce a un concepto aplicable a los estados centrales desde fines del siglo XIX y no sin problemas. También, la definición de heterogeneidad estructural debiera llevarnos a la conclusión de que en Estados Unidos no hubo Estado, es decir hubo solo aparato de Estado, hasta el final de la guerra civil. Se trata a fin de cuentas de un concepto normativo que identifica como especificidad lo que en realidad es distancia respecto de una “idea”, aunque esa idea tenga la fuerza de un prejuicio social.

El segundo texto es El desarrollo del capitalismo en América Latina, de Agustín Cueva (2004). Su primera edición es de 1977, el mismo año que el artículo referido de Lechner, y al igual que aquel otorga un lugar central en su argumentación a la relación entre la especificidad de los Estados latinoamericanos y la heterogeneidad estructural de las formaciones sociales de la región:

No es lo mismo construir un estado sobre el cimiento relativamente firme del modo de producción capitalista implantado en toda la extensión de un cuerpo social, que edificarlo sobre la anfractuosa topografía de estructuras precapitalistas que por su misma índole son incapaces de proporcionar el fundamento objetivo de cualquier unidad nacional, esto es, un mercado interior de amplia envergadura (Cueva, 2004, p. 32).

Y poco más adelante:

No es de extrañar entonces que la marcada autonomía de los distintos segmentos económicos, modalidad inevitable de existencia de esa abigarrada matriz precapitalista, se haya traducido por la poca “coherencia orgánica” de la sociedad en su conjunto y de su sobreestructura política en particular (p. 33).

En un lenguaje permeado por la lectura estructuralista de Marx y a través de una argumentación desarrollada en el campo del debate historiográfico más que en el de la filosofía política, vuelve a aparecer el vínculo entre heterogeneidad estructural, definida como coexistencia/articulación de diversos modos de producción, y un Estado que, en los términos de Lechner, no se adecua a su concepto: “incoherencia orgánica de la superestructura política” en palabras de Cueva. Pero, a poco de andar, las excepciones exigen construir explicaciones ad hoc y completar la hipótesis original con condiciones suplementarias. Argentina y Chile son las más notables. El caso argentino se caracteriza por una presencia marginal de formas de explotación precapitalista. La pretensión de Cueva de conceptualizar el período de “anarquía” durante el siglo XIX como una lucha entre el interior precapitalista y la capitalista provincia de Buenos Aires no tiene asidero empírico (Oszlak, 2012). El caso chileno ofrece además un éxito temprano en la formación del Estado nacional en comparación con la mayoría de los Estados de la región. La explicación de Cueva de que esto se debió a la debilidad de los elementos precapitalistas en Chile no cuadra con el ejemplo argentino que comparte esa característica y tuvo además un largo período de guerras civiles. Sin embargo, Cueva (2004) parte de esa presunta debilidad para afirmar: “podría resumirse diciendo que la posibilidad de conformación de estados nacionales verdaderamente unificados y relativamente estables en América Latina varió en función directa de la existencia de una burguesía orgánica de envergadura nacional” (p. 40).

Pero aquí nos volvemos a encontrar en otro nivel de análisis con el mismo problema que enfrentábamos en Lechner: una “burguesía orgánica de alcance nacional”, es decir, la unidad de la burguesía como clase es un producto del Estado, no su supuesto (Poulantzas, 1986a, 2005). Para no caer en una tautología, la mayor o menor probabilidad de unificación de la burguesía debe anclarse en el mayor o menor grado de homogeneidad social estructural. Cuando el modo de producción capitalista se extiende a la totalidad del cuerpo social o al menos abarca una porción vasta de él “el estado se estabiliza […] si no, la situación de extrema precariedad se prolonga indefinidamente, expresada en una permanente crisis de hegemonía” (Cueva, 2004, pp. 41-42). Afirmación que encuentra, de nuevo, su refutación en el caso argentino, porque, a pesar del indiscutido predominio de la forma capitalista de explotación en todo su territorio, no es difícil ver allí los elementos de una “permanente crisis de hegemonía”.

Pero la heterogeneidad estructural es solo una dimensión de la explicación de Cueva. Este autor construye su explicación de la dependencia de América Latina a partir del encuentro entre la expansión mundial del capital desde fines del siglo XIX y las estructuras heterogéneas de las formaciones sociales latinoamericanas. La expansión imperialista le permite dar cuenta de por qué se habría vuelto predominante el modo de producción capitalista en las distintas formaciones sociales de la región y periodizar las etapas del desarrollo dependiente durante el siglo XX. Así mismo, Cueva revela mucho más éxito en la construcción de esa periodización, que parte de la aproximación a la acumulación y el desarrollo capitalistas como fenómenos mundiales, que en la explicación de las diferencias intrarregionales partiendo de la heterogeneidad estructural tal como la define. Una conclusión similar a la que alcanzábamos en la discusión del texto de Lechner, aunque Lechner daba un paso más al hacer depender la heterogeneidad estructural —si bien de un modo abstracto— de aquella expansión mundial del capital.

El tercer y último texto es El Estado en América Latina de René Zavaleta Mercado (2015a). Se trata de un texto de 1984, es decir, algo posterior a los de Lechner y Cueva. Sin embargo, la formulación y el tratamiento de los problemas lo acercan más a aquellos que a los debates contemporáneos dominados por la transición a la democracia. Ello se evidencia en los vínculos del texto con otros previos de Zavaleta, como “Las formas aparentes en Marx” de 1978 o “Problemas de la determinación dependiente y la forma primordial” de 1982 (Zavaleta, 2015b, 2015c). Sin embargo, como en un espejo invertido, el problema de la heterogeneidad se transforma en Zavaleta en el problema de la homogeneidad. Para él, a diferencia de Lechner y Cueva, la homogeneización social es una función específicamente estatal. Según lo señaló antes en “Las formas aparentes en Marx”,

[…] la base económica contiene los elementos de heterogeneidad de la sociedad en tanto que la superestructura manifiesta las líneas de su unidad. […] La diversidad es por eso, en lo interno, la propiedad o característica de toda base económica, y mucho más si tenemos más de un modo de producción dentro de la misma formación económico social (Zavaleta Mercado, 2015b, p. 94).

El Estado, por el contrario “impone la unidad o tiene como fin supremo la unidad […] es el estado el encargado de manifestar como unidad esto que tiende a existir como dispersión” (Zavaleta Mercado, 2015b, p. 94). La heterogeneidad estructural es, pues, una característica universal de la “base económica” considerada como medio interno; no podemos encontrar allí, por lo tanto, lo específico de América Latina. Obsérvese además que la heterogeneidad no es identificada con la diversidad de modos de producción, sino que es un resultado normal de la reproducción ampliada del capital. Entonces, más bien es al revés: lo específico de América Latina son las debilidades, los fracasos, las formas incompletas de la “nacionalización” de las sociedades latinoamericanas.

Empecemos por la conclusión de “El Estado en América Latina” en lo que se refiere al problema que estamos tratando: la resolución del problema de la homogeneización es función de la autonomía de lo político. Y la autonomía de lo político presenta un doble carácter: es apariencia objetiva, en tanto ilusión de separación entre Estado y sociedad civil, y es efectividad real, en tanto consideramos al Estado como aparato. La capacidad del Estado de imponer la unidad a la formación social depende de la constitución de su autonomía relativa en sus dos determinaciones. En ese marco adquieren pleno sentido dos categorías centrales en ese texto: ecuación social (o bloque histórico) y momento constitutivo. Con ecuación social, Zavaleta refiere al modo de la separación y al tipo de relación que se establece entre sociedad civil y Estado; la ecuación social es siempre un producto histórico, tiene “elementos verificables de historicidad y azar” (Zavaleta Mercado, 2015a, p. 335), es decir, no es derivable o deducible lógicamente. Por lo tanto, los modos de la separación y de la relación entre Estado y sociedad civil cambian históricamente; su mutabilidad y contingencia determinan también que las relaciones de correspondencia (óptimo social) sean solo un resultado posible, de hecho, uno bastante raro, “pertenece a los sueños del orden, pero ha ocurrido a veces” (p. 335). Sin embargo, ese óptimo tiene una función heurística: “La ecuación social o bloque nos interesa como un instante hacia dicho óptimo, o sea, el grado en que no lo es” (p. 335), cumple una función similar a la de las ecuaciones de equilibrio en los esquemas de reproducción de Marx del tomo II de El capital.

En la medida que la ecuación social depende de la historia de cada Estado, los márgenes de variabilidad se reducen. En ese sentido es que Zavaleta nos habla de la “predestinación relativa de las unidades sociales” (2015a, p. 340), lo que se refiere a los momentos constitutivos del Estado. Momento constitutivo es, por su parte, el origen del Estado, el momento de su formación, pero también es cada período de crisis y reestructuración, “en la sucesión de sus momentos constitutivos, hablamos más bien de reestructuraciones de este fondo histórico que de un único y definitivo momento constitutivo” (Zavaleta Mercado, 2015a, p. 353). En esos momentos se define y redefine la ecuación social.

Una dimensión central de esos momentos constitutivos es el concepto de disponibilidad. Zavaleta Mercado lo refiere en un doble sentido. En primer lugar, disponibilidad de las masas: las crisis, las grandes catástrofes, vuelven a las masas disponibles para transformaciones profundas en sus creencias y prácticas; es un momento de “gratuidad hegemónica”, nos dice Zavaleta Mercado (2015a, p. 340). La acumulación originaria que produce “personas libres” al destruir los lazos con la tierra y la comunidad es por excelencia un momento de ese tipo; pero los procesos de industrialización acelerada y deformada desde los años treinta en varios países latinoamericanos también lo son. En segundo lugar, la disponibilidad de excedente y, como su contrapartida, la capacidad de captación de ese excedente por el Estado en formación o en proceso de reestructuración. Ambos modos de la disponibilidad —como condición de la constitución del Estado y, por lo tanto, de la producción de la separación Estado - sociedad civil— nos reconducen a las dos determinaciones de la autonomía de lo político: separación ilusoria y conformación de un aparato eficaz.

De modo que el problema de la homogeneidad es, en definitiva, el problema de los modos de totalización social como concretos históricos. La reproducción del capital exige totalización, pero no la supone como dada. Puede, de hecho, oponerse a la perspectiva de Lechner la siguiente afirmación de Zavaleta: “el requisito del estado es la producción de materia estatal, o sea de sustancia social, en la medida en que ella produce resultados de poder” (2015a, p. 327). Dicho de otro modo, el Estado no encuentra su sustancia social en el desarrollo del mercado, es el estado el que produce materia estatal y ello depende de sus momentos constitutivos y de la ecuación social resultante. Algo similar sucede con el problema de la subsunción real; no puede considerarse como un requisito de la estructura económica que determina, en los términos de Cueva, “la coherencia orgánica del estado”: “Si ella, la subsunción real, no se transforma en un prejuicio de las masas, no se puede decir que haya ocurrido la reforma intelectual, o sea el antropocentrismo, la calculabilidad, el advenimiento del racionalismo, en fin, todo lo que configura el modo de producción capitalista como una civilización laica” (p. 337).

En un trabajo anterior, La cuestión nacional en América Latina, aclara mucho mejor esta tesis:

Pero el que la implantación del modo de producción capitalista se dé sobre una base nacional o el grado en que construya o no una base nacional, la medida en que se convierta en efecto la subsunción de la ciencia a la producción en actitudes de la masa, todo eso nos habla de un nivel u otro de desarrollo del capitalismo. Por eso, la nación, por cuanto implica cierto grado de homogeneidad entre ciertos elementos decisivos que concurren al régimen productivo, es por sí misma una fuerza productiva (Zavaleta Mercado, 2015d, p. 359).

Si el desarrollo capitalista, como nos dice Zavaleta Mercado, produce heterogeneidad estructural, dispersión de sus elementos, el problema debe reformularse de este modo: ¿Cómo explicar las dificultades para la unificación, nacionalización o totalización social de las sociedades latinoamericanas en comparación con los países centrales, al menos hasta los años sesenta y setenta? Pueden proponerse diferentes respuestas a esa pregunta. Una posibilidad es rechazar cualquier determinación de los procesos de acumulación y crisis. En una mirada de ese tipo las sociedades modernas son sociedades heterogéneas y el problema es la articulación política de la totalidad social. Pero, entonces, la explicación de las crisis recurrentes de los Estados latinoamericanos caería por completo en el terreno de la contingencia histórica. Zavaleta no da ese paso, aunque todo su razonamiento parece conducir allí, debido a que se sigue moviendo en la oposición abstracta heterogeneidad/homogeneidad. Cueva y Lechner oponían estructuras centrales homogéneas y estructuras periféricas heterogéneas. Zavaleta opone la heterogeneidad de la “base económica” a la homogeneidad como nacionalización o totalización políticas. Aquí trataremos de fundamentar la hipótesis de que lo que diferencia al caso latinoamericano es la modalidad de heterogeneidad estructural. Dicha modalidad determina una dinámica de los procesos de acumulación y crisis que limita/condiciona la estabilización de la dominación política y, por lo tanto, los procesos de separación Estado - sociedad civil. Para ello, como señalamos en la introducción, nos referiremos al caso argentino desde los años cincuenta.

El caso argentino resulta relevante porque, a pesar de su carácter excepcional, registra las mismas tendencias a la crisis de la dominación y del Estado que el resto de los países latinoamericanos. Por lo tanto, la identificación de ciertos mecanismos básicos que permitan vincular heterogeneidad estructural y crisis del Estado en el caso argentino puede dar la clave para entender lo que ocurre en las otras formaciones sociales latinoamericanas. Se trata del procedimiento opuesto al de Cueva: partir de la excepción para entender la regla.

Pero antes de emprender ese análisis necesitamos realizar algunas aclaraciones conceptuales. En primer lugar, sobre el problema de la separación entre Estado y acumulación y su relación con los modos de dominación política; y, en segundo lugar, sobre la relación —solo indicada por Lechner y comprendida como mera yuxtaposición por Cueva— entre la internacionalización del capital y la especificidad de la fractura estructural de las sociedades latinoamericanas. Para ello será fundamental un viejo concepto creado por Trotsky con propósitos explicativos similares a los nuestros, el de desarrollo desigual y combinado.

La cuestión del estado en el pensamiento social crítico latinoamericano

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