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Pensar en nacional, la posición nacional y su crítica a la izquierda abstracta

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Don Arturo entonces nos hace un llamado a pensar en nacional. ¿Qué entiende nuestro autor por pensar en nacional?, pensar desde nuestra propia realidad, desde nuestras categorías, quitándonos las zonceras adquiridas por la colonización pedagógica, pensar desde nuestras problemáticas, desde el centro del planisferio, no como estamos acostumbrados, de abajo y desde un rincón. (Jauretche, 2008)

No se trata, desde ya, de negar aportes que puedan surgir en otras latitudes, pero no incorporarlos acríticamente, sino más bien en relación con nuestras necesidades, pues como afirma John William Cooke, se trata de una construcción propia, de no trasladar mecánicamente ideas que fueron o son válidas en otro tiempo o lugar, no hacer una importación acrítica, sino incorporar esas ideas en tanto tengan correspondencia con las necesidades nacionales (Cooke, 2009), que no son otras que las necesidades populares. En una línea similar, Juan Perón años más tarde sostiene que “los argentinos tenemos una larga experiencia en esto de importar ideologías, ya sea en forma total o parcial. Es contra esta actitud que ha debido enfrentarse permanentemente nuestra conciencia”. (Perón, 2012: 12)

El pensar en clave nacional aparece como fundamental en los países como la Argentina, bajo una dominación semicolonial, donde existe una cuestión nacional por resolver, e implica pensar revolucionariamente, romper con el esquema dependiente del imperialismo, y al mismo tiempo, el pensar la cuestión nacional y la cuestión social juntas. Los problemas argentinos deben ser enfrentados con criterio argentino, generar categorías nacionales; así, afirma que hay que procurar:

Dirigir el pensamiento nacional hacia los hechos concretos y sus implicancias económicas sociales y culturales propias, para tratar de contribuir a la elaboración de un pensamiento propio (pues) comprende oportunamente que su tarea fundamental es aportar al pensamiento argentino el método y los modos de conocer nuestra realidad y señalar los rumbos necesarios de una política nacional. (Jauretche, 1976: 68-29)

Este pensar en nacional lleva a la construcción de una herramienta de análisis y acción política que es fundamental en su pensamiento, la noción de posición nacional. Desde FORJA, la define en tanto la necesidad de crear una respuesta propia a nuestra condición semicolonial. Se trata de no oponer una respuesta colonial a nuestra situación dependiente. Jauretche piensa la necesidad de estudiar nuestros propios problemas, y fundamentalmente la cuestión nacional. Por ello, apunta a orientar esa respuesta propia y enmarcarla en la larga tradición de lucha de nuestro pueblo. Y es justamente ese pueblo el que encontrará su salvación.

Jauretche no se pierde en la cuestión nacional, sino que busca entroncarla con la social. Es necesario que se identifiquen la cuestión nacional y social, identificación impedida por los factores de la colonización pedagógica. Piensa en no “perder de vista” que este es el problema central, y no hay alternativa posible a la emancipación nacional que no venga dada por la ruptura total de la dependencia. Se trata entonces de hacer confluir a todos los sectores que estén en mayor o menor medida enfrentados y/o perjudicados por las políticas de la oligarquía y el imperialismo. No perderse en problemas marginales que dividan el campo nacional. Este llamado es una manifestación original que pretende el abordaje de nuestros problemas a partir de un criterio propio. Desde la tribuna de FORJA en el año 1941, esta vez en la ciudad de Pergamino, se pide al compatriota que “reflexione que el grado de esclavización al que hemos llegado —típico de toda política imperialista, cualquiera sea su bandera— sólo ha sido posible por la permanente entrega del país realizada por nuestra oligarquía. En consecuencia, nuestra lucha como argentinos debe ser doble: contra el enemigo extranjero que invade, y contra el nativo vendepatria que entrega”. (FORJA. Pergamino, febrero de 1941) Esa construcción entonces es contra los enemigos internos y externos.

Cercano a la figura de Jauretche, José Luis Torres definió crudamente a la oligarquía aliada al imperialismo considerando que “el adversario más temible es el perduellis, el enemigo interno de la Patria, emboscado dentro de sus instituciones, al servicio de una consigna extranjera” (Torres, 1973: 22), y profundiza en otro escrito acerca de los perduellis: “Se llamaba perduellis, en la antigua Roma, al enemigo interno de la patria, y hostis, al enemigo exterior. El crimen de perduellio (contra la patria) y el de peculado (apoderamiento ilegítimo de cosas del estado) eran castigados con la pena de muerte”. (Torres, 1943: portada)

Volviendo con Jauretche, vemos que enfatiza que el camino para emprender la liberación nacional en un país semicolonial como la Argentina es la creación de un frente nacional que aúne a todos los sectores nacionales enfrentados a la oligarquía y al imperialismo, la unificación de estos bajo una línea nacional, que es la conciencia histórica de los argentinos. De todas formas, debemos dejar claro que si bien distintos sectores sociales pueden integrar ese frente, el eje, la columna vertebral o la cabeza deben ser sí o sí los trabajadores. Largamente se ocupó Jauretche de demostrar el papel esquivo de la burguesía nacional, que la lleva en forma directa a la traición9. Estos sectores entonces pueden acompañar el movimiento nacional, pero nunca conducirlo. El centro es el pueblo trabajador10. Las políticas del frente deben tener sentido en tanto contemplen el beneficio de los trabajadores. Si bien el frente nacional contiene en su seno diferentes sectores sociales, la ideología debe ser la del pueblo argentino enfrentado al imperialismo y sus personeros internos.

De esta forma, en el esquema jauretcheano, la división izquierda y derecha no explica nada en la política argentina, sólo confunde, pues lo que la divide es lo nacional y lo colonial. Por lo tanto, afirma: “La izquierda y la derecha no son generalmente sino distintos modos de eludir la ‘cuestión nacional’, en beneficio de intereses exteriores”. (Jauretche, 2008: 69) Lo que sucede, según don Arturo, es que la “izquierda tradicional”11, con sus órganos y partidos, no escapa a esta estructura cultural de un país semicolonial, se desenvuelve como una izquierda abstracta, que no tiene en cuenta la cuestión nacional, y termina siendo una derecha concreta. Realiza así Jauretche una crítica a “los novios asépticos de la revolución”, ¡estos novios que quieren casarse con la revolución, y le piden certificado prenupcial! (Jauretche, 2010: 85)

Esta “izquierda” no tiene otra historia, ni otra literatura que la oligarquía, no le oponen (no le pueden oponer) un punto de vista nacional12. Esta “izquierda” se enfrenta a la derecha en el plano externo (a veces ni siquiera, sobre todo cuando surgen movimientos de corte nacional y popular, calificándolos, peyorativamente, como populistas). Si no, recordemos (por citar uno de los numerosos ejemplos) la infame diferenciación del Partido Comunista durante la década de 1970 entre “Videla, un general democrático; y Pinochet, un dictador”. La gran división en un país que lucha por la elaboración de una identidad y por la liberación es entre lo nacional y lo antinacional.

Una de las claves en la crítica del autor del Manual de zonceras Argentinas, sobre todo pensando en Juan B. Justo (pero vale para varios otros también), es la división que realiza este entre la política criolla y la política científica, lo cual conforma la zoncera número 12 de aquel libro. En esta división, Juan B. Justo establece que “todo lo que venía de afuera era científico y lo que nacía adentro, anticientífico, es decir, criollo”. (Jauretche, 2004 b; 88). Así, los trabajadores que consideraba en “condiciones científicas” eran tan sólo unos pocos inmigrantes, y las inmensas masas criollas eran anticientíficas; “El sindicalismo de importación fue incapaz de comprender los problemas del proletariado nacional y se redujo a sectores obreros calificados, o al proletariado extranjero que transfería su problema al país”. (Jauretche, 2008: 50)

También, al partir de este esquema dicotómico, Juan B. Justo dirigía la política del Partido Socialista en contra de la protección aduanera y de la intervención estatal para el desarrollo industrial, pues seguía la idea de que el socialismo en los países centrales se había desarrollado, estableciendo que la división internacional del trabajo redundaba en beneficio de los trabajadores. Coincidía así la “izquierda”, con la “derecha liberal” (y las potencias imperiales) en los supuestos beneficios del libre comercio. De esta forma, abortó todo entendimiento con el sujeto que podía ser revolucionario en nuestras tierras, a la vez que se opuso a toda posibilidad de desarrollo industrial, que era el que podía generar una clase trabajadora, un proletariado industrial: “No pudo hacer socialismo con los trabajadores existentes porque eran anticientíficos y se opuso a la creación de una industria que pudiera generar trabajadores científicos”. (Jauretche, 2004 [b]: 89).

Esta zoncera que establece una división entre política criolla y política científica encuentra su fundamento (como todas) en la madre de todas las zonceras: Civilización y barbarie es una nueva forma de establecer la preeminencia de lo ajeno, exótico, en detrimento de lo propio; así se conforma una intelligentzia que piensa desde esquemas extraños, dado que “la mentalidad colonial enseña a pensar el mundo desde afuera, y no desde adentro”. (Jauretche, 1983: 112)

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