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2.3. Jardín árabe. El jardín de los sentidos

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El trazado del jardín árabe supone un saldo colmado de sensualidad, que contrasta con la austeridad de la jardinería de los castillos de la edad media. En este se aprovecha con total tolerancia y protegidos de toda inseguridad lo mejor de la vida mientras Alá abre paso al paraíso prometido.


Un jardín cerrado, pequeño, con sombras y agua, buscando el solaz y la frescura.

Los jardines árabes, grandes o pequeños comprendían una ocultación visual que propinaban los grandes muros y paramentos en la virtud de evitar que la sufrida sociedad accediese sensorialmente al paraíso creado. En origen esta protección puede encontrar justificación en las duras condiciones climáticas que se vivían en Persia, origen del jardín árabe que se extiende por Oriente hasta la India y hasta la península ibérica por occidente. Así en contraposición a la hostilidad del ámbito, el jardín se crea cerrado, de pequeñas y sombreadas dimensiones y con agua vivificante que se convierte en elixir de frescura y emoción.

De organización geométrica en imagen y semejanza al paraíso trazado en el Corán, es de plano horizontal y se hace rígido al esquema base del jardín cruciforme encajado en un rectángulo, integrando los cuatro caminos y sus composiciones internas con una simetría muy rígida que se recoge en una pieza central en la que confluyen los cuatro ríos. En función de la escala del mismo este puede presentar una fuente central o un baldaquino o pabellón. La periferia solía manifestar una zona con una alta densidad arbórea y arbustiva que indujera la consabida ventaja térmica. Incorporaban el agua con inusitada astucia y devoción, la sumergen o hacen visible y sonora, la acuestan o simplemente la hacen brotar en gorgoteos insinuantes de fiesta en alocución a la simbólica fertilidad. Las plantaciones incorporan una ordenación aleatoria que se rompe con la simetría excepcional de ciertos ejemplares arbóreos (ciprés, naranjo, magnolio...). Mantienen un estricto levantamiento volumétrico por medio de setos que imposibilitan el acceso a los verdes cuadros en los que cultivaban diversidad de plantas que incorporaron a su inventario vegetal con importantes connotaciones sensoriales o simplemente culinarias.

Mención aparte merece el jardín de Al-Andalus o Mudéjar como también se denominó, por celebrarse en nuestra península y sobre todo desde Andalucía como origen. Esta forma de entender los jardines supuso un importante bagaje en la historia de la jardinería. Del entendimiento entre el medio físico y el propio jardín árabe, se arrojan monumentos insignes como la Alhambra, El Generalife o los jardines de los Reales Alcázares de Sevilla. Auténticas joyas de este ejercicio paisajístico que tanta cautivación produjeron y aún hacen. Y no dejando de ser un híbrido entre la normalización de rasgos orientales y los heredados de la filiación cristiana, se hace peculiar sobre todo en su vertiente arquitectónica y la inmortalidad vegetativa. Cabe reseñar como culmen del refinamiento y hondura que alcanzó la cultura jardinera de la época en Andalucía, la incorporación del patio como una estancia más pero con la importancia de ser el centro de la morada, en la que la vegetación y la arquitectura conjugan para emerger auténticos espacios llenos de sensualidad y donde el tiempo y la vida se ensimisma.


Recuerde

Mientras los persas habían hecho de sus jardines, paraísos, los árabes harán del paraíso un jardín.

Operaciones para la instalación de jardines y zonas verdes. AGAO0208

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